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7.


Reconozco que el vestido que ha escogido Heller es bonito, pero la etiqueta marca un precio descomunal que yo no estoy dispuesta a pagar aunque ya no tenga problemas de dinero.

     —Anda, pruébatelo, no seas tonta.

     —Pero, Heller, no puedo...

     —No puedes qué. Tienes dos manos, ¿no?

     Y solo para que deje de empujarme hacia el probador, entro en él.

     Nada más salir con el vestido puesto, buscando su aprobación, me llevo el disgusto.

     —Ya es tuyo, te lo he pagado —me dice con la tarjeta de crédito en la mano, sonriendo con malicia. Estaría mejor que empezase a decir que lo ha comprado papá, ella no es que trabaje demasiado.

     Sonrío. Debí imaginar que mi madre la ha mandado a renovar mi armario.

     Ahora que vivo de nuevo con ellas, o deambulo por la casa en plan "zombie enamorado" mejor dicho, en la vida me dejarán vestir vaqueros sencillos.

     Al salir de la tienda, Heller quiere seguir con mi renovada imagen. Peluquería, manicura, pedicura y un baño de aromas de canela nos esperan en su spa favorito. Dice que la heredera ha regresado a casa, y que no puedo seguir ocultándola. Casi que la prefiero de fiesta, tomando chupitos y vomitando a la mañana siguiente

     La miro riendo cuando ya entramos al restaurante cargadas de bolsas de compras, le compenso este día tan estresante con una invitación a almorza de verdad. Las dos solas, sin interrupciones.

     —¿Y has vuelto a ver a ese hombre?

     —No sé ni quiero saber nada de semejante "Judas".

     —Pobrecito, ha de estar muy enamorado. —Heller lo defiende mientras ya se prepara para comer. Ambas estamos servidas.

     —No debió traicionarme con esa mujer por mucho que diga quererme.

     —A veces cometemos locuras creyendo que es lo más acertado.

     —Sin excusa, Heller. Christian no solo me dejó sin gimnasio sino que ha condenado a todos esos niños al futuro incierto que él mejor que nadie conoce. No creo que pueda perdonarle nunca.

     —¿Y qué hay del otro?

     —Con Hugo lo he estropeado del todo, ya solo me queda esperar a que él quiera verme. Acabamos muy mal la última vez.

     Mi hermana se inclina sobre la mesa, parece que quisiera contarme algo, o al menos mantener un secreto. La imito y ambas nos encontramos a medio mantel.

     —¿Crees que el Ducado pueda estar maldito para nosotras en eso de la búsqueda del amor?

     —¿Qué?

     Ay, dios, no debe de ser bueno aspirar canela tan a menudo en esos vapores del spá.

     —Mírate si no, Jürgen no es un ejemplo de nada, lo sé, no me refiero a él. Pero Hugo te ha dejado por ser quien eres, cosa que Viktor hizo conmigo igual hace tres años.

     —¿Eso es lo que te ocurrió a ti, cariño? —Ya no me apetece frivolizar con sus conjeturas, el rostro de mi hermana, tan risueño y optimista de siempre, ensombrece por la pena.

     Ella recupera de nuevo su postura recta, cabeza alta y barbilla a noventa grados. toma el tenedor para empezar a comer y sonríe de manera mecánica.

     —Definitivamente el legado de Johan II acabará en nosotras.

     Coño, no puede estar hablándome como mi hermana y actuar de repente como Heller von Baverburg, hermética y fría. La observo comer sin decirme nada más respecto a Viktor, pero bien que habla de cualquier otro tema gubernamental, social e incluso militar.

     Sí, definitivamente, el Ducado nos ha jodido a ambas.

🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊

     He de admitir que gracias al empeño de Heller he tenido un día completo y agotador, en el que pocas veces he pensado en Hugo. Y digo pocas veces porque para las trescientas imágenes suyas que han bombardeado mi cabeza estos últimos días, las ciento veinte de hoy las veo bien pocas, la verdad. Además, en la última lo he visto con mi lado lascivo del cerebro, cubierto de canela de arriba a abajo. Ya te puedes hacer una idea de las ganas que tengo de seguir pensando en él si acabo de darme un empacho de besos golosos que se desvanecieron en la nada al volver a la realidad.

     Realidad que en este momento es entrenar, por muy cansada que esté del día de compras.

     He perdido el gimnasio, sí, pero para ganar el campeonato de marzo todavía tengo una posibilidad. Con el dinero del premio resurgiré en un nuevo proyecto deportivo en el barrio.

     Por eso al llegar a casa dejo las compras en la cama y bajo al sótano, donde mi padre mandó construir un gimnasio solo para mí, años atrás, con la esperanza de que no me fuese nunca de su lado. Pobrecito, hasta ahora no he podido agradecérselo.

     Golpeo el saco, una y otra vez, al que le he puesto una foto de Christian.

     Tal como vio, aquel día, que iba a ver a mi prestamista, él salió del gimnasio segundos después de hacerlo yo. Supo que en cuanto me enterase de su miserable traición lo buscaría por todo el barrio para hacérselas pagar, como en realidad hice, y decidió huir.

     Imagino que el dinero de Marta ha sido bastante para desaparecer sin dejar rastro, porque Viktor aún no consigue averiguar dónde se esconde.

     Estoy de lo más concentrada, descargando mi rabia con el saco cuando Viktor baja a verme, lo necesito en Bangkok y le he pedido que me ayude a entrenar a escondidas.

     Aparece con su propia ropa deportiva, y es cuando veo también al hombre sencillo que hay bajo ellas. El que siempre fue hasta que mi padre lo acogió bajo su protección. Hoy, encima, que lo sé todo de su ruptura con Heller, me parece un cabrón por eso.

     —Tú y yo tenemos que hablar.

     Le hago subir al ring, donde ya me coloco las protecciones. Él hace lo mismo sin perder tiempo.

     —Ya te dije que mientras vea que te hace mal, no te diré nada de lo que hace Hugo. —Con los dientes termina de ajustar sus guantes.

     —¿Por qué te has vuelto tan amiguito suyo? —Lanzo mi primer puño a su cara sin darle tiempo a protegerse.

     —¿Acabas de golpearme la nariz?

     Y la experiencia le dice a Viktor que no estoy de humor, que voy muy en serio.

     —Te mereces eso y mucho más.

     Descargo sobre Viktor la tensión que llevo acumulada durante la semana, durante los mismos ocho días que hace que me presenté en el despacho de Hugo erróneamente. Él me sigue detestando por quien soy al igual que Viktor se lo reprocha a mi hermana. Así que me vale como cabeza visible para golpear en sustitución de ese abogado capullo.

     —Sabes que no puedo marcarte la cara.

     —Mi padre te mataría si lo haces, sí.

     —Pues deja tú de golpear la mía.

     —No hasta que te lo haga pagar.

     —Pero ¿qué coño te pasa hoy?, ¿de qué hablas?

     Viktor opta por envolverme en sus brazos, con esfuerzo, porque no se lo permito de primeras. Y ya cuando me encuentro aprisionada, es que rompo a llorar.

     —¿Por qué, Viktor, por qué? —pregunto entre lamentos—. ¿Por qué tuviste que abandonar a Heller de esa manera? —insisto con más llanto, con más lástima—. Sois todos iguales, unos putos cobardes.

     Mi amigo, mi confidente, mi hermano, me abraza con más fuerza, creyendo que así me llega su consuelo.

     —Yo no soy Hugo. Paola, mi miedo es real.

     Al nombrarlo seguro que Viktor ha podido sentir cómo me estremezco.

     —¿Por qué él no vuelve, Viktor? ¿Por qué?

     —No lo sé, cariño. Eso no lo sé.

     Pierdo la noción del tiempo que estamos abrazados, de hecho no sé ni cómo consigue que camine en dirección a mi dormitorio.


Jota se marcha a trabajar a Boston en dos días, y nosotros, como buenos colegas, decidimos hacerle una despedida. Cualquier excusa para vernos de nuevo los cuatro. La idea de ir solos fue mía, ni por asomo aguanto una cena en grupo con Marta, paso de que nos vean juntos.
Una cosa es que seamos pareja de cara al mundo y otra muy distinta que me enorgullezca de que ese mundo me vea de su mano.

