Decimonoveno Asalto1️⃣9️⃣
Tenía que haber imaginado que apenas vendría nadie a los entrenamientos. Resaca del día dos de enero que le llaman. Por eso me paso la tarde entrenando sola, Viktor se encarga de dar mis clases.
Estoy de buen humor, tanto, que llego a pensar que podré ser yo la que sustituya a Christian en el campeonato de primavera en Bangkok. ¿Por qué no? La idea no es tan descabellada, solo tengo que cambiar de disciplina y concentrarme en el Muay Thai, entrenar duro estos dos meses que quedan y estudiar a mis adversarios, que aún no conozco.
No veo el momento de contárselo a Hugo.
Desde que ayer le hablase de la deuda que tengo con el gimnasio, él no dejó de facilitarme opciones de solventarla; todas con una visión experimental, práctica y objetiva. Desde la legalidad, por supuesto, que para algo él trabaja a ese lado de la ley.
Pero todos sabemos que además de ciega, la justicia es lenta, y yo no puedo perder el tiempo porque en abril me quitan el gimnasio si no tengo el dinero. Mi prestamista fue claro: o pagas, o vendo yo. Así que espero que Hugo no me tenga muy en cuenta que no le haga caso, porque jamás mal vendería la deuda del préstamo para deshacerme de él. Eso sería rendirme y no, no lo haré.
—Sigues vestida. ¿Es que hoy piensas ponérmelo difícil?
Me giro en cuanto lo oigo. Hugo me está observando, pero lo que no sé es el tiempo que lleva haciéndolo porque Viktor ya no está en su mesa, no hay nadie más con nosotros, e incluso veo que ha cerrado la puerta y echado el cierre, él mismo.
Hablaré con Viktor, no puede hacerle caso a un hombre que quiere quedarse conmigo a solas, primera regla de su trabajo.
Sonrío abiertamente cuando Hugo se quita la corbata y la mete en el bolsillo de la chaqueta, para arrojarla luego al suelo mientras se acerca a mí.
Los ojos me reventarán de placer. Hablaré con Viktor, sí, pero para subirle el sueldo por haberle dejado entrar sin mi permiso.
—Cada día me pones más cachondo con esa ropa —dice mordiéndose el labio inferior.
—Eso es porque es fácil de quitar, Casanova —contesto dando un paso hacia atrás, quitándome yo misma, con los dientes, las protecciones de las manos.
—Vas a volverme un puto loco del fetiche de ropa de tío.
Una sonrisa acude a mi rostro, ya podemos hablar abiertamente de eso sin agredirnos mutuamente.
—¿Te compenso si te dejo ver luego mis bragas pequeñitas? —Retrocedo un paso más, alargando el choque entre ambos.
—Solo si quieres que te las arranque a mordiscos.
—No dije que las llevara puestas.
Terminamos con tanta charla inútil como estamos deseando hacer. Enzarzados en una pelea de nuestras bocas, con las manos calcinando nuestras pieles.
Hugo deja que lo bloquee con una patada hasta dejarlo caer en la estera.
—Deberías dar clases conmigo, en serio, aumentaría tus reflejos —digo riendo mientras recibo sus cosquillas—. ¿Qué tal tu día? —pregunto mientras le quito uno a uno los botones de su camisa, sentada sobre su estómago buscando despertar su erección.
Hugo lo hace también con los botones de los puños, sonriendo.
—Bien.
Río mientras le saco ya la camisa por los brazos, al parecer Hugo no quiere hablar demasiado. Él cierra los ojos ante mis caricias y suspira al roce de mis dedos juguetones.
—¿Y el trabajo?
Hugo no contesta, a cambio propicia el choque de nuestros cuerpos en un intercambio de posiciones que me deja tumbada bajo él. Me besa agarrando mis mejillas con una sola mano, y junto a mis labios, en la separación de un aliento, me dice:
—Voy a quitarte este kimono blanco, voy a comerte entera y luego voy a follarte hasta que te corras tres veces seguidas, ¿o quieres de verdad que nos sentemos con un café y hablemos del trabajo?
Me abre las piernas con una de las suyas y se restriega contra mi abertura, ya a punto de lubricar por sus palabras. Él se endurece por completo, queriendo traspasar la barrera de nuestras ropas.
