Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Decimoséptimo Asalto1️⃣7️⃣

Nada más entrar al gimnasio la música ya me mata, es trap, para más señas, fusionado con el flamenco. Pienso por un segundo en darme la vuelta, pero es ver a Paola hablar con  Christian y recordar por qué he venido. Por ella, y por verla ahora vestida así. ¡Joder!

     Lleva puesto un mono de Formula 1, cuya escudería es blanca y negra. Esta vez no viste talla de más, el mono se ajusta a su cuerpo como un puto guante, dejándome admirar sus curvas. Ese disfraz, en conjunto con su pelo oscuro, recogido ahora en una cola poco tirante, termina por seducirme del todo.  

     —¿Cuándo dijiste tú que vendrías?

     —¿Qué haces aquí?, ¿no cenabas con Marta en el hotel? 

     —Estás muy mal, tío, ¿y tu disfraz?

     Hostia, mis amigos. 

     No me dijeron que ellos vendrían a la fiesta, claro, que hasta hace un par de semanas me repudiada todo lo que tenía que ver con este gimnasio, no tenía sentido que me lo contasen.

     —Paola me invitó, y no podía faltar. —Y no les miento, no sé por qué me miran así.

     —¿Ah no? —dice asombrado Dani.

     —¿Desde cuándo tenéis esa amistad Paola y tú? —pregunta Jota.

     —¿Y Marta qué ha dicho? —acaba por decir Raúl como el trío tocapelotas.

     Ellos me conocen de sobra, y si yo estoy aquí rechazando las amistades de Rafael, que pueden hacerme prosperar en mi trabajo, es porque debo de tener otro interés mucho mayor en asistir a esta fiesta de barrio. Descartado el dinero que no tiene Paola y que siempre busco en una mujer, solo queda la mujer que es ella, sin más dobleces, aparte de no conocer a ninguna otra que estuviera en el gimnasio que no fueran las suyas.

     Así que se marchan riendo cuando Paola se acerca a mí, no son tontos. 

     Ahora podremos hablar, o discutir, viendo la cara que trae ella, ¿y por qué eso me pone cachondo? 

     —¿Qué coño quieres? —Con su habitual encanto para dirigirse a mí me considero saludado. 

     No hace falta ser un genio para saber que  sigue enfadada por lo del día anterior en el bufete y lo ocurrido antes en el hotel. Pero no me he jugado mi puesto de trabajo rechazando la fiesta de Rafael para que ella me eche a la calle como a un perro. 

     ¿Paola cree que me daré la vuelta solo por no tener disfraz?, qué equivocada está.

     —Sí que vengo disfrazado, ¿o ves muchos trajes de mil pavos como este por tu barrio?

     No estoy muy orgulloso de mi comentario, que una vez más acrecenta las diferencias entre nosotros, pero tengo que reconocer que es el apropiado. 

     Por ahora estoy dentro. 

     Paola no me lo pone fácil, no se acerca a mí para nada. De nuevo me siento fuera de lugar  esta noche, aunque mis amigos y sus parejas se turnen para no dejarme solo en ningún momento. Porque todos parecen conocerse aquí y yo no encajo en ninguna conversación, en ningún grupo. 

     Cuando ya termino el tercer whisky hasta el ritmo de la música trap, la letra ya es otra historia, no me parece tan malo. Aun así, tengo que negarme a bailarlo con una chica que me lo pide, tengo que estar desocupado por si es Paola la que quiere bailar conmigo.

     Y en este mismo momento, que huyo de ella, Viktor se acerca a hablar conmigo.

     —¿Vas a pujar, Hugo? Puedes intentarlo.

     No sé a qué se refiere y ya te puedes imaginar mi sorpresa cuando termina de contarme sobre la subasta de una pelea con Paola. 

     No se me cae la copa de milagro cuando la música cesa, se encienden luces que hasta el momento han estado apagadas y la gente empieza a pedir que Paola suba al ring de boxeo. 

     ¡Es cierto que peleará con el que gane la puja!

