26.
Capítulo con contenido no apto para menores de 18 años. Lee con responsabilidad.
***
El bendito día de la inauguración ha llegado. Federica y yo estamos en casa de Montserrat, ayudándonos con el maquillaje y con los peinados.
Fede lleva puesto un vestido tornasol, de tirantes y con escote en forma de "V", pero discreto. Es ceñido en su cintura y cae hasta el suelo, dejando a la vista una de sus piernas gracias a la apertura que hay en la falda. Sus tacones son plateados y altos, el maquillaje realza sus ojos con un delineado muy fino y delicado. Su cabello ha sido ondulado y se ve preciosa.
Montse, por otro lado, lleva un vestido negro con pecho cuadrado y strapless. Es ceñido a todo su cuerpo y también tiene una abertura en la pierna. Sus tacones son color vino y lleva el cabello en un recogido impecable. Sus labios están matizados del mismo color de su calzado y hay un poco de color en sus ojos.
Yo las observo por el espejo, mientras aliso mi cabello. Al llevarlo corto no hay mucho que pueda hacer con él, solo colocarlo de lado y ondularlo un poco, para hacer volumen.
Me maquillo muy poco, dando color a mis mejillas y a mis labios al matizarlos de un color rojo. Contorneo un poco mis ojos con sombra café y cuando estoy lista, tomo mi vestido entre mis manos.
El color me recuerda al vino tinto y me encamino al vestidor para colocármelo. El escote es en cuello en "V", como el de Fede, y complemento la vestimenta con una cadena de oro con un dije de corazón y aretes redondos pequeños.
No quiero pensar por qué el dije es un corazón, ya que fue un regalo de Mauricio. En este punto, ni yo estoy segura de cómo me siento con respecto a él. Solo estoy consciente de que lo deseo y mucho, pero debo dejar eso de lado.
Espero que sea algo pasajero.
Me coloco los tacones beige y me halago mentalmente. La verdad que no me veo para nada mal y me encanta esto.
¡Ja! Y yo sintiéndome insegura por una españolita. ¡Jamás volveré a dudar de lo espectacular que somos las latinas! En especial, las de mi tierra.
―Señor Díaz, no va a mirar a su acompañante en toda la noche ―aseguro, sonriendo con malicia.
Cuando ya estamos listas, nos tomamos fotos y tomamos vino blanco mientras esperamos a nuestros compañeros de hoy. Cristian, Sebastián y Aarón nos miran casi con la quijada pegada al suelo, me imagino que están muy impresionados de vernos vestidas así.
―Señorita ―saluda mi jefe, extendiendo su mano y haciéndome una ligera reverencia―. Creo que seré la envidia de esta noche.
―Esperemos que así sea, señor Irazábal ―digo, aceptando su mano.
Nos trepamos en un carro negro bastante elegante. El chofer acelera al segundo Fraga mientras Aarón y yo conversamos de varias cosas, como que estudió gastronomía con Mauricio y son inseparables.
Me rio bastante por todas las cosas que hacían y sonrío cuando se muestra bastante orgulloso de su amigo. Aunque, por supuesto, ni para él pasa inadvertido que su padre aún tenga control sobre el negocio familiar.
Llegamos al restaurante y quedo con la boca abierta al verlo. A pesar de que tiene ciertas cosas similares a Fraga I, este es más sutil. La madera y el color azul marino resaltan mucho en el lugar, las áreas verdes y por supuesto la calidez que transmite su decoración: luces colgantes y adornos en las mesas iguales a las del otro restaurante.
Hay una pared roja, con velas encendidas y en el centro una virgencita (lamentablemente, no sé cuál es) puesta sobre una pequeña columna que tiene aires grecorromanos.
―Mi compa se lució, caramba ―dice Aarón, mirándome.
―Sí, así es ―digo, sonriendo.
Él me extiende su brazo y entramos aún más al lugar, donde nos recibe un hombre musculoso y trajeado que revisa las invitaciones. Mi jefe y yo les entregamos las nuestras y nos permiten pasar.
Mi vista recorre a los invitados, encontrándome nuevamente con mi prima y mis amigos, además de reconocer a Leonardo Díaz, quien me mira de pies a cabeza y aplaude en silencio, alabando mi atuendo. Yo quiero rodar los ojos, pero termino fingiendo una sonrisa y desvío la mirada.
