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33.

No tocó la puerta, pude escuchar cuando se fue. Y ahora, aquí, en el baño de damas de mi escuela, no sé qué rayos hacer. No le quiero ver la cara, pero a la vez siento la necesidad de hacerlo y así ver con mis propios ojos si hay algún atisbo de qué fue lo que ocurrió anoche. ¿Se acostó o no con ella? ¿La botó de la suite o él se fue? ¿Se quedó con ella?

Las preguntas me carcomen el cerebro al extremo de que me duele la cabeza. Me miro en el espejo y alzo la barbilla, mostrando a la Gabriela con la que llegué a México, esa que él conoció y juró que no se iba a dejar joder por un hombre como Mauricio Díaz Guerra.

Salgo de allí, mostrándome fuerte y decidida por fuera y guardando lo que triste que me siento por dentro. Le sonrío a Montse y a Cristian, comentándole que hoy un amigo me llevará al trabajo.

Montse bromea con el asunto, haciéndome reír y salimos de la escuela. Entonces, el momento que menos quería sucede: cuando nos enfrentamos cara a cara.

―Señor Díaz ―saludo por cortesía.

Él tiene los lentes de sol puesto, como es casi típico en él, y la mandíbula tensa. Me devuelve el saludo con sequedad y le dice a Montse que se suba al carro.

―Bueno, nos vemos. Me cuentas qué tal te va con el dichoso amigo que te viene a buscar ―habla ella bien contenta, sin notar que su hermano ha detenido el paso al escucharla.

―No seas metiche, mujer ―le digo, fingiendo una pequeña risa―. Nos vemos mañana.

―Nos vemos, guapa ―se despide de mí y me lanza un beso en el aire.

Cristian hace el ademán de hablar, pero Carlos aparece en nuestro campo de visión. La muy entrometida de Montse se da cuenta y sale para verle mejor, quedándose ligeramente boquiabierta.

Bueno, no lo puedo negar. Carlos es muy atractivo, es guapísimo. Sus cabellos castaños peinados hacia arriba con un ligero desorden, su mandíbula perfectamente delineada que a veces siento que al tocarla me cortaré con su piel, su barba muy al ras y bien cuidada, su sonrisita de ángel y esos ojos verdes que vuelven loca a cualquiera.

A mí me pasó.

―Carlos, Montse y Cristian ―los presento, rodando los ojos al ver lo muy curiosa que está mi amiga.

―Soy su mejor amiga, ¿eh? ―se presenta, estrechando su mano―. ¿Y tú? ¿Su mejor amigo?

―Pensé que era yo ―se hace el ofendido Cristian, haciéndome reír.

―Soy un amigo, sí. Fuimos novios hace años ―habla y mi amiga me mira con sorpresa, pero con complicidad.

Mauricio sale del carro, acercándose a nosotros y yo me tenso en mi lugar. Su aire prepotente se impone ante el grupo y yo solo puedo retener mi respiración.

―Montse, es hora de irnos. Tengo algo importante que hacer ―le dice Mauricio, tomando del brazo a mi amiga.

« ¿Tirarse a la españolita?» pienso, cruzándome de brazos.

―Ya voy, ya voy. Estaba conociendo al amigo de Gaby. Nos vemos luego, espero, ¿Carlos, cierto? ―dice, colocando su mano sobre su musculoso brazo.

Yo me aguanto una risotada al ver como Cristian tensa la mandíbula, pero disimula muy bien que está ardiendo en celos. Estoy muy segura de que mi amiga lo hace a propósito.

―Sí, Carlos Torres ―responde, sonriendo.

― ¡Montserrat! ―demanda Mauricio, con voz autoritaria, desde el capó de su carro.

Ella rueda los ojos y resopla, dándose media vuelta para irse con el imbécil de su hermano mayor.

― ¿Nos vamos? ―pregunta Carlos y yo asiento con una sonrisa en el rostro.

Cristian y yo nos despedimos y me encamino con mi amigo hasta la parada del bus, notando por el rabillo del ojo que Mauricio no acelera hasta que nos ve caminando en dirección opuesta.

***

MAURICIO

Un día antes...

Mi papá me arruina el momento cuando me informa que hay una reunión con la junta directiva. Le digo que no me quedaré, pues sé que solo van a hablar de mujeres y dinero, pero él me informa que es obligatorio.

Joder, debo llamar a Gabriela y cancelar nuestro encuentro de hoy. «Y yo que me estaba muriendo por pasar más tiempo con ella...» pienso, derrotado y saco mi celular para llamarla y le informo que no podré ir a la suite en estos momentos.

―Bueno, no te preocupes. Ya yo estoy dentro del...

La llamada se corta y me quedo con la duda. ¿Dentro de qué? ¿Del taxi? Quiero llamarle de nuevo, pero mi padre palmea mi hombro para que me siente junto a ellos en la mesa.

Hay whisky y puros por doquier, mientras la charla es amena (para ellos) y trata de cualquier cosa menos de negocios. No puedo ocultar mi impaciencia, necesito llamarla y saber que está bien porque llevo rato revisando el celular y no tengo un mensaje de ella diciéndome que ya llegó o algo.

Mis movimientos son ansiosos, los dedos de las manos y las piernas no paran de moverse con desasosiego y casi puedo respirar de alivio cuando todo termina. Tomo rápidamente mis cosas y marco el número de Gabriela mientras voy de salida, tratando de calmarme porque quiero gritarle por no decirme si llegó bien o no.

Sin embargo, no contesta. Y espero que sea porque llegó muy cansada y se durmió, olvidándose de avisarme.

Mi papá me intercepta de nuevo y juro por Dios que requiero de todo mi autocontrol para no empujarlo y decirle que necesito irme.

— ¿Sabes? Tengo algo que mostrarte y es urgente. Un descubrimiento... muy peculiar —me dice y yo afirmo para que se apresure—. Estás azarado, ¿a qué se debe?

—Cosas personales —es mi mejor forma de decirle que no es de su incumbencia.

— ¿Y esas cosas personales tendrán que ver con Gabriela Arellano? —me pregunta, mostrándome la pantalla de su celular.

Me quedo de piedra al ver imágenes de Gabriela y yo besándonos. Esa vez, la sorprendí yendo a la escuela, pero me aseguré de que no hubiese muros en la costa. Sigue mostrándome otras imágenes y pierdo el color en mi rostro cuando veo videos de las cámaras de seguridad: el día del examen, cuando la monté sobre el escritorio y el día de la...

El día de la inauguración.

—Ahora entiendo por qué Gabriela no acepta mis peticiones —se burla, guardando el celular en el bolsillo de su blazer—. Porque ha aceptado las tuyas. Claro, eres más joven y eres el heredero de este palacio gastronómico. Es mucho más inteligente de lo que creí.

—La situación no es cómo la imaginas, Leonardo —mascullo entre dientes— y te suplico que borres ese material. No me vas a perjudicar solo a mí, sino a ella.

— ¿Y eso a mí me importa por...? —Se zafa, negando con la cabeza—. Eres un imbécil si crees que ella está contigo por amor. ¿Acaso estás enamorado de ella?

Me enderezo en mi lugar, alejándome de él. « ¿Lo estoy?» pienso, restregando mi cara con mis manos.

—No puedo creer que seas tan pendejo, Mauricio Díaz —se burla mi padre, negando con la cabeza—. No voy a borrar este material porque no voy a permitir que ella haga contigo lo que se le plazca. Si no cortas este jueguito estúpido, lo colgaré en redes sociales o tal vez en X Videos, tú decides.

—Solo haces esto porque no te la pudiste coger —mascullo y él se ríe, negando con la cabeza.

—No me la he podido coger todavía. Eso grábatelo en la cabeza —me indica—. Y tranquilo, tal vez me la tire en la misma oficina que tú y te envíe el video.

