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Decimotercer Asalto1️⃣3️⃣

Mi jefe sigue enfadado. El contrato con Wegener se le resiste y no duda en pagarla con toda la plantilla a gritos. Todos permanecemos en silencio aguantando el marrón que el alemán nos deja como regalito de fin de año. Se niega a firmar con el bufete Quirós mientras siga recibiendo ofertas de otros abogados. Todos menos su hija, claro está, que se cree por encima del resto de los empleados.

     Marta se lima las uñas mientras hace explotar su chicle en una pompa rosa escandalosa. Le importa poco la bronca que su padre nos está echando a los demás. Pero, ¿qué se puede esperar de ella? Siempre ha sido así, se limita a fichar en el bufete solo para decir que trabaja en algo, que luego lo haga de verdad es otra cosa.

     En cuanto Rafael acaba, se marcha a su despacho, así que yo lo hago también al mío. Necesito escabullirme de Marta, cada día la soporto menos, y no voy a dejar que me dé la lata en el bufete y que eso termine por desquiciar a su padre.

     Cierro la puerta y me siento a la mesa, mirando el teléfono encima de ella. Indeciso. Inseguro.  ¿Debo llamar para saber de Bimbo en el veterinario a menos de veinticuatro horas? 

     A solo unos centímetros de distancia, contengo la mano. Dijeron que todo estaba bien, he de controlarme o se me notarán las ganas que tengo de escuchar a Paola.

     Esto no me puede estar pasando, nunca antes estuve celoso por nadie. Yo era el que estaba al otro lado, al que los novios y maridos temían, y ahora resulta que estoy a este otro de una relación.

     Otra cosa que nunca hice antes fue llamar a una tía, yo era el que contestaba según me daba la gana, ¿por qué hago de nuevo una excepción con Paola? Temo que si ella se convierte en todas estas nuevas ocasiones para mí, sea también la primera que me manipula y me humilla después de usarme. Miento, ese honor de ser la primera ya lo tiene Ana.

     Alguien llama a la puerta. No me da tiempo a dar permiso de entrar cuando Marta, como ama y señora del castillo que es, ya está dentro sin ser bien recibida. 

     —¿Tienes corbata roja actual? 

     —¿Perdona? 

     De los pocos temas de conversación que Marta es capaz de seguir sé que derecho civil, penal o  administrativo no están entre ellos, pero de ahí a tener que hablar yo de prendas, colores o estilos al vestir, con ella, pues no, no lo llevo bien. 

     Marta rodea la mesa y se pone junto a mí. Coge la corbata que traigo puesta y se acerca a mi cara. 

     —Para la fiesta de fin de año, Cari. Quiero que vayamos del mismo tono.

     Pues mira, de mis casi sesenta corbatas alguna sí que es roja, pero paso de decírselo, porque paso también de ir con ella. 

     —Aún no sé si iré. 

     —No seas malo… que papi puede enfadarse. 

     ¿Qué coño…? ¿Está tocando mi entrepierna para endurecerme?, ¿busca mi erección? Marta pone un dedo en mi boca y me pide que me calle, que me relaje, que no piense en nada que no sea su tacto y en cómo ella me masturbará. 

     Eso me tranquiliza, no se me levantará. 

     Yo mismo me he hice una paja anoche, y otra esta mañana. Por Paola. Porque desde que me despedí de ella no he podido dejar de imaginarla en ese maldito sofá de su despacho.

     Marta no tiene nada que hacer conmigo. Los ojos azules de Paola parecen observarme en esta habitación, para no hacerme dudar de lo que siento por ella.  

     —Mejor lo dejamos, estoy agobiado —digo  a Marta mientras me levanto y me coloco el pantalón. ¿Ves?, flacidez total. 

     Me dirijo a la puerta para abrirla y mostrarle la salida. Marta camina lentamente hacia mí con un movimiento de caderas que cree hipnótico y que se asemeja mas a una danza ridícula. Y antes de salir me dice:

     —Corbata roja, Cari, no lo olvides. —Y me besa en la mejilla sin importarle que el resto de compañeros nos estén mirando desde sus mesas. 

  

                                                         

Llevo todo el día con un humor de perros y yo misma empiezo a notar que se me agria el carácter para impartir las clases sin ser borde o agresiva. ¡Si hasta he discutido con Christian, provocando su dimisión! 

     Vale, ese no es un buen ejemplo porque esa discusión ha sido el principal detonante de mi asqueroso humor hoy, cuando le dije anoche que no volvería a acostarme con él y él renunció a su puesto. 

