Decimoctavo Asalto1️⃣8️⃣
Entramos juntos al despacho, casi amaneciendo ya. No puedo quejarme del fin de fiesta ni de la compañía tampoco.
Hugo ha resultado ser todo un conquistador que yo no me esperaba, y no lo digo por sus besos o caricias, o sus palabras ardientes que a cada oportunidad recalaban en mi oído, que para algo lo conozco ya y lo llamo Casanova, sino por sus detalles inapreciables que me han cautivado. Fingir que le gustaba bailar conmigo cuando ha sido evidente que esa música le espantaba, esperar paciente a que todos le quisieran saludar y comentar entre risas lo ridículo de su pelea con la maestra, en el ring, o incluso por ayudarme a recoger el gimnasio después de que se fuera la gente, mientras me sonreía haciéndome alguna que otra broma.
Ahora además es el que abre el sofá para convertirlo en cama, mientras nos miramos de manera juguetona.
Al terminar, Hugo se queda de pie, a la espera de mi decisión final, mirándome con una sonrisa en sus labios mientras se mete las manos en los bolsillos del pantalón. Tan guapo, tan atractivo. Tan condenadamente sexi con ese esmoquin negro, que voy a marearme de un momento a otro. Y su mirada intensa, que encima me desnuda lentamente, no apacigua a mis hormonas ni mucho menos.
—¿Qué?
—Estás preciosa.
—No hace falta que me conquistes, Casanova, me acostaré contigo de todas maneras —digo también riendo.
Más serio de lo que se podría esperar, se me acerca cuando aún cierro la puerta. Me coge de la cintura y se pega a mi cuerpo, dejándome caer en ella. Emito un suspiro de impaciencia por un beso suyo, uno que ya sé que me volverá loca por ser el preliminar de muchos otros.
Pero no me lo da, pasa sus dedos por mi cara con ternura. Cierro los ojos mientras sonrío y le devuelvo la caricia inclinando la cabeza, buscando lo delicado de su roce.
—Esto no es mi conquista, Paola, es mi derrota ante ti.
Y claro está, me quedo alucinada con su declaración. Abro los ojos para verlo, ahora sonriendo.
¡Valiente estratega que ha sabido cómo ganarme! Si esa es su frase estrella del manual para casonovas desesperados, conmigo ha funcionado a la perfección para hacerme derretir.
La dichosa frasecita está a punto de abrir el grifo que tengo en los ojos, últimamente, pero puedo contenerlo con un leve parpadeo.
—No sé si me gustaría ganarte en esto, Hugo.
—¿Por qué no?
—Porque la que puede salir perdiendo soy yo, cuando ya no haya remedio.
Hugo se arrodilla en el suelo y me abraza por la cintura para besar mi vientre. ¡Ay, madre, que me va a hacer llorar de verdad!
Llevo la mano a su pelo y le deshago el fijador del peinado con una caricia, para bajarla después por su mejilla. Eleva su rostro y expone así su boca, donde acabo por tocar, con el pulgar, la herida de su labio. En agradecimiento por el consuelo recibido, Hugo me besa el dedo.
—Rendirme nunca estuvo en mis planes contigo, Paola, por eso quizás si ambos bajamos la guardia, nos duela un poco menos.
—¿Tú también te sientes vulnerable conmigo?
—Mucho. Jamás me he permitido sentir así.
—¿Y qué ha cambiado ahora?
Hugo besa la palma de mi mano, la que todavía acuna su mejilla.“Así no, Hugo. Así no, porque vas conseguir que llore de verdad”.
—Que eres tú la que me hace latir.
¡Joder! Le hago levantar, agarrando las solapas de su chaqueta, para poder besarlo. Con cuidado, él me entrega sus labios para que yo pueda apropiarme de su boca como parece que ya hago con esos latidos de su corazón.
Sus manos, las que acarician mi espalda, buscan el inicio de la cremallera de mi disfraz. No tiene problemas en bajarla y a mí no me cuesta hacer que la prenda caiga por mis hombros.
Y todo ello sin perder el contacto de nuestros labios.
Pero al verme sin ropa que cubra mis pechos, Hugo deja de besarme para hacerlo ahora con cada rincón de mí que descubre. De nuevo se arrodilla ante mí.
Pequeños besos en el ombligo que me excitan, caricias de su lengua en el pubis que me humedecen.
Como respuesta, mis piernas tiemblan y yo necesito sujetar su pelo. Y es que Hugo no solo ha alcanzado el inicio de mi abertura, sino que me ha metido dos dedos para satisfacer este calor que me estremece.
—Deja de gemir o no podré continuar sin correrme yo —dice gimiendo contra mi piel. Su aliento hace arder mi sangre.
La temperatura de mi cuerpo se eleva en cuestión de segundos, en cuestión de penetraciones.
Bajo la mirada a nuestra unión, la escena es de lo más sexi.
Él de rodillas y aferrado a mi culo, extrayendo gemidos de mí con su boca, y yo enganchada a su pelo, adelantando mis caderas para que su lengua descienda un poco más.
Y lo hace. La humedad de su saliva entra en contacto con la mía íntima, caliente y espesa, que ya me inunda.
Al amanecer se van todos, la fiesta del gimnasio ha terminado. Ahora empieza de verdad mi noche con Paola, a solas. Las ganas de tenerla entre mis brazos, que estuve conteniendo desde que llegué, pueden explotar ya sin hacerme parecer desesperado por ella.
Y es que lo estoy. En serio. Es entrar por la puerta del despacho y rendirme.
Porque esa personalidad única, natural y arrolladora, que tanto me gusta de Paola, y que hoy me muestra, sin vergüenza y sin miedo alguno, es la que me conquista.
Porque cuando la tengo desnuda, delante, todo parece encajar en su lugar, como hacía tiempo que no lo conseguía otra mujer. Encajan mis manos en la piel que acarician o mi boca en los huecos que besa.
Paola empieza a temblar, sus piernas se cierran para sentir alivio. Y es cuando más me esmero en conseguir su orgasmo.
Hasta que emite un suspiro profundo, seguido de una respiración entrecortada. Paola ha llegado a su clímax.
Me pongo de pie y la sostengo con un abrazo para dejarla en la cama con cuidado. Yo me tumbo a su lado.
—¿Estás bien? —le pregunto mientras le retiro unas gotas de sudor que descansan en su frente. Su preciosa vena aparece esta vez por un motivo bien distinto y me enorgullezco de volver a ser yo el causante.
Paola sonríe aun con los ojos cerrados y me ofrece una bonita sonrisa de satisfacción que me endurece por completo.
—Lo estaré más cuando lo consiga yo—. Y me coge la polla por encima del pantalón.
Busco su boca para darle un beso.
—Deberías dejarte mimar, Paola. Por una vez estaría bien no ser la tía fuerte que quieres que vea.
Ella gira su rostro hacia mí, lleva su mano al mío y acaricia la herida de mi labio.
—¿Siempre eres así de persuasivo? —se defiende ella agarrando mi camisa para desabrocharla.
—Puedo serlo más. Ahora verás.
Los deseos de ella son mi placer.
La ayudo para que no perdamos tiempo, quitándome el resto de la ropa, solo tengo coger el condón de la cartera y ponérmelo con su ayuda.
Entre risas y miradas ardientes, ocupo su interior. Despacio, con beso incluido, sintiendo con inmenso gusto cómo sus paredes ceden a mi intromisión. Cómo me aprieta.
Lo dicho, hasta en esto parecemos encajar a la perfección.
Paola, aferrada a mis hombros, se mueve debajo de mi cuerpo para recibir mis embestidas. Caderas hacia delante para que la llene por completo, culo hacia atrás para darme tiempo a repetirlo.
Y llega mi hora de aumentar el ritmo. Más rápido, más brusco. Porque ella me sigue, pidiéndome más. Más fuerte.
Separo sus piernas por las rodillas y me clavo hasta el fondo, hasta hacerla sonreír.
—Bésame —pido con otro movimiento certero mientras llevo mi boca hacia ella.
Pero lo siguiente que siento no son sus labios, sino un tirón de pelo que me deja la boca a un centímetro de poder tocarla.
—Hazlo tú mejor, has dicho que me ibas a mimar.
Me gusta. Todo. La orden, el tirón, y lo que viene después. Ella me muerde la barbilla.
Bien, no me indica dónde tengo que besarla, así que bajo la cabeza a sus pechos. Lamo despacio y chupo con intensidad, hasta morderle también uno de sus pezones erectos.
Paola se retuerce, gimiendo, y palpa a ciegas su clítoris para conseguir su nuevo orgasmo, mientras yo empujo sin descanso.
No, aún no.
Cojo sus manos, para poder besarlas. Ella se las deja besar dedo por dedo, palmas y muñecas, con los ojos cerrados.
Y cuando ya no se lo espera, tomo su lugar.
Toco con mis dedos el punto de su satisfacción. Despacio, presionando y frotando con ayuda de su humedad o de mi propia saliva. Ella se mueve conmigo, buscando con cada empuje, con cada penetración, nuestros respectivos orgasmos.
De las decenas de posturas que hasta ahora he utilizado para follar, ninguna me proporcionó el placer que siento con esta. Y sé que se debe a la mujer que me complementa. En la que encajo al fin.
El mediodía llega y nos ha pillado todavía en el sofá. Intento dormir algo, y digo intento porque Hugo no deja que pegue ojo.
Cuando creí que por fin me quedaría dormida a las diez de la mañana, él me espabiló con su boca, lamiéndome el clítoris, cuando lo conseguí de verdad y me sumergí en el sueño un rato después, sus manos fueron las que me acariciaron los pechos, hasta ser yo la que desperté con ganas de chupársela.
Así hemos estado una hora más, enredados otra vez. Sin poder despegar las manos del cuerpo del otro.
Abro los ojos después de dormir un rato. Miro el móvil, las tres y media de la tarde, tendremos que comer o Viktor mañana nos encontrará desnudos y muertos por agotamiento. Hugo está a mi lado, despierto y pensativo, mirando el techo.
—Por el amor de dios, ¿tú no duermes nunca? —Tumbada boca abajo, me cubro la cabeza con la almohada intentando regresar a mi estado de hibernación.
—¿Y tú siempre duermes desnuda, pervertida?
Y es preguntarlo y ya está pasando sus dedos por mi cintura camino de las caderas, para perderlos por los cachetes del culo y hundirlos en mi vagina por detrás. Me hace gemir. El escalofrío que siento me hace entrar en razón y cerrar las piernas.
—Basta ya, por favor, o mañana no podré levantar las piernas en el gimnasio —digo saliendo de mi somnolencia, más despierta de lo que me gustaría—, ¿quieres ir a comer algo?
Hugo me sonríe al tiempo que pega un salto del sofá y comienza a vestirse como respuesta.
—Un momento, no puedo ir así vestido por el barrio a la hora que es, se reirán de mí.
Levanto la ceja, ¿y eso le preocupa ahora? Por mí como si lo hace desnudo.
Pero entiendo que si Hugo se atreve a salir en pelotas a la calle la que no lo dejará ir así seré yo. Más que celos, llámalo lujuria, porque no llegaría a pedir el primer plato sin que yo me tirase encima de él.
Así que es mejor que se vista, que no podré cerrar el gimnasio mañana porque hoy no lo consiga hacer con mis piernas.
—Está bien —digo pasándole un pantalón de chándal—, te bastará con este, Casanova, es de tío.
Hugo lo coge al vuelo, riendo. Yo entierro así el hacha de guerra entre ambos, y espero de veras que él no la desentierre para clavármela por la espalda. Porque esto que empiezo a sentir me deja indefensa a su lado. Hoy más que nunca, él es mi debilidad.
No había tenido un almuerzo igual desde que decidí dejar de ser yo diez años atrás, cuando empecé a frecuentar restaurantes de prestigio del brazo de alguna mujer influyente.
Hoy ha sido distinto, no he tenido que fingir delante de Paola que me gusta comer Kebabs, que me paso la lengua por los labios si noto salsa en ellos o que bebo Coca Cola con una pajita. Vale la pena comportarse como el tío sencillo que de verdad soy porque lo he disfrutado de nuevo. Y es que la culpa de todo la ha tenido mi compañera de mesa, es tan parecida a mí que me da incluso rabia no haberla encontrado antes de convertirme en este Hugo de ahora.
Y así me di cuenta de que mi traje es un auténtico disfraz, solo que en mi caso en concreto no oculta un exterior, sino que anula una personalidad.
Con él puesto me vuelvo un gilipollas estirado que solo come en restaurantes de más de tres tenedores y bebo vino de cincuenta pavos la botella, como poco. Lo que me dio que pensar precisamente cuando llevaba puesto el chándal de Paola. Quiero volver a ser el Hugo que fui, el que no se preocupa por la apariencia, las clases sociales o el fracaso empresarial. ¡El que vivía feliz de joven, coño!
Bien, pues mañana pondré remedio a tantos años de estupidez gastronómica bajando al bar de la esquina del bufete, donde al parecer, y siempre según mis compañeros, ponen la mejor paella de toda la ciudad. Sin contar la que hace mi madre en el bar, claro.
Hablando de ella. Son las diez de la noche y me tengo que ir del gimnasio porque me llamó para ir a cenar. Y esta vez no es excusa. Ya me he librado del almuerzo familiar de año nuevo y no quiero escuchar sus lamentos por tener un hijo tan desconsiderado con su familia. Vivo con ellos ¿cuánto tiempo tardarán en olvidar mi desplante y dejar las coñas que se traen con mi vida sexual? No quiero echar cuentas.
Paola me abre la puerta de la calle sin soltarse de mi cuello, la dejo de besar una última vez sin ganas de irme.
—¿Nos vemos mañana? —pregunta cuando ya me deja salir.
—Para cenar. Mañana tendré que dar muchas explicaciones en el bufete.
—Te lo dije, Casanova, al curro se va a trabajar, no a fo… —Le pongo un dedo en los labios.
Está claro que Paola se refiere a Marta. Hemos estado hablando de lo ocurrido en el hotel con ella. Paola me ha asegurado que no dejará pasar el bochorno de haberse visto con las uvas en la mano y sin acompañante, que espere lo peor de sus quejas, porque tiempo libre y dinero son una mala combinación en un cerebro hueco como el suyo. Yo me reí, no creo a Marta capaz de pensar en nada malintencionado, aunque deseé que si lo pagaba con alguien, lo hiciese solo conmigo, que dejase en paz a Paola o al resto de compañeros del bufete.
Pero siendo egoísta ahora, y pensando en Paola y en mí, no quiero hablar de ese enorme problema laboral que no me deja dormir. El cierre del bufete y el consiguiente despido de la plantilla.
A continuación la beso.
Me voy, dejando a Paola con una enorme sonrisa en los labios y la promesa de que nos veremos en cuanto me libere de Marta y su padre, el que estará también en el banquillo de la acusación para joderme. Ella me promete a cambio que me dejará entrar al gimnasio a la hora que sea porque no podrá dormir sin verme.
—Casanova. —Me giro al oírla—. Puedes decirle que me debías una disculpa. Y una bien grande que te ha tenido todo el día ocupado en mi cama —dice mientras me guiña el ojo—. De mujer a mujer, ella lo entenderá, y si tiene un mínimo de dignidad se retirará.
Paola acaba así con cualquier malentendido que hubo entre nosotros por culpa de Marta. Pero una sensación extraña me aborda. Ojalá y las disculpas que me pida Paola a partir de ahora no tengan que ver conmigo, o eso significará que me lastiman una vez más. Como ya hiciese Ana.
HAGAN SUS APUESTAS⬇️
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