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8.





Miro la taza de café encima de la mesa. Puede resultar estúpido haberla traído a la oficina, no te lo niego, incluso rayar lo patético si tenemos en cuenta que ya no estoy con Paola. Pero es su regalo, y solo por eso tengo que tenerla aquí. 

     “La suerte se tiene un día, tras muchas jornadas de esfuerzo” dice la condenada frase motivadora que me ha abierto definitivamente los ojos esta mañana. 

     Cuando Viktor me llevó anoche a casa, —no quiero ni imaginar la cara que me vio al salir del bar para obligarme a subir al coche— hice un último esfuerzo para poder desvincularme por completo de Paola. 

     El cheque a cambio de su regalo, el que todavía conservaba sin abrir y que debía tirar de una vez por todas.

      ¿Por qué no me iba a funcionar? Fue lo que hice siempre con los regalos de Ana y con ella sí dio resultado.  

     Cada vez que follábamos después de nuestra ruptura yo la olvidaba un poco más al tirar lo que me daba. 

     No quise conservar nada, de acuerdo, pero tampoco fui gilipollas. Cogía cada cosa, y las regalaba a su vez. 

     Supongo que así cerraba el círculo vicioso que los mismos regalos abrían entre ella y yo, ya que estaban pagados con el jodido dinero de su padre y no le suponía trabajo conseguirlos. Para Dany fue la primera moto scooter que tuvo, Raúl lo flipó con el carnet vip de fútbol de aquella temporada de champions y Jota tardó años en agotar el crédito de la tarjeta para ropa que le di, de cinco mil euros. 

     Pero ¿por qué me resistí anoche a tirar una taza de café, tan fácil de conseguir en un bazar de chinos? Porque es de Paola, imbécil. 

     Y ella, por mucho que me pese reconocerlo, nunca será como Ana.

    Con una simple taza Paola me regalaba su apoyo, su confianza. Su amor. 

    Porque al verla, y leer la frase que la decoraba, entendí que si ella quería regalarme semejante muestra de ánimo para mi nuevo proyecto individual, cuando por fin me decidiera a dejar el bufete Quirós, eso solo significaba una cosa: Paola admira mi trabajo y confía en mi talento, quiere mi despegue propio con su aliento incondicional. 

     La firma de Wegener se cruzó en nuestro camino y yo la malinterpreté.

         Así que vuelvo a mirar la taza, sonriendo, con ganas de ver a Paola y contarle cuánto me ha gustado su regalo, para decirle que tengo previsto dejar el bufete y que de nuevo me arrodillo a sus pies. 

     Que nuestro acercamiento de anoche hoy es posible si ella me permite amarla.

     Seguramente tendré que pedirle disculpas cada día del resto de mi vida, pero no me importa, al menos estará conmigo compartiéndola, no me hago a la idea de verla lejos y amarla en la distancia, como el bueno de Viktor hace con la que fuera su pareja.

     Estoy actualizando mi agenda para que mis compañeros se puedan hacer cargo de mis clientes una vez que yo me vaya a final de semana, cuando la puerta se abre de golpe, dando en la pared. 

     Sonrío. Ella y su manera de entrar aquí. 

     Creí que yo le daría la sorpresa al buscarla, pero Paola otra vez se me ha adelantado, no ha podido esperar para hacerlo ella antes. Sigue sin conformarse con nuestra ruptura.

     Un momento, si ha venido a verme porque no se resiste a terminar con lo nuestro, entonces, ¿por qué puedo ver la vena de su frente a punto de explotar? 

     Me preparo para lo peor, de lo peor, ya puestos a catalogar la debacle de nuestra relación, y sigo sentado tras la mesa. 

     —Nunca pensé que fueras tan despreciable —dice cerrando la puerta con otro golpe, que a punto está de hacer temblar las paredes. 

     Y una mierda me quedo sentado. 

     No volveremos a los insultos, ya no me divierten. Me levanto.

     —¿De qué hablas ahora, Paola? 

     —De mi deuda. 

     —¿Y a mí que me importa ya?

     —La inútil de Marta la ha comprado y me ha quitado el gimnasio. 