Sale de su oficina, dejándome con mil palabras en la boca y el cuerpo entero temblándome de rabia y miedo... Miedo por Gabriela y su futuro brillante, porque justo puede pasar lo que ella tanto ha temido que pase.

Le sigo repicando, encaminándome a la suite y rogando que se encuentre allí. Tenemos que hablar y buscarle una solución a esto, aunque yo ya tenga una en mente.

Le voy a partir la puta madre a Leonardo Díaz y me va a importar poco que lleve su asquerosa sangre.

Cuando llego al hotel, me meto en el ascensor y camino de aquí para allá con agitación. Siento que tarda mil años en llegar y cuando lo hace me quedo estancado en la entrada.

Hay un camino de rosas y puedo ver velas encendidas por algunas partes. Hay un aroma dulce en el ambiente y yo solo puedo sentir mi corazón acelerarse. Por esto no me contestaba, porque estaba planeando toda esta maravilla.

Y yo estoy por acabar con esta fantasía...

―Al fin llegas, cari.

Me tenso en mi lugar, llevando mi mirada a la salida del baño. Hay una mujer en el umbral, recargada en una pose sensual y con un babydoll rosa pálido, que en otra ocasión me hubiese vuelto loco.

Sin embargo, no es mi Gaby. No tiene el cabello corto y castaño, ni su piel clara y tersa, ni sus curvas o su cuerpo rellenito. No tiene su mirada café entre nerviosa y excitada por la situación, ni la respiración acelerada por la anticipación.

No es Gaby, es Charlotte y yo no siento nada.

― ¿Qué chingados haces aquí? ―le pregunto, acercándome a ella―. Deberías estar en un vuelo a España desde hace mucho rato.

―No me he querido ir, tenía esta sorpresa preparada para ti ―ronronea, acercándose a mí para acariciarme los pectorales. Sin embargo, no se lo permito―. ¿Qué pasa, amor? ¿Vas a dejarme así? ¿Acaso no te provoco?

―No, no lo haces. Tengo que hacer algo así que te pido, con toda la cortesía que no mereces, que te largues de mi suite ―le digo, soltando sus muñecas con brusquedad.

Me doy media vuelta para salir de allí, pero algo que dice me detiene en mi puesto y no me permito encararla.

―Es por ella, ¿cierto? ―pregunta―. Por la meserita.

―No te permito que hables de esa forma respecto a ella ―le digo, encarándola.

― ¿Por qué? ¿Acaso te la estás cogiendo? ―me reta, alzando la barbilla y acercándose a mí―. ¡Vamos, cari! Esa reacción no es para una simple amiga de tu hermana. Vosotros os habéis enrollado.

― ¿Y si es así qué? Debería valerte verga si estamos juntos o no ―le espeto, señalándola con el índice.

― ¿Juntos? ¿Juntos cómo? ¿Acaso...? ―se calla, mirándome con sus enormes ojos hechos agua―. ¿Acaso estás...?

―Nada de esto es tu asunto, ahora te largas ―ordeno sin contemplaciones, sin querer escuchar la misma pregunta. Hago el amago de dar media vuelta y entonces una terrible probabilidad se cruza por mi cabeza, mirándola de inmediato―. Gabriela estuvo aquí, ¿en la suite?

Ella no responde, por el contrario, me ignora y empieza a recoger sus cosas. Puedo notar que tiene el rostro empapado, tal vez por la gran humillación que todo esto debe ser para ella, y no me mira.

―Respóndeme, Charlotte ―gruño, tomándola de los brazos para acercarla a mí―. ¿Estuvo aquí? ¿Vio todo esto? ¿Te vio a ti?

―No ―responde entre dientes y se sacude de mí―. No estuvo aquí. ¿Iba a venir a revolcarse contigo?

La ignoro, adentrándome en el ascensor. Si no estuvo aquí, debe estar en su casa y para cerciorarme de ello tengo que ir hasta allá.