—¿Tú qué crees, poeta?
Sin poder contenerme me veo poseyendo la boca de Hugo, penetrándola con mi lengua con el deseo de verme yo también invadida. Él lame mis labios en un anticipo de lo que me hará a continuación con esa boca que tan experta succiona.
Dijo antes que quería quitarme el dobok, ¿no? pues bien, yo le ayudo para que no pierda demasiado tiempo.
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—¿Vas a contármelo ahora?
Nos ponemos la ropa, sentados en la colchoneta, cuando me atrevo a preguntarle.
Lo que ha empezado tan bien, entre risas y caricias divertidas, ha acabado siendo un mero trámite para desahogarnos. Y podría soportarlo con diez años de relación, un mal día lo tiene cualquiera, pero no a menos de una semana de estar juntos.
Hugo ha estado muy callado mientras lo hacíamos. Podría pensar que es así de parco en palabras mientras empuja, pero tras un día entero con él, ayer, con exigencias y peticiones que nos hicieron disfrutar como locos, no me lo termino de creer. ¡Si hasta me avisa que se corre por si yo no lo hago antes y tiene que emplear sus dedos o su boca!
Demasiado silencio que no soporto. Ya no me gusta que no quiera hablar del trabajo, algo le pasa y sé que le preocupa.
—¿Qué es lo que te ocurre, Hugo?
—Estoy muy quemado con el curro.
Lanzada la primera pregunta me vengo arriba con la segunda.
—¿Quieres contármelo?
Me acerco a tocarle el pelo. Visto así parecemos una pareja con esos diez años de confianza mutua, lo que hace que se me salte un latido del corazón por el anhelo de una relación de verdad. Porque esto no se parece en nada a un polvo con compañeros de trabajo, rivales de competición o, simplemente, tíos de una noche.
—Esa firma que necesitamos no me deja respirar —dice él sin esquivar la respuesta. Me coge la mano, la que acaricia su nuca, para besármela.
El siguiente latido a destiempo descompasa mi ritmo cardíaco por completo, de manera que puedo sentirlo en la boca del estómago. Al parecer hay quien lo llama mariposas revoloteando, a mí me basta con saber que me corre sangre en las venas de nuevo por un hombre.
—¿La que es tan importante para el bufete?
—La misma.
La inquietud que tengo por culpa de la firma de Rudolf Wegener no me deja estar a solas con Paola, se me pone delante en plan “aquí estoy, frente a ti, y voy a joderte la vida”, que me resulta difícil olvidarla.
Y mira que me gustan los besos de Paola, sus caricias o sus risas. Pero esta noche no pienso en nada que no sea esa dichosa firma que necesitamos para seguir con el trabajo en el bufete, no sé ni cómo he atinodo a follar bien. Quiero creer que se debe a mi pareja de sexo, seguro que otra no hubiese conseguido que me empalmara siquiera.
El día en la oficina ha sido de lo más penoso. Rafael me ha dado un ultimátum delante de todos dejándome en evidencia. Venganza que seguro está planeada por Marta en la sombra, Paola me lo advirtió.
Así que ahora ya no es ningún secreto. Yo soy el único que puede hacer que Wegener firme con nosotros, para salvar a Sebas, Laura y al resto del equipo.
Paola se levanta para ir a su oficina, dejándome solo. Regresa al instante con la almohada y un par de edredones. Puedo ver un chándal entre el mogollón de ropa blanca. Después, va hasta la máquina de cafés, de donde saca un par de ellos.
—Vamos a hacer terapia de desahogo. No te rías —dice muy seria cuando me ve a punto de hacerlo. Después me guiña el ojo—. Estás muy tenso y debes sacar toda esa mierda para no llevártela en la conciencia al salir del trabajo. —Yo no hablo, flipando todavía—. Hoy nos centraremos en “odio a mi jefe”. Empiezo yo. Ponte cómodo.
Paola me tira el chándal a los pies y coloca la almohada y uno de los edredones en el suelo, a modo de cama.
