10.
Con Jürgen la ruptura fue diferente, por lo menos hubo algo que romper. Deshacerme de él implicó una limpieza absoluta de mi vida hasta entonces con el peor de los desenlaces, abandonar Alemania. Todo lo material quedó reducido a cenizas, lo que no, abandonado en lo más profundo de mi recuerdo.
En cambio, para acabar con Hugo la limpieza será inmediata, más sencilla y menos dolorosa.
Con lavar las sábanas de mi cama será suficiente. Me niego a dejar de ver a sus amigos, que son los míos, o a quemar el chándal de regalo.
Me levanto temprano para llevar las sábanas al autoservicio de lavandería. El gimnasio no se cerrará porque yo esté de “blanqueamiento espiritual”.
Estoy terminando de echar el suavizante cuando oigo que golpean el cristal del escaparate. Me giro y lo veo sonriendo mientras me saluda con la mano, la que luego calienta con su propio vaho. No veo inconveniente en decirle que entre, que hace frio en la calle.
Christian me da dos besos y yo le sonrío sin apartarme.
—¿Qué haces tan temprano por aquí?
Para entrar en calor se frota las manos. Aún no sale el sol de pleno invierno.
—Voy a buscar trabajo, aunque cada vez tengo menos esperanzas. Creo que volveré a las apuestas, a las peleas.
Un nudo me ata el estómago. No lo permitiré. No lo he sacado de ese mundo para que vuelva a él a la mínima oportunidad. Cuando era un crío de dieciséis años no tenía conocimiento de ese ambiente, hoy que parece no tenerlo tampoco seré yo quién le pare los pies.
—De eso nada, no voy a dejar que lo hagas.
—¿Y por qué no? Es lo que íbamos a hacer con el campeonato del gimnasio.
¡Inconsciente!, menos mal que la señora que está a dos lavadoras de la mía no parece oírnos. Bueno, bien vista, tampoco creo que sea de la policía. De todos modos tomaré mis precauciones.
—Por libre, precisamente, no tienes el respaldo que te doy yo con el equipo de Viktor —susurro apartándonos de la mujer.
—Pues no tengo otra alternativa, Paola, o peleo por libre o lo hago para el Pit Bull, pero en mi casa tenemos que comer de eso.
¿Por qué un hombre tan inteligente como él tiene solo una alternativa? No dejaré que el Pit Bull se haga con el setenta por ciento de las apuestas de Christian en su desesperación por conseguir dinero.
—Necesito un entrenador personal.
Christian me mira sin entender, ya dejó su puesto en el gimnasio
—Voy a ir yo a Bangkok.
—¿Estás loca?
Cambio de roles. Ahora es él quien me tiene sujeta por el brazo demostrando su disconformidad con mi decisión.
—Pueden matarte allí.
—Llevaré a Viktor y al equipo médico como iba a hacer contigo, no tienes de qué preocuparte.
—Si me decido a entrenarte, lo haré con una condición; que dejes que te acompañe para protegerte —acaba diciendo.
Lo pienso por un segundo, si así lo saco de las garras del Pit Bull y evito que se meta en peleas clandestinas, sí, será mi entrenador personal.
—Pues termino con la lavadora y nos vamos para el gimnasio.
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A una semana de entrenamientos no creí que Christian fuera tan exigente conmigo, pero claro, es su obligación. Ahora que ya no soy su jefa puede hacer conmigo lo que quiera. Y por las miradas que le he descubierto en más de una ocasión juraría que no piensa en ejercitar mis músculos en un tatami. No al menos sin meterme mano antes.
Hacemos un parón para descansar, el resto de la plantilla ya se va a comer. Christian se seca el sudor antes de marcharse.
—Podemos comer juntos y así te cuento de los rivales a los que quizás te enfrentes. ¿Que me dices? —Me hace gracia ver que sigue pensando en el trabajo mientras bosteza.
—¿Clase teórica?, tiene su gracia.
—Solo si prometes no tomar apuntes escritos, ¡qué horror! —dice riendo.
—Vale, pero comemos en el despacho, se te ve agotado.
—Lo estoy. No he pegado ojo. Esta noche ha habido movida en mi calle. La policía ha hecho redadas antidrogas.