     Nos dijimos cosas horribles, la más suave que me dedicó él fue un “no vas a utilizarme como a un jodido vibrador” para añadir un no menos ofensivo “que te quite otro imbécil los picores”, y acabar con un malintencionado “no sé qué hago rogando a una tía desesperada de treinta tacos”. A lo que yo le contesté desde mi madurez de los treinta y dos, exactamente: “quien con niños se acuesta, meado se levanta” y “a ver si encuentras a una de veinte que te limpie los mocos, eyaculador precoz”. Vamos, no me iba a quedar atrás. 

     ¡Si al menos hubiese esperado a que cenara! Pero no, la jodí a base de bien. Hoy todavía no lo veo, no sé en qué andará metido por el barrio.

     Además de la preocupación que tengo por su salud, he de añadir a mi estrés su ausencia en la plantilla de entrenadores a partir de ahora, lo que nos hará perder alumnos en poco tiempo, sobre todo los niños, para los que tenía tan buena mano. Con Christian se me va también la posibilidad de obtener la victoria para el gimnasio dentro de ocho semanas. 

     Mierda. El gimnasio se va a pique antes de lo previsto. ¿Y qué hago yo? Pues pagarlo con los propios alumnos.

     Y todo por Hugo. 

     Por pensar en él cuando se fue anoche, ¡quise decirle tantas cosas!

     Hugo estuvo ahí en mis pensamientos, mientras cerraba el gimnasio, me duchaba o me sentaba a cenar.  Y como no quise que estuviera también cuando Christian tratara de besarme, me opuse a continuar con nuestra farsa. 

     Recojo mis cosas de la estera y me voy  a las duchas. Estoy deseando meterme bajo el agua caliente para aliviar mi malestar, pero el móvil suena haciendo que cambie de planes justo al entrar. 

     —Hola —saludo sin detenerme a pensar que estoy sonriendo.

     Me siento en uno de los bancos por si me caigo de la impresión. 

     —Hola, ¿qué tal tu día? Me he acordado de Bimbo… ¿sabes algo?

     —Sí, he llamado hace una hora y ha pasado bien la noche. Si no se complica la herida, pronto me lo darán —explico encantada de que pregunte por él. 

     —Me alegro mucho.

     —¿Quieres venir a verlo, conmigo? 

     —Claro, avísame cuando vayas. ¿Y tú, cómo estás? 

     —Por Bimbo, bien. Por ti, no tanto —digo aliviada por primera vez en mucho tiempo. Porque me abro de nuevo a alguien hasta el punto de dejarme expuesta y vulnerable sin que una patada pueda defenderme.

     —¿Por mí?, ¿y eso? —pregunta él, e intuyo que se pone serio. 

     —Anoche me hubiera gustado verte regresar.

     —Si es por eso, estoy bien. 

     —Hugo, lo que tenía con Christian…

     —No quiero que hablemos de él, de verdad. Confío en ti.

     —Esa es la cuestión, quiero devolverte mi confianza. Yo también me aventuro en una relación sin tener demasiada experiencia, y espero que me tengas paciencia si ves que meto la pata. 

    —Pues va a ser interesante vernos a los dos experimentando en esto —dice riendo.

     —Quizás debamos empezar con esa cena pendiente.

     —Verdad, que las parejas al parecer quedan para cenar.

     Me río a carcajadas, él precisamente no  parece de esos hombres que terminan el primer plato.

     —Pasemos del restaurante. Dijiste que me invitabas, ¿nos vemos en tu casa? —pregunto riendo.

     Noto que su humor ha dejado de ser espontáneo, el silencio al otro lado me dice que algo no va bien.

     —¿Hugo?

     —Vivo con mis padres, Paola, no puede ser ahí. 

     Mi sorpresa es inmediata, y más por el hecho de haber sido sincero que por no tener vivienda propia.  Otro tío me hubiera convencido de ir a un restaurante o de venir al gimnasio a cenar para ocultármelo, o ya puestos organizaría el polvo en un hotel o en su coche.

     Pero no, a Hugo no le ha importado decirme la verdad de su situación económica. Ya me lo dijo ayer, todo lo que ahorra es para su bufete de abogados, ese del que algún día será el único jefe. Yo, que ahorro de igual manera viviendo en un cuchitril, y busco la manera fácil y rápida de obtener dinero con el campeonato de Muay Thai, no puedo menospreciar su esfuerzo.

     —Vaya por dios, Casanova, y a mí que me pone cachonda la idea de hacerlo en tu cama.

     —Pues vamos a tener nuestra primera discusión de pareja —dice de nuevo riendo en cuanto ha notado la ironía de mi voz—. Porque a mí lo que me gustaría es hacértelo en la lona del ring apoyada contra las cuerdas del rincón.