"¿Acaso estás enamorado de ella?" resuena en mi mente y yo me pregunto cómo chingados se siente el amor.

***

La puerta se abre y me recibe Federica, en pijamas. Luce sorprendida y mira los alrededores de la calle tras de mí, buscando no sé qué cosa.

―Hola, Fede. ¿Gaby está? ―pregunto.

―Eh, no. No ha llegado, salió con un amigo ―responde, abrazándose a sí misma para darse calor―. ¿Por qué? ¿Pasó algo?

―No, no... ―respondo, rascando mi cabeza. Seguro salió con Cristian―. ¿Crees que se tarde en llegar? Necesito hablar con ella.

Tengo que decirle lo de Charlotte para que no se transforme en un malentendido que la aleje de mí. Eso es seguro.

―No creo que tarde, ¿quieres esperarla dentro? ―pregunta.

―No, yo la espero en el carro. Gracias ―respondo, sonriéndole.

―Vale, está bien. Buenas noches, Mauricio ―se despide de mí.

―Buenas noches, Fede.

Me adentro en el carro, suspirando. Miro el reloj a cada rato, tamborileando los dedos sobre el cuero del volante. Siento que el tiempo pasa lento y cada vez más dudas surgen en mí.

¿En tan poco tiempo puedo llegar a amar a alguien? ¿Por qué no me pasó eso con Charlotte entonces? Desde la última vez que estuve con mi reina supe que esto ya no era algo meramente carnal, lleno de deseoso. La quería conmigo, la quiero conmigo siempre. No solo tener sexo con ella sino hablar, compartir momentos con ella.

No sé si es amor, pero sí tengo que admitir que la condenada me gusta. Y mucho.

Así que no pienso obedecer a Leonardo. Estoy cansado del control que tiene sobre mí, mis hermanos, sobre el negocio.

Me voy a reunir con Juárez, el abogado del negocio y amigo mío, para saber cómo proceder cuando alguien tiene imágenes privadas que quiere usar para difamación.

Un taxi se estaciona frente a mí y me enderezo en mi puesto, observando que sí es ella y habla con alguien más. Solo que ese amigo no es Cristian, en realidad... no le conozco de ningún lado.

Él sale del auto con una sonrisa en el rostro y le abre la puerta, extendiendo su mano que ella acepta, sonriéndole. Ese simple acto apretuja un poco mi corazón y tengo que tragar saliva, con dificultad, para relajarme un poco.

Ella está un poco nerviosa y no puede abrir la puerta, pero Fede sí lo hace y se le lanza encima al desconocido. Los tres se ríen y hablan por unos cuantos minutos, hasta que Fede los deja solos.

En ese mismo instante, mi corazón se apretuja más al presentir que no va a venir nada bueno. Él le dice algo y se coloca a su altura, estampándole un torpe beso en la boca.

Aparto la mirada, sintiendo un escozor en la nariz y en la garganta antes de volver a posarla en ellos. Me siento un masoquista de mierda, pero no puedo quitar mi vista de ellos. Aprieto el volante con fuerza entre mis manos y me abstengo de salir y caerle a golpes al tipito ese o de gritarle a Gabriela.

Al final, nunca dijimos que seríamos exclusivos, ¿no? Y tal vez así sea mejor. Ella nunca tendría que enterarse de que Leonardo nos quiere exponer, yo resolveré y dejaré que ella disfrute la vida que merece sin la maldición de salir con un Díaz.

Ella entra a su casa y él se va con una sonrisa en el rostro, metiéndose en el taxi. Por supuesto que está feliz, yo también lo estuve cuando la besaba.


N/A: Hasta aquí el maratón, muajajaja. Se prendió esta mierda y se vienen el montón de malas decisiones jajaja 


Tranquilas, esta semana les subo otro capítulo! El jueves o viernes ❤


Ya saben, voten y comenten mucho y díganme... ¿Qué historia les llama más la atención leer: la de Sebas o la de Montse? ❤

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