—Prométeme que en cuanto comamos te irás a casa a descansar. No quiero tener que buscar otro entrenador porque me he cargado al actual. Me saldría mas caro —le riño con ese tono de broma que nos hace reír.
En cuanto Christian entra al despacho siento un escalofrío horroroso por todo el cuerpo. Porque él está presente, observándome con otro. Su presencia no ha sido eliminada de aquí y me costará mucho más que lavar unas simples sábanas.
—¿Te ayudo con los sándwiches? —pregunta Christian dejando sus cosas sobre la silla, mientras bosteza de nuevo.
No puedo decir que ese almuerzo de sándwiches fuera exclusivo de Hugo aquel día, dispongo de muy pocos recursos de cocina en esta habitación y alguna vez que otra Christian y yo comimos lo mismo, pero sí que será único a partir de ahora. Mis recuerdos, aunque dolorosos, los mantendré conmigo esta vez.
—Mejor pedimos pizza, Chris.
Y mientras él llama por teléfono, yo abro el sofá para obligarle a dormir la siesta, no confío en que descanse de verdad y necesita concentración para que yo no le golpee por error.
No sabría decir cómo llevo la ruptura con Paola a día de hoy, ni si quiera si la puedo llamar ruptura después de solo unas semanas juntos. Poco tiempo para calibrar y poder romper algo.
Aunque claro, con Ana fueron tres años que no hicieron mucho por una relación. Aquello fue más bien una cadena de peleas y reconciliaciones que el descubrimiento del sexo a esa edad maquilló de amor, dejando además patente lo poco que nuestras vidas tenían en común.
Afinidades, gustos y complicidad que nunca tuvimos, y que tras encontrarlos al fin en una mujer especial, se me escapan ahora de las manos.
Contestando a la cuestión de la ruptura tengo que decir que estoy fatal, hecho un asco y sin ganas de salir, y eso a tan solo unos días.
He perdido todo contacto con el exterior del bufete. Mis siete días vividos se reducen al trabajo, al bar de mis padres y a mi habitación. Si esto es exponencial, el mes que viene a ver cómo le hago para levantarme de la cama un día más y seguir enfrentando su ausencia.
Al menos tengo planes concretos con los que ocupar mi tiempo hasta que mi destrucción sea radical y definitiva. La mente y mis recuerdos son otra historia, no puedo negar que tienen dueña, y por más que me empeñe no dejaré de pensar en Paola nunca, así trabaje sin descanso.
Ya es hora de afrontar los cambios en mi vida que tanto he temido estos últimos meses. Me voy del bufete definitivamente.
Y para ello necesito mucho dinero en tiempo récord.
En realidad no tengo que dejar el trabajo porque la firma de Wegener me ha dado una tregua in extremis, pero entenderás que yo no quiera defender los intereses del hombre que, de alguna u otra manera, ha sido responsable de lo sucedido con Paola. Solo verlo será un dolor de hígado que me quiero ahorrar.
Por eso hoy viernes he entregado mi carta de renuncia a Rafael Quirós, que haciendo honor a su fama de cabronazo, una vez más, me ha cogido por los huevos con mi contrato. Así que tengo quince días más para conseguir el suficiente dinero que, sumado a mis ahorros, me permita largarme al menos con el orgullo empresarial intacto. El orgullo personal lo tengo machacado ya por Paola, que Rafael lo pise con su negativa de despedirme es lo de menos.
—Vamos, Hugo, cambia esa cara. Que aquí el que tiene que estar triste soy yo, Ruth se va el lunes a Boston.
No sé qué hago fuera de mi habitación, la verdad, para animar de esta manera a Jota mejor no hubiera venido a tomar una cerveza con él. He podido fingir que no estoy bien por el trabajo, pero no sé cuánto tiempo tardarán mis amigos en averiguar el verdadero motivo de mi mala cara.
—Ruth estará deseando perderte de vista —dice Dani riendo.
—Imbécil —contesta el profesor de matemáticas sin demasiado vocabulario en su insulto—. Deja que Alma te conozca un poco más y verás que te deja ella primero.
—Es por eso que Martina y yo tenemos una relación abierta, ¿para qué va a dejarme si puede follarse a quien quiera delante de mí? —Ese ha sido Raúl, orgulloso de su polirelación.
