23.
Cuando ambos voltean a verme, sé que he pensado en voz alta. Aarón cubre su boca con disimulo para no mostrar que la situación le divierte y Gabriela me mira con el ceño fruncido.
—Quiero decir, eh... de ninguna manera va a faltar a la inauguración, señorita Arellano. Al menos que quiera tener problemas con Montserrat —bromeo, tratando de enmendar el asunto.
—Pues a los Díaz hay que enseñarles a respetar las decisiones ajenas —se zafa y Aarón alza las cejas. Dios mío, esto le divierte tanto—. De todas formas, no voy porque no quiera, sé cuán importante es la inauguración para mi amiga, sino porque no tengo nada que ponerme.
»De igual manera, gracias por querer invitarme, señor Irazábal. No lo veo conveniente, usted es mi jefe y sé que no lo hace con mala intención, pero los rumores... ―continúa, mirándome de reojo―... Ya sabe, no traen nada bueno.
―Entiendo, señorita Arellano. No se preocupe, continúe con su trabajo y gracias por ser tan honesta ―le responde él y ella se retira con rapidez―. Es una de las mejores meseras que tenemos, siempre con una sonrisa en el rostro... ¡y qué sonrisa, eh!
―Bueno, ya ―lo corto―. ¿Comemos o no?
Él me mira con burla y asiente, sirviéndose una porción de ensalada.
―A mí no me engañas, carnal. Te traes algo con la mesera ―me dice y yo me tenso en mi lugar―. ¿Cómo no me voy a dar cuenta? Dos veces me preguntaste si ella estaba en el café, siempre que vienes te le quedas viendo. Incluso he revisado las cámaras y en el almacén me he encontrado con escenas muy... curiosas.
―A ver, cabrón, bájale dos. Confío en ti, pero esto es algo privado ―le digo, señalándolo.
― ¿Privado? ―pregunta y baja la voz―. Casi te la coges en mi almacén. Al menos búscate un hotel. ¡Ah, no! Cierto que vives en uno.
―Estábamos discutiendo, para tu información ―le aclaro, desviando la mirada.
―Achís, achís. Ya quisiera yo pelear así con... ―se calla y yo le miro con ojos entrecerrados―. Iba a contarte, pero es algo privado ―me remeda.
―Pues no me interesa la verdad ―le digo, restándole importancia.
― ¿Por qué no la invitaste a ella? ―pregunta, acariciando su barbilla.
―Porque no estamos en buenos términos ―murmuro, mirándola―. Y yo, el dueño del restaurante, no puede ir solo a su propia inauguración.
―Bueno, al menos elegiste a una preciosidad ―habla mientras Gabriela se acerca con la pizza.
―Cállate ―le advierto, pero él se ríe.
― ¿Qué? Es cierto. ¡Tu pareja es bien pinche hermosa! ―exclama justo cuando Gaby está en nuestra mesa―. Es una modelo, no puedes esperar menos. ¿Dónde se hospedará?
―En mi suite ―mascullo, desviando la mirada.
Noto como Gabriela se paraliza al escuchar la conversación, pero se recompone rápido. Deja la pizza en nuestra mesa luego de recoger el plato vacío de ensalada, nos rellena las jarras de cerveza y se va casi que corriendo.
―Chingada madre, ¡te pasaste! ―le digo.
― ¿Yo? ¡Tú fuiste quien dijo que se quedaría en tu suite! ―se hace el ofendido, pero se nota que le divierte todo el asunto―. A lo mejor te conviene darle celos y así se contentan.
Lo medito por unos instantes, observando a la castaña ir de aquí para allá. Luce frustrada y se ve muy tensa, ya no son los nervios de antes. Por más que me agrada la idea de ponerla celosa, ella tiene una idea de mí bastante errónea y esto no ayuda.
Tendré que aclarárselo en algún momento. Aunque mientras tanto voy a disfrutar un poco de verla así: muriéndose de celos. Ya tenía que tocarle a ella, porque me enerva verla con el colombianito.
Lo que sé es que si Gabriela no encuentra pareja rápido, ya sea Cristian o algún compañero de su clase, mi padre va a tener demasiadas razones para insistirle y no quiero que vaya con él, así sea a regañadientes.
La quiero lejos de Gabriela Arellano. Ella es...
«No, no es mía» pienso y volteo a mirarla, pero ella me huye. Siempre me huye.
***
Salgo de mi oficina con un cansancio terrible en mi cuerpo. Ya nos estamos acercando a fin de mes y tengo que ir evaluando las cuentas, así como supervisar el personal. Además, añadiendo todo el lío de la segunda inauguración...
Marco el ascensor para ir al estacionamiento. Me adentro en mi carro y me permito soltar un largo y sonoro suspiro. A veces siento que si inhalo profundo puedo percibir el aroma de Gabriela: como a manzana canela, pero muy leve. Nada molesto.
Salgo del estacionamiento y me encamino a mi casa, casi a las afueras de la ciudad. Cuando ya he recorrido un poco de trayecto, mi celular empieza a sonar y lo atiendo en el altavoz del carro.
