Decimocuarto Asalto1️⃣4️⃣
De la mano, entramos juntos al despacho, bueno, para no mentir, yo tiro de él. Y lo hago nerviosa. Demasiado. No es la primera vez que atravieso esta misma puerta con un hombre, pero sí que es la primera que me importa el desenlace y la duración de lo que venga después. Y con Hugo es eso lo que me pasa, quiero que a esta le sigan muchas veces más, incluso sin saber el resultado que nos depara el resto de la noche.
Ya no me resisto a tener una relación. No cuando estoy ansiosa de él, cuando el deseo me consume en mi propio fuego.
Me doy la vuelta hacia Hugo, que me observa callado. Me come con los ojos descaradamente, y su boca me tienta para un nuevo beso. Entonces tira de mi mano para hacerme caer sobre él, en un abrazo que me atrapa en peso.
Hugo camina conmigo hasta el sofá, para quedarse luego parado.
—Tenías que haberlo abierto antes, Casanova —digo con burla. Tan solo cabremos en una postura.
Lejos de ofenderse porque su estrategia romántica no le ha servido de mucho, Hugo se sienta y espera a que yo me decida por hacerlo encima de él.
—No puedo esperar tanto —dice riendo.
—Ya veo, ya.
Ni yo quiero que se demore más, así que acabo por quitarme el pantalón y sentarme sobre su prematura erección, tan solo en braguitas.
—No vale echarse atrás —demanda Hugo acariciando mis brazos.
Cosquillas hacia arriba, caricias hacia abajo. Y por supuesto, suspiros y gemidos que se me escapan a mí por la boca.
—Vale —acepto yo conteniendo uno de esos gemidos cuando sus manos ya abandonan mis brazos para tocar mis muslos.
—Ni nada de interrupciones o de huidas a última hora.
—No —le digo con un nuevo beso mientras me deslizo por su pene endurecido para alcanzar su oído—. Viktor no está, he echado el cerrojo y estoy casi empapada.
No tengo que demostrarlo, él mismo explora mi pubis con esa sonrisa de ganador. Sus dedos, que ya juegan con el borde de las bragas, se adentran en ellas.
—¿Y dejarás que te haga todo lo que llevo deseando hacerte desde el primer día que te besé? —dice ahora.
Asiento en silencio a su petición, porque gemir, intentar respirar y hablar, todo junto a la vez, me resulta imposible si quiero disfrutar al máximo de sus roces.
Hugo alcanza mi piel y sus dedos presionan mi abertura caliente por debajo de la tela que la cubre. No tardará en notar que no miento.
A las caricias de sus manos se unen sus labios, que de nuevo besan los míos. Hugo cierra los ojos al tiempo que sonríe. Con su lengua penetra en mi boca, al igual que sus dedos se abren paso hasta llegar a tocar la humedad de mi interior. Sonrío yo, y él hace lo mismo en un intercambio de nuestros alientos y quejidos.
Para compensar sus besos ardientes, abro las piernas todo lo que puedo a la vez que le conduzco la mano para que encuentre mi placer. Él palpa tan solo con dos dedos, aumentando así mi deseo desbordado.
Vuelvo a besarlo, a gemir. A sonreír.
Metidos de lleno en mi propia excitación, veo extraño que no quiera la suya.
Hugo está al cien por cien concentrado en mí, y como si fuera un proceso estudiado, él se adapta a un guión. Da resultado, no puedo negarlo, de seguir así me correré con el frote de esos dedos, pero ¿y qué pasa con él?
Con besos morbosos, dedos juguetones y caricias provocativas, Hugo parece seguir un patrón con el objetivo de alcanzar mi orgasmo cuanto antes. Besar, acariciar, lamer y de nuevo regresa al beso, volviendo a empezar. ¿Por qué él todavía no logra del todo su erección?
Me detengo a mirarlo, está con los ojos cerrados. Es todo muy metódico, muy milimetrado.
Y yo necesito más, como verlo disfrutar conmigo. No solo consiste en obtener mi orgasmo, Hugo tiene que buscar el suyo propio.
Acelera el ritmo de sus caricias hasta hundir sus dedos en mi cavidad. Suspiro con cada roce que me regala, gimo con cada penetración una y otra vez, y hago que todo sea más intenso para ambos con el vaivén de mis caderas.
No quiero olvidarme de él, por eso reacciono.
Me aparto un poco y soy yo quien echa mano de la cremallera de su pantalón. Hugo deja de besarme, sorprendido por mi iniciativa.
—Paola, no deberías... prefiero ser yo... —Pero no lo dice del todo serio cuando tiene los ojos cerrados todavía y el rostro encogido de satisfacción.
Los labios entreabiertos de Hugo están a un beso de mi boca. Se lo doy, no me puedo resistir, mientras muevo la mano por dentro, ahora, de su ropa interior. Lo justo para volverlo loco.
Y él me lo agradece con un gemido que inunda mis entrañas hasta hacerme chorrear.
Sus dedos no paran en mi interior, en respuesta, mi mano, la que se cobija ya al calor de su piel desnuda, toma mayor velocidad.
Pero de pronto me levanto de sus piernas, para arrodillarme delante suya y bajarle mucho más los pantalones. Él, que me ayuda, pregunta:
—¿Qué haces?
—¿Tengo que explicártelo?
—No es necesario. Puedo solo.
—En esto disfrutamos los dos.
Abro sus rodillas y me sitúo en medio de ellas, donde me entretengo con el movimiento de muñeca. Suave, delicado, con alguna que otra presión que termina por hacerle rabiar.
—Schh… Relájate.
—¿Qué?
Hugo presta la mínima atención a mis palabras mientras mira mi mano. Trata de respirar cuando aumento el ritmo, él lo que hace es aumentar el sonido de sus gemidos. No puede hablar, pero sí que se queja elevando las caderas para intensificar las caricias.
No puede decir mucho más, de nuevo se retuerce sobre mi mano.
—Déjame tocarte yo, ahora —propone de lo más entregado a mi placer.
Digo que no con la boca llena, moviendo la cabeza.
—Yo puedo esperar por ti —dice con un gemido cuando nota mis dientes y el vacío de mis mejillas.
Y es así cómo obtiene otro movimiento negativo de cabeza porque sigo teniendo la boca llena.
—Para, Paola, por favor. Ya lo he entendido.
Hugo agarra mi pelo para que así pueda dejar de succionar. Me mira a los ojos. No está enfadado, más bien avergonzado por lo que le he hecho. Yo sonrío con la arrogancia que me da el haber ganado.
Me hace levantar hasta tenerme frente a él, los dos ya estamos de pie. Su mirada me interroga.
—Lo haremos juntos, o tú no harás nada, Casanova, esa es mi última oferta.
—Vas a matarme, joder.
En este momento no tiene lugar un beso tierno o apasionado de los suyos. Hugo mete la lengua en mi boc con un claro gesto dominante que hace que me excite más. Esto se está convirtiendo en una lucha por ver quién “jode” antes al otro. Bueno, yo tengo las de ganar mientras agarre su polla.
Pero el muy listo adivina mis intenciones. Me hace dar un giro para dejarme de espaldas a él y me deja caer a un lado del sofá para que no pueda cogérsela, en cambio él bien que se agarra a mi culo para posicionarme.
Paola espera a que yo me decida qué hacer con ella en esta postura, de espalda y con el culo elevado. La tengo a un palmo de distancia, tan solo he de hundirme en ella como estoy loco por hacer desde que he probado el calor húmedo de su saliva.
—¿Qué te ocurre? —pregunta haciendo volver su cara.
Acaricio ambos cachetes de su culo mientras observo cómo ella lo echa hacia atrás sin pudor alguno para así motivarme. Joder, y yo me pongo más duro.
Paola pega un respingo cuando ha notado mis dedos en ella de una sola penetración, los que puedo ahora abrir y curvar a mi antojo, los que ya rozan el inicio de su otra abertura.
—Hugo, vamos, no me hagas enfadar, tiene que ser los dos —dice gimiendo al ritmo de mis dedos.
—Es que no estoy acostumbrado a dejarme manejar, Paola, yo soy quien siempre…
—¿... domina en el sexo?
—Quien da placer, listilla.
—Pues menos mal, porque no pienso dejarme azotar.