Los oigo y no puedo creerlo. Parece que cada una de sus opiniones está encaminada a resolver mis dudas con Paola. Ella nunca demostró querer perderme de vista, de hecho, quería seguir conociéndome y así afianzar la relación de pareja que teníamos, y por supuesto no quería follarse a nadie más si ya me había escogido a mí para eso.
—¿En qué momento supisteis que vuestras mujeres eran las definitivas?
—¿Perdona? —oigo que dice uno de ellos
—Digo, que cómo supisteis que era amor, de ese que te importa todo una mierda si ella está a vuestro lado, ¿cuándo dejasteis de tener miedo?
Los seis ojos se clavan en mí, lo entiendo. Para no haber participado en la conversación durante toda la noche oírme hablar de amor ha tenido que ser extraño. No nos engañemos, viniendo de mí todo lo que tenga que ver con el amor es extraño y ya. ¿Pueden mirarme de otra manera?, ¿como si no pareciera que están viendo a un tío con el pecho abierto, sangrando su desgracia delante de ellos?
—Hostia puta, ya cayó el último de nosotros —dice Jota, que fue el primero en enamorarse y ahora es el primero en reaccionar.
—Y por tu cara no es lo que imaginabas, ¿verdad?
Digo que no con la cabeza a Dani, el que me pasa su copa. Creo que esto de haber cruzado la línea del sexo hacia el amor requiere algo más fuerte que una cerveza.
—Amigo —interviene Raúl callando al resto, yo temo su respuesta. Querrá que invite a Paola a un intercambio de parejas para comprobar que sea la única con la que quiera follar el resto de mi vida—. Si tienes esa cara, y sabes que solo con ella eres capaz de sonreír, definitivamente es la mujer de tu vida.
Todos miramos a Raúl, yo con más asombro que los demás. Porque si él es capaz de hablar así de Martina, viéndola única y especial entre todas las relaciones que tienen, yo aún puedo luchar por Paola, derrotando mis temores con su dinero.
—Odio estar enamorado de Paola —digo rompiendo el silencio que se ha creado tras las palabras de Raúl, optando por la terapia de desahogo que ella misma me enseñó. Solo así podre contarlo—. Está podrida de dinero. Es una Noble Alemana cuyo legado es un lander entero. Y si no quiero ser un desgraciado toda mi vida por perderla, tengo que empezar por perder antes el miedo a no ser suficiente para ella.
Las reacciones no se hacen esperar, a cada cual más dolorosa.
—Joder, menos mal que Ruth solo se va a Boston para estudiar.
—Alma vive conmigo, ya no me puedo imaginar mi vida sin ella.
—Y yo que creí que Martina era diferente.
Todos callan, todos me miran.
—Lo tengo crudo con ella, ¿verdad?
—Nooo —dicen de repente.
Para acabar con un deprimente: "Si la mujer que es, te corresponde, no tienes nada que temer de la duquesa".
Lo veo como una señal y le doy las gracias a mis amigos por el consejo que tomo de nuestra ridícula charla. Salgo corriendo del bar para ir a buscar a Paola, la mujer, con el tiempo podré adaptarme a la duquesa si ella me ayuda.
Tardo un poco en llegar al gimnasio, he necesitado pasar por casa y recoger su regalo de reyes, el que guardé sin ser capaz de tirar a la basura. Me gustaría abrirlo delante de ella como gesto de disculpa.
Pero esto me pasa por imprudente, estúpido y confiado.
En cuanto pretendo bajar del coche, a metros de la puerta del gimnasio, me arrepiento. Sigo en el asiento y espero a que ellos se despidan para poder irme sin que me vean. Ella, tan guapa como siempre, Christian con esa sonrisa que no soporté nunca.
🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊🥊
Sábado por la tarde y entro al restaurante del club. Echo un vistazo a los reservados de los sillones donde toman café o copas algunas mujeres a la espera de que les preparen las mesas para la cena, y diviso mi objetivo junto a la puerta que da a la piscina.
La dueña.
Sofía tiene cincuenta y cinco años y muchas ganas de recompensarme el abandono de su marido tras el divorcio, a juzgar por la última vez que nos vimos en octubre.
Y estoy de suerte porque es de las que pagan en efectivo. Le resulta más cómodo justificar en sus facturas la pérdida de tres mil euros, que pagarme con un cheque o hacerme regalos con la tarjeta.
—¿Puedo acompañarla, señora Castellón?
He señalado el asiento frente a ella para que me permita acompañarla.
—Por supuesto, señor Serra —contesta con una sonrisa—, no esperaba verle tan pronto este mes.
—Necesito que hablemos de nuestro acuerdo.
Dejo mi copa en la mesa que nos separa y me desabrocho el botón de la chaqueta para poder sentarme. Sofía no pierde detalle de mi cuerpo, siempre me gustó su descaro, pero hoy me incomoda, ya no me dedico a eso.
—Me gusta la idea, podemos cenar juntos. —Ahora llama al camarero, seguro que para que ordenar mi cubierto.
Me inclino hacia ella hasta apoyar los codos en mis rodillas.
—No pensaba cenar con usted, Sofía.
Ella se calla de inmediato y el camarero ni se acerca.
Y dicho esto me reclino hacia atrás en el asiento, apoyo mi tobillo derecho en la rodilla izquierda y paso el brazo por encima del sofá. Sofía sigue atenta a mi camisa ajustada.
—Es una pena, señor Serra, nunca tenemos tiempo para nada que no sean negocios.
—Pronto podré recompensarla, se lo prometo. Ando sumergido en un proyecto que hasta que no vea la luz me tendrá ocupado más tiempo del que quisiera.
—Prometido queda hasta entonces. Pero no me rechace una nueva copa, hace meses que no le veo.
Nada, que Sofía se tiene que salir con la suya. Qué asco de dinero que no escucha lo que los demás dicen.
Llama de nuevo al camarero y le pide que me sirva otra bebida de lo mismo que ya tomo, sin permitirme hablar. Todo sea por el dinero que no tengo todavía en mis manos y que necesito de veras. Levanto mi copa para enseñársela al hombre, dando mi aprobación.
—¿Cuánto?, ¿lo de siempre?
—Había pensado en el primer trimestre completo. Ya le digo que ando ocupado con un proyecto que requiere inversión.
Asiente con la cabeza y una sonrisa en los labios.
—Deme diez minutos para buscarlo. Aquí tiene un adelanto mientras regreso.
Me gusta eso de las mujeres como Sofía, sin más preguntas, con total disposición cuando de devolver un favor se trata. A parte del divorcio exprés sin intermediarios de la prensa, le conseguí el club, el chalet de Baqueira, la cuenta de Suiza y la colección de una docena de relojes Rolex en exclusiva para ella, sin contar con el cincuenta por ciento de los bienes matrimoniales. Me debe la vida si nos ponemos quisquillosos.
Ella toma su bolso, hurga en él y saca varios billetes muy doblados. En cuanto veo el color morado de un par de ellos le sonrío. Disimuladamente, deja bajo el posavasos de su copa los billetes y se levanta.
Satisfecho con el resultado de mi visita, doy un trago a mi bebida, y cuando calculo que Sofia deber estar atravesando la pista de tenis para llegar a la oficina central, me acerco a la mesa para coger el dinero.
—¡Coño, Casanova! Calculo más de mil pavos. ¿Esa es tu tarifa?
Al oírla, la sangre se me hiela en el cuerpo y no me permite moverme porque sé que me romperé.
Llevo un rato por el club buscando a Hugo. Quiero verlo, no puedo más. Ni los entrenamientos hasta el cansancio, ni la limpieza con lejía pudieron con mis ganas de volver a saber de él. Un día más almorzando con Christian en el despacho, mientras él finge hacerlo por trabajo ocultando las caricias de su mirada, y yo haciéndome la tonta mientras le escucho sin sentirme una traidora con Hugo, y me vuelvo loca de remate.
Solo son siete días y ya echo de menos su aroma. Su calor. Su risa o sus palabras.
Y para poder entrar al club deportivo, lugar donde me dijo Jota que lo encontraría, he necesitado de la ayuda de Heller otra vez, que para algo es la socia.
Hoy Viktor no me acompaña, que yo lo esté pasando mal no es excusa para hacerle pasar a él por lo mismo junto a mi hermana, así que le he dado la tarde libre, el guardaespaldas de Heller será suficiente para ambas.
No quiero decirle la verdad a ella, solo me presenté en casa de mis padres y la saqué a rastras para invitarla a cenar. La convencí con algo parecido a: echo de menos a mi hermanita del alma y tengo que compensarle las últimas veces que intentamos comer juntas.
Y Heller que es así de sentimental, pegó un bote del sofá y me dio un abrazo antes de vestirse.
—Creí que habías venido a pasar la tarde conmigo —me dice Heller indignada. La he dejado tomando un vino blanco en el restaurante mientras yo buscaba a Hugo.
—Lo siento, cariño, me perdí buscando los baños.
Heller levanta la ceja en plan: no me jodas Paola que tú no eres tan torpe, pero la ignoro levantando la mano para llamar al camarero.
Este regresa de la zona de las copas, cuando de pronto reconozco al hombre sentado en los sillones.
—¿La conoces? —pegunto a Heller señalando a la mujer que habla con Hugo. El corazón se me parará de un momento a otro.
—Es Sofía Castellón, la dueña del club, ¿por qué?
Vaya, Hugo pica alto.
Me gustaría decirle a mi hermana que quiero saberlo porque ella esta con el hombre del que estoy enamorada, pero para eso tendré que contarle luego mi historia con Hugo y el asco que me tiene a consecuencia de nuestro apellido.
Y si ya le he mentido para que me trajese aquí, no voy ahora a decirle la verdad. Además, no tengo pruebas contra esa mujer.
O creo no tenerlas hasta que ella le ha entregado algo a Hugo.
—Ahora vuelvo —le digo yendo hasta ellos.
—Paola, hemos venido a cenar juntas —lloriquea Heller. Bueno, a mí ya se me han quitado las ganas de comer, que lo haga ella sola de nuevo.
La tal Sofía se va antes de poder llegar a verla junto a Hugo, pero sí que veo lo que tanto temía.
Él se guarda una cantidad de dinero que, a juzgar por los billetes de quinientos euros, bien podría sumar el doble.
—¡Coño, Casanova! Calculo más de mil pavos. ¿Esa es tu tarifa? —digo antes de que pueda verme tras él.
Hugo se queda por un segundo parado, con el fajo de billetes en la mano. Al instante reacciona para meterlos en la cartera que saca del bolsillo interior de su chaqueta. Luego, se levanta. Sigue callado. Quiere irse sin mirarme, pero yo tengo que decirle todavía un par de cosas.
Atrapo su brazo a tiempo de detenerlo junto a mí. Está que rabia.
—¿Qué es lo que quieres, Paola? —pregunta enfadado, y yo me repongo de la impresión de oír nuevamente su voz para contestarle, más enfadada si cabe.
—Ahora mismo no lo sé, la verdad. Vine con la esperanza de verte para poder explicarte lo de la firma de Wegener, pero resulta que te encuentro aceptando dinero de una mujer que bien podría ser tu madre y me descolocas por completo.
—¿Y qué es lo que más te molesta?, ¿la edad de Sofía, o que me la folle por dinero y que no haya pensado en ti para hacerlo, ahora que sé que te sobra? —Tiene la decencia de hablar en susurros para evitar que el resto del restaurante se dé cuenta de sus intenciones con Sofía Castellón.
—Eres un cerdo. —Y acompaño el insulto con un empujón para que se aparte de mí. No quiero ni que me roce después de haberlo hecho también con esa mujer.
—Bueno, eso es algo que ya sabías que hago.
—Y ahora siento asco por ello —le digo dándome la vuelta.
—Por eso siempre preferiré mujeres de barrio, son menos orgullosas y más auténticas.
Freno en seco al oírlo. Entonces, veo de lejos a mi hermana sonreír, porque piensa que me reuniré con ella, y recordar quiénes somos. Quién es mi padre y el respeto que le debo. Así que continúo caminando hasta sentarme junto a ella sin montar ningún show.
—Paola, ¿qué te pasa? ¿Quién es ese?
Ya no puedo negarme a contarle a Heller.
—Te lo digo en casa, ¿nos vamos?
Ella se levanta y acelera el paso para seguirme a la salida.
De repente, Sofía Castellón entra al restaurante pasando por nuestro lado. Se dirije a Hugo. Heller y yo nos miramos, y mi hermana entiende que ya no nos vamos a casa. No al menos hasta que esa mujer se entere de quién soy yo, y no me refiero a mi título.
—¿No le da vergüenza, a su edad, y en su club? —digo con toda la rabia que he estado acumulando desde que la vi junto a él.
Heller, intuyendo que sería capaz de golpearla, me aparta de ella, mientras Hugo se sitúa junto a su amante. Con eso me queda claro a quién defenderá de llegar a las manos. Eso, y su comentario, que me deja fuera de juego.
—No te atrevas, Paola. Saldrás perdiendo.
—Discúlpenos, señora Castellón —dice mi hermana con su impecable educación.
Yo, habiendo recibido la misma educación, estoy más bien a punto de cagarme en la tal Sofía, en Hugo, y en todo el que se acerque a evitar que le cante sus verdades a esta mujer.
Y eso va por Heller, que sigue sosteniéndome.
—¿Qué pasa contigo, Heller? Quiero hablar con ella. —No puedo quitarme de encima a mi hermana, que ahora se pone en medio de las dos. Pero no hace falta que la defienda, Sofía la separa de mí.
—Y yo quiero saber qué tiene que decir esta mocosa de mi edad —dice intrigada, enfadada, y creo que dispuesta a echarme a la calle.
—Hablemos, entonces, de él —propongo señalando a Hugo con el mentón.
—¿Del señor Serra? ¿Y qué tengo yo que hablar con usted de mi abogado matrimonial?
—¿Su qué…?
Hugo baja la mirada, sin dejar de negar con la cabeza. Mi desmesurado ímpetu me mete de nuevo en un lío sin que mi inteligencia, para estos casos, lo hubiese podido evitar. ¿Tendrá mucho sentido ahora que le pida disculpas sinceras a Hugo?
—Pues eso, mi abogado ¿está sorda o es así de imbécil por naturaleza? — pregunta ella a mi hermana, ignorándome.
Heller sonríe sin saber qué responder. Yo lo hago por ambas.
—Me he confundido con usted.
—Eso ya lo veo, niña —dice haciendo hincapié en mi edad inmadura, y con toda la razón del mundo—. No quiero saber si son socias o invitadas del club, porque las echaré de igual modo.
—No tendrá que hacerlo, ya nos vamos —interviene Heller que parece haber recobrado la voz. Eso, y las ganas de irnos, que ya me empuja y todo para perdernos de la vista de Sofía.
Pero antes de salir del club, me detengo en el vestíbulo de la entrada, Hugo viene detrás de nosotras.
—¿Estás loca, Paola? Vámonos ya. —Mi hermana no espera ni a que estemos en la calle para regañarme como lo haría en casa—. O nos vamos, o papá sabrá que te falta un tornillo.
—Para saber tantos idiomas no te ha costado mucho expresarte de manera tan vulgar.
Heller abre los ojos sorprendida por el insulto de Hugo. Yo no, esta vez me lo tengo merecido. Sofía tiene razón, me he comportado como una niñata.
—Siento haberte creado problemas con ella.
—No, tú no lo sientes, porque siempre necesitas agredir a la gente que no te da la razón. Desde que has visto el dinero en mis manos estabas deseando explotar.
—¡Tú no me has detenido y me has dejado creerlo sin sacarme del error!
—¿Por qué iba a hacerlo? Solo así sabrías lo que yo sentí ayer al verte con Christian.
—¿Ayer?
Lo miro sorprendida, ¿él me buscó en el gimnasio?
—Escucha, Hugo…
—¡No, escúchame tú! Tengo una única exigencia que hacerte. No quiero volver a verte. Tenemos que acabar con esto de una puta vez, sin vacilar. Porque solo así podremos seguir viviendo.
—¡Pues dime cómo lo harás tú, porque yo no puedo olvidarte! —digo casi llorando.
—Basta con pensar quiénes somos en realidad, así lo haré yo, y en tu caso puedes seguir creyendo que me acuesto con otras si eso te ayuda.
En dos zancadas, Hugo abandona el club. Quiero correr tras él, pero no puedo. De nuevo mi hermana se interpone en mi camino.
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