     Paola levanta los brazos, cuando sube al ring agachada entre las cuerdas, y todo el mundo enloquece con ella. Da un par de vueltas al cuadrilátero y a mi me parece estar viendo a un boxeador a punto de defender su título, a la espera de que aparezca su adversario.

     —Esto es tan divertido, nunca había visto nada igual —dice Alma,  a mi lado. 

     —¿En serio? —pregunto molesto. A mí no me lo parece, joder, van a pegar a Paola.

     —Pues espera a ver cómo pelea la tía, es una máquina —dice Ruth que lleva solo tres meses dando clases aquí.

     Está visto que ahora tengo que soportar los comentarios de las chicas, que ya bebidas están más graciosas que sus parejas.

     —Creo que Raúl ya tiene musa para su próximo número del cómic. Ese mono me está poniendo cachonda incluso a mí.

     Cierto es que Paola se muestra de lo más sexi delante de todos, y el comentario de Martina es el que menos me gusta si ella es capaz de despertar esos instintos. ¿Desde que descubrí los celos esto me pasará a diario?

     —Pues a mí no me lo parece, debería pelear en chándal, es más cómodo. —Pero mi propuesta no es tenida en cuenta.

     —Estás muy rarito tú esta noche, ¿no? —dice Ruth riendo.

     —Y muy cabreado también.

     De pronto todos callan para dejar hablar a la anfitriona, será ella misma la que lleve las cuentas de la puja.

     —Comenzamos con veinte euros, chicos —dice Paola al tiempo que alguien levanta la primera mano—. Muy bien, los veinte primeros han roto el hielo. Allí veo los veinte segundos. —Y señala otra mano—. No os detengáis, chicos, por desgracia son muchos niños.

     Busco a Viktor y le pido que me explique qué es eso de los niños.

     —¿He oído cincuenta, agarrados? —sigue diciendo Paola.

     Cuando dice la nueva cifra, todas las manos que antes, siete en total, ofrecieron veinte euros, ahora lo hacen con cincuenta. Según Viktor, en esta peculiar subasta, cada uno dona lo que ofrece en último lugar, así que Paola ya ha recaudado trescientos cincuenta euros en la segunda ronda, sin contar que alguno suba su propia apuesta en la siguiente. 

     Por el momento, Alma tiene razón, todo me está resultando alucinante. Desde los comentarios de Paola para picarlos a subir sus ofertas, hasta los que se niegan en rotundo a subirla, y no precisamente por el dinero. Temen que Paola los deje en evidencia, incluidos mis amigos, que no pensaba yo que fueran tan cagones para rendirse en los ciento cincuenta. 

     —Doscientos euros —grita alguien haciéndose oír por encima de las risas de todos.

     Paola sonríe y pone la cifra de doscientos en la nueva ronda. Dos personas más pagarán los doscientos. Que ya sumados al resto, alcanzan la considerable cifra de mil ciento cincuenta euros.

     —Trescientos euros —chilla el mismo tío de antes.

     Miro de nuevo a Paola, ya no sonríe tanto. Luego busco entre la gente y veo cómo algunos golpean la espalda de Christian, riéndose de su proeza.

     —Chris ofrece trescientos, ¿no hay nadie que lo supere? —pregunta Paola, y  tengo la sensación de que no quiere pelear con él. 

     Y justo en ese momento es cuando los celos se concentran en mi garganta para hacerme gritar. 

     —Doblo lo recaudado. 

     La gente deja de hablar y reír para poner toda su atención en el tío de smoking, que parece que se haya confundido de fiesta. O sea yo.

     Estupendo, si ya antes era el raro que no encajaba en este lugar, a partir de ahora sí que no lo haré. No descarto que me echen a patadas por haberles jodido la diversión de la subasta, porque ¿qué pelea van a ver de mí  que no sé ni cuál es el guante derecho? Dani niega con la cabeza. Jota se tapa la cara con las manos y Raúl sonríe como si le estuviera gastando una broma. Al parecer soy el único que confío en salir airoso de una paliza de Paola. 