     No puedo dejar de sentirlo por ella, porque la quiero. ¡Joder, si no hace ni una hora que quería correr a verla!

     —No sé qué tengo yo que ver con eso. 

     —No pudiste cerrar la boca mientras te la follabas, ¿verdad? 

     —¿Qué? —No entraré en su juego. 

     —¡Le has contado lo de mi deuda y ella me ha traicionado con mi prestamista! ¿Cómo has podido? 

     —¡Yo no he sido!

     —¡Pues dime quién ha podido ser!, ¡porque eso es algo que solo tú y Viktor sabéis!

     —¡Y yo qué coño sé! 

     Pero no me quedaré sin averiguarlo.

     Paola está en lo cierto, rompió el secreto de su deuda conmigo, sobre eso no pudo engañarme.

    Cuando parece que los gritos han cesado entre nosotros y las miradas se vuelven menos frías, me atrevo a decirle:

     —Quizás pueda hacer algo. —Es un ofrecimiento sincero por mi parte, no tiene sentido que lo oculte, estoy enamorado de ella y si puedo ayudarla lo haré—. ¿Tienes algún documento al que pueda echar un vistazo?  

     Tras los gritos, Paola ha perdido fuerza, supongo que la aparente calma se debe a la confianza que deposita en mí, o eso quiero creer.

     —El contrato del préstamo. —Y me muestra una papel que he de poner lo más liso posible para que se pueda leer.

     Efectivamente, su prestamista fue listo. Desde la primera letra sin pagar de Paola el gimnasio pasó a su propiedad. Ese hombre es el dueño desde octubre. Ahora ya no, ahora es de Marta Quirós. Se lo ha vendido a ella. 

     —Hace meses que no era tuyo, Paola 

    —Ya. Pero estaba tranquila porque él me había dado seis meses de prórroga y si Marta no se hubiera entrometido con su apestoso dinero, yo lo hubiera conseguido con el premio del campeonato. 

    —¿Tienes la firma de esa prórroga? 

    —Me dio su palabra. 

    Paola está a punto de llorar. Uf, contra eso no tengo nada que hacer. Marta lo ha comprado legalmente. Pero tiene razón, si ella no lo hubiera sabido… 

    —Lo siento, no sé qué decirte. —Siento su pena en mí, su sueño se ha esfumado, ya no podrá luchar por los niños del barrio. Pero entonces me acuerdo de quién es y que puede comprarse diez gimnasios iguales—. Habla con tu padre,  a lo mejor él puede…

     —Por lo que veo no has llegado a conocerme  —dice con un radical cambio de humor, ya no va a llorar. 

     Y encima, su vena sigue ahí, todavía no ha terminado conmigo. 

    —Yo no puedo hacer nada, de verdad. Era su gimnasio porque incumpliste la cláusula del pago, se lo podía vender a quien quisiera —le digo al tiempo que bordeo la mesa para sentarme de nuevo. 

     —Eres el único que pudo decírselo, ¿y piensas que te voy a creer? —Sí, vuelve a gritarme.

     —Parece que tú tampoco has llegado a conocerme.

     —¡Déjate de tonterías y dime la verdad, Hugo!

    —¡¿Qué verdad?! No sé el nombre de ese tío, ni cómo localizarlo, ni siquiera un puto número de teléfono tengo, ¿cómo pude decírselo a Marta para que lo visitase? ¿Eh?, ¡dime!

     —¡¡¡Porque guardaba el maldito contrato en el sofá cama!!! 

     ¡No jodas! ¿Paola lo tenía ahí? 

     Respiro hondo, pero de nada me sirve. 

     Pasa por mi mente cada sonrisa que me dedicó, cada beso que nos dimos allí en el sofá. Cada mirada que yo creí sincera. 

     La taza que tanto me ha gustado ahora la quiero partir. La cojo con rabia, sin importarme que esté llena de café. Pero no puedo romperla. Eso sería acabar con lo nuestro. Y me niego. A cambio solo puedo dejarla sobre la mesa derramando todo el café.

     —¿Me estás diciendo que has abierto ese sofá con alguien más?, ¿con Christian?

