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Noveno Asalto9️⃣

El saco se me resiste, no acierto ni un golpe. Han pasado casi dos días desde que hablé con Hugo y sigo metiendo la pata en cada movimiento de estrategia que intento elaborar. No me puedo creer que esté esperando, con este ansia desmesurada, a que aparezca por la puerta del gimnasio.

     Christian sostiene el saco al pasar por mi lado.

     —¿Te echo una mano, jefa?

     Sé que no puedo seguir esquivándolo, dándole largas cada vez que cierro el gimnasio y lo obligo a irse a su casa. Es demasiado tiempo hasta para nosotros, que lo hacíamos hasta dos veces alguna que otra semana. Ya ni un beso nos damos, esos sí los esquivo.

     Le digo que sí a Christian, que me ayude, mientras le sonrío para que la tensión que mantenemos desaparezca.

     Él disfruta de mi consentimiento y agarra el saco por detrás con más fuerza, sonriendo también.

     Cuando consigo golpearlo la primera vez, me asalta una gran culpa, ¿cómo puedo decirle que lo nuestro se terminó? 

     Sigo dándole patadas al saco al tiempo que decido que nuestra extraña relación de pareja no intervendrá en nuestra consolidada amistad. 

     Pero cuando más entusiasmada estoy golpeando el saco e imaginando qué le puedo decir, él me dice de quedar al cierre del gimnasio. Y eso solo significa una cosa.

     —¿A dónde vas? —pregunta Christian a gritos cuando lo he dejado abrazado al saco sin decir palabra.

     —A tomar el aire —contesto ya saliendo por la puerta mientras arrojo los guantes al suelo.

     La bocanada de aire entra en mis pulmones, pero no puede darme oxígeno al cerebro para encontrar la manera de decírselo.

     —Vengo a hablar contigo. 

     Me quedo quieta, de nuevo Marta me busca. 

     Y me acabará encontrando. Estoy preocupada por Christian es mejor que no me toque las palmas.

     Sé de su estatura, y si no yerro demasiado en el golpe, le acertaré de lleno en la nariz al girarme con el puño preparado. Marta tiene dinero para operarse, no me preocupa partírsela.

     —¿Qué quieres ahora, Marta? —digo asqueada. 

     —Decirte que aunque Hugo esté pensando en venir a tus clases, no vas a poder separarlo de mí. 

     —¿Sabe él que está contigo? —pregunto riendo. Y es que sin quererlo, Marta me ha hecho feliz. 

     Es cierto que Hugo quiere venir al gimnasio a que le dé clases, y dudo mucho de que lo haga pensando en el deporte. Para eso tendrá primero que quitarse el traje que tanto aprecia, que por otro lado, a mí me vale para darle las clases desnudo. 

     —Aléjate de él, o no respondo. —Y sin saber cómo, me veo arrastrada por los pelos. Menos mal que lo llevo recogido en una coleta alta.

     ¿Cómo se responde a este tipo de agresión?, ¿con un arañazo de manicura francesa?

     Alargo la mano para tirarle también a ella de la melena. Ridículo. Parecemos dos párvulas, a ver quién suelta las greñas de la otra antes. Si mis alumnos se asomasen ahora y me vieran así, perdería toda credibilidad en mis conocimientos de artes marciales. 

     Christian, caído del cielo, es el encargado de separarnos. Coge a Marta por la cintura, mientras ella patalea al aire, y la aparta de mí. La muy hija de puta me ha hecho sudar. 

     Cuando Christian la deja en el suelo, ella grita y sale corriendo por donde ha venido, al menos alguien ha conseguido asustarla. 

     Jamás pensé que siendo cinturón negro en varias disciplinas de lucha emplearía con Marta  un simple tirón de pelos, además de necesitar ayuda extra para quitármela de encima. Me he imaginado de tantas maneras dándole una patada, que eso me sabe a poco. 

                                                     

Vuelvo de una reunión inmobiliaria a mi despacho, como fin de jornada, cuando mi jefe sale del suyo enfadado. Se marcha al hospital, preocupado. Su hija ha tenido un encontronazo con alguien. 