     —¿Quién le explica a este pijo que no dobla los trescientos euros? —dice Christian riendo y sin dejar de mirarme. Sus colegas vuelven a darle palmadas en el hombro, ¡cómo si eso fuera de admirar! 

     La única que me llama pijo es Paola, a la única que se lo permito es a ella, y el niñato de Christian no va a venir a acrecentar ese abismo entre nosotros con ese comentario.

     —¡Dos mil novecientos euros! —grito para que me oiga Christian, para que oigan todos que lo he entendido desde el inicio.

     Mis amigos acuden a mi grito, y los de Christian, que antes lo felicitaban tan felices, tienen que agarrarlo para que no se me eche encima.

     —Conoces las reglas, Chris —dice Paola consiguiendo que se esté quieto. Yo miro a esa bestia humana frente a mí, agradecido de que ella me haya echado una mano.

     —¿Estás loco, tío?, no te sobra el dinero —dice Raúl sin reír ya. 

     —No, no me sobra —contesto sin hacerle mucho caso porque miro a Paola. 

     —Lo necesitas para abrir tu bufete —vuelve a insistir Jota. Y como profe de matemáticas que es ya habrá calculado que tardaré dos meses más en volver a reunirlo.

     —Sí, lo necesito para el bufete —contesto sin dejar de mirar a Paola,   quien me mantiene la mirada. 

     —¿Entonces qué?, ¿se te ha ido la puta cabeza para malgastarlo? —¿Es que Dani no piensa comerle la boca a Alma y callarse de una vez?

     —Ahora quien lo necesita es Paola para esos niños —digo más pendiente de ella, que organiza ya la pelea con Viktor, que de mis amigos.

     —Estás loco, de verdad que sí. —Y ya no oigo quién de los tres me lo dice porque se van y me dejan solo.

     Me doy cuenta entonces que tengo una pequeña posibilidad de ganar, porque no todo es cuestión de fuerza y técnica. Y yo en mañas voy sobrado. Mírame, abogado y con doble cara.

  

                                           
Me pongo los guantes mientras en la esquina contraria Hugo se quita la chaqueta del esmoquin. Dejo de mirarlo cuando se desanuda la pajarita para no acabar lamentando mi falta de concentración, porque aun tratándose de un inexperto como es él tengo el presentimiento de que será la peor de mis peleas.

     Paciente, Hugo espera a que Viktor le ayude a ponerse sus guantes. Le ordeno que use casco, chaleco y protector dental, no voy a arriesgarme a que se me escape un golpe, bastante cabreada ando ya con su intromisión en la subasta como para medir mi fuerza. 

     Pero para llevarme la contraria, una vez más, él se niega. 

     —No sé qué hace ese tío aquí. 

     —La entrada es libre, Chris, tú mejor que nadie lo sabe. 

     —Pero no pertenece al gimnasio, no tiene mucho sentido que pelee contigo.

     Christian está muy pesadito, pero yo se lo explicaré una vez más.

     —Todo esto es por el bien de  los niños, no importa de quién provenga el dinero.

     —Y como a él le sobra y puede pagarlo, ¿no?

     —¿Qué insinúas?

     No necesito preguntarlo, ya conozco su doble sentido. Christian me acusa de interesada. Lo que más detesto en el mundo. 

     Lástima que tenga los guantes puestos porque lo que más me apetece es darle en la cara, sí, pero con la mano abierta.

     No quiero oírlo más y me dirijo al centro del ring. 

     Viktor hará también de árbitro, sin saber hasta qué punto nos hace falta uno si Hugo no tiene claras las reglas. Más bien creo que lo necesito yo para parar la pelea si se me va la intensidad de los golpes. 

     Por primera vez, desde que lucho, odio el ritual de inicio del combate. Ambos, frente a frente y escuchando lo que Viktor nos dice, o pareciendo que lo hacemos porque no dejamos de mirarnos a los ojos en todo momento. ¡Como si nuestras miradas fueran suficientes para intimidar al otro! 

     —Recuerda que es mi primer combate, no seas tan dura conmigo —dice para después guiñarme el ojo.

     —Voy a dejarte sin aliento, Casanova —amenazo en primer lugar cuando le doy un golpe sobre sus guantes. 

     Hugo no se mueve, solo inclina la cabeza para hablarme al oído.

     —Yo también te dejaré sin él. Luego, cuando follemos al hacer las paces. —Y a continuación lanza un beso al aire.

     No espero a que Viktor diga que podemos empezar, Hugo se lleva el primer puñetazo en el estómago. Que se joda. Él acaba de golpear el mío sin rozarme siquiera. Sus palabras, sobre todo ese susurro de “follemos”, se han metido en mis entrañas hasta hacerme retorcer de dolor.

     Hugo no lo soporta y se inclina para encontrar alivio. La gente comienza a chillar que el pijo no me dudará un asalto si sigo golpeándolo así, a traición, que vaya mierda de pelea van a ver. 

     No es mi culpa. Ha pagado más que nadie.  

     Pero tienen razón, no le daré tan fuerte la próxima vez para que el espectáculo sea completo.

     Cuando Hugo se repone, me mira sonriendo. Yo le doy esta vez en la boca. Su culpa es, que tiene esa sonrisa tan bonita. Tan perfecta. Tan sabrosa. Tan caliente que no dejo de pensar cómo recorre mi cuerpo.

     Y es cuando me doy cuenta de que este último golpe es mi perdición.

     Como le he hecho sangre en el labio inferior, Hugo se la quita con la lengua. Él no podría habérsela quitado con el guante, o en su defecto con el antebrazo, noooooo, él tenía que sacar la legua para limpiarse la herida. 

     Y yo, que no me resisto mucho a esa boca, que digamos, caigo de inmediato hipnotizada por ella, momento que aprovecha Hugo para darme una patada en la cadera.

     La técnica no es muy buena, pero emplea toda su fuerza para desplazarme. Está a punto de tirarme al suelo junto a mi condición de imbatible. La jefa recibe un golpe del que no se repondrá. 

     Pero lo hago. Aunque no lo suficiente como para verlo venir. 

     ¡Maldito beso!

     Hugo me agarra la cara incluso con los guantes puestos, y planta sus labios en los míos. Con los ojos abiertos por la sorpresa, no pudo rechazarlo. Más bien no quiero, porque no me cansaré nunca de decir que me gustan demasiado sus besos. 

     Hasta que cierro la boca tan fuerte que él no puede profundizar con su lengua. Podría darle otro puñetazo en el estómago. De hecho, no me lo pienso dos veces y lo hago, dejándolo K. O del dolor.  

     Todos callan de repente al ver mi reacción, el golpe que le he dado, para luego quedarse con las bocas abiertas cuando tomo la peor decisión de toda mi carrera profesional. Tirar la toalla. Vamos,  lo que viene siendo arrojarla a los pies de Viktor. 

    Ya no se oyen las voces ni quejas de la gente, se dan por enterados. Sin pelea que merezca la pena ver, comienzan a beber de nuevo cuando suena la música a todo volumen. El show se les ha acabado, pero no por ello van a dejar de divertirse. 

     Hugo se pone de pie frente a mí,  me sonríe de nuevo para dar por finalizada la pelea. Quizá esté aturdido del golpe todavía, porque sigue con ganas de fastidiarme. 

     —Paola. —Hugo me llama cuando ya tengo levantadas las cuerdas para salir del ring. Agachada, me giro para mirarlo—. No ha sido tan difícil hacer que te rindas ¿eh? —dice el muy fantasma, con esa sonrisa que ni la herida afea.

     —Bueno, es a lo que estás acostumbrado ¿no, Casanova? A que las mujeres nos rindamos contigo —le contesto mientras bajo de un salto.

     Ahora sí, la fiesta y el año nuevo terminaron para mí. 

                                                          

Tras el golpe en el estómago y el puño que ha alcanzado mis dientes, pensé que Paola me daría una paliza, por eso todavía no me puedo creer que haya acabado todo en menos de cinco minutos, y encima, tengo que agradecerle que tirase la toalla. 

     Si me llego a imaginar que la donación a su causa sería el desencadenante de un nuevo alejamiento entre nosotros mejor la hubiera dejado pelear con Christian, por lo menos a él sí que le hubiese partido la cara.    

     Durante unos segundos me quedo sin saber qué hacer cuando ella se marcha. ¿Qué más quiere? Estoy aquí, en su fantástica fiesta después de su rechazo en el hotel y ella no se ha dignado a mirarme cara a cara. 

     No se lo voy a permitir. 

     La sigo aun a riesgo de matarme entre las cuerdas del cuadrilátero. 

     Hasta que los pesados de mis amigos me impiden alcanzarla justo cuando ella sale ya a la calle.

     —¿Qué ha sido eso, te gusta Paola? —pregunta Dani.

     —¿Estás con ella? —continúa Jota.

     —Mierda, ahora no podré dibujarla sin que me partas la cara antes, ¿verdad?

     ¡Qué listos son todos! ¿Y qué les ha dado la pista definitiva, el beso? Porque yo me inclino por una única opción. Dar tres mil pavos para que otro ni la toque. Lo del beso ha sido como diría ella, una de mis estrategias retorcidas de conquista.

     —Decid algo que yo no sepa. —Y voy tras ella de verdad. 

     Salgo a la calle, muerto de frío, y la veo alejarse mientras patea una caja del suelo.

     —¡Quieta ahí, Paola, tenemos que hablar! —grito, llamando su atención. Paola se da la vuelta y no me gusta lo que veo. Ya no quiero gritarle, no si ella no está en condiciones de defenderse, no soy tan cabrón—. ¡Ey! no puedes llorar ahora —digo sonriendo—, ¿qué discusión sería entonces si yo vuelvo a ganarte?

     Sus ojos, a punto del llanto, se relajan en una sonrisa, una preciosa y sincera, pero que no le dura demasiado. 

     Paola rompe a llorar. 

     Con cautela, me acerco hasta poder abrazarla, no quiero que me muerda, o en el peor de los casos, me dé un rodillazo en los huevos. No sé por qué, pero tengo la sensación de que no es una mujer que se deje consolar. 

     —Yo no he perdido, idiota. Nunca pierdo —entiendo a través de sus hipidos de llanto.

     —¿Ah, no? ¿Y lo de ahí dentro qué ha sido? —digo en un intento de animarla.

     —Es la primera vez que me rindo, no te lo tomes como algo tan heroico.

     —¿Sabes algo? Me gusta ser tu primera vez en esto también, eso quiere decir que siempre te acordarás de mí cuando quieras rendirte.

     Paola se aparta para mirarme a los ojos, puedo ver en los suyos un gran descubrimiento por lo que le he dicho, pero no identifico el porqué de su verdadero asombro. Como respuesta beso su rostro en un gesto que ella me permite para secarle las lágrimas. 

     —Siento mucho todo lo que te dije ayer, Hugo, de verdad, es hablar del dinero, del interés en él, y me vuelvo una descerebrada.

     —Ya está todo olvidado —digo volviendo a besar sus ojos.

     Paola suspira en un intento de seguir hablando, antes achica los ojos ya sin rastro de lágrimas, interrogándome con ellos.

     —¿Por qué estás aquí, Hugo? 

     —Dios mío, Paola, deja de preguntar estupideces o nunca nos entenderemos.

     Me acerco un poco, lo justo para tomarla de la cara. La miro a los ojos y ella me sonríe, podría asegurar que por diversión. Me contagio de sus risas, sin queja alguna porque nuestro primer beso de reconciliación no se da.

     —¿Y ahora qué te pasa? 

     —Deberías quitarte los guantes, Casanova,  el mono que llevo tiene la cremallera atrás. 

HAGAN SUS APUESTAS⬇️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro