6.
Enciendo la luz de la lámpara de mi cómoda. La casa es enorme, pero así y todo oigo los gritos que me despiertan. Me levanto para salir al pasillo y veo que Heller también está en la puerta de su dormitorio.
—¿Qué has hecho ahora, inconsciente? —me pregunta con la cara desencajada mientras se pone su preciosa bata de seda blanca.
—¿Yo?, nada.
—Pues el que grita de esa manera es Viktor. Papá debe de estar echándole la bronca.
—Hace días que vivo aquí y no salgo con él. Ya lo sabes.
—Procura que papá no lo despida o no te lo perdonaré en la vida.
—Heller…
Pero mi hermana ya ha dado el portazo que la encierra en su dormitorio.
Presto más atención a los gritos en alemán que se están dando, porque entre ellos he distinguido mi nombre.
Me acerco al hueco de las escaleras a ver si así oigo mejor y es cuando veo a Gretel subir corriendo.
—Fraulein, fraulein...
La pobre mujer desde que yo he regresado se pasea más en camisón por la casa que con el uniforme. Respira acelerada por el esfuerzo de correr por las escaleras.
—El duque quiere que baje, fraulein.
No lo ha llamado "padre", ni Jo —que para eso ella lo crió y tiene el derecho de llamarlo así—, ni siquiera ha dicho "señor" porque le pague el sueldo cada mes.
¡Joder! Si Gretel ha dicho Duque, es un asunto gordo lo que me espera abajo.
Me pongo lo primero que veo en el armario para taparme y bajo corriendo antes de que Gretel se hubiera puesto en marcha en el primer escalón para acompañarme.
A la cocina no pienso ir, ahí me reúno con mi padre. Y Gretel lo dejó muy claro, el duque quiere verme, así que me dirijo al despacho.
Y cuál no es mi sorpresa cuando lo veo reunido con Hugo. ¿Qué? ¿Varios días sin verlo y espera a la madrugada para hacer una aparición estelar?
Cuando entro, los tres —porque Heller tenía razón y Viktor también los acompaña en esta extraña reunión—, están de pie en el centro de la sala y me miran, enfadados. Muy enfadados.
—Pero mírala, solo piensa en ese maldito deporte —dice mi padre señalando mi chaqueta del dobok con desprecio.
Si no estuviera con Hugo, a lo mejor me callaba por educación y respeto, pero con él delante no es posible, seguro y es quien ha calentado a mi padre con alguna de sus locuras.
—Estaba durmiendo, no entrenando, ¿qué coño os pasa a todos? Son las cuatro de la mañana.
—El señor Serra nos ha contado algo muy interesante que a ti se te ha pasado por alto decirme.
—¿Ah, sí? ¿Dice usted, alguna vez, algo interesante, señor Serra? Eso es nuevo para mí —digo con ironía para ganar tiempo y pensar, aunque no sepa muy bien en qué porque no tengo ni idea de a qué se refiere mi padre.
Miro a Viktor, buscando un cómplice, pero él baja la cabeza. ¿Arrepentido? ¿Asustado? Dios mío, si él está así, no tardaré en estarlo yo.
Sé de sobra que estamos en un enorme lío. Los dos.
—El señor Serra es mi invitado, Paola, y quiero que le hables con respeto.
—Gracias, Herr.
Miro a Hugo cuando se dirije con tanta confianza a mi padre, el que me devuelve la mirada enfurecida, en plan: “hazle caso a tu padre, que me adora”. Pero bueno..., ¡la que tiene que mirarlo así soy yo, que acaba de despertarnos a todos a las cuatro de la mañana!
—Así será, padre —irónico tú, irónica yo.
Y mejor me mantengo calladita hasta saber de qué leches va esto.
—Quiero que me entregues tu billete de avión a Bangkok ahora mismo.
—¿Qué?, ¿por qué? —pregunto desorientada, miro a Hugo que me sonríe de manera hipócrita.
—Y también me darás las tarjetas.
—¡Papá!