     —Una mujer la ha agredido, y juro por Dios que como averigüe de quién se trata, no habrá abogado que consiga que no se le caiga el pelo.     

     En cuanto sale de la oficina, yo lo hago tras él, solo que tomo la dirección contraria, la del gimnasio de Paola. Sé que ella tiene algo que ver. No puedo llamarlo obsesión, pero me dejo llevar por la intuición. Desde que ambas se conocieron en la fiesta de Raúl he sabido que este momento llegaría. 

     Soy el único culpable de lo que ocurre entre ambas. Por jugar con una, cuando deseo otro tipo de juegos con la otra.

     Y todo porque ayer, la mañana de Navidad, me negué a ir con Marta de vacaciones unos días a la nieve. Le dije que no podía, que empezaba a dar clases de taekwondo en el gimnasio de Paola. ¿Qué iba a saber yo que se lo tomaría tan mal y la liaría con eso?, fue lo primero que se me ocurrió. Estaba deseando encontrar la excusa perfecta para ver a Paola esta semana, tampoco ha sido tan absurdo lo de las clases,  ¿no? 

     Al llegar, Viktor me dice que espere, que Paola está a punto de terminar el entrenamiento.  No es buena idea. Tengo que hablar con ella antes de que lo haga mi jefe y su ejército de abogados, entre los que me incluyo si no quiero perder el trabajo antes de tiempo. 

     —Hola, Casanova —dice sonriendo, y sé que está contenta de verme. 

     Paola abandona una de las colchonetas y se quita el casco y los guantes. El pelo se le queda pegado en la frente, por el sudor, y yo necesito controlar mis dedos que ya quieren apartarlo de sus ojos.

      —No sé lo que ha pasado con Marta…

     —Pues que ha venido a mearte en propiedad—. Y ahora es cuando se pone seria.

      Yo en cambio sonrío, aunque la frasecita en sí no tenga ni puta gracia. No soy propiedad de nadie, y de Marta mucho menos. Eso es lo que precisamente me hace huir de mujeres con dinero, como ella, que piensan que pagando, da igual la cantidad, todo se consigue. Personas incluidas.

    —¿Qué te pasa?, ¿por qué esa cara?

     —Pensé que habías venido por mí —dice un poco desilusionada.

     —Y así es, tenía que avisarte. —Alargo el brazo y toco el suyo—. En menos de una hora puedes estar detenida por agresión y pasar la noche en comisaría.

     Paola levanta la cara, dispuesta a entregarse si fuera necesario. 

     —No ha sido para tanto. Exagera.

     Ha utilizado un tono moderado para ser ella, y solo por eso sé que está asustada. Me gusta la sensación de poder ser yo quien la defienda esta vez, aunque no sea a golpes.

     Me presto a hablar con Rafael personalmente. ¡cualquiera lo soporta como abogado de la acusación!

     Y ya me voy cuando Paola me agarra del brazo.

     —No hagas nada que te perjudique en el trabajo, ¿vale?, yo estaré bien.

     Esa preocupación es nueva para mí. Ninguna otra mujer se interesó nunca por mi bienestar, claro que jamás yo se lo permití a ninguna otra con las distancias que pongo. ¿Quiere decir eso que Paola está más cerca de mí de lo que creo?

    —Te prometo que no lo haré.

    —Gracias, Casanova. —Y al dármelas, me besa en la cara.

     La miro un segundo cuando los dos entendemos lo que ha hecho, lo que ambos hemos sentido. No niego que hubiera preferido que me lo hubiera dado en los labios, pero me conformo por ser un beso suyo, sin rechazo esta vez. Uno que sigue húmedo en mi mejilla. 

     —Todavía no hago nada —confieso sin querer detenerme a pensar en el contacto de su boca. ¿Acabo de excitarme de todos modos?

     —Como sea, te debo una. Y muy grande. ¡Porque menudo tirón de pelos le he dado, creí que le arrancaba las mechas!

     —¿Cómo que las mechas?

     —¿No te lo ha dicho?, lo siento, pero no fue ningún golpe, y eso que  me quedé con las ganas, no creas.

     Nuestra risa se contagia la una de la otra, yo imaginando la situación, ella seguro que recordándola.

    —De todas formas hablaré con Rafael, no te preocupes. 

    —No lo hago —dice sonriendo.

    Pero no me deja marchar todavía, sostiene mi brazo como antes hiciera yo con ella. Los ojos se me van a su mano,  todavía aferrada a mi brazo, una mano que traspasa con su calor el tejido de mi chaqueta. Joder, Paola me eriza el vello solo con imaginar que me toca la piel. 

     —Si estás interesado en tomar clases de lucha, yo puedo adaptar mi agenda para ser tu instructora —se burla al tiempo que me guiña el ojo. 

    —Sabes que no hablaba en serio, ¿verdad?

    —Yo sí cuando digo que te hago un hueco en mi agenda.

      —¿Intentas ligar conmigo, Paola? —le pregunto también con una sonrisa—, porque quizás me salte el proceso de la cita y te bese directamente.

    No se lo toma mal, ella me sonríe también con descaro. Y si sigue haciéndolo de esa manera tan sexi y provocadora, lo voy a hacer. La beso.

     —¿Ligar contigo? Tú lo flipas, Casanova. Solo quiero el dinero de tu matrícula. Recuerda que necesito pasta para el gimnasio. —Y entonces sí que se ríe a carcajadas. 

     —En ese caso tendré que pensarlo. Ya sé que ese mono es muy fácil de quitar. 

     —Payaso. —Pero eso ya no me suena a insulto, será porque ella continúa sonriendo. 

     —Adiós, Maestra. 

     Y le arranco una carcajada sincera cuando junto mis manos e inclino la cabeza como he visto hacer en tantas pelis de karate. 

     

                                                      

Hugo se marcha a enfrentar a su jefe por mi culpa y yo me arrepiento de haberlo dejado ir así, se merece algo más que un simple gracias y un par de risas por mi parte, ¿no crees? Es la primera vez que me dejo ayudar, que permito que me defiendan. Y sinceramente, se está muy bien a este lado donde no tengo que fingir ser fuerte.

     Doy un par de palmas al aire y detengo las clases. Solo faltan cinco minutos para terminar y yo no estoy para peleas ahora con lo que me acababa de pasar. Me he tirado a la piscina con Hugo y lejos de encontrarla vacía y estamparme contra el cemento, me he llevado la sorpresa de que está llena y él me espera dentro, con los brazos abiertos para rescatarme de cualquier problema. 

     —¿Qué quería ese?

     —Nada. 

     —Vamos, Paola, ese pijo no te ha mirado como si no quisiera nada de ti. 

     —Oye, Chris, no puedes hablarme así —le digo intuyendo por dónde va su pregunta. 

     Que nos hayamos enrrollado no le da derecho a montarme una escenita de celos, y menos cuando no tengo nada con Hugo.

     Me dispongo a recoger las esteras. Cuanto antes esté el gimnasio recogido antes se irá Christian sin la excusa de quedarse para ayudarme.

     —Deja eso y dime la verdad. —Él me atrapa del brazo de muy malos modos.

    —Pero ¡qué pesadito te pones, joder! Yo no tengo que darte explicaciones de nada. 

     Me libero de él, convencida de que si vuelve a tocarme, esta noche dormirá calentito. Y no por tenerme en una cama exactamente. Niñato.  

     Él se va sin rechistar. Tendrá veintiún años, pero parece entender perfectamente que una relación se ha terminado. Eso contando que alguna vez tuviéramos una, claro.

     Cojonudo, lo que me faltaba para terminar el gran día de mierda que ha empezado Marta, enemistarme con mi mano derecha en el gimnasio. Y todo por Hugo. ¿Cuándo dejaré de pensar en él?, ¿cuándo dejará él de entrometerse en mis pensamientos? ¿En serio me ha mirado de alguna manera especial cómo para despertar los celos de Christian?  

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