―Mauricio Díaz, ¿quién habla? ―pregunto.
―Eh... ―me tenso de inmediato al reconocer esa voz―. Es Gabriela. Lo que pasa es que, uh, Fede no puede venir por mí y te prometí que llamaría si eso pasaba.
― ¿Y Cristian? ―pregunto con un poco más de rudeza de lo que esperaba.
―No sale hasta las nueve ―comenta, suena un poco ansiosa.
― ¿No puedes esperarlo? ―pregunto mientras voy desacelerando la velocidad.
―Uh... Sí, claro. Solo cumplía con avisarte ―responde tras un largo silencio―. Disculpe, señor Díaz. No quise molestarlo.
Y cuelga.
Suspiro, tamborileando mis dedos sobre el cuero del volante. Son las siete de la noche y no creo que Aarón quiera esperar a que Cristian vaya a buscar a Gabriela. Así que marco su número mientras retorno mi camino, esta vez a Café Toscano.
―Voy en camino ―aviso, apretando con fuerza el volante.
De todas formas, tengo que hablar con ella sobre mi padre y advertirle que él nunca tiene buenas intenciones.
Cuando llego, observo a Gabriela esperándome fuera del café. «Esta mujer no aprende» pienso, negando con la cabeza. Suspiro, observándola. Sé que está algo tensa con mi llegada, además de que tiene frío.
¿Cómo no? Si tiene una falda muy corta y es de noche. Aunque se ve tan bien que, en mi interior, le agradezco que me regale tan buena vista.
Es... hermosa.
Salgo del auto cuando siento que ya llevo demasiado tiempo y me quito el saco, tendiéndoselo. ¿A qué juega? ¿Pidiéndome que me aleje y luego llamándome para que la venga a buscar?
Sé que yo se lo pedí y que me lo prometió, pero con lo testaruda que es pensé que faltaría a su palabra.
—Gracias —musita y su voz suena un poco quebrada, así que la miro y ella rehúye, desviando sus ojos a otra dirección—. No debí vestirme así cuando estamos entrando en épocas de frío. Aún no me acostumbro a los cambios aquí.
—Sí —es lo que respondo, abriéndole la puerta y ella me vuelve a agradecer.
Cierro y suspiro, restregando mi rostro con las manos antes de adentrarme en el asiento de copiloto y acelerar, rumbo a su casa.
Al principio, el camino es silencioso. Quisiera decir algo, pero no sé qué. Ella fue la que dijo que estaba aterrada de lo que estaba surgiendo entre nosotros, yo no, pero... la siento tan lejos que la extraño.
¡La extraño! ¿Cómo puedo extrañarla?
Observo por el rabillo del ojo y veo que está recostada de la ventana, con los ojos cerrados. Vuelvo mi atención a la vía y la escucho sorber por la nariz.
¿Le está pasando algo? ¿Se siente mal?
— ¿Cómo van los preparativos de la inauguración? —pregunta, casi como si romper el silencio fuese un pecado.
―Bien ―hablo, luego de unos segundos―. Montse y una organizadora de eventos se están encargando de todo. Yo solo me vuelvo loco con los números de tanto que hay que pagar.
―Mm, entiendo ―murmura―. ¿Sabes que ella va a ir de pareja con Cristian?
―Sí ―es lo único que respondo. ¡Maldita sea! Al cabo de otros largos segundos agrego―. ¿En serio no asistirás?
Me quiero abofetear por la súplica en mi voz y, al parecer, ella lo nota porque puedo percibir como voltea a mirarme. Yo también la observo, pero de reojo para no tener un accidente.
―No ―responde―, pero en serio espero que sea una noche excelente.
―Ya no lo creo ―susurro para mí mismo, frunciendo ligeramente el ceño.
―Oí que asistirá una famosa modelo española, ¿eso es cierto?
Quiero reprimir la sonrisa que quiere nacer en mi rostro y me esfuerzo mucho para que no me delate lo feliz que me pone que esté celosa. ¡Porque lo está! No me lo puede negar, ella lo escuchó de Aarón y de mí esta mañana.
―Sí, su nombre es Charlotte Pedraza ―respondo y trago con dificultad, un tanto nervioso por lo que piense de mí ante mi confesión—. Será mi pareja, no puedo asistir solo a la inauguración.
―Ah, claro ―su voz sale un poco fría, así que trata de aligerar la cuestión―. Entiendo.
―Sé que escuchaste que se quedará en mi suite ―hablo y percibo como se tensa en su sitio, volviendo a mirar a la ventana―. Tienes una muy mala imagen de mí y sé que te estás haciendo muchas ideas, pero estás equivocada.
―No sé de qué hablas... ―murmura, encogiéndose en el asiento.
―Gabriela ―mi voz suena autoritaria y ella me mira, alzando una ceja―. Ella se queda en la suite, yo no. Yo me iré a mí casa.
Ella se relaja y mira por la ventana, así que vuelvo mi vista al camino.
―No es necesario que me expliques, no pregunté ―murmura.
Testaruda, testaruda, testaruda. ¡La quiero besar a ver si se le quita!
