Primer Asalto1️⃣
—Tienes unas ojeras horribles.
Adoro a mi hermana pequeña y no me importa su comentario. Es normal que tenga semejante aspecto, porque lo que empezó siendo un beso inocente con mi empleado acabó con un maratón de sexo para el que no estaba preparada.
Y es que Christian resultó ser un hombre insaciable, anoche, que me tuvo haciendo ejercicio hasta las tres de la madrugada. Eso tampoco se lo diré a mi hermana. ¡Qué vergüenza!
—Para meterte conmigo hubiera bastado quedarnos en casa de papá, no entiendo por qué me has traído al spá.
—Porque necesitas salir de ese gimnasio un ratito, guapa. Estás consumida.
—Nunca te gustó mi opción deportiva, ¿verdad?
Tomo la mano de mi hermana para que me hable sinceramente, ella baja la cabeza como si me fuera a doler menos lo que piensa de mí.
—No es eso, Paola, pero no puedes olvidar tampoco quién eres —dice manteniéndome ahora la mirada. Luego observa el color negro de mi pelo y entristece, y yo sé que piensa en el rubio que oculto—. Podrás salir del Ducado, pero el Ducado jamás saldrá de ti.
—¿Y para decirme que estoy hecha un asco, tienes que ponerte filosófica? —digo sonriendo cuando la abrazo, no quiero que acabemos enfadadas por nuestras diferencias de opiniones. Nunca la convenceré, ella jamás podrá hacerme cambiar de idea.
A veces pienso que nuestro padre debería delegar en ella las responsabilidades del título, total, como heredera lo haría bien, está mucho más preparada que yo, tiene más paciencia y es más inteligente, si no, mírala, ¡me ha levantado a las ocho de la mañana sin que me pueda enfadar con ella!
Heller firma el pago por anticipado de todo lo que nos harán a continuación, mientras, yo aprovecho para sentarme a tomar un café que me recargue las pilas antes de dejarme dar un masaje.
Sí, esa es la idea de mi hermana de desconexión un sábado por la mañana, hacer que nos machaquen el cuerpo a pellizcos, nos maltraten el cabello y experimenten con nuestros vellos faciales.
Cuatro horas después, ambas salimos con una sonrisa en la cara. A partir de ahora me callaré antes de opinar sobre los masajes profesionales porque el espejo me deja ver a una Paola despierta, relajada y con un brillo diferente no solo en los ojos maquillados, sino en el nuevo color moreno de mi pelo.
—¿Comemos juntas? —pregunta Heller cuando pasamos por el club deportivo.
Asiento. Echo de menos a mi hermana desde que decidí ir por libre de la familia von Barberburg, cuando Heller precisamente tomó las riendas de la representación del ducado y continuó estudiando en Alemania. Decidido. Me gustará pasar el resto del día con ella.
Nunca antes estuve en el club. En mi “deformación profesional deportiva” siempre catalogaré estos sitios como meros escaparates de apariencia, donde la gente finge hacer deporte solo por el postureo es sus redes sociales, cuando en realidad los más sinceros son los que van al restaurante a engordar.
Heller me cuenta la vida de todo aquel que la saluda. Seamos sinceros, mitad cuento, mitad cotilleo. Me río con las ocurrencias de mi hermana y su buen ojo para la cirugía estética, la ropa de imitación, la cartera agarrada o la sonrisa envidiosa de cada uno.
Después de atravesar las pistas de pádel y el hipódromo, riendo como dos niñas traviesas, llegamos al restaurante. Nos dan una mesa junto a las ventanas de la piscina cubierta. Todo muy elegante, muy cool, y espero de veras que la comida no sea muy cara visto el tejido del mantel y la cubertería, o Heller tendrá que invitarme de nuevo.
Me coloco la servilleta en el regazo, riendo todavía con mi hermana, cuando enmudezco de repente.
Hugo está en una tumbona de la piscina, al otro lado del cristal. Esa imagen natural, sencilla, cercana, sin uno de sus insoportables trajes, que tanto detesto de él, me queman las pupilas para quedarse impresa en ellas.
—¿Qué miras con tanta atención, hermanita?
