2.
Mi padre me hizo esperar en el coche, y ahora entiendo por qué. Hugo estaba ahí.
Yo sé defenderme solita. Solo necesité de él una vez, pero fue por ignorancia, no por debilidad, ojalá y hubiera sabido a tiempo lo que pretendía hacerme Jürgen, porque ya te puedes figurar lo que le hubiera dado yo en vez de dinero.
—Sabes que he vuelto por él, y tú vas, y lo asustas.
Reconozco que, desde mi más puro egoísmo, no solo he regresado a España por Christian, sino por mi propio beneficio. Fue oír a Daniel decir que Hugo estaba metido en todo esto y no lo pensé un segundo, que para algo dispongo de avión privado. Una cosa era no querer hablar con él por teléfono a miles de kilómetros, porque no podría correr a su lado al escuchar su voz, y otra muy distinta no reconocerle el esfuerzo para acercarse a mí, para verme como me prometió.
Durante el vuelo de regreso he estado pensando en Hugo como no había hecho hasta ahora, de manera objetiva, madura y civilizada, no desde la obsesión que me provocaba su ausencia o su rechazo. También aproveché para recordar cada uno de nuestros días, juntos, con lágrimas en los ojos algunos, con una risa melancólica otros.
Y al fin me he dado cuenta que en ningún momento, ninguno, pudimos separarnos del todo. No hemos dejado de querernos, en definitiva.
Porque cada vez que él se negaba a regresar conmigo antes ya me había hecho el amor en una entrega sincera. Incluso diciéndole yo tantas burradas que pudieran herirlo o avergonzarlo de su pasado, Hugo no quiso dejarme nunca.
Lo que hizo que me estremeciese por el descubrimiento en sí.
Se comprometía con Marta por algún extraño y siniestro favor que le debe a ella y que todavía no alcanzo a entender, pero que voy a descubrir.
He regresado por él. Por eso no voy a dejar que mi padre se entrometa cuando yo quiero verlo para descubrir la verdad.
Es cierto que no me sentó nada bien saber que el hombre del que estoy enamorada esta vez se casa con otra, pero ahora mismo, ni yo misma estoy segura de que él vaya hacerlo. Por este motivo le pido que confíe en mi elección una vez más. Es mi vida, y si por algo amo a mi padre es porque siempre me dejó tomar mis decisiones, equivocadas o no, duquesa o no.
¿Qué mosca le ha picado hoy, entonces, para no dejarme ver a Hugo?
—Schatz, cambia esa cara. Solo me estaba asegurando.
—¿De qué, de espantarlo del todo?
—Se compromete en pocos días, hija. No irá muy lejos.
Miro a mi padre con ganas de saltarme el protocolo y mandarlo a paseo. No necesito que me recuerde semejante ofensa.
—Eso todavía está por verse.
—Ya, él y ese amor infinito que dices que te tiene.
—Oye, papá —digo llamando su atención para que me mire—, no me queda claro si pretendes animarme o dejarme hecha una mierda.
—Pues está claro, hija, me vengo así de que tu madre no me diera el heredero varón.
—¡Papá! —grito muerta de risa porque ya recibo su beso en la cara, ese que la perilla hace que pinche.
—Vamos, Schatz, alégrate. Hugo solo necesitaba un empujoncito. Y seguro que antes de que lleguemos a casa ya estará en mi despacho esperándote —me dice al darme un beso en la sien—. No tendré que decirle al chófer que dé un rodeo para llegar, lo he visto muy desesperado.
Después de decirle que está loco, mientras me río con él, me cuenta de Christian y de su impresión al verlo. Entonces las risas quedan ahogadas por la pena. Apoyo la cabeza en su hombro para que no me vea a punto de llorar. Christian está peor de lo que pensé, no podré pasar de verlo en breve.
Mi padre acaricia mi brazo y luego me levanta la barbilla para que lo mire.
—Ánimo, cariño, verás cómo vences también en esto.
Solo por ver su cara con esa seguridad en mí, en mi fuerza y determinación, merece la pena no rendirme.
Al llegar a casa, él se marcha directo a la cocina. ¡Qué raro!, mi madre se lo tiene terminantemente prohibido mientras ella ande por aquí. Aunque lo más raro de todo es que se lleva a todo el servicio para que no me molesten.
