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Quinto Asalto5️⃣

El entrenamiento es de provecho, Christian está cada día más preparado para el campeonato. Se ha enfriado el buen rollo entre nosotros bajo las sábanas con la excusa de que no pierda la concentración. Excusa sí, porque ya no tiene sentido que niegue que es por Hugo, por lo que ese estirado me hace sentir cada vez que lo veo. 

     Pero al menos  Christian y yo mantenemos el buen rollo en el gimnasio. Sonrisa cordial, trabajo en equipo, miradas cómplices. 

     En concreto las miradas de Christian queman bastante, aunque no me hacen arder del todo y las puedo esquivar sin problema alguno. 

     Estamos en ese plan de: tú entrena desde ahí, que yo te observo desde aquí y evitamos el morbo del contacto de nuestros cuerpos.

     Al acabar, Christian me dice de tomar un refresco de la máquina expendedora. Y aunque no me apetezca demasiado, lo veo bien para desconectar un poco de las técnicas de defensa que hoy me hacen pensar en el siguiente encuentro con Hugo, y en lo poco que yo las empleo con él. 

     Ya me quito el casco para el descanso, cuando veo llegar a Marta con dos amigas.  Creí que esa idiota se había olvidado de mí, pero solo me ha dado una tregua. Una feliz tregua de tres días.

     Las veo dirigirse a la recepción.

     Christian, que en este instante trae nuestras bebidas, viene hacia mí.

     —¿Que querrá esa? 

     —No lo sé. —Y aunque me haga una ligera idea, no quiero que me relacionen con semejante tipa ni por error aquí en el barrio.

     —Anda muy despistada, ¿no crees? Mira los zapatos de tacón que lleva hoy, ¿qué buscará aquí en el gimnasio?

     —Hacer deporte no creo con esos Jimmy Choo. 

     —¿Con esos qué? 

     Sin ánimo de explicarle por qué sé de zapatos de diseño, le pido que me acompañe a la recepción. Me quito los protectores de las manos porque ya he visto la intención de estas tres.

     De momento se están riendo de Viktor, el que es como mi hermano. 

     —Gracias, Viktor, yo atiendo a las señoras —le digo mientras me termino de quitar la protección del pecho. 

     —De acuerdo, Paola. 

     —Qué asco de cicatriz, vaya imagen para una recepción.  —La risa de Marta, a carcajadas, me enfada más. 

     —El otro día no pude echarte del restaurante por Ahmed, ni de la calle por mi perro. Pero hoy, si vas a insultar a Viktor, te largas de mi propiedad.

     Muevo la mano y al instante Christian está a mi lado. Se cruza de brazos, custodiando mi espalda. En realidad no lo necesito para defenderme, pero sí para acojonar a estas tres petardas. Christian tiene más pinta de jugador de hockey que de deportista ágil y veloz.

     —Hugo me ha dicho que ya habló contigo, pero he querido ver tu cara al entregarte esto, personalmente.

     Abro el sobre, intrigada. 

     Tengo en mis manos la notificación de una demanda. Maldita sea, y yo que creí que se trataba de un consejo y no de una amenaza real. ¿Qué se podía esperar de Hugo?, si ya se sabe que dos que duermen en el mismo colchón... añade además que si follan en él intercambiando fluidos, la mezcla nociva de ambos puede ser mortal.

     —Muy bien, ya la he visto, ahora ya puedes largarte.

     Christian, al que no tengo que decir nada, da un paso hacia ellas. Las tres salen corriendo asustadas.

     ¡Vaya desilusión con Hugo! 

     He llegado a pensar durante la semana que no es el hombre que pensé en un principio, que el tío de traje, estirado, pedante y capullo, que da a conocer a la gente, no es más que una fachada de un interior muy diferente. ¡Si hasta me pareció sincero al verlo despedirse de esa manera de Bimbo! 