Heller llena las dos copas de agua y yo sonrío tratando de inventar una respuesta. No puedo decirle que miro el bañador rojo de Hugo y esa línea de vello que me indica lo que ha de tener bajo el ombligo. Christian anoche estuvo bien, imaginativo, para nada egoísta y en algunos momentos, hasta divertido, pero yo no pude dejar de pensar en Hugo de nuevo. ¡Es mi hermana pequeña, por dios, todavía espera a que aparezca su duque azul! Quizás no entienda que mi cuerpo esté en la cama con uno y mi mente fantasee con otro.
—Ahora vengo.
Tras decirle a Heller que me sorprenda con la elección del menú, voy a saludarlo.
Me levanto y salgo a la piscina a través de las puertas correderas. No le voy a mentir a mi hermana, pero tampoco tengo que decirle la verdad. Hace años que no hablamos de tíos, ella en concreto no lo hace de Viktor, el que ahora es mi guardaespaldas y mano derecha en el gimnasio, yo no lo hago de ninguno que meto en mi cama después de Jürgen.
No sé qué maldita obsesión me ha entrado con el cuerpo de Hugo que llevo una semana soñando con él desde que lo tocase, y si algo creo que cambiará a partir de ahora, será que no me hará falta tirar de imaginación cuando ande en brazos de otro, me bastará con el recuerdo de ese bañador rojo.
Miro de nuevo, y a donde no debo. Los ojos se me van directos al lugar donde se adivina su…
Pero entonces recuerdo que Hugo es más que una cara bonita y un cuerpo tallado, de infarto. Es una mente interesada.
Le gustan demasiado las mujeres carentes de cerebro, aunque sobrantes de dinero. Y que salga con esas mujeres ya dice mucho de cuáles son sus prioridades. Sin doble lectura que se malinterprete en él, Hugo es ambicioso, interesado y egoísta. Puede que por esto mismo no lo soporte desde un principio.
Demasiadas veces en los últimos años, para mi gusto, le he visto cambiar de coche último modelo, visitar lugares de ensueño, que no están precisamente a la vuelta de la esquina, o fardar de amistades famosas, asiduas a la prensa económica, cultural, deportiva y política del país.
Así que blanco y en botella si tenemos en cuenta la familia humilde de la que proviene. Hugo está con Marta por su dinero, puesto que es la hija de su jefe, el abogado más prestigioso y mediático del país.
Y yo ya escarmenté una vez, para mi desgracia, y maldita la gana que tengo de relacionarme con un nuevo Jürgen en mi vida.
Estaremos en Noviembre, pero la temperatura se resiste a bajar dándome la oportunidad de descansar en la piscina cubierta del club deportivo.
Totalmente relajado tras la semana que he pasado en el bufete —Marta y su puñetero padre acabarán conmigo—, mido mis alternativas de conquista de alguna de las socias para así olvidarme de mi chasco con Laura, anoche. Estoy seguro de que todo se debe a la estúpida idea de romper mi regla en el sexo: sin dinero no se folla.
Ya me ocurrió con Paola la semana pasada y Laura no iba a ser la excepción.
Pero es un nuevo día y no estoy dispuesto a que se repita semejante "bajón emocional". Por lo tanto puedo elegir entre: Relajarme, tomarme un descanso en el sexo y asimilar que solo funciono como un muñeco al que has de meter monedas. O pasar página y empezar de nuevo con otra tía y no dejar que mis hormonas tomen el control de mi cuerpo, otra vez.
Buena segunda opción. Yo me debo concentrar en mi objetivo, ahorrar lo suficiente para dirigir mi propio bufete de abogados.
Y es cuando noto que una sombra me oscurece.
A la mierda el descanso, la meditación y los planes. Seguro que alguna socia con mucho dinero, y muy pocas responsabilidades, ya está dispuesta a alegrarme la mañana. Me dejaré llevar.
Pero al abrir los ojos veo que es Paola.
No, ni hablar. Ella menos que nadie puede saber qué hago con la mayoría de las mujeres que están aquí.
—¿Cómo has entrado? —pregunto mientras me incorporo para ponerme de pie, a su altura.
Trato de no pensar en su tentadora boca que se estira en una sonrisa hipócrita, amargada de verme.
—¿Por la puerta, Casanova? —responde sarcástica, muy de su estilo.
—Paola, joder, no estoy para tus bromas.
La tomo del brazo y la saco de la piscina. Ella, mucho más comedida de lo que es habitual, no levanta la voz, lo que ya me resulta extraño. Se deja arrastrar, sin pelear, hasta los aparcamientos de la salida.
—Aprovecha que no puedo montarte un escándalo aquí, porque estoy deseando darte una patada —dice acariciándose el brazo por donde la he sujetado. Ya no ríe.
—Tienes que irte, no pueden vernos juntos.
—¿Te avergüenzas de mí, gilipollas?
No se trata de eso, lo puedo jurar mil veces. Pero mira, que ella lo piense me facilita su marcha, para no verme yo avergonzado.
Un bochorno a cambio de otro.
Paola se ve una mujer fuerte, de coraje, inteligente y para nada influenciable o esclava de los dictados de la moda, así que olvidará pronto el comentario que voy a hacerle. Yo en cambio, de verme descubierto, no podría volver a mirarla a los ojos cuando salgamos en grupo. No comparemos decir algo de su apariencia desaliñada con lo que yo hago por dinero con mi cuerpo, por favor.
—Claro que me avergüenzas, mírate.
—¿Qué me pasa?
—No sé ni cómo te han dejado pasar de la entrada con esas pintas.
Paola baja la mirada a su ropa, pantalón vaquero, camiseta de publicidad de cerveza y zapatillas de deporte sin marca. Entonces la sonrisa que vi hace unos segundos, tan sincera y bonita en ella, deja paso a unos labios fruncidos de enfado, igual de sincero.
—Pues el otro día en el restaurante no pareció importarte mi ropa para meterme mano.
—No sé en qué estaría pensando.
—Yo te puedo decir, al menos, con qué cerebro pensabas.
Eso por supuesto, que todavía recuerdo cómo me la puso de dura esa ropa enorme que usa. ¿Lo mismo que lo hace en este momento la que lleva puesta?
Hasta el momento del beso jamás me gustó cómo vestía, creo que nunca me volví a mirarla dos veces. Otra puta obsesión que empieza a volverme loco.
—Exacto, pude imaginarte desnuda, así que no es mérito tuyo ni de tus gustos vistiendo.
—Deberías cerrar la boca, Casanova, porque alguien puede partírtela un día.
—¿Y quién lo haría, tú?
Paola da un paso hacia mí para hacerme entender su enfado, yo la sujeto para que no pueda mover ni las manos. Sus brazos pegados al cuerpo, sus pechos descansando en el mío.
Y de seguir así, mirando sus ojos azules a tan corta distancia, me empalmo.
—¿Y bien? Dime que no te gustaría hacer algo mejor con mi boca.
—Sí. Echarle lejía con un embudo y hacértela tragar.
—¿Solo?
Porque a mí se me ocurren ideas más placenteras.
No deja de mirar mis labios, y yo por si acaso hago más estrecho nuestro contacto, ¿qué más me da que no tarde en notar mi erección?
—Pues mira, no —confiesa al fin con un gemido—. También quiero cosértela a besos.
¡Joder, cómo me pone esta tía de cero a cien!
—Hola, Hugo.
Y ese saludo hace que me aparte de Paola de manera brusca.
—Hola, Bárbara —contesto fríamente a la mujer que demanda mi atención
Bárbara está a mi lado, aunque es Paola quien se lleva mi atención, tiene que entender que debe irse de una vez. Ahora con más razón. No puedo permitir que hable con nadie de aquí. Mujeres nucho menos.
—Hoy tengo un rato libre, ¿quieres que comamos juntos? —pregunta sin importarle que esté acompañado, ¡con la rabia que me da eso!
Aunque me venda para el sexo, no soy propiedad de nadie y puedo decidir cuándo prestar mis servicios.
Pero de nuevo tengo que elegir.
Darle explicaciones a Paola delatando mi fama entre las mujeres que, como Bárbara, demandan mi tiempo, mi cuerpo y mis falsas caricias, o largarme a comer con ella sin mirar atrás, sin mirar que Paola está a mi lado, sonrojada por nuestro nuevo acercamiento.
Respiro profundo, me dedico a eso.
Ofrezco mi brazo a Bárbara, quien lo alcanza con una sonrisa, y la invito a irnos, juntos. No quiero darme la vuelta. Ni un grito, ni una mala contestación oigo de Paola a lo lejos.
Mis ganas de nuevo merman. ¡A ver cómo se lo toma Bárbara cuando tenga que regresar a su casa sola y sin follar conmigo!
HAGAN SUS APUESTAS⬇️
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