     —¿Yo? No. 

     —Noooo… claroooo… tú solo abres el sofá para comer sándwiches, ¿verdad? 

     No espero respuesta para saber que ya está todo roto, no hace falta partir la taza, entre Paola y yo. 

          

Christian, joder. Yo lo mato. 

     Por su bien espero que no esté en el gimnasio cuando regrese, o va a parecer que el Pit Bull le ha mandado a sus matones para arreglarle la cara. Espero que Marta le haya dado el dinero que tanto buscaba, porque va a necesitarlo para pagar la factura del hospital. 

     Cuando dos horas antes recibí la llamada de mi prestamista, lo que menos pensé era que me quitaba el gimnasio. Intrigada con él, dejé el entrenamiento con Christian, a medias, y me fui directa a verlo. En un principio no entendí su despedida, pero ahora sé que fue toda una revelación de sus acciones. 

     —Paola —me dijo mientras me ponía el abrigo para salir corriendo a ver a ese cerdo—. No he querido hacerte daño… 

     —No te preocupes ahora por ese golpe, Chris —le dije yo recordando cómo me había lanzado a la lona. Seguía con la resaca de anoche y no estaba al cien por cien de mis facultades en la lucha. 

     —Lo siento, lo siento mucho. No he querido hacerlo. Perdóname, por favor. 

     —No pasa nada, tengo mayores problemas. Ahora no puedo pararme, de verdad, luego hablamos. 

     Obviamente no habrá un luego entre Christian y yo jamás. Que no se ponga delante de mí. 

     Ni  veinte minutos tardé en llegar. No me hizo falta llamar, mi prestamista me esperaba con la puerta abierta, seguro que encantado de poder deshacerse de mí y de mi agujero económico. 

     —No tengo nada contra ti, Paola, entiéndelo, pero los negocios son los negocios. He esperado demasiado, y me debías cuatro plazos. Ella se presentó con tu deuda y pagó en metálico —me dijo al enseñarme el contrato nuevo que había firmado en la venta de mi gimnasio. 

     Me hirvió la sangre al ver la insignificante cifra por la que me traicionaba, y mucho más al ver el nombre de la nueva dueña. Quirós. 

     —Pues acabas de hacer el peor negocio de tu vida, maldito usurero, porque yo podría haberte pagado el doble si me hubieses llamado antes. 

     Al salir de su casa, sin poder dar crédito aún a lo que me había ocurrido, solo pensaba en Marta y su gran putada. 

     Con el gimnasio le pagaba ya con creces entrometerme entre ella y Hugo. ¿Es que no me iba a dejar tranquila nunca? Eso sí, creí que el culpable de todo era él por habérselo contado.

     Hasta que Hugo habla del sofá cama, y ahora lo entiendo todo.

     No está del todo cabreado, es más bien decepción lo que veo en su rostro, no procesa lo que he dicho. 

     Cierro los ojos al ver que coge la taza que le regalé, pero no llega el impacto.  Al mirarnos a los ojos de nuevo sé que no ha hecho falta romper nada, porque ya nada hay entre nosotros.

     —¿Me estás diciendo que has abierto ese sofá con alguien más?, ¿con Christian?

     —¿Yo? No —me apresuro a decir cuando me acuerdo de Christian y sus clases "teóricas" en el despacho. De su falta de sueño de estos días que ya no me creo cierto. ¡Qué imbécil he sido!

     Hugo no quiere oírme y me mira triste, pero con una sonrisa de burla en su boca. 

     —Noooo… Claroooo… tú solo abres el sofá para comer sándwiches, ¿verdad? 

     —Aunque no lo creas, fue así, solo comí con él. 

     —No seré experto en relaciones, Paola, pero me parece que pensar mal de mí y Marta es de no tener la conciencia muy limpia con Christian. —Hugo se cruza de brazos mientras finge calmarse levantando una ceja.

     —Déjame que te explique… —pido con desesperación yendo hacia él. 

     Y cuando me acerco para tratar de hacerlo, Marta me interrumpe. 

     —¿Qué hace esta mujer aquí? —dice al verme cuando abre la puerta. Ha levantado la nariz en su famoso gesto de asco. 