Sonrío mientras me quito la ropa otra vez y me pongo el chándal, sin rechistar, solo porque me lo pide, al tiempo que ella también hace lo propio con su pijama. Es de algodón, pantalón de cuadros azules y rojos, y camiseta gris de mangas largas. Está preciosa, incluso siendo de hombre y quedándole enorme, pero claro, eso ya no es novedad para mí.
Me ofrece un café y hace que nos tumbemos de frente, el uno del otro. Entonces nos cubre a los dos con el segundo edredón de plumas.
Estamos cara a cara y ella me sonríe como una cría a punto de hacer una travesura.
—Mi jefa está loca del coño, no piensa en nada que no sea el abogado ese que está como un tren, el que se tira desde hace días. —Abro los ojos. Quiero hablar, o reír, no sé muy bien qué, tratándose de ella misma—. Aunque parece que todavía le queda algo de lucidez para el gimnasio. Después de la renuncia de su mejor entrenador no quiere darse por vencida en el campeonato de primavera, en Bangkok. Así que me obliga a sustituir a Christian con el Muay Thai. Me gusta la idea, no creas. Estoy emocionada y asustada a la vez, como cuando empezaba a competir, porque seré yo la que de verdad salve la deuda. Tendré que entrenar duro cada día, pero merecerá la pena si es para evitar el cierre.
—¿Christian ha renunciado?, ¿cuándo? —pregunto con una sonrisa enorme que espero que no me note demasiado alegre.
—Hace días. Pero oye, ¿eso es todo lo que has oído de lo que te he contado?
—No, claro que no, me alegro por ti, porque sé que el gimnasio es tu vida y eres feliz con lo que haces. Ya sabía yo que no venderías tu deuda, eso es de cobardes, y tú no lo eres —digo riendo—. Me alegro también por tu jefa, que se folle al abogado ese. Muchas veces. Cada día si quiere. —Paola se ríe cuando le guiño yo el ojo—. Pero entiende que lo de Christian me haga feliz solo a mí. Muy feliz. Tremendamente feliz. Porque le tengo un cariño especial a mi coche y...
Paola me golpea con cariño antes de pegar su cuerpo más al mío, riendo. Me acaricia la cara y me besa dulcemente en los labios.
—No tienes que preocuparte por él, lo sabes, ¿verdad?
Asiento con una sonrisa mientras le devuelvo su beso, pero en la punta de la nariz.
—Te toca, vamos, despelleja al cabrón de tu jefe. Sin piedad —me pide cabreada.
Y no me preguntes cómo, pero sé que de tener a Rafael delante, Paola no permitiría que se sentase en un mes de la patada que le daría en el culo.
Suspiro y las palabras salen solas, como si me hubiese dado cuerda en vez de un café.
—Se cree intocable porque tiene un nombre reconocido. Llevo siete años trabajando para él, no, mejor dicho; sacando el bufete yo solo adelante y tapando sus cagadas económicas. ¿Y qué hace el muy cerdo? Echarme a los leones con el resto de compañeros, que ahora confían en mí para que no los despida, cuando ha sido él el culpable de todo por no saber gestionar sus gastos y los de la inútil de su hija. El bufete cierra y nos iremos todos a la cola del paro. La firma que necesito para hacer el nuevo cliente es la única salida y a ese tío no a quien lo pille para proponerle nada.
Uff, dicho así todo, del tirón, descargaba mierda de verdad.
—¿Y qué es lo que temes?
La miro sorprendido.
—Pues que me quede sin trabajo.
—Pero eres inteligente, tienes experiencia y una trayectoria de casos ganados envidiable. No creo que te cueste establecerte por tu cuenta, en solitario.
—Lo que me costará es el dinero, Paola. ¿Y cuánto tiempo crees que tardaré en encontrar la estabilidad económica que tengo ahora si voy por libre?
Mis ahorros llegan solo para echarme a rodar, y me faltan por lo menos dos años más para poder hacerlo cómodamente. Que luego me mantenga a flote solo depende de mi esfuerzo, constancia y coco, cosa que hoy no veo posible si me quedo parado.
—No me gusta que pienses así, el dinero no lo es todo —dice Paola arrugando el entrecejo. Parece disgustada de veras, como siempre que el tema “puto dinero” sale en nuestra conversación.
Y la entiendo, en serio. Pero ella que tampoco lo tiene debe de comprenderme a mí.
—Eso lo sé, pero hace mucho. Soluciona vidas. No hay nada que el dinero no compre.
—¿Eso crees? Dime una cosa, Hugo, no te obsesionará el tema, ¿verdad? —pregunta con cara de desconfianza.
Dudo de mi respuesta. Y en ese instante de duda pasan por mi mente todas las mujeres que me recomendaron, me presentaron, o sencillamente me regalaron algo caro para seguir fingiendo ser uno de “ellos”.
Me odio por lo que hacía con ellas. Por lo que ya no haré jamás.
—No hasta el punto de la obsesión, pero tengo claro, desde hace años, que no eres nadie en este mundo si no lo manejas. No quiero ser un don nadie, Paola, y para eso se necesita dinero.
—¿Qué mundo?, porque yo en este barrio soy feliz. No necesito más.
—¿Y podrás decir lo mismo en abril si no ganas el campeonato y te quitan el gimnasio?
Estoy siendo cruel. Sincero, pero cruel. Paola confía en ganar ese dinero del premio que le dé la posibilidad de quedarse el gimnasio, yo no tengo que entristecerla de esa manera.
—Pongamos que yo tengo dinero, mucho, mucho dinero. Que estoy podrida de millones...
Me río a carcajadas interrumpiendo su ejemplo/fantasia.
—Piénsalo por un momento —me pide extrañada de mi reacción—. Me querrías igual, ¿no?
—Si eso fuera cierto tendríamos serios problemas en seguir juntos, lo siento.
Paola se pone seria, afectada por mis palabras.
—¿Por qué?
¡Jodida sinceridad que se entromete entre nosotros! Esta conversación desvelará el secreto de mi vida.
—Porque sería por lo único que te querría ver, no por ti. Y eso es lo que te hace diferente a todas, Paola.
Paola es morena de cabello, pero tiene la piel clara, de las que en verano seguro tiene que proteger con factor cincuenta, y aun así necesitará cubrirla para que la radiación ultravioleta no le alcance, pero puedo jurar que además de blanca, ahora la veo transparente cuando le digo eso.
—Sigo creyendo que el dinero no da la felicidad, Hugo, no hemos hecho más que hablar de él otra vez y estamos a punto de discutir.
—Lo siento, no quería hacerlo. Pero tú no deberías hablar así precisamente—. Y entonces noto que se estremece.
—¿Por qué no? —pregunta muy seria. Ahora no solo está pálida, también demacrada y temblando. ¿Qué coño le está pasando?
—Por tu gimnasio. ¿O no necesitas ese dinero para recuperar la deuda? eso te haría plenamente feliz. ¿Es o no dinero que compraría tu felicidad? —Vuelvo a sorprenderme. ¿Paola está aquí conmigo o en su propia nube?
—Sí, es verdad, lo siento, hablabas del gimnasio otra vez.
—Pues claro, ¿de qué si no?
—Vale, dejémoslo ya. Esta mierda de terapia sí que es buena de verdad, hemos acabado hablando de mí y mis problemas con el gimnasio y tú casi has olvidado los tuyos en el bufete. Debemos pararlo ahora que ya puedes follar bien.
Me río porque es cierto que por un momento Paola ha hecho que me olvide de mis problemas en el trabajo.
—Tienes razón, sí que hay algo que esta noche podemos hacer sin que nos cueste un solo euro y que nos hará plenamente dichosos —digo cogiéndola de la cintura.
Paola cierra los ojos y gime cuando le cojo la pierna para que la abra y yo pueda acercarme, así me acomodo mejor en ella. Me atrapa la cara para darme un beso.
Y a su beso le sigue su mano hurgando en mis pantalones para jugar conmigo.
—De eso nada, Casanova, recuerda que usamos condón.
Me río cuando se me pone encima.
—Cierto, seremos felices por diez euros.
No voy a dejar que mi inquietud me estropee la noche, estará de vuelta por la mañana cuando me vaya de su lado. Por ahora solo somos Paola y yo. Porque solo necesito del calor de su cuerpo para olvidarme de todo lo demás.
HAGAN SUS APUESTAS; ¿ QUIÉN DE LOS DOS SE ENTERA ANTES DE LA VERDAD DEL OTRO?⬇️
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