—No saldrás de España. Y mañana a primera hora doy la orden de que no se te expida ningún billete a tu pasaporte alemán para los próximos dos meses. Viktor te vigilará las veinticuatro horas, que parece que está perdiendo facultades contigo. Y ahora si me permitís ya, me voy a dormir, que son las cuatro de la mañana.
Eso ya lo he dicho yo, y estoy despierta, me cago en…
—¿Se puede saber qué le has dicho para cabrearlo así? —le pregunto a Hugo cuando mi padre y Viktor ya se han ido.
—Que luchas de manera ilegal. —Ahí está, con dos cojones, para que endulzarlo. Y encima me mira a los ojos en un desafío para que se lo niegue.
—No sabes lo que dices, yo no hago eso.
—He hablado con Dani, me ha contado cómo os conoció a Christian y a ti aquel día de la redada.
No he conseguido despistarlo, ya venía envenenado. Hugo no es consciente de que se me está hinchando la vena de la frente.
—Pero bueno, ¿y a ti qué te importa lo que yo haga ya? No quieres estar conmigo, pero no dejas de estorbarme. —Me voy a defender a muerte, no tengo que darle explicaciones.
—¡Me preocupo por ti!
—¡Pues no lo hagas tanto, porque con tu estupidez me has jodido la oportunidad de volver a tener un gimnasio que saque a esos niños de la calle!
—Todavía puedes ayudarlos sin necesidad de ir a Bangkok. Puedes pedirle el dinero a tu padre.
No quiero oírlo más. Llevo días esperando nuestro encuentro y jamás pensé que fuera tan decepcionante. A la pérdida del gimnasio se le suma la pérdida del premio y Hugo no hace más que recordar quien soy en un nuevo rechazo por su parte. Y eso me recuerda su propia pérdida.
—Esto no voy a perdonártelo en la vida.
Quiero irme, pero en un giro inesperado Hugo se pone delante para impedirme alcanzar la puerta si no es a través de él
—Bien, no me des las gracias si no quieres. Pero al menos tendrás una vida para poder odiarme.
—¿De qué hablas ahora?
—¡De que en esa pelea podrían haberte matado!
—Tu has visto demasiado cine de Jason Statham, chaval —le digo riéndome de él.
—Sí, tú ríete, pero la que no sale del país en marzo eres tú. ¿Quién ha ganado de los dos?
Coño, es verdad, él ha hecho que se me escape la oportunidad de recuperar mi vida. Y es cuando más detesto su sonrisa de engreído desde que lo conozco.
No soporto verle esa mueca y lo empujo con todas mis fuerzas, con ambas manos cerradas en puños sobre su pecho.
Hugo cae hacia atrás, y sin poder evitarlo se golpea la cabeza contra la pared. Pienso que se tocará la nuca para medirse el daño del golpe, pero no se mueve, solo trata de respirar a bocanadas, como si el aire faltase en la habitación.
Está fingiendo.
Si pretende con eso que me acerque a él la lleva clara. Tampoco le he dado tan fuerte. Pero entonces, ¿por qué no se mueve?
Abro los ojos y veo a Paola, dormida sobre mi hombro. Los dos estamos tumbados en una cama, y sé que no es un sueño porque los dos estamos vestidos, de lo contrario ella estaría desnuda, sudando y mucho más pegada a mí, yo tendría una erección de campeonato y estaría a punto de hacerle el amor para darle los buenos días. ¿Que quieres?, son mis sueños, mis deseos, y en ellos mando yo.
Muevo la cabeza, me duele, pero no tengo otra manera de ver lo que hay a mi alrededor, que girándola antes. Es una habitación, y ya es de día tras la ventana.
Ahora lo recuerdo todo.
La borrachera de anoche con estos, la falsa competición de Muay Thai y mi chivatazo al duque. La posterior discusión con Paola, sus insultos y el tremendo golpe que me dio como final de la pelea. Me llevo la mano al pecho, joder, me duele aún. Claro que el chichón de la cabeza es lo peor.
—Estate quieto, por favor —me dice ella despertando del todo.
—¿Qué hago aquí?