     Que lo haga, poco me importa ya, yo hasta  la supero en asco y antipatía.

      —Paola ya se iba. 

     Miiro a Hugo, enfadada, está aprovechando la intromisión de la mujer que más odio en la vida para no tener que oírme.

     —Sí, ya me voy —digo manteniéndole la mirada. Hugo me señala la puerta, brazo y mano extendidos. Me está pidiendo en silencio que abandone su despacho. Me voy con la cabeza muy alta, pero con una lágrima, la hija de puta, saliendo de mi ojo—. Me he quedado sin casa, ahora estaré en esta dirección —le digo en alemán al meterle una tarjeta de visita en el bolsillo de la chaqueta—. Te estaré esperando para hablar, cuando quieras escucharme. No más peleas, Hugo, por favor.

     Antes de irme cojo el documento que acredita que ya no soy la dueña del gimnasio y le digo a Marta al oído al pasar por su lado:

     —Disfruta de tu asalto porque el combate entre tú y yo no ha terminado.

     —Eso haré,  encanto, después de todo —dice desviando su mirada a Hugo—, él se queda conmigo.

     Y así es cuando esta mujer demuestra su verdadera cara, nada de ser tan tonta como pueda creer de ella. Siempre fue mi verdadera rival, ¿cómo no la vi venir?


Paola sale por la puerta dejándome dolor de cabeza, el de pecho, a la altura del corazón, tardará en desaparecer también.

      De nada me sirve haberla visto como quería, es más, es una putada. Ahora ya no solo su título  nobiliario me provoca terror, los celos se ensañan conmigo. ¿Christian, de verdad? ¿no había otro al que meter al despacho? Hasta  hubiese preferido al presumido de Jürgen.

     No es cierto, solo pretendo engañarme a mí mismo. No la quiero saber con ningún tío de su pasado. 

     Porque ese es el problema que me atormenta, precisamente, que a mí no me ha quedado un pasado con ella que recuperar, que nuestra ruptura no me deja más que unos días de recuerdos. Una corta historia que, después de lo ocurrido, veo imposible ahora en el presente, imagínate para el futuro. 

     Marta se acerca a ver cómo estoy. Si se fuera de mi despacho estaría mucho mejor, gracias. No capta mi rechazo, sigue a mi lado. 

     —¿Por qué lo has hecho? —pregunto haciendo mío el dolor de Paola, su escuela, su gimnasio, su vida. La mía entera mientras ella era feliz—.  Has ido demasiado lejos, Marta. 

    Me deshago de sus manos, que ya quiere ponerme encima. Ella sonríe sin reparar en mi rechazo. 

     —Se la tenía jurada. Nadie me roba lo que es mío, Cari.

     —¿Tuyo? Ese fue siempre tu error, pensar que yo te pertenezco.  

      —¿Ah, no? Y lo que llevo invertido en ti, todos estos meses, ¿qué?

     —Lee la letra pequeña, cariño, valgo más que un polvo. 

     Me encamino hacia la puerta yo también. Dejar de trabajar cuando estoy a punto de renunciar, no me preocupa demasiado. 

     Pero Marta tiene otros planes para mí. Se sitúa delante impidiéndome el paso.

     —Si sales por la puerta, Hugo, te juro que destruiré a esa mujer. 

     —No tienes tanto poder sobre mí —digo pensando en la auténtica identidad de Paola, como heredera de Baverburgo está protegida.

     —¿Ah no? Reduciré a escombros ese maldito gimnasio, haré que deporten a medio barrio y meteré en la cárcel al rumano ese. Y todo antes de que acabe el mes. ¿Quién tiene el poder aquí, Hugo?

     ¡Mierda! Paola está a salvo en casa de su padre, pero no puedo decir lo mismo de Christian y el resto de vecinos del barrio, y eso contando que el que sobreviva a la ira de Marta ya no tendrá el cobijo del deporte, en el gimnasio.

      —¿Cuáles son tus condiciones? —pregunto al tiempo que me olvido de salir del despacho. No puedo dejar de pensar en todos aquellos niños con los que jugué al fútbol el día de reyes.