Sé que lo estoy buscando a él, porque necesito ver cómo está vestido y presenciar lo guapo que se ve.
Mauricio hace una entrada triunfal, acompañado de su espléndida acompañante. Ambos están tomados de los brazos y sonríen a los fotógrafos. Él viste un esmoquin hecho a medida y tiene un moño decorando su cuello, me sorprende darme cuenta de que se ha rebajado el cabello y ahora lo luce de lado, aún un poco ondeado.
Nuestras miradas conectan y yo trago saliva con dificultad. Puedo ver como me recorre entera, sus ojos adquiriendo un brillo salvaje que solo hace que se me acelere el corazón.
Charlotte lleva un vestido blanco, sencillo y largo, con un escote en el pecho en forma de "V". El cabello lo lleva liso y recogido en una cola baja, pero que en ella se ve elegante. Se da un poco la vuelta para posar y descubro el escote que deja al descubierto toda su espalda.
No diré que se ve mejor que yo, pero tengo que admitir que luce maravillosa.
Mauricio saluda a todos los invitados, posando con ellos para algunas fotos. Los hermanos Díaz también posan juntos y sonrientes, haciéndome sonreír a mí también.
Es imposible ignorar como Leonardo se toma fotos solo con Mauricio, ya que Montse huye de él y simplemente ignora a Sebastián.
No puedo creer que los Díaz y yo tengamos en común tener unos padres de mierda.
― ¡Hey! ¿Crees que puedas tomarme una con mi prima? ―le pregunta Fede al primer fotógrafo que ve, sacándome de mis pensamientos.
Él nos da luz verde y posamos varias veces para nuestras fotos, además de tomarnos fotos con nuestras parejas y con Cristian y Montserrat. Incluso nos toman fotos a las tres, y a mí con Cristian.
― ¿Conmigo no hay foto?
Federica me mira cuando me tenso y me doy media vuelta, observando al impoluto y aún más imponente hombre frente a mí. Luce como el mero macho que es.
―Por supuesto, hermano ―responde Aarón y palmea su espalda.
Noto como Mauricio intenta no rodar los ojos y suelto una ligera risita. Los tres sabemos que se refería a mí, pero Aarón ama hacerlo enojar.
Al igual que yo.
El fotógrafo dispara algunos flashes en su dirección y me sorprendo cuando Mauricio tira de mi mano, acercándome a él. Carraspeo cuando siento su mano en mi cintura y me apega aún más a él. Ambos sonreímos mientras yo siento que tiemblo bajo su cercanía.
―Estás muy hermosa hoy ―susurra en mi oído, sin soltarme―. No sabes lo emputado que estoy por no ser yo tu pareja.
―Pues la modelo es hermosa, eres la sensación por estar con ella ―respondo con ironía, separándome un poco de él. Mi mirada se pasea por la sala, buscándola y sonrío cuando la encuentro mirándonos con cierto recelo―. Y es con quien debes estar, así que diré que lo felicito, señor Díaz. El lugar es increíble.
Me alejo de él, sonriéndole por cortesía.
―Una última cosa ―agrego, acercándome a Aarón―, déjeme en paz.
Mi acompañante enrolla su mano en mi cintura y yo hago lo mismo, colocando una mano sobre su pecho. Puedo notar como Mauricio maldice furioso y vuelve junto a la rubiecita.
No dejo de mirarlos por un rato, notando como ella se le insinúa y lo acaricia. No paran de posar para las fotos juntos y ella lo mira con sensualidad. Parecen una verdadera pareja y eso solo me enfurece.
Un mesero se pasea frente a mí y le arrebato una copa de champán, tomándomela casi de un sorbo.
―Prima, disimula un poquito ―me susurra Federica en el oído―. ¿Estás celosa?
― ¿Yo? ¿Celosa? ¿Por qué? ―pregunto y resoplo―. Si soy quien lo vuelve loco, no ella.
― ¡Por Dios, Gaby! ¿Quién eres y qué hiciste con mi prima?
―Nada, soy yo. Solo que mi peor parte, supongo ―digo, dejando la copa sobre una de las bandejas y tomo otra de un mesero.
―Bien, bien. No tomes mucho ―me recuerda, bajando mi copa cuando estoy a punto de darle otro sorbo―. Ya sabes cómo te pones cuando tomas.
La música cobra vida en el lugar y todos toman a sus parejas para bailar. Aarón extiende una mano hacía mí y me sonríe cuando la acepto. Su mano libre se posa en mi espalda y la mía en su cuello, alzando las que tenemos enlazadas.