     Vale, sí, mi perro no se llama Hugo, solo lo dije para cabrearlo un poco, cosa que obviamente no consiguí. Vista su reacción tan dulce hubiera preferido que se enfadase y me insultara, para seguir pensando lo peor de él. 

     Pero no, Hugo tuvo que dejarme flipada al agacharse para decirle adiós a Bimbo, partiéndome el corazón. Lo de partirme las bragas no viene al cuento, aunque lo hiciera también, por eso precisamente lo eché del despacho antes de lanzarme a besarlo.  

     ¿Y ahora me viene con estas? ¡Qué desilusión, de verdad que sí!

     Perdida ya la concentración en el muay thai, no pudo esperar a terminar el entrenamiento de Christian y le pido un favor a Viktor, necesito que cierre el gimnasio por mí. Me debe una muy gorda por chivarse a mi madre el día del concierto.

      Él, como mi guardaespaldas que es, no está muy de acuerdo, y aunque yo le aseguro que no me pasará nada y que evitaré hacer algo que pueda salir en la prensa para dejar en mal lugar a mi padre, quiere acompañarme. ¡Joder, no me puedo negar y le obligo a que se dé prisa!

     Cuando dejamos todo a cargo de Christian, Viktor me lleva en su coche. Si comete un par de infracciones de tráfico tal vez podamos alcanzar a Hugo en el despacho antes de que se vaya, ¡conduce con demasiada prudencia!

      De camino, llamo a Dani. No sé la dirección exacta del bufete de Hugo y me acuerdo de él, pongo de excusa que tengo una duda con mis impuestos. Me río, lástima que mis problemas financieros no puedan arreglarse así como así en los tribunales. Mi principal acreedor no se anda con estos formalismos, el plazo de pago ha expirado y si no le doy pronto las mensualidades que le debo del préstamo, él me quitará el gimnasio. El último favor que me hizo ese tío fue darme una prórroga que ya demora demasiado.

     Y Dani, tan amable como siempre, me facilita la dirección, el horario y el teléfono del bufete Quirós. 

     Tras enseñar mi documentación española en la puerta del edificio, como medida de seguridad, subo las cinco plantas corriendo, el ascensor llegaría tarde. Trato de recobrar el aliento cuando estoy al fin frente al hombre que me dará acceso, o me lo denegará, para pillar a Hugo en su despacho. El encargado, a su vez, de la seguridad del bufete. 

     Siempre he sabido que tengo ese tipo de cara que inspira confianza y familiaridad, vamos, lo que viene siendo cara de no romper un plato, aunque luego en un descuido pueda partir tu cara o tu crisma con solo levantar la pierna. 

     Por eso no me extraña que Ramón, este hombre de seguridad, me diga cuál es el despacho de Hugo, y que además es el último en abandonar la oficina. 

     No llamo ni a la puerta, la abro sin más. Después de todo, él entró así el otro día en mi oficina, ¿no? 

     Hugo está sentado en el borde de su mesa, con las piernas estiradas y cruzadas por los tobillos. Habla por teléfono. 

     —Te llamaré luego, se me acaba de presentar un problema. Mientras tanto, por favor, localízame su teléfono personal, necesito esa cita con él, aunque tenga que ir a verlo a Frankfurt.

     No me ha gustado que haya utilizado mi lengua paterna con esa facilidad, eso quiere decir que no podré insultarle en alemán porque me entenderá.

     Hugo me mira, y sin decir nada se levanta para cerrar la puerta y echar el cerrojo. No quiero ver lo condenadamente bien que le queda el traje negro que viste hoy, al pasar por mi lado. Pero claro, eso sería apartar la vista de él y mirar la enorme  mesa de despacho que tengo enfrente, en la que caben dos personas mientras...  

     —No te cortes, Paola, ya has entrado, siéntate —continúa él diciendo mientras toma asiento de nuevo, esta vez en su silla todopoderosa.

     No le digo nada, lanzo el sobre a la mesa y él lo recoge.

     —¿Consejo? Eres un cerdo. Ya sabías que Marta me pondría una demanda cuando viniste a verme el lunes.