     —Está visto que un buen trato siempre será mejor que una condena —dice ella acercándose a mí, para luego pasar su mano por mi cara y besarme muy lento, tratando de que yo sienta cada segundo de asco que me provocan sus labios— ¿verdad, cariño?

     Para otro no sé, para mí con Marta no hay diferencia. Estoy condenado.

🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊

     Dani y Jota me miran esperando el motivo de mi llamada de urgencia para vernos en mi casa esta misma tarde, creo que lo hacen con burla después de verme la ropa. Llevo puesto un chándal de los que ya ni recordaba tener en el armario. 

     Pero que me entiendan. 

     Yo también tengo derecho a mi pena de ruptura, también necesito vagar por la casa, sin ganas de levantarte de la cama, mientras paso todo el día comiendo porquerías y viendo Netflix. Lo de llorar me lo planteo, no creas, pero me contengo a tiempo de aguantar a mi madre y a mi hermana con preguntas incómodas, o a mi padre, sin reírse ya, esperando para darme una hostia y que así espabile a mi edad. 

     —Ofrécenos ahora helado de chocolate y me matas —dice Dani, dejando sus cosas sobre mi cama. 

     Le saco el dedo corazón y le doy una cerveza para que se calle.   

     —¿Qué te pasa, tío? La llamada me dejó preocupado —pregunta Jota, aceptando su botellín. 

     —Tenéis que ayudarme a recuperar el gimnasio de Paola. 

     Los pongo en antecedentes de su rivalidad con Marta y posterior venganza definitiva de esta, y cuando termino no veo demasiado asombro en sus caras.  Al parecer era un presagio para todos, que yo no supe ver, desde la fiesta de Raúl. 

     —Por eso tengo que devolverle su gimnasio antes de que Marta lo destruya del todo. Es una duquesa, joder, ¿qué otra cosa puedo hacer si no tengo dónde caerme muerto?

    —Paola no necesita que le demuestres nada, ella te ama.

     —¿Y su padre?, ¿puedes decir lo mismo de él cuando me conozca? —pregunto a Jota que se encoge de hombros sin saber qué contestar.

     Y por muy profesor de matemáticas que sea, esa respuesta no viene en sus libros de cálculo. Ya te lo digo yo, que ni echando cuentas de los que puedo ganar toda una vida, sería el cinco por ciento de su fortuna.

     El Duque de Baverburgo, como cualquier padre, querrá lo mejor para su hija. Si además es duquesa, la exigencia para mí será mayor. 

     —Vaya, ninguno de nosotros cometió semejante locura antes. —Dani ha resumido muy bien todo lo que les he contado.

     Jota le da un codazo para que se calle. No lo culpo, de nosotros cuatro, creo que yo me llevo el premio a “gilipollas enamorado” del año con cerebro de mosquito.

     —¿Estás dispuesto a perder los ahorros de tu vida para comprarle a Marta el gimnasio de Paola? —me pregunta a continuación

    —¿Tú te has oído, imbécil? —Jota interviene, no parece muy de acuerdo conmigo—. Ella te eligió a ti sabiendo quién eras ya, no necesitas impresionarla. 

     Pues que espere a saber el resto de mis planes, lo de imbécil lo superaré con creces. 

     Cuando les cuento todo lo demás, me cae la primera negativa. 

    —Darle tu dinero ya era absurdo. Pero no cuentes conmigo para eso, es una locura. Dani, joder, dile tú que es un delito —dice Jota poniéndose de pie.

     Lo miro a punto de reír, yo también sé que es delito, que para algo estudié leyes, Dani no tiene que decirme nada. 

     —Por mí sí, te ayudo, será divertido verte intentarlo. Con tu regalo a Paola  equilibras todos los que alguna vez recibiste de Ana. 

     —¿Eso piensas?, ¿que el karma me devuelve la hostia con Paola desde aquello?

     —Piénsalo así, Hugo, de no haberlos aceptado nunca, no tendrías este puto dilema mental sobre el dinero.