El baile es lento y nos permite dar varias vueltas. Observo como Charlotte se apega a Mauricio, casi rozando sus narices y hablándole cerquita.
— ¿Sabes algo? No puedo creer que te quedes de brazos cruzados, Gabrielita —Aarón me casa de mis pensamientos y yo lo miro, relajando mi ceño. ¿He estado viéndolos todo este tiempo con cara de culo? ¡Por Dios, no! —. No dejes que Mauricio gane esta vez.
Observo a mi jefe y me guiña el ojo, dejándome ir. Me encamino al baño, tomando una copa de champán en el camino y me la bebo de otro largo sorbo para darme valor.
Me miro frente al espejo y sonrío con malicia al pensar en algo. El vestido no necesita brasier y eso me recuerda que Mauricio tiene el que usé esa bendita noche.
Y justo hoy cargo el hilo rojo que vestí ese día. Alzo la pierna, vigilando por el espejo que nadie venga, y me lo quito. Mantengo el equilibrio recargándome del lavamanos y lo escondo tras mi cartera.
Salgo con paso firme, escondiendo los nervios que me recorren el cuerpo, y me encuentro con que todos están dispersados de nuevo. Lo busco con la mirada y me acerco, tirando de su brazo cuando lo veo muy cerca de la rubiecita, quien me mira con ojos entrecerrados.
―Un momento, por favor ―le digo, sonriéndole con hipocresía.
― ¿Qué sucede, señorita "déjame en paz"? ―pregunta con ironía, en voz baja.
― ¿Vas a quedarte con ella? ―pregunto y él sonríe con altanería.
― ¿Celosa, señorita Arellano? ―pregunta, egocéntrico.
―Para nada, señor Díaz. Yo sé quién lo vuelve loco a usted y esa soy yo ―le digo, sonriendo esta vez yo con triunfo. Meto con disimulo el hilo en el bolsillo de su pantalón y lo encaro de nuevo―. Sé que tienes mi brasier rojo, pues ahí te dejo la parte de abajo ―digo y finjo seguir con mi camino y recordar algo que me hace encararlo de nuevo―. Ah, no le dije: era lo que llevaba puesto bajo el vestido.
Su mirada baja a mis piernas y me mira de nuevo con sus ojos mieles encendidos en llamas. Se nota que no se lo esperaba y mete la mano en su bolsillo para comprobar que es cierto lo que le dije.
―Nos vemos en su oficina en media hora ―pregunto antes de darle un ligero beso en la mejilla, notando como la rubia se tensa en su lugar―. No es una pregunta, es una orden, señor Díaz.
Sigo mi camino, dándole la espalda ambos y sonrío triunfante. Me acerco a Aarón, quien me tiende otra copa de champán y me mira con curiosidad.
― ¿Qué hiciste? ―pregunta, alzando una ceja.
―Lo que mejor sé hacer, señor Irazábal ―respondo, mirando en dirección a Mauricio quien no quita sus ojos de mí—: trampa.
Respiro hondo por la anticipación. No sé qué va a suceder ahora, ¿será capaz de dejar a la rubia tirada unos minutos por mí?
—Con permiso —me separo de Aarón y él afirma, restándole importancia.
Me encamino hacia el baño de nuevo, no sin antes tomar una última copa para armarme aún más de valor, y respiro hondo antes de mirarme en el espejo. Estoy alcoholizada, no mucho, pero sí lo suficiente para que me brillen los ojos y mis mejillas estén más rojas debido al calor.
Respiro hondo varias veces, tratando de calmar a mi alocado corazón y salgo, mirando hacia los lados para meterme en la oficina del señor Díaz.
«Espero que su oficina quede en el mismo sitio que en el otro restaurante» pienso mientras me encamino al sitio. Faltan unos dos minutos para que llegue, así que me adentro en el centro sonriendo con victoria al saber que mi intuición no fallaría.
Me siento un poco sobre el escritorio, recargando mis manos en él. Ya puedo sentir la respiración acelerarse, así como los latidos de mi corazón se vuelven arrítmicos por la anticipación.
No sé muy bien si tendremos un polvo rápido, nos manosearemos o discutiremos por mi osadía. Tal vez si no lo dejo hablar y me lo como a besos se le pase.
Así hacía el conmigo, ¿no?
