Decimoquinto Asalto 1️⃣5️⃣
Despertar con Hugo me llena de energía positiva. A menos de cuarenta y ocho horas para terminar el año, y como deseo y propósito de año nuevo, ya no estoy tan angustiada por mi deuda. Confío en que la renuncia de Christian no precipite el cierre del gimnasio y pueda pensar con calma cómo obtener el triunfo en el campeonato de primavera.
Con una sonrisa, me acerco a mi nuevo amigo Ramón en la recepción del bufete. Voy a ver a Bimbo y se me ha ocurrido que a Hugo podría gustarle acompañarme al acabar su turno, puesto que esta noche quizás no nos veamos, ceno en casa con mis padres.
—Hoy no puedo dejarte pasar, Paola —dice Ramón preocupado, mirando de un lado a otro. Llega a contagiarme su incomodidad—, los ánimos aquí están crispados por el jefe. Lo siento.
Que no se hable más, dejaré de insistir. No me perdonaría que alguno de los dos tuviera problemas por mi culpa. Me giro para marcharme sin haber visto a Hugo.
—¿Paola?, ¿qué haces aquí? —pregunta Hugo desconcertado.
Me ha pillado antes de coger el ascensor. Miro las carpetas que lleva en las manos, está hasta arriba de trabajo y yo no podría haber escogido peor momento para venir a molestarle, con su jefe rondando.
Pero sin remedio ya a mi intromisión, me decido a invitarle.
—Hola, sé que no es el mejor momento. Ramón me ha dicho que estás muy liado, así que solo será un minuto.
—Claro, dime.
—Ha pensado en ir a ver a Bimbo, al veterinario. Si quieres te espero.
—Ahora estoy ocupado, lo siento —dice al levantar los papeles, al menos sonríe—, tengo mucho que hacer todavía.
—Está bien, lo entiendo. ¿Cuando regrese de casa de mis padres nos vemos en el gimnasio?
Hugo sonríe dándolo por hecho. Yo le devuelvo la sonrisa cuando además me coge una mano para besarla.
—No hay nada que desee más que volver a desayunar contigo.
Los dos, como dos tontos, sonreímos. Sonrisas que luego nuestros ojos profundizan al conectar durante segundos de silencio.
Retiro la mano que Hugo me acaricia, porque las ganas de meterlo en su despacho para probar esa enorme mesa siguen en mí desde el día que me besó ahí dentro, y están creciendo conforme más me toca ahora.
—Me voy, no te molesto más, tengo que ir a ver a Bimbo y a por el disfraz de mañana.
—¿Disfraz? —Hugo se queda pensativo por lo inesperado y extraño de mis palabras.
—La fiesta de fin de año es de disfraces, ¿no lo sabías? Deberíamos hablar más y besarnos menos —digo de manera pícara recordando nuestra última cita de anoche.
Hugo me sonríe de nuevo, y mucho, dejándome sin palabras.
—No es que me disfrace a menudo. De hecho nunca lo hice, creo —medita sonriendo.
—¿Quieres que te alquile uno para tu primera vez? —pregunto muerta de risa—, aunque no sé si tendrán disponible el de Giacomo Casanova.
Las risas se intensifican entre ambos, hasta que nos vienen a interrumpir.
—Cari, ¿tienes el documento que necesita papá?
La sonrisa de Hugo me había hecho perder conciencia de dónde me encontraba, pero para eso está Marta con su voz de pito, para hacerme volver a la tierra.
No contenta solo con haberme jodido el momento íntimo con Hugo, se agarra a su brazo.
Muero al verlos.
Esa imagen de la pareja perfecta que un día fueron me da ganas de vomitar. Hugo, junto a ella, representa todo lo que me negué a ver en él. Mis fantasmas del interés y la codicia se materializan en el hombre que me gusta tanto, la ambición y el egoísmo de los que una vez prometí huir siempre estarán ahí, a su lado, como lo está Marta ahora.
Es evidente que Hugo todavía no se desvincula de ella. Esta vez no he tenido que decir que tengo dinero para salir herida, lo tiene otra.
Ya nada tengo que hacer aquí, así que me obligo a mover el culo hacia la salida.
—Yo… ya me iba.
—Sí, anda, vete, encanto —dice Marta
Y sigue con todos los dientes en la boca porque estamos en el lugar de trabajo de Hugo, que si no, la patada que se hubiera llevado por llamarme encanto hubiera sido de medalla de oro olímpica.
—Espera, Paola, hablábamos de la fiesta de mañana.
—Da igual, otro año será —le digo ya dándome la vuelta.
—¿Qué fiesta de mañana?
