9.
—No me mires así, que tú tienes la culpa —digo a Bimbo que me mira de manera rara por lo raro de mi actitud en las últimas setenta y dos horas. Demasiada rabia acumulada, demasiado llanto sin derramar—, si no te hubieras metido bajo ese maldito coche, nada de esto estaría pasando. Siempre pude controlarlo hasta que él te conoció.
En respuesta, y sin entender una mierda de lo que le he dicho, mi perro se pierde bajo el sofá con su pelotita. Sonrío por verlo tan recuperado, aunque un segundo antes le hablase del maldito accidente que cambió más mi vida que la suya.
Tomo el papel que acabo de firmar, me miro por última vez al espejo y apago las luces del despacho para salir.
Esta noche ceno con Heller. Por fin.
Cuando hace días mi hermana me acompañó al gimnasio, para asegurarse de que no regresaba a buscar a Hugo al club, no tuve más remedio que contarle del "señor Serra", de su relación con la señora Castellón —o de la que yo creí que tenían—, y de la que fue la nuestra propia hasta el día de reyes.
Solución de Heller, sin darme otra opción: nosotras saldríamos de cena, y luego de copas, porque tenemos muchas penas que ahogar.
Por ella no sé, yo no creo que pueda hacerlo. Intuyo que mis penas, las muy cabronas, sabrán nadar en alcohol y sobrevivirán, y lo único que voy a conseguir es levantarme mañana con tremenda resaca haciéndome más penosa, si eso es posible ya, de rodillas frente al váter.
—Estás impresionante —me dice Heller que hablaba con Viktor junto al mostrador de la recepción.
Él esta vez no ha podido evitarla, acabo de ver cómo Heller escondía la mano que le acariciaba la cicatriz del ojo.
—Gracias.
—No es un cumplido, aprecio de veras que no me hagas pasar vergüenza hoy.
Maldita sinceridad la suya. Normal que me vea así de bien, es su propio regalo de reyes, ¿quiere que se lo vuelva a agradecer? Pues no me apetece, la verdad, como no me apetece salir y fingir que nada me ha pasado en los últimos meses, que no me he enamorado y que un capullo llamado Hugo Serra no me ha dejado hecha una mierda.
Viktor sonríe con el comentario de mi hermana, yo lo fulmino con la mirada. ¿La noche con Heller será así de "divertida"? Pues menuda gracia la suya.
Joder, tengo que calmarme y reconocerle el esfuerzo a mi hermana, que para algo se supone que salimos juntas, para desconectar de Hugo, como él ya me exigió delante suya.
Tras despedirse de Viktor, ella sale del gimnasio, a mí me falta solo pedirle un favor a mi amigo antes de seguirla.
—Encárgate personalmente de que Hugo reciba su cheque esta misma noche.
—Deberías pensarlo mejor —dice conociendo de primera mano a qué se dedica Hugo.
Aunque Viktor me entregase un informe limpio y sin escándalos —informe que por cierto ha hecho esta semana sin mi permiso—, he sido yo quien le ha contado a qué se dedica el buenazo de Hugo para obtener dinero. Lo que despertó la admiración del propio Viktor con estas palabras.
—Ese cabronazo es bueno.
Nadie le puede negar lo astuto y listo que ha sido Hugo. Mantuvo siempre en secreto lo que hacía con las mujeres, porque ni una pista ni un cabo suelto ha dejado de sus citas con ellas. Los investigadores de Viktor no han podido encontrar nada sucio al respecto. Nada que pueda empañar su futuro, nada que reprocharle de su pasado. Irónico, ¿verdad?, eso lo convierte en el candidato perfecto para el ducado de Baverburgo.
—Es suyo. No le regalo nada.
—Si quieres una mínima oportunidad para lo vuestro, no lo hagas, lo matarás con este dinero.
—Perfecto, así no tendré que pensar más en él. Muerto el hombre, se acabó el amor. Tú simplemente hazlo, no quieras que te lo ordene, por favor —digo de manera grosera y que espero de verdad obedezca.
Salgo al frío de la calle, Heller me espera emocionada junto a Julio, su guardaespaldas, parece que muy dispuesta a ahogar sus propias penas. Bien, allá voy al menos sin parecer patética todavía.
El timbre suena. Estoy solo en casa, y si consigo no respirar para que no me oigan a través de las paredes de mi habitación, a lo mejor quien sea se marcha sin insistir.
No tengo pensado salir de la cama en todo lo que queda de día y a las diez de la noche que son espero conseguirlo. Paola de nuevo se ha adueñado de mi vida social, además de mis ganas de ducharme.