Practico varias poses sensuales, pero termino exclamando en frustración. Me siento ridícula. Mejor lo espero de pie y ya.
Reviso la hora y me doy cuenta de que ya debería estar aquí. Tal vez en serio no venga porque está a gusto con Charlotte y yo solo hice el jodido ridículo.
―Maldita sea ―mascullo, arrepintiéndome de todo esto.
Me levanto del escritorio y camino en dirección a la salida, pasmándome a mitad de camino cuando el pomo de la puerta gira y esta se abre. El aire se me escapa de los pulmones al verlo entrar y siento que estoy por empezar a jugar con fuego cuando cierra la puerta tras de sí.
― ¿A dónde ibas? ¿Volviste a acobardarte? ―pregunta, acercándose a mí como un depredador a su presa.
―Pensé que no vendrías y que estabas a gusto con tu españolita ―ironizo, retrocediendo hasta dar contra el escritorio de nuevo―. Aunque no sé por qué eso pasó por la cabeza si yo sé que te mueres por mí.
― ¿Cómo es que estás tan segura? ―pregunta, acorralándome contra el escritorio.
Alzo la ceja en su dirección cuando siento la dureza de su erección contra mí vientre y sonrío con burla.
―Pues porque estás aquí, conmigo, Mauricio ―digo y lo atraigo por la nuca a mis labios.
Él me acepta el beso y esta vez soy yo quien torna agresivo el contacto. Nuestras bocas buscan imponerse la una sobre la otra en una exquisita batalla y yo siento esa electrizante vibración recorrerme la entrepierna.
Su boca roja por mi labial baja hasta mi cuello y yo dejo caer la cabeza hacia atrás, acariciando sus cabellos sin importarme si lo despeino o no. Sus besos son desesperados, así como el movimiento de sus manos al recorrer mi cuerpo.
Baja las tiras de mi vestido, dejando a la vista mis pechos y se mete uno a la boca. Me muerdo el labio para no gemir ante el contacto frío de su lengua y me arqueo cuando el escalofrío me recorre entera.
Mis manos viajan a su cinturón, desabrochando todo lo que me estorba. Me monta sobre el escritorio en un ágil movimiento que me saca un jadeo y me obliga a arquearme un poco para poder tocar mi centro húmedo por él.
Y solo por él.
Mis piernas se enroscan en su cintura y gimo en su oído, con cuidado de no subir el volumen.
―No sabes cuántas ganas tenía de sentirte así: caliente y húmeda solo por mí, señorita Arellano ―dice y se acerca a mis labios para mordisquearlos un poco.
Su mano abandona mi humedad y luego siento algo caliente en mi entrada. Él me mira a los ojos y yo asiento, dándole el permiso para que se entierre en mí.
De su garganta brota un delicioso sonido gutural y yo suspiro al sentirlo. Sale de mí y se adentra de sopetón, cubriendo mi boca al saber que gemiré fuerte; repite varias veces el movimiento, mirándome a los ojos mientras se adentra con fuerza y agresividad.
Sus manos viajan a mis caderas, empujándome hacia él cuando aumenta las embestidas. El sudor se me resbala un poco por entre mis pechos y siento que estoy quemándome en el infierno mientras lo siento entrar y salir de mí.
Sin embargo, me gusta. Me gusta quemarme con el señor Díaz.
―Soy yo la única que lo vuelve loco, Señor Díaz ―digo, acercando mi rostro al suyo y conectando nuestras miradas―. Solo yo lo pongo así: duro, hambriento, lascivo.
―Solo tú, mi reina ―dice y besa mi nariz antes de seguir arremetiendo contra mí.
Su mano viaja a mi centro de nuevo, trazando círculos que solo me acercan a la bendita explosión de placer.
― ¿Te proteges? ―pregunta entre jadeos―. Porque si no voy a necesitar parar ya.
―Lo hago, señor Díaz. Tengo la inyección ―le respondo.
―Gracias a Dios ―dice y me besa.
Las embestidas, sus besos y su mano tocando mi punto más sensible solo logran que alcance el orgasmo a los minutos, sintiendo algo caliente derramarse dentro de mí.
Mi cabeza da un poco de vueltas y la siento algo inflada, como si estuviese por las nubes. Las piernas me tiemblan, así que Mauricio me sostiene contra sí unos minutos más. El sopor post-orgasmo me tiene un poco atontada y ya no me importa nada.