     Por un segundo, un solo segundo creo que Dani tiene la razón, pero es verlo reír y darle una colleja para que no me venga a liar más. Ya no tiene remedio lo que hice con Ana o cualquier otra, pero sí puedo hacer algo para que Paola sea feliz. Para poder serlo yo a su lado.

     —¿Y si se te vas de las manos? Puedes acabar muy mal, tío. —Jota insiste en hacerme cambiar de opinión. 

     —Lo tengo todo bien atado, es fácil, no habrá problemas. Solo quiero que me excuséis con Marta cuando no pueda soportar que me toque. Paola es otra historia. Viktor se encargará de que no se entere ella.

     —¿Viktor?

     Y aquí es cuando flipan de verdad sobre el guardaespaldas.

     —Es fundamental que ella no sepa nada, porque no me dejará hacerlo.

     —Pues claro que no te dejará, Paola es mucho más inteligente que tú. 

     —Venga ya, Jota. No me toques los huevos. Cada uno de vosotros ha hecho lo que ha creído conveniente para acercaros a vuestras mujeres. ¿Por qué no voy a hacerlo yo con su gimnasio? 

     —Porque lo tuyo es estafa. Díselo, Dani, joder. 

     —Es estafa, tío. 

    Pongo los ojos en blanco, el argumento está muy manido cuando el primero que ya lo sabe soy yo. 

     —¿Me ayudáis o no? Tendré que aguantar a Marta y necesito coartadas para librarme de ella. 

      —Con lo fácil que sería decirle a Paola que estás cagado de miedo. Ella te comprendería, ¡después de arrancarte la puta cabeza, por supuesto! 

     Abro los ojos alucinado. Jota se está tomando su defensa de la verdad  muy en serio. Me obliga a gritarle también. 

     —¡¡Y yo quiero arrancarle el gimnasio de las manos a Marta, ¿tan difícil es de entenderme?!! 

     Dani me da una palmada en el hombro para tranquilizarme. 

  —Yo estoy contigo —me dice, yo le doy las gracias por echarme de nuevo una mano con Jota—, verte otra vez con Marta no tiene precio. —E insiste en hacer de esto una broma. 

     Esperaré para darle una hostia, Jota aún se debate entre la mentira a una amiga y el apoyo a un amigo, y por ahora él tiene toda mi atención. 

     —¿Qué me dices, Jota, te apuntas? 

     —Bueno, yo no podré ayudarte mucho con Marta, estoy a punto de irme a Boston con Ruth, mientras tanto, será mejor que no vea a Paola, a ella no voy a traicionarla.

     —Gracias. —Respiro aliviado.  Hasta que pega el siguiente grito. 

     —¡Que sigo sin estar de acuerdo! Madre mía, Hugo, que te vas a meter en un lío con eso de la boda, tío, ya verás. Lo que pretendes hacer no es del todo legal, tu debes de saberlo mejor que nadie —está visto que no me dejará tranquilo hasta que se vaya con Ruth, ¿en qué coño pensaba para decirles nada? Tendría que haberlo hecho solo, y punto. 

     —No tengo nada que perder. 

     —Tu vida, ¿te parece poco? 

     —Exagerado —dice Dani cada vez más divertido—. Cuando este pelma se vaya a Boston cuenta conmigo para lo que necesites. ¿Quién se lo cuenta a Raúl?

     —Cuantos menos lo sepamos mejor. A él dejémoslo fuera porque es capaz de contarlo en sus cómics y arruinarme el plan.

     Al menos cuento con uno de ellos como cómplice, uno que me quite a Marta de encima cuando se ponga demasiado pegajosa 

     Jota se larga sin volver a hablarme, cabreado, Dani se va detrás poniendo los ojos en blanco y riendo, y yo me tiro en la cama para continuar pensando en los detalles de mi estrategia. 

     Cuando salí del despacho y pensé detenidamente en la amenaza/propuesta de Marta, supe lo que tenía que hacer. El gimnasio es la vida de Paola, y ella es la mía, y solo si lo recupero podré reconstruir lo que teníamos.

     Así que nada más llegar al despacho mañana pongo en marcha mi reconquista de Marta. Volveré locos a mis compañeros cuando sepan que no me voy.

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