—Descansar, me has dado un buen susto.
—¿Dónde estamos?
—En mi dormitorio.
Vale, será mejor que me vaya. Me incorporo en la cama, no sin dolor. Paola se sienta también, como yo.
—Espera un poco más, Viktor dice que no debes moverte todavía. Es por precaución.
—¿Viktor?
La miro, extrañado. ¿Qué puede saber un guardaespaldas de traumatismos? Que esa es otra. Anoche me enteré de que el que decía llamarse mi confidente/amigo sabía lo del campeonato y me lo ocultó.
—Estudió medicina antes de que mi padre lo integrara en el equipo de seguridad para protegernos —continúa diciendo para mi mayor asombro—. Jamás peleo sin tenerle a mi lado, no me fío de que me puedan dar un golpe mortal.
—¿Intentas hacerme sentir mal por haber impedido que fueras a Tailandia? —le digo bajando los pies al suelo.
Me voy ya. Por primera vez Paola no dudó de agredirme para defenderse, y eso es lo que más me duele de todo. El corazón. No quiero seguir un segundo más a su lado.
E intento ponerme de pie cuando por fin habla:
—Perdóname, Hugo.
Y algo en ese timbre de voz hace que me detenga. Entrecortado y quejoso.
Paola llora.
Se pone de pie, junto a la cama. No creo que me vea, aunque esté mirando en mi dirección, porque las lágrimas se agolpan en sus ojos. Enrojeciéndolos.
—Por ser quien soy, perdóname, Hugo —vuelve a repetir en un nuevo intento de retenerme.
—Paola, no es necesario…
—Por no saber gestionar tu pérdida. La que me hace cometer locuras.
—No sigas, Paola, lo entiendo.
¡Si mis propias locuras incluyen un matrimonio falso!
—Jamás quise hacerte daño, ni anoche ni nunca.
—Lo sé, mi amor.
Corro a besarla, así la cabeza se me parta en dos o las costillas me perforen los pulmones. Besarla, amarla o entregarme a ella, qué más da, no puedo evitar ser suyo.
Entonces sonríe de esa manera tan bonita en ella, y es cuando yo la beso más, perdiéndonos ambos en el deseo de amarnos, de devorarnos como solo nosotros podemos hacerlo.
Cuerpo a cuerpo. Y el de Paola en concreto, en un excesivo roce con el mío, me hará mandar a la mierda la decencia del ducado de Baverburgo. Al diablo él y todo el sacro imperio romano germánico si me apuras.
Paola no detiene nuestro calentón. Sus mejillas encendidas y sus labios húmedos de saliva, mientras se muerde el inferior, me encienden más.
—Dime que cualquier malentendido entre nosotros ya no existe. Que solo somos Hugo y Paola.
—Ninguno. Solo nosotros. Ahora solo importamos tú y yo.
—Hugo, por favor, no me mientas.
—No lo hago. He tratado de seguir viviendo, pero cuando supe lo de Bangkok creí morir por ti. —Ella me calla con un nuevo beso.
—No he dejado de pensar en nostros ni un solo día.
—Ni un solo segundo —confirmo yo mirándola a los ojos.
Un vistazo rápido y compruebo enseguida que tenía razón, no es cualquier dormitorio de huéspedes, sino el suyo propio. El chándal que le regalé por reyes está colgado en el perchero. ¿Me ofrece la intimidad de su cama, a mí que no he hecho más que lastimarla con mis miedos?, no la quiero, porque soy yo quien en una contraoferta me pongo a su disposición. Por y para ella.
—Es tu cama —digo quieto como un pasmarote.
—Pues claro, no nos merecenos menos —dice riendo.
—Pero es tu cama, en la casa de tu padre —le devuelvo la sonrisa.
—La tuya.
—Paola…
—Schh… No pienses en nada que no seamos nosotros.
—No lo hago, créeme.
Porque de hacerlo, no estaría metiéndome en tremendo lío. Porque si ya un beso de Paola es mi delirio, ¿qué no será su cuerpo desnudo bajo el mío, cuando es lo que mas deseo?
Paola se laza la primera. Comienza a desnudarse, mirándome mientras lo hace. Yo no quiero ser menos y la imito. Chaqueta y camisa al suelo, zapatos y cinturón detrás. No me pasa desapercibida su mirada en mi vientre y en el bulto de mi pantalón que ya me delata. Fuera este también, junto con mi ropa interior. Lo único que me dejo puesto es el condón.
—Bésame antes —dice sonriendo.
Me acerco impaciente a ella, sin entender del todo mi nerviosismo.
La beso a la vez que la tumbo en la cama y yo lo hago sobre ella. Abre sus piernas para dejarme acceder al calor húmedo de su vagina, donde me acomodo en un roce ardiente, endureciendo mi pene por completo.
—Me gustan tus besos —confiesa con un gemido. Paola curva la espalda y adelanta su pelvis.
—Y a mí me gusta todo de ti —le digo al tiempo que apoyo las manos en el colchón para darle lo que tanto le gusta. Un beso que nos abrasa a ambos.
Me restriego con ella, despacio, abriéndome paso hasta que su abertura cede para dejar que la penetre. Paola se mueve un poco más hacia delante y me hace encajar. ¡Seguimos haciéndolo tan bien, tan a la perfección! Suelto un jadeo al sentir que la lleno por completo.
Agarro su rodilla para separarle aún más las piernas, mientras me inclino para besarla, cosa que no me deja hacer porque ella se me adelanta. Me besa, desesperada, hambrienta.
Ya sea más fuerte o más lento, Paola me sigue con el movimiento de sus caderas. Con esas miradas que me vuelven loco. A cada exhalación de mi boca ella me devuelve uno de sus gemidos, por cada una de mis sonrisas recibo una de las suyas.
Y cuando le digo que la quiero, ella me besa para ahogar mis palabras con una de sus sonrisas.
Mi casa, mi cama, mi cuerpo. Esta soy yo y no tengo nada que esconderle a Hugo.
Cuando me ha besado, Hugo ha hecho que desapareciera mi miedo a perderlo.
Y ya no he podido pararlo.
No quiero parar, ya bastante mal lo he pasado sin él, creyendo que el final de lo nuestro era definitivo y que nunca me perdonaría. Título del ducado aparte, Hugo me ha asegurado que ha venido por mí y que nada se interpone entre nosotros.
La conversación que tenemos pendiente, la que nos aclare en qué punto lo retomamos, va a tener que esperar. Es mucho más urgente para ambos satisfacer nuestros anhelos, darle vida a nuestros cuerpos.
Ya estamos juntos al fin, lo tengo delante dándome la vida. Bueno, más exactamente lo tengo entre mis piernas y la vida se me escapa con cada suspiro de placer que me proporciona.
Sus penetraciones se vuelven más ligeras al tiempo que sus besos cobran ritmo. Salvajes, voraces. Hugo absorbe con ellos lo que me queda de aliento antes de correrme, cuando él también lo hace.
Con ese te quiero de sus labios que queda ahogado en los míos.
—Creo que voy a necesitar de ti a diario —confieso acariciando su pelo mientras sonrío, feliz.
Hugo tiene la cabeza apoyada en mis pechos y todavía dentro de mí trata de respirar con normalidad.
—¿Crees? Yo ahora tengo la certeza de que sin ti no puedo vivir —dice dándome otro beso.
—Tenemos mucho de lo que hablar ahora, lo primero, de mi reacción de anoche, jamás volveré a hacerte nada parecido —le devuelvo el beso justo antes de que se levante de la cama para ir al baño—. ¿Qué te pasa?
Jamas pensé que volvería a hacerlo, que se marcharía en el frío de una despedida tras hacer el amor. Y mucho menos ahora que sabemos quiénes somos.
Le doy un voto de confianza por su huida, esperaré a que me dé una explicación, pero no voy a quedarme sentada en la cama sin hacer nada.
No dejo que salga del baño cuando entro con él también.
Y no me gusta lo que veo.
Un Hugo derrotado, abatido en su llanto, apoya las manos en el lavabo con la cabeza agachada entre los hombros. No sé si quiere mi consuelo, por eso pregunto antes:
—¿Qué está pasando, Hugo?
No quiero acercarme a él, agarrada al pomo de la puerta ya mantengo la suficiente distancia.
—Lo siento. Lo siento mucho, Paola.
No entiendo nada.
—¿Por qué? Ya está todo olvidado, lo de Bangkok lo solucionaremos, no te preocupes, mi padre no hablaba en serio. Cuando lo conoces es un hombre…
Hugo se mira al espejo, yo me veo reflejada tras él. Sus ojos rojos siguen húmedos de lágrimas. Y a punto estoy yo de contagiarme sin saber aún el motivo.
—No es eso —afirmo sin necesidad de que él me lo corrobore.
—Esto no es una reconciliación, perdóname.
Siento que la vida se me va de nuevo, ahora por los ojos. Los abro mucho para que no me escuezan.
—¿Me has mentido? —puedo decir antes de que la garganta se me cierre por las lágrimas contenidas—. Me has hecho creer que todo estaba aclarado entre tú y yo, ¿y me has mentido?
—No, no, no, no te he mentido —dice él negando a su vez con la cabeza, con un no tras otro que me hacen sentir idiota, ¡porque en realidad son un sí!
Me ha engañado. No habrá palabras entre nosotros que nos hagan entendernos.
Le dejo solo, allá él con sus miedos.
Pero no puedo ir muy lejos. Hugo me arroja de nuevo a la cama, me hace caer en ella. Se sienta encima de mí y me deja indefensa, o eso le hago creer, porque no me apetece revolverme y bloquear su ataque.
—Te he dicho la verdad, no dejo de pensar en ti un solo instante, joder, y jamás permitiré que te pase nada. Porque te quiero —me dice llorando—. Pero también soy sincero cuando te digo que ahora es imposible una reconciliación entre nosotros.
—Es bueno saber que eres un hombre de palabra y que mantienes tu rechazo por ser quien soy —digo sin alterarme en absoluto.
—No es eso, Paola, no te estoy rechazando esta vez, ¿por qué insistes en verlo así? He dicho que te quiero, en eso no he mentido.
—¿Me quieres, en serio? ¿Y cuando me odies, cuánto daño me harás?
—Estoy contigo aquí, y ahora, ¿qué más quieres de mí?
Pues mira, si me da a elegir, lo quiero todo de él. No un ahora, ni un hoy, sino un para siempre. Toda la vida.
Si el impedimento es mi nombre, que me saque de esta casa y nos vayamos juntos a donde él quiera, ¡pero ya!, que sus dudas van a acabar conmigo. Si el dinero de mi padre le sigue frustrando, lo rechazaremos, que me llame Paola Neumann o como le dé la puta gana. ¡Pero que deje de jugar conmigo!
—Quiero que te vayas de mi cama, de mi casa y de mi vida.
Hugo me deja libre. ¡Solo hay que ver cómo ha saltado de la cama para retirarse!
Bien, esto ya no es una atracción sexual, una diversión pasajera o un polvo por dinero. Hugo tiene que enfrentarse a la verdad. La mía. ¿Dice que me quiere? Pues yo no veo la razón para condenarnos al fracaso.
Me siento en la cama, si veo cómo se va quizás me arme de valor para odiarlo a partir de ahora.
Hugo abre la puerta, y la corriente que entra hace más fría, si cabe, nuestra despedida, en la que yo, con mi bocaza, colaboro para hacerla más deprimente y amarga.
—Para esto no tendrías que haberme besado, llevaba muy bien tu ausencia.
—Lo sien...
Levanto el dedo para que se calle. Que no se atreva a tenerme lástima.
—Nos hemos pedido tantas veces disculpas, que ya no tienen valor entre nosotros. Y dudo que esta vez seamos sinceros. Tú al pedirlas, yo si te las acepto.
Entro al baño antes de que se vaya. Lo quiero demasiado para ver cómo se marcha, porque nunca podré odiarlo.
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