Estaciono frente a su casa y suspiro, mirando hacia mi regazo. Estoy agotado: de la inauguración, de mi padre, del peso de la empresa sobre mis hombros y de esta tensa situación con Gabriela. Percibo que me mira y alzo la mirada al ver que no hay ningún movimiento de su parte.
―No luces muy... descansado ―habla.
―No estoy durmiendo en la suite, me estoy quedando en casa.
―Ah ―es lo único que responde―. Gracias por venirme a buscar, ahora me apena haberte llamado si no estás quedándote cerca. Lo siento mucho.
―No te preocupes ―le resto importancia, mirándola.
―Deberías quedarte hoy en el hotel ―me aconseja.
―No puedo —respondo y sé que ella entiende por qué.
¿Cómo vuelvo a ese lugar si mis sábanas aún tienen su aroma? ¿Si los recuerdos son tan vívidos que puedo sentirla dormir junto a mí? Es muy duro para mí, demasiado para ser solo un revolcón de una noche.
—Gabriela, antes de que te bajes —hablo cuando noto que ella está por abrir la puerta—. Necesito hablar contigo de un tema delicado.
— ¿Qué sucede? —inquiere, frunciendo el ceño.
—Es Leonardo —respondo y ella se tensa en su lugar—. Sé que él te dio el aventón cuando te fuiste ese día. ¿Pasó algo entre ustedes? ¿Te hizo sentir incómoda? Por favor, sé honesta conmigo.
— ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo contó él? —inquiere y yo afirmo. Ella se recarga del asiento y suspira—. Hablamos más que todo de la pasantía. Él sabe que no voy a aceptarla porque necesito el trabajo y ha insistido en que debería hacerlo, que siempre se resuelve pero que no debería dejar pasar tan gran oportunidad.
— ¿Y...? —inquiero, porque sé que hay más.
—Pues, prácticamente insinuó que si me acostaba con él podía darme más que una simple pasantía —confiesa y me mira, un poco asustada—. Pero, Mauricio, te juro que yo jamás le di a entender a él algo como eso. Sabes que yo no soy así y que no me acostaría con tu padre, mucho menos luego de que tú... y yo... eh...
Aprieto mis manos en puños y le doy golpes al volante, molesto. Gabriela grita que me detenga y me toma de las manos, mirándome.
—Ese cabrón, hijo de puta, ¡me va a escuchar! —exclamo.
— ¡Ey! No, no quiero que sepa que te he contado esto —me pide, tomando mi rostro entre sus manos—. Mauricio, sé cuidarme. No voy a dejar que se propase conmigo.
—Gabriela, si él llega a tocarte un pelo o a seguir acosándote, por favor, dímelo. Te lo suplico —le pido, colocando mis manos sobre las suyas—. Quiere invitarte como su pareja a la inauguración, así que te aconsejo que aceptes a Aarón como tú acompañante porque él no va a aceptar un no como respuesta.
—Ningún Díaz lo hace —se burla, pero la seriedad en mis gestos hace que su sonrisa se borre—. Lo pondré en su lugar. No necesito que intercedas, va a ser... sospechoso.
—Me importa un carajo, Gabriela. No quiero que él...
—No va a pasar. Lo prometo —asegura y suspira, cortando con nuestro contacto al quitar sus manos de mi cara—. Está bien, si algo más sucede, te lo diré.
—Gracias, Gabriela —respondo y suspiro—. Recuerda que me preocupo por ti, mi reina.
Puedo percibir como se tensa y yo también me paralizo en mi lugar. ¡Joder! ¿Acabo de llamarla mi reina en voz alta? ¡No puede ser!
Con movimientos torpes, abre la puerta y yo la imito para acompañarla hasta su puerta. Ella hace el ademán de quitárselo, pero no se lo permito.
―No, quédatelo, por favor ―le pido, pero se niega―. Gabriela, quédatelo. Ya me lo devolverás en la inauguración.
―Pero yo te dije que no iba... ―me dice, frunciendo el ceño.
―Quiero que vayas ―interrumpo, acercándome a ella. Puedo notar que mi cercanía la pone nerviosa cuando da un respingo―, por favor.
―No-no tengo qué vestir. Leí que es un evento formal y va a haber fotógrafos, no quiero humillarlo, señor Díaz ―musita, desviando la mirada por un segundo a mis labios antes de mirar a otra parte.
―No me digas así ―le recuerdo y me mira―. Y jamás me avergonzaría de ti. Ya veremos qué se nos ocurre, pero quiero que asistas.
― ¿Por qué? ―pregunta con voz trémula.
―Porque es un día importante para mí y te necesito allí ―admito, derrumbando un poco esa barrera llamada "orgullo".
―Vale... ―responde, suspirando―. No prometo nada, Mauricio.
―Eso me basta ―digo y veo una sombra de sonrisa que se esfuerza en retener.
―Bien, buenas noches ―se despide, dando media vuelta para abrir la puerta―. Eh, descansa. Por favor.
―Trataré, pero no prometo nada ―la remedo, ganándome una diminuta sonrisa de su parte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro