Extra especial.
Atención: Contiene spoiler de Caricias de chocolate. Aquí se va a tratar el tema político de Venezuela en la actualidad desde la perspectiva de Gaby, el próximo será desde la perspectiva de Fede (y lo subiré en su libro Caricias de chocolate).
Besitos.
***
Mis ojos se llenan de lágrimas al saber que no voy a poder votar desde México, por culpa del régimen que colocó un montón de trabas a los venezolanos en el extranjero porque saben que no vamos a votar por ellos.
8 millones de venezolanos regados por el mundo, pero solo unos 3 o 4 millones podrán votar.
Y yo no soy una de ellos.
—Amor, ¿qué sucede? —pregunta Mauricio al entrar a la oficina y ver mis ojos cristalizados. Alzo el rostro y sorbo por la nariz, fingiendo una sonrisa que se vuelve real al ver a una de mis hijas en sus brazos.
—No, nada importante. Estaba leyendo noticias de Venezuela —le resto importancia, levantándome para acercarme a él y a Teresa—. ¿Federica no ha llamado?
—No —responde y luego alguien toca la puerta—, pero estoy seguro de que debe ser ella.
Ojalá ella sí pueda votar, tiene más tiempo en México que yo. Debería poder hacerlo.
Me acerco a abrir la puerta y, en efecto, mi prima entra como alma que lleva el diablo a la oficina. Sus ojos cristalizados me quiebran la poca esperanza que tenía.
—Esos desgraciados lograron que no pueda votar —masculla y puedo notar como tiembla su labio inferior. Miro a Mauricio y es cuando noto la presencia de Sebastián, quien parece afectado por el estado de su esposa. Mi esposo me mira, entendiendo todo—. ¿Y tú? ¿Puedes votar, Gabriela?
Miro a mi prima y sacudo la cabeza, bajando la mirada. La escucho murmurar un coño e' la madre por lo bajo, porque está mi hija pequeña, y luego la siento abrazarme.
—Saben que este momento es importante, saben que están con todo en contra. ¡Están cagados, coño! —exclama, esta vez olvidando por completo a mi hija que se ríe pero no entiende nada por lo pequeña que está—. Lo siento.
—No te preocupes —murmuro, llevando mis manos a su cintura—. ¿Qué haremos, Fede? Estas votaciones pueden cambiarlo todo ¿y no vamos a ser parte?
—No, eso no. Capaz tenemos todo aquí, en México, pero eso no quiere decir que no nos duela nuestro país. Independientemente de si queremos volver o no en algún momento, yo quiero a mi Venezuela libre y cada bendito voto cuenta —dice, enderezándose.
—Las elecciones son en unos días —le recuerdo—. No podemos hacer nada.
—Claro que sí, sí podemos —dice con tal firmeza que me obliga a enderezarme en mi lugar también—. No podemos votar aquí en México, pero sí en Venezuela.
—¿Qué? —exclaman nuestros esposos a nuestras espaldas.
—Nos vamos a Venezuela ya mismo. Pediré los boletos.
No es una pregunta, mucho menos una sugerencia. Federica quiere ir a Venezuela y entre líneas me está dejando saber que yo debo hacer lo mismo también. El solo hecho de pensar en volver a pisar mi tierra causa que mi corazón se hunda en mi pecho, porque hace tanto que me vine a México por un futuro mejor y aquí lo tengo todo. Mi familia, mi trabajo, mis amigos.
Mi vida entera se acomodó a México, pero en mi interior Venezuela nunca dejó de latir, de correr por mis venas.
—Pídelos —afirmo y ella parece asimilar este momento porque puedo ver en sus ojos cómo pasa por lo mismo que yo. No necesito ver su corazón para saber que se ha acelerado de emoción y que, aunque ya no tiene nada en Venezuela, el solo hecho de volver le ilumina el rostro.
Ambas volteamos a ver a nuestros esposos y ellos suspiran, resignados.
—Me parece un poco peligroso —admite Mauricio y respira hondo antes de continuar—, pero iremos con ustedes.
—Como la familia que somos —agrega Sebastián, acercándose a Federica—. Nuestro hijo es mexicano, pero también tiene sangre venezolana.
—Y nuestras hijas también —me recuerda Mauricio, rodeando mi cintura y la niña se ríe como si entendiera que nos vamos de viaje.
—¿Estás seguro de esto? —pregunto.
—Por supuesto —responde sin titubear—. Si nos vamos hoy mismo podemos tener unas mini vacaciones antes del día de las elecciones.
—Iré a empacar mis cosas entonces —digo y le doy un beso corto en los labios antes de salir corriendo de la oficina. Ubico a Pascual en la barra del restaurante, alejando una taza vacía de café y me acerco con una sonrisa inocente el rostro—. Ey, Pas, ¿me llevas a casa, por favor?
—Por supuesto que sí, señora Díaz —dice, levantándose de su asiento.
***
El vértigo me avisa que el avión está descendiendo y que en unos minutos estaré pisando oficialmente el suelo de mi tierra. Mi corazón se oprime dentro de mi pecho y mis ojos pican por las lágrimas que no puedo evitar derramar mientras miro por la ventana con Margarita en mis brazos y la abrazo contra mí en un intento de calmarme.
Pero hay algo que me quiebra y me hace llorar con desconsuelo y es cuando el piloto dice:
—Sean bienvenidos a la República Bolivariana de Venezuela.
Y entonces el avión estalla en aplausos, cosa que hace reír a mi pequeña y terminamos aplaudiendo juntas. Busco a Fede con la mirada, que está del otro lado del pasillo en la misma fila que nosotros y aplaude con Mateo. Ella me mira y puedo verla sonreír todavía con sus mejillas empapadas en lágrimas.
—¡Viva Venezuela, carajo! ¡Venezuela libre! —grita un hombre con gran euforia en algún lugar del avión y el resto de los pasajeros gritan con júbilo.
—¿Aplauden siempre que aterriza un avión o es por las elecciones? —me pregunta Mauricio y yo me rio sin poderlo evitar.
—Siempre que aterriza un avión. No importa si viajas dentro de Venezuela, siempre aplaudimos —respondo.
Cuando nos acercamos a las escaleras para salir del avión, miro el atardecer que tiñe el cielo y mis piernas empiezan a temblar, por lo que Sebastián toma en brazos a Margarita y a Teresa para que Mauricio me ayude a bajar. Luego se las tiende a Mauricio y miro a mis hijas sin poder creer que están aquí, en el lugar que me vio nacer.
El lugar que me vio partir con una maleta entera llena de sueños y que me ve hoy llegar con una maleta de sueños cumplidos.
—¿Estás bien? —pregunta Mauricio y yo afirmo con la cabeza, limpiando mis mejillas.
—Lo siento, no sé si pueda parar de llorar al menos en lo que queda de día —admito, con un poco de vergüenza. Él sacude la cabeza y me besa antes de tenderme a Teresa—. Vamos que ahora es que te toca conocer.
N/A: Hola. Estoy usando mi escritura para desahogarme de la situación que actualmente está viviendo mi país, así que espero les guste y le den amor. Por favor, Venezuela necesita ayuda internacional porque aquí no podemos hablar en redes sociales de lo que sucede sin correr peligro. Compartan información, viralicemos al país.
Queremos ser libres en el nombre de Dios. Oren por nosotros.
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