     Para la cena hemos elegido un restaurante italiano que a Jota le gusta mucho, luego, del bar de copas se ha encargado Raúl. El resto asumimos desde primera hora que sería un club de los que le gustan a él, con shows eróticos en directo. Perfecto para una despedida que bien podría ser de soltero, porque no hay duda de que Ruth y él volverán de Boston casados.

A mitad de la noche me encuentro fatal. No sabría decir si la culpa la tiene la cantidad de pizza que he comido después de tantos años de auto control gastronómico, el alcohol que bebo sin descanso para aliviar mi dolor, o las risas que no paro de oír de los capullos estos por lo que le he contado a Raúl de Marta.

     Vale, pizza aparte, bebida o no, mis amigos se ríen de mí, de ahí seguro lo de mi dolor de cabeza.

     Porque tienen razón.

     —Perdona que vuelva a sacar el tema, pero es lo mejor que he oído en mucho tiempo. Y todavía no te perdono que yo haya sido el último en enterarme. ¡Que eres el primero de nosotros que se casa, tío, y eso tenemos que celebrarlo! —Raúl me ofrece otro cubata, riendo, como lleva haciendo ya tres horas. Se trataba de despedir a Jota, no de inventarse una despedida de soltero para mí.

     —Dímelo a mí, que llevo una semana riendome de él. —Dani no exagera ni un poquito, todavía puedo verlo tirado en el sofá de su casa muerto de risa cuando se lo contamos juntos a Alma.

     —Aprovecha y que Raúl te haga el dibujo de un tatuaje, como hizo conmigo. Puedes ponerte perfectamente "Loco de los cojones", así con colores chulos, tipo grafiti. Pero te lo pones en la frente, ¿vale?, para que todos te vean y no tengan dudas de que has perdido la puta cabeza. —Este es Jota, sigue sin admitir lo que haré en menos de un mes.

     Y los otros dos vuelven a reír. Yo a beber, no puedo hacer otra cosa porque no me echaré atrás en mi decisión.

     —Dejadlo ya, vamos a hablar de otra cosa —les pido apurando mi copa de ron.

     —Vale —dice Raúl serio—. Hablemos de Paola.

     Mierda.

     Dani escupe su beefeater para seguir riendo, Jota se lleva la mano a la frente y él empieza a dibujar sobre una servilleta del bar. ¿Sale con un rotulador en el bolsillo?

     —Nunca sé cuando me visitarán las musas para mis comics —me dice sin que le tenga que hacer la pregunta en voz alta. Normal, un hombre se desnuda en el escenario.

     —Espero que tu mente salida no se ponga a dibujar por estar hablando de Paola —le advierto.

     —No, ella sale en el número de febrero, con el disfraz de año nuevo.

     Su puta madre. Lo miro, pero él parece enfrascado en su dibujo.

     —¿Y cómo le va? —me pregunta Jota, quien no se atreve a llamarla para no tener que mentirle sobre mi boda con Marta.

—No lo sé, y eso me tiene de los nervios. Creí que no se daría por vencida porque necesitaba hablar conmigo, ya me preocupa que no quiera insistir.

     —¿Y si es porque sabe algo de tus planes? —me recrimina Dani riendo. Y a mí me va a reventar la cabeza con las risas de los tres.

     —No lo creo.

     —Pues yo sí, estará pensando qué puede arrojarle a Marta en su día especial.

     Y los tres siguen riendo.

     —Ella al menos tendrá los entrenamientos para desquitarse con el saco. Yo no puedo pegarle a nadie sin que me ponga una demanda después —digo con tres opciones sentadas frente a mí.

     No pierdo de vista la mano de Raúl, y no es fácil, dibuja a toda velocidad y me está mareando.

     —Ah, pero ¿está entrenando? ¿Dónde? —me pregunta Dani más tranquilo.

     Todos sabemos que busca un lugar en el que él también pueda hacerlo. La ventaja que tuvo siempre en el gimnasio de Paola fue el horario, que ella le adaptaba a sus guardias.