     —Lo sé, yo soy su abogado.

     Me quedo de piedra, una cosa es que no me dijese lo que Marta pretendía hacer y otra muy distinta que tramitara él en persona la demanda. No somos lo que se dice amigos, de hecho con Jota, Dani o Raúl me llevo mejor, pero nunca hubiese imaginado semejante traición. ¿Tan mal le caigo últimamente que busca fastidiarme a toda costa? 

     Camino de espaldas para poner distancia, la suficiente para alcanzar la puerta. Tengo que irme de este despacho que de pronto se hace pequeño, donde se reduce el aire. No solo me he convertido en el objetivo de Marta sin motivo alguno, sino que el propio Hugo es el que más daño va a hacerme. 

     ¿Quién es el más nocivo de los dos?

     —Espera, Paola, no te vayas así. —Hugo se levanta tan veloz que no lo veo hasta que está a mi lado, impidiéndome el paso—. Tranquilízate, no es lo que piensas. 

     —Ah, ¿no?, y ahora me dirás que todo ha sido una broma para reíros de mí. 

     —Deja que te lo explique, por favor.

     —No me toques. —Y tengo que apartarme con las manos en alto porque él ya quiere sujetarme. 

     Viendo que no tiene nada que hacer conmigo se quita de la puerta, pero lo intenta una vez más cuando me dice:

     —No llegará nunca a los juzgados. Trato de engañar a Marta para que se aleje de ti. —Elevo la mirada, del cerrojo a su cara. Él lo que hace es mover una ceja con ese aire de superioridad que me irrita y que, por desgracia, ya me gusta tanto en él—. La demanda no es auténtica.

                                                          

Tengo que reconocer que haberla visto entrar en mi despacho así, toda sudada, con el pelo recogido en dos trenzas pequeñas, que le cogen toda la cabeza, y la ropa de taekwondo puesta, no me parece tan deprimente como siempre me ocurrió con ella, me excita hoy más de lo que nunca imaginé, al igual que lo consigue la más fina lencería en cualquier otra mujer. Tanto, que no he podido continuar la llamada que tan importante es para el bufete y para mi puesto de trabajo en este momento. 

     Lo que ha venido después no ha sido tan excitante como otras veces. Paola se quiere ir,  y puedo asegurar que está enfadada conmigo de verdad. 

     —No llegará nunca a los juzgados. Trato de engañar a Marta para que se aleje de ti —digo como excusa—. La demanda no es auténtica. 

     Paola me mira, extrañada, aunque puedo advertir en ella un cambio repentino de humor. 

     —¿Y por qué lo has hecho, entonces? Con que se lo hubieras hecho creer a ella bastaba, no a mí.

     —Porque quería verte, joder, que no me lo estás poniendo fácil con tanta pelea.

     —¿Qué? ¡Dios mío, Casanova! ¿Siempre eres así de retorcido con las tías? —pregunta con una sonrisa, la cual es bonita, no lo niego, le achica los ojos hasta que ellos parecen también sonreír.  

     —Yo diría más bien precavido con las tías que pueden partirme la cara —le digo acercándome a ella. 

     —No soy tan bruta. 

     —Pero ¿puedes, o no, hacerlo? 

     Paola sonríe algo avergonzada, al tiempo que asiente en silencio. 

     —Y mandarte al hospital si quisiera —asegura sin bajar la cabeza. Sigue quieta, esperando a que yo me acerque más.

     —Contigo vale la pena correr el riesgo, ¿no crees?

     —¿Para qué? —contesta ya pendiente de mi boca. Yo miro la suya. 

     —¿Tengo que decírtelo?

     —Me gustaría. 

     Paola se muerde el labio, conteniendo su respuesta. Un segundo más y se lo muerdo yo.

     —Paola, yo… 

     —… tú me has acojonado con una demanda que he creído auténtica, imbécil —me recuerda de pronto.  

     —¿Qué?