Oigo sus risas y me contagio de su buen humor, tanto que beso su espalda como inicio de lo que ya retraso demasiado.
La primera penetración no tarda en llegar después de ponerme un condón. El contacto es cálido, apretado, todo lo satisfactorio que he podido imaginar de ella. Comienzo a moverme. Entro lento, para salir más despacio todavía. ¡Joder! El sonido de nuestros cuerpos, en el chocar de sus pieles, me prepara para otro sensación más placentera que mi propio orgasmo. Ver, oír, y sentir el suyo.
Pasados unos minutos no solo estoy centrado en empujar y acariciar su clitoris, también pienso en lo ocurrido. No paro de darle vueltas a las palabras de Paola.
Por primera vez en años alguien se ha preocupado por mí, por lo que siento en un momento como este. Es de suponer que si al final de todo no hay dinero, regalos o interés de por medio, las exigencias de los miembros de una pareja pueden ser mutuas, que yo también puedo disfrutarlo abiertamente sin barreras mentales que bloqueen la erección de mi polla, cosa que, seamos sinceros, con Paola no me pasa desde nuestro primer beso.
Y me veo sorprendido por mis propios pensamientos. ¿Quiero disfrutar con ella todo lo que nunca me permití con otra?
Su orgasmo llega en forma de maldición, y el mío viene detrás.
—¡Coño, Casanova! Me alegro de que vayan a ser muchas primeras veces entre nosotros.
—Yo también, porque será siempre así, ¿verdad? —quiero saber cuando ya me retiro de su interior.
—¿El qué? —Y se le escapa un suspiro.
Paola se levanta para mirarme a la cara, retira mis pelos de la frente y me da un beso tierno.
—Todo será a medias entre nosotros.
—Claro que sí.
—Y ninguno de los dos estará por encima del otro.
—Ninguno. Los dos. En todo —consigue decir al tiempo que respira exaltada, se muerde el labio y sonríe.
—Gracias.
Ese “gracias” puede sonar más desesperado de lo que pretendía, pero me da igual, tengo claro qué es lo que quiero con Paola. Ella no es como las otras, de las que huyo del término propiedad.
Viktor me sonríe desde su mesa con el teléfono en la mano, agitándolo en el aire y gritando el nombre de Hugo. Dejo la clase que estoy dando y me acerco a la recepción, muy seria, no le dejaré ver mi sonrisa. Mi imagen de jefa implacable no puede quedar por el suelo del gimnasio.
Lo cojo y me aparto para hablar. Esa sonrisa lucha por salir de mi boca y no podré controlarla por mucho más tiempo.
—Dime que has decidido ir a casa de Jota esta noche —me pide antes de que pueda saludarlo—, me gustaría volver a verte.
Ayer cuando cenamos, porque aunque no lo creas acabamos cenando, ya pasados de hora, Hugo me dijo que había quedado con los chicos para ver el partido de esta noche, en casa de Jota, yo le contesté que me lo pensaría, porque desde el atropello de Bimbo no he pegado mucho ojo que digamos, incluyéndolo a él, que me tuvo despierta toda la madrugada.
—Es en serio que necesito dormir, Hugo.
—Por eso mismo. Si te veo a solas en el gimnasio, no podré controlar las ganas de meterte mano y estarás despierta otra madrugada.
Río a carcajadas.
—Puedo hacer una pequeña excepción y dejarte entrar esta noche despues del partido… siempre y cuando luego te quedes a dormir conmigo —me apresuro a decir.
Por un segundo pienso que Hugo se asustará por la connotación de la propuesta, ese grado de intimidad de pareja, ese paso más allá de un par de polvos. Pero él se lo toma bien. Lo oigo reír.
—Hecho. A la mierda el partido… siempre y cuando tú me despiertes mañana con ganas de desayunarte.
—Aprendes rápido a menejar las relaciones, Casanova.
Lo que comienza siendo una llamada corta e impersonal de invitación da paso a una más larga de complicidad, que nos tiene más de media hora riendo y poniendo condiciones para volver a cenar juntos, hacernos el amor e incluso pactar quién duerme del lado derecho del sofá.
Cuando Hugo decide que es hora de regresar a nuestros respectivos trabajos, porque la charla que teníamos ha alcanzado grados de evaporación en la escala Celsius, nos despedimos hasta la noche, al cierre del gimnasio.
—¿Mando a investigarlo? Que ya tardas.
Se me había olvidado la presencia de Viktor a mi espalda. Desde que mi padre lo asignara como responsable de mi seguridad, hace ya tres años, no está a más de cinco metros de mí.
Como guardaespaldas no tiene rival, como voz moral tampoco si recuerdas el día del callejón. A la vista o escondido, a Viktor no se le escapa nada en lo referente a mi seguridad, y ya no digamos a mis ligues. Pero con Hugo puede relajarse un poco, que ahora no es necesario. Hablamos de Hugo, joder, ¿qué daño puede hacerme él?
Por primera vez desde que trabaja conmigo, me gusta más decirlo así que "trabajando para mí", libero a Viktor de mi propia orden: Escarbar en el pasado de todo hombre que se me acerque con intenciones de una relación de pareja. Sí, yo misma quiero una relación con Hugo, y sí, él no será la excepción, tendrá que pasar ese control y me aseguraré antes, como con el resto de los hombres de mi vida, de que no busca mi dinero.
Pero eso será más adelante.
Por lo pronto esta noche vuelvo a verlo para ir descubriéndolo, como haría cualquier otra mujer, y no la duquesa de Baverburgo, ilusionada.
—No seas ridículo, Viktor, él es un amigo.
—Creo que ya pasaste esa línea de la amistad.
—Si lo dices por lo del veterinario…
—Y por lo de hace semanas en la fiesta de Raúl y hace días en el callejón de la bodega, y más concretamente, porque él se pajea contigo y no le importa decírtelo.
—¿Tienes pinchado mi teléfono? —pregunto horrorizada. Más que por lo que piense de mi, Viktor ya está curado de espanto con mis gustos sexuales, por descubrir que no sabía nada de ese seguimiento cuando hablamos por teléfono Hugo y yo.
—El duque me paga para eso —dice mientras se encoge de hombros, para nada avergonzado.
¿En qué lugar queda mi libertad entonces? Papá no puede cohibírmela de esa manera.
—Tú y yo hablaremos de los términos de libertad en ese contrato ahora que quiero ver a Hugo más a menudo. No me cortaré a la hora de hablar con él, y tú pasarás por alto la orden de mi padre con respecto a mi teléfono o le obligaré a que te devuelva la seguridad de Heller, y a mí a Julio, mi guardaespaldas.
—Me ha quedado claro. Quieres intimidad con él.
—Exacto.
—Pues no deje cabo suelto, duquesa, porque ya es hora de mandarlo a investigar.
—Eso será cuando yo quiera.
—Y espero que sea antes de que te partan el corazón.
—Que de eso sabes tú mucho, ¿verdad?
Le falta inclinar la cabeza cuando se va. ¿Qué he hecho? Esa distancia profesional nunca estuvo entre nosotros. Él estaba de bromas conmigo y yo no he sabido verlo. Y en respuesta, le hiero como si de una patada en la boca se tratase, al hablarle de Heller y la ruptura de ambos.
—Viktor, espera, lo de mi hermana no es cierto.
—Que te quede clara una cosa, Paola—. Viktor se gira sin dejarme terminar. Jamás lo he visto tan grande frente a mí como en este momento, acojona de veras. La cicatriz de su cara lo hace más temeroso aún—. A Heller la dejé yo, y pedí precisamente tu seguridad para alejarme de ella. Yo. Nadie más. No depende de ti devolvérmela. Y el día que cambie de opinión y quiera volver con ella, ahí sí que no necesitaré de tu ayuda ni la de tu padre, ¿lo has entendido?
Muevo la cabeza para decir que sí. No sé qué haría mi hermana para perder a Viktor, pero yo me mantendré al margen solo por no volver a dañarlo.
—Y ahora, termina de dar tus clases que Hugo no tarda en llegar. Yo estaré pendiente, a menos que cierres el gimnasio con los dos dentro.
Viktor sale del gimnasio con tranquilidad. Hasta para eso es fantástico, enfadado y todo, no da ni un portazo. Heller pronto tendrá que contarme qué coño hizo para dejarlo escapar.
HAGAN SUS APUESTAS ⬇️
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