Asumo las consecuencias de mis actos, de lo que siento y de como ardo por Mauricio Díaz.
―Acabamos juntos, Gabriela ―me dice, recargando su sudorosa frente de la mía y me trae de vuelta a tierra―. Dios mío, me matas. Juro que me matas, Gaby.
Volvemos a unir nuestros labios, esta vez en un beso más calmado. Se separa de mí, dejándome una sensación terrible de vacío y busca en su bolsillo un pañuelo. Me sorprende cuando limpia mi entrada y luego me coloca el hilo, subiéndolo por mis piernas en una suave caricia que me eriza la piel.
Cuando se coloca a mi altura, acaricia mi cabello y sonríe al verme.
―Vas a quedarte conmigo hoy y no podrás escaparte en la mañana ―dice, acunando mi mejilla con su palma―. Y es una orden, señorita Arellano.
―Como usted ordene, señor Díaz ―digo, sonriendo.
Le ayudo a quitarse los restos de labial y a peinarle un poco el cabello, aunque no queda prolijo como cuando lo vi llegar. Me arreglo el maquillaje lo mejor que puedo y espero a que él salga, para así recomponerme del temblor que me recorre las piernas.
Suspiro, sonriendo por lo satisfecha que me encuentro.
Cuando me siento más preparada, corro hasta al baño para cerciorarme de que estoy decente. La verdad es que encuentro en mi rostro que acabo de tener el más ardiente rapidito de mi vida: ojos brillosos y dilatados, mejillas sonrojadas y me veo como, no sé, más feliz. Además, mi cabello no luce igual a como llegué.
Me armo de valor para salir, llegando justo a tiempo para agarrar comida. La verdad es que la acción de hace unos minutos me ha dejado tan sedienta como hambrienta.
― ¿Dónde andabas, Gaby? ―pregunta mi prima, asustándome al aparecerse de la nada.
― ¡Ay, chama! Me asustaste ―le digo, colocando una mano en mi pecho. Tomo una copa de champán y le doy un buen sorbo antes de agarrar un bocadillo y metérmelo a la boca, respondiéndole a mi prima―. En el baño.
― ¿Cómo por 15 minutos? ―pregunta, alzando una ceja.
―Verga, ¿tanto me tardé? ―pregunto, mirándola.
― ¡Te lo cogiste! ―me dice, señalándome y yo le hago señas para que baje la voz, riéndome―. ¡Por Dios, Gaby! Estabas cogiendo con el señor Díaz.
―Shhh, ¿estás loca? Baja la voz ―le digo, aún riéndome―, pero sí. Me lo volví a coger.
― ¿No y que el asunto se había acabado? ―pregunta, regañándome.
Yo busco con la mirada a Mauricio, quien tiene pegado como garrapata a la rubiecita. Sin embargo, no le presta atención porque me mira a mí y yo le sonrío.
―No puedo acabar con este asunto todavía ―admito, suspirando. Él me guiña el ojo y yo ruedo los ojos, desviando la mirada―. Por cierto, hoy no me quedo en casa.
― ¡¿Qué?! ―grita, captando la atención de varias personas. Ella se sonroja y desvía la mirada, apenada―. ¿Te vas a quedar con él?
―Sí, ¿y tú? ¿Qué harás? ―pregunto, jugando con mis cejas de forma insinuante.
―Pues... tampoco iré a casa ―admite, removiéndose un poco.
―Por supuesto que no, estarías mal de la cabeza si lo haces ―le digo, rodeando su cuello con mi brazo―. Mira como estás de linda por lo feliz que te ves.
―Y tú por la mega cogida que te dieron ahora ―murmura y nos reímos.
―Pues para qué negártelo ―contesto, moviendo los hombros y ella niega con la cabeza, riéndose.
N/A: ¿Alguien más ama la complicidad de Fede y Gaby? En vez de primas, son como hermanas jajaja las amo.
¡Disculpen la demora del capi! Y lo tarde que lo subo, apenas me he desocupado :/
Para las nuevas lectoras, ¡bienvenidas! ¡Saluden por aquí! jeje Y les recuerdo que los días de actualización serán los martes y jueves o viernes.
También extiendo una invitación para quienes deseen echarle un vistazo a mis otra historia en proceso, con varios capis avanzados ya: Somos Fugaces. Es bien romántico y les prometo lágrimas también. Espero verlas por allí.
¡Feliz fin de semana!
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