     —¡Joder! Suerte que yo vivo en un gimnasio, ¿no?

     Y ahora es él quien no para de reír. 

     Hemos resuelto así nuestra primera diferencia en cuanto al lugar en el que "cenaremos" esta noche, lo que ha hecho a su vez que cambie mi asqueroso humor. Mañana ya pensaré en cómo solucionar el pufo del gimnasio ahora que el campeonato no es una opción por la ausencia de Christian.

     

                                                                

No puedo esperar a la noche faltando todavía tres horas. Tengo ganas de ver a Paola en este mismo instante tras colgar el teléfono, la conversación ha prendido una llamita que acabará por quemarme. 

    Salgo de la oficina corriendo en cuanto recojo mis cosas, pidiéndole una ayuda extra a Ramón para que retenga a Marta si se le ocurre seguirme. Él accede muerto de risa dándome una palmada en el hombro, con un “a por ella, chaval” que me suena extraño, ¿tanto se nota mi interés por una mujer, cuando yo mismo me asusto del alcance de ese interés en ella? 

    Quiero darle una sorpresa a Paola sin caer en lo habitual. La cena no estará mal para empezar, pero necesito que tenga algo particular que la haga única entre nosotros. Y me arriesgo con el servicio a domicilio del bar de mis padres, que nunca antes utilicé con otras. 

      Pero todo tiene un precio, que no es monetario esta vez. Mi familia tiene ganas de bromear conmigo y los tengo que soportar.

      Sí, mi cuñado se parte el culo al verme pedir una cena para dos. 

     —Al fin cenas antes de follar, no solo la dejarás tirada —dice. 

     Me cago en él mientras le saco el dedo corazón en un corte de mangas. Y una mierda dejaré tirada a Paola, gilipollas.

     Luego está mi madre, que me besa por toda la cara, emocionada porque al fin me enorgullezco de su cocina humilde con mis amistades. Acaba por darme comida, en vez de para dos, para invitar a todo un harén. 

     Y flipa ya con mi hermana, que cuestiona cada detalle moña que se le ocurre para que triunfe con mi nueva “chica”. Pongo los ojos en blanco. Tendría que dejar de leer libros románticos, que lea mejor los eróticos, así le dará una alegría al gilipollas de mi cuñado que sigue riéndose de mí.

     Total, que de los putos nervios que llevo ya por cenar con Paola,  y que ellos me ponen además de punta, agarro la bolsa de plástico y me largo antes de que salga mi padre de la barra y se una al tribunal cómico, diciéndome además delante de los clientes algo parecido al: si no tienes plastiquito, no metas el pito, que tanto me repitió de crío en la facultad. 

     Llego al gimnasio ya pasadas las nueve de la noche, todo está cerrado. No puedo ver a través del cristal si  Paola está en el despacho, así que le mando un mensaje. 

➡️Tu cena a domicilio ha llegado. ¿Puedes abrir la puerta? 

     Ella tarda unos segundos en responder, que me parecen eternos:

Solo si vas a quedarte a cenar conmigo➡️

     Me gusta su respuesta así que fotografío la bolsa. 

Si no quieres cerrar el gimnasio mañana por indigestión, tendré que echarte una mano con todo esto➡️ 

     No termino de enviarlo cuando el despacho se abre y veo su sombra acercarse a la puerta principal. Aguardo impaciente a que Paola abra cada cerrojo, cada llave, más nervioso de lo que pensé nunca que estaría con ella. 

     —Espero haber acertado con el pedido que he hecho —dice mirándome con una sonrisa. 

     ¿Qué se hace ahora? ¿Entro sin más y me voy para el despacho? ¿O espero a que ella lo haga y la sigo?

     Nunca me vi en una situación parecida. En un restaurante o en una habitación de hotel siempre llego yo el primero, no dejo nada a la improvisación. Calculo hasta el mínimo paso que dar para que la noche dé los frutos esperados. En este momento no lo creo posible en  mi estado de nervios, y más cuando Paola se acerca a besarme en la mejilla para darme las gracias. 

     Y por ese gesto, al fin, sé qué hacer. 

     Dejo caer la bolsa antes de cogerla por el cuello y poder besarla en la boca. Nada de impaciencia, todo con ternura, como ella me recibe, jugando con mis labios antes de profundizar con su lengua. 

     —Creo que deberíamos entrar, se enfriará la cena —digo desvelando parte del secreto. 

     —Siempre podemos dejarlo para el desayuno, ¿no crees? 

     Y sin dejar de besarla apruebo la sugerencia. Por primera vez también, me quedo a dormir con la mujer que comienzo la noche.

HAGAN SUS APUESTAS ⬇️

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