Marta no solo nos interrumpe y me echa a la calle, sino que además pretende enterarse de todo. Pues bien, no seré yo quien se quede para decírselo, me voy.
Pero no cuento con esa voz chillona cuando espero el ascensor y la oigo.
—Cari, no habrás olvidado la cena en el hotel, ¿verdad? Porque mi padre se enfadará mucho si no vienes, y yo tengo listo el vestido rojo...
¿Es que el ascensor no piensa llegar antes de que tenga que escuchar la respuesta afirmativa de Hugo? Deseo estar cerca de la escalera para huir, pero no la veo por ningún lado
Cuando al fin llega el ascensor, él me retiene por el brazo.
—Puedo ir más tarde a la fiesta del gimnasio contigo, pero ahora no es el mejor momento de rechazar a mi jefe en su propia fiesta.
—Ya… por tu trabajo.
—¿Por qué lo dices así? —pregunta soltándome de pronto.
—Porque no creo que ese hombre te pague por entretener a su hija, ¿no?
Hugo se queda blanco al oírme.
Es oficial. Saberlo al lado de semejante tipa me retuerce las entrañas. ¿Por qué no hacérselo saber a él? Yo he terminado con Christian, qué menos que él lo haga con Marta.
—Sabes que el bufete no está en su mejor momento, Paola.
—No importa, no tienes que explicarme nada. Es mejor acabar con esto ahora que estamos a tiempo.
—¿A qué te refieres?
—A ti y a mí
—No me puedo creer que quieras terminar conmigo. Ya veo dónde quedó toda tu confianza —dice antes de apartarse de mí.
Hugo no tendrá vena en la frente que se le hinche, pero empiezo a conocerlo demasiado como para pasar por alto sus labios fruncidos y su nariz abierta.
—Lo siento, Casanova, pero está claro que somos una pérdida de tiempo. Tú prefieres relacionarte con gente de porcelana que bebe champán de trescientos euros la botella.
La mirada seca que intercambiamos y el enorme silencio entre ambos ya no nos hace cómplices en nuestros deseos, como ocurre otras veces. Este tiempo muerto es más agresivo, puede llegar incluso a lastimarnos, ya que nos da lugar a pensar la respuesta más hiriente.
Y es Hugo quien lanza el primer golpe.
—Me estás ofendiendo con tu comentario, Paola. Y no sabes cuánto. Tú no conoces una mierda de mi vida, de lo que prefiero, o de lo que tuve que hacer para llegar aquí.
—Puede ser que no lo sepa, pero conozco muy bien a los de tu clase.
—¿Los de mi clase?
—Los que prefieren un exterior deslumbrante, como Marta, solo para poder brillar ellos a su lado.
De pleno. Acierto de pleno a juzgar por su cara esta vez. ¿Sorpresa? ¿Temor? ¿Vergüenza? ¿Rabia? ¿Asco? Son tantas las emociones que veo en él, que Hugo no tiene que pensar demasiado para devolvérmela, puede emplear cualquiera de ellas como motivación.
—Creo que ya lo entiendo, jamás tendremos algo en común tú y yo, ¿no es eso? Pues será mejor que me quede con Marta, ella sí sabe apreciar un buen champán.
Aprieto la mandíbula, mala señal, siento la vena de mi frente palpitar, solo que en verdad esta vez quiero contener las lágrimas, ¿es que se me ha abierto el maldito grifo lacrimógeno con el atropello de Bimbo y soy incapaz de levantar la pierna con Hugo?
Menuda blandengue me estoy volviendo.
La Paola que he sido hasta hace unos días se hubiese defendido de un tipo tan engreído, chulo y cobarde. Pero al parecer la imbécil que soy ahora está hipnotizada y sigue viendo un valioso interior en él debido a un par de citas.
—Lo siento, lo siento mucho, Paola. Discúlpame —dice de inmediato—. No he querido decir eso. Yo no quiero estar con ella, es contigo con quien quiero estar, ¿es que no lo ves?
—No lo sientas, te estabas defendiendo, así me haya dolido tu sinceridad.
—¡Paola, maldita sea!, te estoy pidiendo que me escuches —dice bloqueando la puerta del ascensor en el que yo ya he entrado—. La que se empeña en poner siempre distancias que no entiendo entre nosotros eres tú, no dejas que esto avance, no te involucras conmigo, y a la mínima oportunidad, me culpas por ello, sin saber por qué. No permites que te conozca y parece que no quieras conocerme. Yo también tengo mis problemas económicos ¿sabes?, y solo intento resolverlos de la mejor manera que sé.
—Perfecto, Casanova. No quiero saber lo que te ocurra en el trabajo a partir de ahora, y en tu vida personal mucho menos.
Las puertas se cierran y puedo respirar tranquila. Y contenta. Porque de blandengue nada, solo he tenido un lapsus, estoy mal por el accidente de Bimbo, por la desaparición repentina de Christian y por la pérdida inmediata del gimnasio. Nada que la Paola de siempre no sepa arreglar.
Estoy de regreso.
Otra vez discuto con Paola sin saber por qué. ¡Joder, joder, joder!
No pensé que la vería aquí en el trabajo. No es algo que me dijera esta mañana cuando me dio el beso de despedida al despertar en su cama, y ha sido una enorme sorpresa para mí, de esas que jamás me hubiera sentado bien viniendo de otra mujer por querer meterse en mi terreno privado.
¿Y todo para qué?, para mandar nuestra relación a la mierda.
Estoy harto de que me juzguen sin conocerme previamente, eso es lo que hace que no encaje en ningún lugar. Me ocurre con los pijos a los que defiendo en el trabajo, para los que solo soy parte del proletariado, al igual que en el barrio me rechazan por ser yo el cabrón capitalista.
Mi puta obsesión de siempre, la que hace que me defienda a muerte: el poder que da el dinero con una tía de por medio que me gusta. Aunque esta vez la historia no se repita del todo como con Ana. Paola no me echa en cara mi falta de recursos, como hizo en su día mi novia de la universidad, sino que odia que me exceda en ellos.
Al parecer da igual cómo actúe, la termino jodiendo con ellas. Con o sin dinero.
Paola debe de entender que no puedo mandar a la mierda a Rafael Quirós y su ruina de bufete en este momento. Pero ¿lo hace?, ¡noooo! Ella prefiere alejarse de nuevo y rendirse sin intentarlo.
Me encierro en el despacho después de ver cómo el ascensor llega a la planta baja y Paola no ha regresado a hablar conmigo
—¿Qué te ocurre, Cari? —pregunta Marta mientras me acaricia el pelo. Muevo la cabeza en un gesto inapreciable para que deje de hacerlo.
¿Cómo coño ha entrado aquí?, ¿abriendo sin mi permiso? Menos mal que ha tenido el acierto de cerrar la puerta tras ella, de verdad no quiero que mis compañeros la vean conmigo una vez más.
—La negativa de Wegener a recibirme no me deja pensar en nada que no sea su contrato en este momento —miento como un bellaco.
Me ahorro decirle a Marta que ella no lo entendería, de hecho no entendería nada relacionado con el bufete, pero es la hija de Rafael Quirós, su heredera, ¿qué más da que no sepa hacer ni la O con un canuto? Eso suele ocurrir con la mayoría de gente que nunca trabajó, lo quieren todo por delante sin esfuerzo alguno.
Y después de eso intento regresar a mis obligaciones, aún tengo que tapar las malditas maniobras de mi jefe para conseguir una inyección de dinero.
—Seguro que no es nada, pero no deja de preocuparme —digo para ver si se va ya de mi despacho.
Pero de nuevo, lo que Marta no entiende es la indirecta. Se acerca a mí, ahora por detrás. Desliza sus manos por mis hombros y se inclina para besarme. Esta vez en la mejilla.
—Marta, no.
Le cojo las manos y las separo de mi cuerpo.
—¿Cómo dices? —pregunta ella por el desplante.
Estoy en una encrucijada. Por un lado tengo a Marta junto a mi cabeza en una guillotina, en el bufete, y por el otro a Paola, la única que deseo que se adueñe del resto de mi cuerpo y de mi vida para siempre.
—No me malinterpretes. Es que esto me satura. No he hecho más que currarme el contrato y Wegener se niega a recibirme, una y otra vez —digo apoyando los codos en la mesa, y la cabeza en las manos.
He mentido, y de qué manera, me ha salido hasta natural. Hasta hace dos días yo mismo me lo hubiera creído, pero ahora sé, y estoy seguro, que es por respeto a Paola que no quiero que me bese.
—Haber empezado por ahí, Cari, tienes razón, ha sido un día agotador.
Y ella, que no coje las indirectas, o no quiere cogerlas, lo intenta de nuevo, encontrando la misma respuesta por mi parte, eso sí, algo más brusca para que no me enganche la boca.
—¿Sabes?, me alegro de que estés atormentado por el contrato de Wegener, porque eres el único responsable de lo que le ocurra al resto de estos inútiles.
La detengo antes de que llegue a la puerta.
—¿Qué has querido decir?
Marta me sorprende con una sonrisa nueva, hipócrita diría yo. Me da la impresión de que no es tan tonta como aparenta.
—Te lo digo cenando. Recógeme en casa a las diez, yo reservo. Y no tardes, Cari.
No, si de tonta no tiene un pelo. Acaba de chantajearme y con una indirecta muy bien estudiada.
Como siempre en los últimos años, mis padres me permiten faltar a la cena de fin de año en la embajada, acabaron por comprender que es una lucha perdida conmigo mucho antes de iniciarla siquiera. El chantaje emocional, a mis treinta y dos años no surte efecto como ocurre con Heller, ¿qué me importa a mí que me quiten las tarjetas de crédito o el pasaporte? Desde que vivo en el barrio no los necesito.
Pero la paciencia de mi padre tiene un límite que ni yo misma me atrevo a rebasar siendo su ojito derecho, por supuesto Heller es el izquierdo. Por eso me toca ir a verlos "por voluntad propia" el día antes de que acabe el año, para acabarlo de verdad en paz, o el Duque es capaz de mandarme a su ejército y asegurarse de que no falto a cenar con ellos.
—Estás muy callada, ¿tengo que preocuparme? —dice Viktor mientras yo miro por la ventanilla trasera del coche.
De nuevo olvido que es su amigo. Sentado al volante del coche del Duque, esta noche Viktor ejerce de chófer aparte de guardaespaldas.
—No.
—¿No? Desde que has regresado de ese bufete algo te pasa. ¿Quieres que le dé una paliza a alguien?
Hay algo en lo que no había pensado desde el día anterior, en nuestra discusión por culpa de Hugo. Y por nada del mundo quiero que Viktor me mire jamás como lo hizo. Oírle hablar como cuando éramos adolescentes me reconforta ahora que seguimos siendo los mismos.
—Me alegra que todo siga bien entre nosotros.
—No podía ser de otra manera, Duquesa. —Y veo su guiño a través del espejo retrovisor.
—Dime una cosa, Viktor, ¿crees que mi relación con Hugo puede terminar porque sus prioridades sean otras? Está visto que no opinamos igual en cuanto al dinero.
—Déjame investigarlo y lo sabremos.
—Que no, pesado —digo riendo y dándole un golpecito en el hombro–. Dime tu intuición nada más.
—Por lo que he observado…
—… y los dos sabemos que eres un gran observador, y un mejor oyente —interrumpo sonriendo.
—El mejor de los espías —contesta él sonriendo ampliamente—. En lo único que he visto que tiene interés, ese tío, es en ti, que conociendo tu carácter de mierda no es poco, pobrecito.
¡Será tonto! Le doy una colleja, riendo. Viktor me mira por el espejo retrovisor con una sonrisa que sé interpretar de manera sincera y que nos vuelve a conectar como amigos, como hermanos.
Mi móvil suena en un mensaje y le pido a Viktor un segundo para poder contestar.
Se trata de una invitación a la fiesta que mañana por la noche tendrá lugar en el Hotel Continental. Remitente: el bufete Quirós.
SÉ QUE NO TENGO EXCUSA PARA LO QUE HA PASADO HOY. PERO SI ME PERMITES COMPENSÁRTELO, TENGO UNA INVITACIÓN QUE HACERTE.
¿TE GUSTARÍA VENIR CONMIGO MAÑANA A LA FIESTA DEL BUFETE?
POR FAVOR, DI QUE SÍ
—Di que sí.
—¿Qué? —pregunto a Viktor.
—Has sonreído, tiene que ser de él. Dile que sí a lo que te pida porque lo estás deseando.
—¿Ahora no solo pinchas teléfonos, sino que también te dedicas a leer facciones?
—No. Pero las tuyas son bastante fáciles de interpretar.
—¿Y qué te dicen de mí?
Pongo cara de burla, lengua fuera y ojos bizcos. Mi buen humor de pronto ha regresado, y si es cierto que Viktor puede leer mi sonrisa, no tendrá dudas.
—Que estás enamorada.
Para estar de broma, su respuesta no me hace gracia. El tema amor es serio para mí, y más con mis antecedentes, los que el propio Viktor conoce en primera persona a menos de cinco metros de distancia.
—No me lo tengas en cuenta, Paola —dice al ver que me quedo callada, sin ganas ya de reír— y aunque no lo parezca, estoy contento por ti. Ya te tocaba.
—Bueno, si estás tan seguro, tendré que hacerme a la idea de que quizás sea cierto. Por lo pronto mañana vamos tú y yo de cena al Hotel Continental. Heller se morirá de envidia en cuanto lo sepa.
Reimos juntos, y es que ambos sabemos la cara que se le quedará a mi hermana cuando le diga esta noche que vamos a ese Hotel sin necesitar su ayuda para entrar. Tengo una invitación que no rechazaré.
HAGAN SUS APUESTAS⬇️
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