     —No sé, tiene dinero de sobra, ¿no?, quizás lo haga con un entrenador personal. Y espera que no sea el propio Van Dame —le contesto volviendo a beber.

     —¡Joder, con la duquesa! —Raúl sigue dibujando lo que ya parece ser un grafiti, por ahora se lee Loco, yo pongo los ojos en blanco y continúo hablando.

     —Mejor así, que entrene todo lo que pueda y se concentre para el campeonato.

     —¿Qué campeonato? —pregunta Jota.

     —El de marzo en Bangkok, creí que lo sabías.

     —Creo que estás equivocado.

     Miro a Dani, preocupado. Si él tampoco sabe nada, y además me lo niega, algo no va bien.

     Cojo mi móvil y consulto la fecha de la reserva de hotel que hice personalmente a primeros de mes, desde Frankfurt. Yo también tengo el billete de avión. Y no. No hay nada parecido en Bangkok para esos días.

     —Era un campeonato de Muay Thai, o algo parecido. Tiene que estar por aquí, si yo mismo hice la reserva... —digo deslizando el dedo por la pantalla del móvil una y otra vez, buscando algo que ya sé de antemano que no encontraré.

     Dani me coge del brazo, Jota me quita el teléfono y Raúl deja de dibujar para romper a continuación el papel, creo que se le han quitado las ganas de reírse de mi tatuaje.

     —¿Qué pasa? —pregunto asustado. Menuda sensación de pánico tengo viendo las tres caras pálidas observándome. Las caras de tres amigos de Paola que saben más que yo—. ¿Queréis decirme ya, o qué?

     Dani es el encargado y lo hace con su peor mirada de poli responsable.

     —Debe de ser ilegal, dan más dinero. Son peleas clandestinas, Hugo.

     —No me jodas, Dani, no te creo.

     —Siempre sospeché de la relación de Paola con Christian, él estuvo de niño metido hasta las cejas en peleas callejeras, pero nunca se pudo comprobar en comisaría nada que la implicase a ella o al gimnasio directamente.

     —¿Ves? Si no tenéis pruebas, no se tratará de eso —me resisto con todas mis fuerzas.

     Bueno, en realidad el Ducado de Baverburgo bien que puede ocultar lo que quiera, lo hace con su heredera a la vista de todos, ¿no?

     —No hay campeonato oficial, Hugo. ¿Qué más pruebas quieres? —Jota es quien me abre los ojos los que ya no sé si tengo húmedos por el alcohol, la rabia o el llanto.

     —La despedida terminó. —Y Raúl habla por mí.

     Me levanto del sofá del reservado. Paola me va a oír así tenga que romperle su billete de avión en mil pedazos. Claro, que si además hablo con su padre y le cuento en qué está pensando su hija, ya no le dará dinero para otro.

🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊

     Su tarjeta de visita ha sido suficiente llave para hacerme atravesar el control de seguridad de la calle. Se trata de una verja enorme que no dudo de que esté electrificada, a juzgar por los monitores de la caseta de acceso.

     Sin la menor opción, un par de guardaespaldas me llevan custodiado cuando bajo del taxi hasta la puerta de entrada, la que también puedo pasar enseñando la tarjeta a la mujer que la abre. ¿Tanto poder tiene un cartón con el nombre de Paola? Me asusto al darme cuenta, el poder en sí lo tiene ella, si no, mírame a mí que estoy temblando.

     Luego, ya dentro, me encuentro con la gran barrera.

     Me hacen esperar junto a la puerta del despacho del duque, en lo que el hombre se despierta. No son horas de hacer visita, lo siento, pero la integridad de Paola no puede esperar.

     Trago saliva al verlo bajar las enormes escaleras. Corre los últimos peldaños y me hace entrar con él. Me acerco torpemente para estrecharle la mano cuando le digo mi nombre.

     —¿Qué le ha pasado a Paola? —pregunta al sentarse y ofrecerme asiento frente a él.

     Es un hombre que aun estando sentado no puede ocultar su gran estatura. Es rubio, como lo era Paola de joven, aunque él ya peina canas en lo que le queda de pelo y perilla.

     —Todavía nada, pero podría ocurrirle.

     —¿Me ha levantado, usted, de la cama, para vaticinar un atentado contra mi hija que todavía no se da?

     —No, por dios, no es un atentado. —No sé hasta qué punto he asustado a este hombre.

     —A ver hijo, ya no hay remedio a tu visita. Estoy despierto y muy cabreado. —Llama por un teléfono interno y pide que le sirvan café, yo niego el nuevo ofrecimiento, se me cortó el cuerpo con el último cubata, un café ahora y vomito—. Así que empieza por el principio.

     Bien. Esto es como estar en un tribunal, a punto de dar el alegato final.

     Como no sé qué conocerá de la relación de su hija conmigo, me mantengo callado al respecto, para que no se enfade más por estar despierto. No tengo otra excusa que decirle que soy su amigo y alumno del gimnasio, donde he podido enterarme, por otro amigo policía, que Paola está implicada en peleas callejeras, cuya finalidad es un premio en metálico de un campeonato clandestino en Bangkok.

     Lo suelto todo del tirón debido al esfuerzo de mi mente alcoholizada. Y no me habrá salido tan mal cuando por ese teléfono hace llamar a Viktor. Gritando.

     Eso me impone.

     Porque seamos sinceros, no se trata de un padre cualquiera que con una mirada pueda asustarte si le hablas mal de su hija, no, él tiene un ejército de guardaespaldas que echarte encima si le tocas demasiado los cojones. ¿Para eso viene Viktor, para echarme?

     —No voy a cuestionar su interés en Paola, si tiene usted su tarjeta, eso es suficiente para mí. Pero como me esté mintiendo...

     —Si no me cree, mire esto.

     Y le enseño las pruebas. El billete de avión de Paola, más la búsqueda errónea del campeonato.

     En este momento Viktor irrumpe en la sala. La confianza que adivino entre ellos es palpable. Hablan en alemán, y yo me siento incómodo entendiendo lo que dicen de mí y mi relación con Paola sin que ninguno de los dos lo sepa, o eso he creído, porque Viktor no me mira como si no lo supiera.

     —El señor Serra está completamente limpio, Herr.

     —¿Y tiene razón?

     —Lo siento, Herr Neumann, así es.

     Viktor no ha contestado directamente, pero por su cara de lamento da por hecho que es cierto lo que he venido a decir, ¿y qué es eso de que estoy limpio?

     El Duque entra en cólera, casi que puede comerse al imponente Viktor. Los gritos entre ellos son aterradores, los reproches provienen de ambos lados. Uno quiere saber más de ese puñetero campeonato, el otro asegura que nada le hubiera pasado a Paola con él a su lado.

     —¡Estás pasando un límite en tus obligaciones, Viktor! ¡No perteneces a la familia, no eres su hermano!

     —Lo sé, no se preocupe, eso es algo que nunca olvido.

     —¡Pues no olvides tampoco que Paola no puede tener secretos conmigo!

     —¡Su hija necesita libertad, Herre!

     —¡¿Y acaso no la tiene con esa maldita vida que ha decidido vivir y que yo he permitido?!

     —¡Quizás ese sea el problema, que no está preparada para el Ducado!

     —¡Lo mas probable es que el que no está preparado para custodiar a la heredera seas tú!

     —¡¿Quiere usted decir que me echa?!

     Los gritos cesan entre ellos. Yo me he hecho pequeñito en esta silla que me camufla, porque está visto que no reparan en mí para hablar de Paola.

     El Duque tarda en hablar, y en cuanto lo hace su tono desciende varios decibelios.

     —Pensaré seriamente en devolverte la custodia de Heller.

     —Herr Naumann, yo...

     Y entonces Paola abre la puerta haciendo que los tres volvamos la mirada hacia ella.

     ¡Joder, tenía que haber venido sobrio! Con esa chaqueta de dobok, solo, que me deja ver sus piernas desnudas, Paola hace que me importen una mierda el Duque, el guardaespaldas y el jodido Lander de Baverburgo.

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