Pero vuelven a llamar y recuerdo que vive más gente en casa.
Me levanto sin ganas de abrir, si abro tendré que hablar con alguien luego, hablar con esa persona implica sonreír, y no tengo ánimos en este momento de hacerlo si para colmo se trata de algún amigo de mi cuñado.
—¿Hola?
Ver a Viktor en la puerta es extraño, verlo serio, mucho más. Siempre me cayó bien, siempre riendo conmigo, pero por su cara agria de ahora no sabría decir si la simpatía fue mutua en esos días.
Viktor está vinculado a Paola, así que su presencia no es casual.
Lo invito a pasar, pero él no lo hace más allá de la entrada aunque le ofrezco asiento con educación. Lo que venga a decirme parece que será breve. ¿Por qué sigue tan serio?
—¿Paola está bien?, ¿le ha pasado algo? Habla, joder.
No puedo decir que me sorprendan mis propias preguntas, mi desesperación en sí. La inquietud de imaginarla mal, quizá herida en el gimnasio por un golpe o una caída, puede con mi orgullo, ¿o es el amor que siento por ella el que derriba cualquier estúpida decisión anterior?
—Ella está bien, solo vengo a darte esto de su parte.
Respiro de alivio antes de coger el sobre, curiosidad es poco para describir lo que me da. ¡Yo pensando que estaba mal, y ella mandándome recaditos con su empleado!
Viktor espera paciente a que lo abra y no quiero que pierda un segundo más de su tiempo.
¡Joder, ¿Paola me está tocando los cojones?!
Cojo mi chaqueta del perchero y me voy para la puerta. La mano de Viktor me impide salir.
—¿Qué haces? Apártate. Voy a verla.
—No si yo te lo impido.
—¿Qué eres, su guardaespaldas ahora?
Levanta la ceja dándolo por hecho. Mierda. Es cierto.
Hago memoria de las veces que coincidimos estos años y no lo recuerdo a más de cinco metros de ella. Siempre a su lado. Tan callado, tan pendiente de todo a su alrededor. Así que el día del veterinario no exageró ni un poquito, ¿no?, me pidió que la cuidase de verdad.
—Al final va a resultar que la duquesita no puede valerse por sí sola, ¿no?
—No te pases con ella u olvido que me caes bien.
Bueno, al menos eso que tengo a mi favor, Viktor es capaz de levantar la pierna como ella para arrancar cabezas, y no quiero que lo haga con la mía.
Miro el cheque en mi mano. ¿Por qué sigo queriéndola después de haberlo visto? Jodido amor que no me deja odiarla.
Él sigue sujetándome para no dejarme salir.
—Por favor, Viktor, necesito verla para devolvérselo o me dará la razón como hacen todas las demás.
Creo que el temblor de mi voz y los ojos acuosos hacen de mi súplica un lamento, porque el hombre se aparta lo justo para no tocarme.
—En ese estado no. Relájate, date una ducha y ponte algo decente. Yo mismo te llevaré con ella.
—Gracias —digo antes de hacer lo que me pide y correr al baño.
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Cuando estoy listo, en media hora, Viktor me espera de pie en el salón sin un gesto que delate su incómoda espera. Coño, sí que es bueno en su trabajo, no me había dado cuenta nunca cuando observaba detrás del mostrador de la recepción.
Tras obtener su aprobación a mi traje negro de tres piezas, camisa blanca y corbata de rayas finas, grises y negras, le sigo hasta la puerta sin hablar, puerta que él mismo abre para que yo pase antes.
Un servicial Viktor me señala el coche en el que iremos, un Bentley de cristales oscuros. Sabiendo ya la importancia de la familia von Baverburg no dudo de que pueda estar blindado.
Me siento en la parte trasera, él ha insistido en que lo haga. Una vez que me aclimato al lujo del interior, no puedo evitar preguntarle, antes de verla a ella:
—¿Cómo está Paola?
—¿Cómo estás tú? —responde sin aclararme nada. Sigue serio.
—Hecho una mierda.
—Pues eso mismo.
Me gustaba mucho más antes, cuando por lo menos me hablaba, pero entiendo que Paola sea su prioridad y que será así de distante conmigo a partir de ahora. Saber que ella no está mejor que yo hace que me calle, no quiero enemistarme con Viktor también.
Pero ¡necesito saber tantas cosas!
—¿Cómo es trabajar con Paola en la institución del Ducado?
—Igual que hacerlo en el gimnasio del barrio, una jodida montaña rusa de emociones, ternura y risas, como aquella noche que tuve que interrumpiros en el callejón de la bodega.
—Siento que tuvieras que presenciarlo.
—¿Por qué lo sientes? Ella no lo hace, y el don nadie aquí eres tú.
Menuda bofetada de realidad. Miro mi traje, hoy más que nunca me sobra.
—Gracias, hombre. ¡Como si yo no supiera ya lo insignificante que soy para ella!
—¡No me jodas, chaval!, ¿eso es lo que te pasa, que te sientes inferior?
Y ha tenido que verbalizarlo alguien más para que mi relación con Paola quede reducida al miedo que me creó Ana de no ser nunca suficiente para una mujer.
—Paola tendrá algún día un Lander que representar —digo enfadado—. Disculpa si yo no me veo capacitado para salir en los libros de historia de tu país, junto a ella.
—Eso se aprende, estúpido, no es como si tuvieras una cara repulsiva para salir en la prensa o en esos libros de historia, como puede ser la mía.
A través del retrovisor veo su cicatriz, la que deja casi cerrado su ojo derecho.
—¿Cuándo hemos pasado a hablar de tus propias inseguridades? —pregunto adivinando su miedo.
—Cuando he descubierto que tú y yo nos parecemos demasiado. Yo una vez estuve en tu mismo lugar con alguien parecida a Paola —dice ahora él más enfadado que yo, de hecho esa manera de utilizar el cambio de marchas no es normal, apuesto a que imagina que es mi cuello—. Acéptame el consejo, llorón, búscala si no quieres conformarte con verla de lejos y machacártela pensando en ella. Porque desde ya te digo que no se te levantará con otra en la puta vida si estás la mitad de enamorado que puedo estarlo yo.
El frenazo que da me hace saber que hemos llegado, su cara seria me dice también que no le vuelva a sacar el tema de su cicatriz.
Me llama la atención que se ha haya detenido delante de un bar de copas. Eso me deja confuso, pensé que iríamos a casa de los padres de Paola. Vaya, para estar hecha una mierda bien que no se le nota.
Bajo sin que él me abra la puerta, pero alcanzo a oír su nueva orden, más que consejo, antes de salir del todo.
—Y arréglalo ya, capullo.
Consejo que le metería por el culo si no temiera que me diese la paliza de mi vida.
Cierro de un portazo sonoro, el coche no se va a romper por eso y a mí por lo menos me dejará de mejor humor. Si lo arreglo, que aún está por verse, es porque a mí me da la gana.
Por ahora, voy a verla, necesito seguir viviendo un día más.
Valiente grupo de amigos que tiene Heller, a cada cual más tonto, pelota y falso, no soporto que me llamen duquesa si no lo permito yo antes. Por eso le digo a mi hermana que me tomo una única copa y me voy a casa, que una hora más es cuanto puedo aguantar con semejante grupo antes de que la cena salga de mi estómago.
Me aparto de ellos y me siento en un taburete de la barra mientras espero a que el camarero me atienda. Es rápido, en un minuto lo tengo frente a mí sonriendo y preguntándome qué voy a tomar.
—Quiere una Paulaner bien fría, en botella, no en copa, ¿verdad, duquesa? —dice alguien que no soy yo.
Al oír la voz me tiemblan las piernas y me alegro de haberme sentado a tiempo.
Hugo está a mi lado, su aroma es inconfundible, y te lo digo yo que todavía permanece en la memoria de mi cama cada noche, así las sábanas lleven cinco lavados en poco más de diez días.
El camarero, creyendo que venimos juntos, toma nota de su pedido. Una cerveza para mí, nada para él. No tiene que decírmelo, sé que no piensa quedarse mucho tiempo conmigo. No tardará en rechazarme de nuevo.
Pero entonces él pone un papel doblado sobre la barra. Con el dedo índice lo desliza suavemente hacia mí.
Supongo que Viktor tiene razón, con mi estúpido orgullo acabo de matar lo que Hugo pueda sentir por mí.
De reojo, sin ayuda alguna, reconozco el cheque por valor de mil ciento cuarenta y siete euros con cincuenta céntimos que esta noche firmé antes de salir del gimnasio. La factura del veterinario de Bimbo.
—No te lo tomes como un insulto, es tuyo y te lo debía.
En ese par de segundos tengo mi cerveza en la barra. La cojo y giro sobre el taburete con la intención de ver a Hugo.
Y sí, tuve acierto al sentarme, de lo contrario ahora estaría en el suelo con tremendo chichón en la cabeza.
El cabrón está para comérselo, con esa cara recién afeitada que dan ganas de lamer.
Vale, que alguien me choque con la barra para dejar de pensar con las hormonas, todavía necesito de mis neuronas para seguir hablando.
—Lo sé, pero no lo quiero.
Hugo mira mis piernas. El vestido negro, nada parecido a lo que vio de mí nunca, es tan corto que casi se pueden ver las ligas de las medias, por el contrario, el abismo que abre entre nosotros es más largo. No puedo adivinar si le gusta lo que ve, solo sé que a mí ya no me gusta el vestido, porque con él puesto soy todavía más Paola de Baverburgo a sus ojos.
—Acéptalo, por favor, trato de seguir adelamte. Es mi manera de terminar con todo cuanto nos une. Bimbo y yo te estaremos agradecidos siempre —digo antes de volver a centrarme en mi bebida, a jugar con la escarcha del botellín helado.
Me veo ridícula, la actitud distante que pretendo mostrar no puede mantenernos alejados a nosotros cuando Hugo está a menos de medio metro de mí y puedo notar su calor.
Le doy un trago a mi cerveza, eso me dará tiempo para calmar el dolor. Porque terminar con él me duele, y mucho, y más cuando yo no comparto su decisión. Y por su cara de pena sé que eso es lo que pasará hoy entre él y yo.
Esta noche se acaba todo definitivamente.
Sin inmutarse por lo que yo pueda estar sintiendo, Hugo continúa hablando:
—Te repito que no lo quiero, eso lo hice de corazón —dice antes de darse la vuelta para irse, dejando el cheque sobre la barra.
—Pues será lo único que hiciste de corazón conmigo.
Y ya lo he dicho.
Al oír mi comentario, Hugo se detiene. Yo lo enfrento. Ojalá y quiera discutir conmigo, así me repondré del ataque y el dolor no será tan profundo. Podré levantarme mañana con la cabeza alta y así afrontar una vida que se me queda vacía.
—Es una lástima que después de todo, te quede la duda. Eso significa que no lo hice bien.
¡Joder, no! Esas palabras son peor que una patada en el pecho en pleno combate de taekwondo, duele hasta dejarme sin respiración también. Tanto, que me hace cambiar de estrategia. A lo mejor se trata de no agredirle más y de mostrarme sincera, vulnerable y necesitada de su amor. De hacerle ver cuánto lo quiero.
Cojo su brazo cuando quiere irse de nuevo. Me pongo de pie junto a él.
—Lo has hecho muy bien, Hugo, de verdad. De lo contrario no estaría enamorada de ti.
—Paola, no sigas, nos haremos daño.
—Yo también tengo mis reservas con los hombres que se acercan a mí por dinero, ¿sabes?
—Paola...
—No, por favor, déjame terminar. No digo que tú me utilizaras, digo que al ocultarte mi identidad creí protegerme una vez más de una decepción. Nunca quise hacerte daño a propósito, no fue mi intención.
Hugo toma mi mano para acariciarla. ¿Primer paso para un acercamiento? No lo creo.
Al sentir su roce respiro profundo, aunque el aire siga sin entrarme en el cuerpo, mientras, las lágrimas sí que luchan por salir de él.
—Eso ya no importa.
—Sí, sí que importa cuando es lo que hace que te alejes de mí una y otra vez.
—No es que me aleje, Paola, es que ya nunca podré acercarme a ti. Eres demasiado inalcanzable ahora. ¿No lo entiendes?
—¿Ves? —digo dolida—. Lo sigues haciendo tan bien que no creo que vaya a olvidarte en la vida.
—Lo siento, Paola, lo siento mucho. —Y por su tono de voz bien podría empezar a llorar antes que yo—. Me gustaría poder decirte que yo sí olvidaré quién eres, pero no puedo. Tengo miedo.
Hugo sonríe tímidamente, pero no hace nada más. Ni un beso, ni una caricia. Nada.
—Vale, lo pillo —digo mientras me siento en el taburete de nuevo y esquivo su mirada. Esta vez el alcohol no sanará la herida que Hugo me deja abierta, pero de todos modos bebo de nuevo—. No hay esperanza para lo nuestro, porque nunca dejaré de ser Paola de Baverburgo.
Hugo no se va sin más. Me besa por fin, pero en la cabeza.
Es un adiós definitivo. Repite un nuevo “lo siento”, con tanta lástima en el timbre de su voz que hurga con más saña en mi herida.
Levanto la mano para llamar al camarero. Mañana no sé si estaré lamentable de rodillas frente al váter, pero hoy que ya lo estoy, llorando en un bar delante de desconocidos, bien puedo tomarme una docena de cervezas para disimular por lo menos el rímel corrido.
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