     —Que retorcido es poco para lo que me apetece llamarte ahora, ¡gilipollas! 

     De vuelta a lo mismo, pongo los ojos en blanco. 

     La atmósfera que tanto me ha costado conseguir con ella se ha esfumado. ¡Puff!, a la mierda. Paola saca su vena a pasear. Me gusta verla en su frente, sí, pero no ahora. 

     —Pues mira, a mí lo que me apetece de verdad es otra cosa —contesto yo, más pendiente de la sangre de mi cuerpo, esa que arde y se agolpa toda en mi polla para ponérmela dura.

     —¿Y qué es? —pregunta ella con una postura de lo más exigente, de lo más provocadora.

     Barbilla arriba, manos en la cintura y piernas ligeramente abiertas. 

     Piernas que imagino enroscadas en mis caderas mientras la tumbo en la mesa después de despejarla de un manotazo, ¿será fácil de quitar ese ridículo traje blanco? 

      Si es que no se me puede dejar fantasear, tengo una mente muy salida.

     —Tu boca. 

     Y la beso como nunca hice con ninguna otra. Porque con ninguna mujer me siento así, indefenso y débil, a la vez que fuerte y decidido.

     Paola abre sus labios al tiempo que cierra los ojos. Deja que me adueñe de su boca en un beso salvaje, ardiente, de esos que te impiden respirar porque estás gimiendo de placer. Y yo lo hago con ella, al unísono y sincronizados en nuestros alientos. Solo tengo que notarla restregarse contra mí para enloquecer. Eso, e imaginarla luego recorriendo mi cuerpo con sus labios, y su lengua, da lugar a mi repentina erección, la que ya no puedo ocultar. 

     ¡Incluso el mordisco que me da me excita! 

     Paola no se queda quieta, tira de mi camisa para sacarla del pantalón y me acaricia el abdomen con los dedos. Sus uñas acaban por despertar mis ganas más calientes. 

     Sin dejar de besarla la conduzco hasta la mesa, donde la hago sentar. Ella me coge por sorpresa cuando introduce la mano por mi pantalón, cuando se hace con el control de mi puto cerebro. El nuevo beso nos descontrola, nos hace gemir a ambos. Abro su chaqueta de deporte de un solo tirón para meter mis manos también por dentro. Me urge sentir su piel. 

 ¿Dos?, ¿tres segundos más? 

     Eso es lo que dura el beso de Paola. Porque cuando siente mis manos en sus pechos, me aparta de un empujón con su habitual fuerza.

     —No. 

     —¿Cómo? —Esto no me puede estar pasando. Y hablo de mi excitación.

     Mi pene se niega a calmarse y sigue duro a través del pantalón, mi corazón late desbocado por la presión sanguínea que lo enfurece y mis labios todavía palpitan por el beso que Paola me ha rechazado.

     —Que no puedo hacerle esto a Christian —dice ella mientras limpia su boca con la manga. Se ha levantado de la mesa e intenta abrir el cerrojo de la puerta. 

     ¿Se marcha?

     Ya sé que no es bueno que me guste Paola, pero lo hace. Hay algo en ella que me pone de los nervios, y eso es precisamente lo que más me gusta. ¿Las discusiones que me divierten?, tal vez, ¿las disculpas fallidas en forma de besos?, a lo mejor. ¿Esa boca, tentadora y exquisita, y esas manos calientes?  Desde hoy, seguro.

     —¿Me estás vacilando? —pregunto sin poder controlar mis celos, los que he descubierto que tengo por culpa de ese crío.

     Ella me mira soberbia. 

     —Ya me gustaría, Casanova, pero se llama respeto. Y tú deberías practicarlo con Marta. Así que cuando termine con él, te aviso, ¿sí?

     Y sale corriendo mientras me guiña un ojo.

     Juro que Paola me las va a pagar, porque sin poder objetar nada de su estúpido adiós, sé que esperaré ansioso la maldita llamada.

HAGAN SUS APUESTAS ⬇️

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