Joder con mi padre. ¿Eso es de lo que habló con Hugo en el hospital, que estuviera esperándome en su despacho?
No sé si es por la esperanza de encontrarlo o la desesperación en sí, pero corro hacia allí. Abro la puerta con ambas manos, de par en par. Para llevarme la mayor de las desilusiones.
Nadie me espera.
—Paola.
Es Hugo, y tantas sensaciones enfrentadas por él me abordan. La satisfacción de que esté aquí de nuevo, frente a la desdicha de estar conmigo por tiempo limitado como siempre. La felicidad de poder verlo al fin, frente a las lágrimas del recuerdo de la última vez que nos vimos. La excitación que me provoca, frente al asco que siento por saber que besa a otra.
—Paola, por favor. Mírame.
Y de repente todo gira en torno a mis verdaderos sentimientos. Nada de eso es importante. Quiero verlo por estar aquí conmigo, y no con ella, y besarlo yo a continuación.
Me doy la vuelta, despacio, con temor de estar soñando.
Pero no, es muy real. Hugo me recompensa con una pequeña sonrisa. Supongo que él tampoco olvida lo que nos ocurre cada vez que nos vemos. ¿Se irá después?
Corre hacia mí para abrazarme, para consolarme antes de romper a llorar. Desde luego que estoy de un llorón últimamente, que no me soporto ni yo misma.
Hugo me coge la cara para mirarme a los ojos.
—No llores, mi vida, porque lo haré yo después —dice mientras me acaricia los párpados inferiores.
—Como disculpa ha sido penosa, Casanova.
Y por mi sonrisa sabe que lo ha conseguido. Hugo ha detenido mi llanto. Ríe para abrazarme más fuerte y el aroma de su cuello me estremece.
—Pensé que no habías venido, que no te vería.
—No podía seguir en Baverburgo.
Él se aparta de mí para poder hablarme cara a cara.
—Quise ir tantas veces a verte —dice sonriendo, y puedo decir que lo hace de felicidad.
—¿Tantas como yo deseaba regresar contigo?
Hugo acaricia mi mejilla mientras frota su nariz con la mía, el aire de su sonrisa me atrapa. Cierro los ojos para que el contacto sea más real.
—Al final hemos sabido hacerlo bien, ¿no?, porque para ser nuestra primera separación ya sabemos que no habrá otra —dice sonriendo.
—Cierto, mi cuerpo y mis puños no lo soportarían.
Hugo besa cada nudillo de mi mano para compensarme cada golpe que pudiera haber dado pensando en él.
—Te he soñado cada noche, Paola.
De nuevo me abraza, como si tratara con eso de asegurarse de que no volveré a irme.
—Cada día —recalco yo.
Hugo se aparta para decirme:
—Necesito arreglar lo nuestro.
—¿Qué? Nunca estuvo roto del todo.
—Pero yo necesito hacerlo. Solo así podremos recuperar nuestra vida, la auténtica.
—Ya sé lo de tu compromiso con Marta.
—No se trata de eso —dice mirándome a los ojos, con mi cara entre sus manos.
—No tengo que preocuparme por ella, ¿verdad? —pregunto sonriendo mientras acaricio sus dedos sobre mis mejillas.
—Por ella la que menos, cariño. —Él besa mi frente—. Pero para que puedas entenderme tengo que comenzar por el inicio. Quiero una terapia de desahogo.
—¿Una qué?
Me aparto yo, él se queda mirándome, casi avergonzado. Su extraña petición me coge por sorpresa.
—De acuerdo, vayamos a mi dormitorio, allí estaremos más tranquilos —le digo tirando de su mano para que me siga.
Hugo hace fuerza y corta mi avance. Me giro y le veo negar con la cabeza.
—Tiene que ser donde entrenas.
Sonrío, está claro que Hugo busca los recuerdos de nuestros días juntos antes de descubrir quiénes éramos de verdad. Y si él está dispuesto a recuperarlos hoy, yo no voy a ser menos.
Le pido que vaya bajando al sotano, nos reuniremos en unos minutos, sabe que necesito hacer algo antes.
Corriendo, subo las escaleras. Me cambio de ropa y cojo el edredón de mi cama. No me puedo recoger el pelo como entonces hacía, por lo corto que lo llevo ahora en este nuevo peinado, pero sí que me desmaquillo.
Esta soy yo.
Al mirarme al espejo, justo al salir del dormitorio, veo a la Paola de la que Hugo se enamoró, bastante más rubia eso sí, pero al menos vuelvo a vestir chándal.
Todavía tengo la posibilidad de hacerle recordar quiénes fuimos.
No he tardado en salir del hospital, el tiempo de coger el coche. Por suerte el resto ha sido igual de rápido.
Llego a la verja de la casa del Duque. No tengo que enseñar la tarjeta en el control de acceso porque se abre la cancela directamente para que entre. Pienso que será por el registro de matrículas de los vehículos, que me tienen así identificado, pero es que tampoco tengo que presentarme con los guardaespaldas que me escoltan a la puerta de entrada, ellos me acompañan sin hacerme preguntas.
¡Con decirte que desde dentro tampoco me dejan llamar a la puerta y se abre cuando quiero levantar la mano y tocar la madera! Puede que se deba a las cámaras de vigilancia y que Viktor esté detrás de todo esto, encantado de verme de nuevo para arreglarlo todo "de una puta vez por todas".
Lo más sorprendente de todo el tema de la seguridad es ya en el interior, cuando entro a la casa.
Sin preguntarme el nombre, ni nada, me dicen que Paola está en el despacho de su padre. Esperándome.
Y al fin la veo.
Tan guapa como siempre, tan frágil como nunca. Abatida en su resignación de no verme cuando abre las puertas de esa habitación.
No es así cómo esperaba encontrarla.
Yo quiero frente a mí a la Paola cuya fuerza me empequeñece. La que levanta la cabeza y no la que la agacha conformándose con mi huida cada vez que nos vemos. La que me insulta antes que dejarse herir por mí y mis mentiras. La que me ama sin importarle dónde estemos o quién sea ella, y no la que se esconde tras un llanto aceptando un abrazo mío a escondidas.
Como ahora.
Así que se acabó.
—Tiene que ser donde entrenas —le digo para tenerla dentro de nuestro mundo, donde no importa quiénes seamos en realidad, sino los que fuimos aquellos días. Solo nosotros.
Es fundamental para hacernos recordar.
Paola aparece corriendo, como siempre con ropa de cama, y de nuevo me sorprende la suya, o mía, según se mire, porque es el chándal azul que le regalé el día de reyes.
—Si tanto te gusta, Casanova, puedo dejártelo, es de tío —dice cuando ve cómo lo miro.¡Si supiera que pienso más bien en quitárselo, y no precisamente en ponérmelo yo!
Mientras yo la imagino desnuda, Paola se quita el pantalón para que no tenga que fantasear demasiado. Me lo ofrece con una sonrisa. Yo me lo pongo sin tardar en quitarme el traje, sonriendo también, porque volvemos a complementarnos. Yo sin nada por arriba, Paola sin nada por abajo.
De su mano, hace que que me arrodille para luego tumbarnos juntos en la colchoneta. Nos arropamos del frío.
—Empieza tú, por favor —le digo sin querer perder más tiempo.
—Está bien, ¿de qué nos desahogamos hoy? —pregunta riendo.
—“Odio mi vida”.
—Pues sí que es fácil esta vez. —Me acaricia la mejilla y suspira de manera profunda—. Vamos allá… Odio mi vida porque no puedo compartirla contigo. Te toca.
¿Y ya está? Me esperaba al menos que dijese algún disparate de los suyos que me arrancase una sonrisa, porque lo que yo voy a decirle sí que es deprimente de verdad.
Lo soltaré todo de un tirón. Mierdas fuera lo más rápido posible, como ella me enseñó.
—Odio mi vida porque no me pertenece, no es la que me hubiera gustado vivir. Porque desde que Ana me dejara...
—¿Quién es Ana?
—Mi novia en la facultad.
—Vale, también odio a Ana, ¿sirve en esta terapia? —Y entonces arranca mi sonrisa.
¡Por fin, joder! Eso se merece un beso.
—Ana ya no existe, cariño.
—Me alegro —dice Paola besándome de nuevo.
—Ella me hizo tomar la decisión equivocada —sigo contando—. Me dejó el último año de carrera, tras dos cursos juntos, porque decía que conmigo nunca llegaría a tener el dinero que necesitaba para vivir. Que por muy guapo, listo y buen amante que fuera no podría darle de comer.
«Y cuando ya no sabía nada de ella, y empezaba a olvidarla, un día se presentó en el bar de mis padres, donde yo les echaba una mano los fines de semana para pagarme el master. Me dijo que no teníamos que dejar de vernos porque yo no pudiese darle la vida que se merecía, que siempre nos divertimos y lo pasábamos bien en la cama…»
—Ya sé que no existe, pero no entres en esos detalles, por favor —dice muy seria, para luego acariciarme la cara.
—Tengo que hacerlo, por su culpa me convertí en el hombre que no quería, el que huyó de ti cuando supo quién eras.
—Yo jamás te pedí nada, Hugo.
—Lo sé, pero eso fue lo que más me preocupó, lo que me asustó cuando lo supe. Que como Ana tú también me usaras sin considerarme hombre para estar a tu altura.
—Vale, decidido, la sigo odiando por ser la culpable de eso.
Sonrío, esta vez sin muchas ganas.
—Ese día se nos fue la broma de las manos —continúo—. Le dije, con la dignidad que me quedó tras la ruptura, que le saldría caro que yo volviese a estar con ella.
«Riendo, Ana sacó su cartera preguntando cuánto. Nos reímos juntos, yo, porque no me lo creí en ese momento, ella, porque se salía con la suya de volver a estar conmigo. Pero entonces amaneció y ya no me apetecía reír. Se había ido durante la noche dejándome dinero en la cama del hotel, mientras dormía. A esa le siguieron varias veces, y varios regalos. Entonces se me ocurrió. ¿Por qué quedarme solo con los obsequios de Ana?, con otras mujeres hasta sería más fácil de hacer, sin sentimientos de por medio, total, ella me buscaba cuando quería y yo no le debía fidelidad. Así que el dinero que utilicé para pagar el máster, al principio, fue dando paso a lo que de verdad me interesaba de las mujeres con poder: Las relaciones profesionales en círculos sociales que jamás podría frecuentar solo. Ellas me presentaban en público, yo las recompensaba en privado. Odio al Hugo en el que me convertí después.»
—Eso ya me quedó claro, no entiendo que ahora me lo cuentes. —Paola entristece, yo la beso aún más.
—Porque tú no eres así, y eso es lo que tengo que agradecerte, mi vida, que pudiendo tratarme como Ana no lo hicieras nunca. Que fueras sincera. Que me regalases aquella taza —digo riendo para que ella lo haga conmigo.
—Que bien que ya no tengas dudas por mi identidad. Y si llego a saber antes lo que ese tipo de favores te desquician no hablo con Jürgen, dejo en la quiebra a ese maldito bufete y mando a la ruina a la inútil de tu...
—Schhh —le pido con un dedo en la boca. Marta no cabe en nuestro mundo, no la quiero aquí ni mentada—. Lo sé, otra cosa que te agradezco. Y es por eso que para agradecértelo voy a recuperar tu gimnasio de sus manos.
La risa de Paola suena en el sótano retumbando en cada pared. Yo la miro ofendido, pero solo un poquito, nada más, porque por verla reír así, no me importa que lo haga de mí.
—Perdona, Hugo, perdona. Lo siento —dice Paola conteniendo la risa, creo que se da cuenta de mi cara. Se llega a limpiar una lágrima—, he imaginado que le robabas a Marta el contrato de compra, como Christian hizo conmigo.
—No tengo por qué hacerlo, ella me lo cederá a cambio de mi firma matrimonial.
—¿De eso se trata?, ¿ese es el favor esta vez?
Paola se incorpora de golpe, se pone de pie incluso. La miro sonriendo mientras da vueltas de un lado a otro, no se lo puede creer todavía.
Mira que intenté hacerlo bien, que estuviésemos envueltos por nuestros recuerdos para que la verdad no fuera tan explosiva. Pero no lo he conseguido. La que parece que vaya a explotar ahora, es su vena de la frente.
—Lo que pretendes hacer es de locos, Hugo. No voy a permitirlo.
—Tranquila, mi amor, no me casaré de verdad, ella firmará la cesión antes de que yo lo haga.
—No la engañarás, no es tan inútil —niega varias veces.
—Pero si no lo hago así, ella lo derribará, ¿y a dónde crees que irán a parar los chicos del barrio? A la calle.
—¡Eso no es excusa! ¡No lo quiero de vuelta si puedo perderte a ti!
—También está la posibilidad de hacerle firmar un documento prematrimonial que resulte ser la verdadera cesión del gimnasio a mi nombre.
—Dios mío, Hugo, ¿cuánto tiempo llevas pensando en esto?
—Desde el primer día que lo supe —digo al encogerme de hombros.
—¿Y sigues sin ver que, o te casas con ella o cometes delito de estafa? —dice más alterada todavía.
—Pues no hay más alternativas, Paola. O firma ella en la boda, o la hago firmar yo antes. Pero ese gimnasio vuelve a tus manos.
—Y jamás habrá un vencedor, Hugo. Puedo pasar sin el gimnasio, pero no de ti ahora que te he recuperado.
—Ven aquí.
Le cojo las manos y la obligo a volver conmigo a la colchoneta. Se relaja un poco. Bueno, he de besarla antes, muchas veces.
Abro las piernas y Paola se sienta en el hueco de ellas, frente a mí, recibiendo mi abrazo.
—Nunca me perdiste —le digo con un primer beso en la frente—, digamos que estuve escondido por miedo. —Paola sonríe con mi nuevo beso, en su nariz—. Y el gimnasio es el regalo que quiero hacerte yo para devolverte mi confianza. No me lo rechaces, cariño, por favor —le pido con el último beso en sus labios.
—Pero no así—. Niega una y otra vez con la cabeza.
—Pues no hay otro modo, porque obtenerlo por cónyuge en herencia ni me lo planteo, que eso sí que sería asesinato. —Y es como consigo al fin la reacción de la Paola que tanto me gusta.
Me golpea el hombro sin dejar de reir.
—Exacto, Casanova, el tuyo. Porque la que te asesina de verdad soy yo si te acabas casando con ella.
Hugo por fin me lo ha contado todo. Su verdadero pasado y su falso compromiso. Ya nada se interpone entre nosotros, nada lo hará nunca. Demonios del dinero fuera, dioses de la felicidad dentro.
Y jamás lo hubiera adivinado. Jamás.
Sabía del resentimiento que el dinero provocaba en Hugo, pero nunca pensé qué pudiera hacerle sentir inseguro hasta el punto de creerme inalcanzable. ¿Habría sido así con cualquier otro al revelarle mi identidad?, no lo sé, pero si de algo estoy segura es de que tuvo que ser con él para aprender yo de mis propios miedos, para acabar con mis fantasmas.
Sin duda vivir en el anonimato ha sido la mejor opción que pude haber encontrado para conocer personas que merecen la pena, por su desinterés en el dinero que me sobra o por su sinceridad al tratarme sin él.
Cuando amanece y Hugo se va de casa, estoy tan de buen humor que voy a despertar a mi padre. Si lo cojo a tiempo no tendrá manera de negarse, todavía estará bostezando y no podrá pensar en lo que le pido.
Él deja a mi madre durmiendo y sale al pasillo, donde yo le espero.
—Sachtz, espero que tengas buenas noticias como excusa para levantarme a las siete de la mañana.
—La tengo, Hugo ha recapacitado, formará parte de la familia —digo dándole un beso en su calva—. Ahora solo necesito un favor.
Utilizo con él una caída de pestañas inocente, como cuando Heller le pide algún capricho de los suyos. Yo llevo casi diez años sin pedirle nada, que lo tome como la suma de todos los míos. Cumpleaños y Navidades incluidos.
—¿Otra vez ese chico del hospital?
—No, Christian no. —Lo que hace que me acuerde de él con la enorme culpa de no haberlo visto aún—. Es un informe exhaustivo. Este es el nombre del hombre que quiero que Viktor investigue. Rafael Quirós —contesto sonriendo.
No me costó más que una llamada de teléfono para dar la orden, bueno, la dio mi padre, yo todavía soy la heredera y no impongo tanto como el gran Duque.
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