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22.

MAURICIO

Me recuesto del espaldar, soltando un largo suspiro. Tengo un gran dolor de cabeza, así que sobo mi frente y sien con una mano.

Observo mi oficina y respiro hondo al recordar cómo besé a Gabriela en este bendito escritorio. Puedo rebobinar la escena de forma tan vívida que siento que tuviese una pantalla enorme e invisible frente a mí.

―Maldita sea... ―mascullo, restregando mi rostro con mis manos.

No he podido sacarme de la cabeza la jodida noche de pasión que tuve con Gabriela. Si cierro los ojos y recuerdo esos momentos, puedo sentir como introduce sus dedos entre mis rizos y puedo escuchar sus gemidos en mi oído como si en realidad estuviese pasando.

Su piel sueva y caliente, de tez clara y su cuerpo tan bien proporcionado me tiene en vela todas las noches. He tenido que quedarme en mi casa fuera de CDMX porque estar en la suite es recordar como dormía tan plácida junto a mí.

Su cuerpo enroscado al mío y en las sábanas, abrazándome. Sus ojos cerrados y su respiración pausada. Recuerdo que abrí mis ojos varias veces nada más para poder verla descansar junto a mí, estrecharla un poco más en mis brazos.

Si tan solo hubiese sabido que iba a salir huyendo, la hubiese despertado con sexo mañanero. Lo peor es que no lo hice porque pensé que se veía bonita en la cama, bocabajo y con la sábana cubriendo solo su trasero redondo.

Ha pasado una semana y una parte de mí se está muriendo por verla, aunque sea un segundo. La inauguración del segundo restaurante es lo que me ha mantenido ocupado y me retiene de irla a buscar y hacerla mía otra vez.

Mi padre abre la puerta, quejándose con mi secretaria de que no tiene por qué ser anunciado a su propio hijo. Yo respiro hondo, aguantándome las ganas de decirle que sí tiene por qué, pero me levanto y finjo una sonrisa.

—Padre, ¿a qué se debe tu grata visita? —inquiero y ambos tomamos asientos.

—Quiero saber cómo va la inauguración del segundo restaurante —responde, doblando una pierna para recargarla de su otra rodilla y relajarse en su puesto.

—Muy bien. Montse es la que se está encargando de todo, junto con una organizadora, para la inauguración.

— ¿Tienes pareja para ir al evento? —pregunta y yo me encojo de hombros. Había pensado en invitar a Gabriela como mi acompañante, pero sé que se va a negar por los rumores y demás excusas que pone entre nosotros—. Venga, hijo. ¿No irás solo a la inauguración de tu evento, o sí? ¿No tienes a ninguna mujer por allí? De alguna de tus revolcones.

«No soy como tú» pienso, tensando la mandíbula.

—Ninguna que valga la pena —miento.

—Bueno, pero tengo la solución —responde, sonriendo—. Necesito que esta inauguración se expanda mucho, así que he decidido invitar a Charlotte Pedraza, la modelito esta que fue tu novia hace unos años, me imagino que la recuerdas.

—Sí, la recuerdo, pero no iré con ella —le aclaro de una vez y su sonrisa se borra de inmediato.

—Sí, irás con ella. No me interesa lo que haya pasado entre ustedes, necesito el prestigio que ella representa, ¿quedó claro, Mauricio?

— ¿Y por qué no vas tú con ella? —inquiero, tratando de no sonar grosero.

—Porque yo tengo en mente a alguien más —responde, acariciándose el labio con una sonrisa triunfante.

«Seguro que a una de sus putas» pienso, irritado.

— ¿Ah, sí? ¿A quién? ¿Es más importante que Charlotte? —ironizo.

—No, no lo es, pero la verdad es que quiero deslumbrarla porque me parece muy interesante. La conoces, pero seguro no le has prestado atención. Es de la escuela donde estudia mi hija —responde, restándole importancia y yo me tenso en mi lugar.

— ¿Quién? Capaz sí la conozco.

—Se llama Gabriela, ¿la conoces? Gabriela Arellano.

No. Él no acaba de decir eso, ¡él no acaba de insinuar que quiere llevarse a Gabriela a la cama!

— ¿Estás loco? ¿Sabes lo furiosa que se va a poner Montserrat? ¡Es su mejor amiga! ¡La única que ha hecho en años de carrera, Leonardo! —exclamo, buscando miles de excusas para alejarlo de ella—. Además, estamos dando pasantías en la escuela, ¿crees que eso le hará quedar bien a ella?

—No me interesa, porque ella no va a ganarse una pasantía. Va a ganarse una plaza fija —aclara y yo aprieto los dientes—. Voy a convencerla, eso tenlo por seguro.

—Si quieres arreglar tu relación con Montserrat, estás tomando el camino equivocado —insisto cuando lo veo levantarse para irse de allí.

—Montserrat ya está grande y sabe lo que le conviene —responde y me mira cuando está por salir—. Y Gabriela también. ¿Sabes qué la vi hace una semana aquí? Le di un aventón a la escuela y... la verdad es que cada vez se me hace más atractiva.

Joder, ¿la vio en el hotel el día que escapó de mí? ¡¿Se atrevió a irse con él y a mí ni siquiera me dio la puta cara?!

—Ella no aceptará ir contigo —le aseguro y él se ríe, negando con la cabeza.

—Hijo, soy un Díaz. Lo que quiero, lo obtengo: sea como sea —responde y se marcha, cerrando la puerta tras de sí.

En estos momentos, me doy asco por parecerme tanto a él. ¡Joder, yo le dije lo mismo a Gabriela cuando estuvo en mi casa!

¿Ella será capaz de aceptar la invitación de mi padre?

— ¡Maldita sea! —exclamo, pateando mi silla lejos de mí.

***

Las puertas se abren de sopetón y una Montserrat bastante feliz, con los brazos extendidos a cada lado, entra a mi despacho.

―Ya está todo listo para la inauguración de Fraga II y estoy segura de que todos lo van a amar. Nos esforzamos demasiado ―dice, sentándose frente a mí―. ¿A quién vas a llevar de pareja?

―No es tu problema ―le digo, irritado.

―Andas demasiado cabrón últimamente, la neta ―me dice y yo la miro, alzando una ceja―. ¡Te hace falta una buena cogida, big brother!

«Pues para qué negarlo...» pienso.

Montse nota que las invitaciones están sobre la mesa y las toma para revisarlas una por una. Yo me levanto, tratando de impedir que las vea pero es inútil.

―Montse... te estoy diciendo que...

―No te lo puedo creer ―me interrumpe, leyendo la invitación entre sus manos―. ¿Vas a llevar de pareja a Charlotte Pedraza? ¿Pero es que te has vuelto loco? ¡Ella vive en España!

―Me escribió cuando se enteró de la inauguración, llega mañana a México ―miento, restándole importancia―. Además... ¿qué tiene de malo?

― ¡No seas pendejo, Mauricio! ¡Es tu puta ex, además es mi ex mejor amiga! ―dice, levantándose de su asiento―. ¿En qué estás pensando?

―En nada ―respondo con honestidad―. Lo nuestro terminó hace años y ya no hay rencores. No me interesa en lo más mínimo de la forma en la que piensas.

― ¿Entonces por qué la invitas? ―pregunta, acercándose a mí.

―Por el prestigio de tenerla. ¡Es una modelo famosa!

― ¡Que te montó los putos cuernos, por amor a Dios! ―me recuerda.

―Te dije que eso ya no me interesa ―digo, sentándome de nuevo tras mi escritorio―. Solo es por el prestigio, lo juro. Además, nadie supo que salimos.

― ¿Cómo se iban a enterar? Si duraron tres meses fue mucho ―ironiza.

―El punto es que no quiero que hagas escándalos el día de la inauguración y finjas ser amable ―le ordeno, alzando una ceja―. ¿Quedó claro, Montserrat?

―Pues... a mí no me sale fingir muy bien ―me dice y se da media vuelta para salir de mi oficina.

Yo vuelvo a suspirar y niego con la cabeza. Esto de la inauguración me tiene agotado y que Gabriela siga en mi cabeza no me ayuda, ojalá supiera el esfuerzo que estoy haciendo para no ir a buscarla.

Reviso mi celular al sentirlo vibrar. Es un mensaje de Charlotte donde dice que ya viene en camino.

No puedo negarlo, esa mujer es un embrujo total. Es una rubia preciosa, de cuerpo escultural y piel caucásica, labios gruesos y ojos grandes de color claro, además de tener lindas pecas.

Sin embargo, yo siento que nadie le gana a Gabriela. Me pregunto si llegará alguien a darle competencia a la testaruda que me tiene loco.

― ¿De qué hablas? ―pregunta, frunciendo el ceño.

―No sé lo que es el amor, es decir, amo a mis hermanos y mi trabajo, puedo decir que me amo a mí mismo aunque no sea del todo cierto; pero no he amado a nadie de la forma en la que mis tatarabuelos se amaron ―respondo, alejándome y dándole la espalda a ella.

―Pues ya se cruzará alguien en tu camino, ¿no crees?

Alzo el rostro al recordar de manera fugaz como nos conocimos: el bendito tropezón. Niego con la cabeza para sacarme cualquier idea que se me esté metiendo en el cerebro y volteo a verla, recordando que estuvo en peligro por el mismo motivo que discutimos la primera vez.

Por testaruda.

—Chingada madre, iré a buscarla. Tengo que advertirle sobre Leonardo —hablo, pero sé que es una excusa (aunque una muy buena) que impongo para ir a verla.

Aprovecho de escribirle a Aarón, el dueño del local y mi mejor amigo, para vernos. Será otra excusa más. Me trepo en mi auto y manejo hasta Café Toscano.

Aarón es quien me recibe, estrechando nuestras manos antes de abrazarnos y palmearnos la espalda. Su sonrisa se ensancha y le pide a Maite que le entreguen dos cervezas bien frías a su mesa especial: cerca del ventanal.

Ella asiente con timidez y se pone manos a la obra con el pedido.

― ¡Ay, Mauricio! Tenemos tiempo que no nos tomamos unas chelas, ya era hora ¿no? ―dice, recargándose del espaldar de su silla―. Está tan ocupado que no tiene tiempo para viejos amigos, ¿eh?

―No seas pendejo ―le digo, rodando los ojos. Saco del bolsillo interior del saco el sobre donde reside su invitación―. Sé bienvenido a la exclusiva inauguración de Fraga II. Puedes llevar pareja, aunque lo dudo porque eres más solitario que un lobo.

―Pues... este lobo tiene interés por alguien más ―dice y yo alzo las cejas por el asombro―. No como tú, que hace años que no tienes novia. Desde Charlotte.

―Shhh, no lo digas tan alto. Nadie sabe de esa humillación y espero que así se quede ―murmuro, mirando a nuestro alrededor―. Y hablando de ella, uh, va a ser mi pareja en la inauguración.

―Ah, cabrón. ¡Mira que estúpido eres! ―se burla, riéndose de mí.

―Es por el prestigio ―le repito, irritado―. Solo por eso. Además, la persona que quería invitar... Pues no estamos en nuestros mejores acuerdos ahora.

Un carraspeo nos interrumpe y alzo mi rostro, encontrándome con la mirada tímida de Gabriela. Se ha cortado el pelo a la altura de la barbilla y tengo que admitir que se ve muy, pero muy hermosa.

―Permiso, señores ―musita, colocando las jarras de cervezas frente a nosotros―. Que disfruten.

Aarón le agradece, muy sonriente y ella apenas afirma y se devuelve a atender el resto de las mesas. Mis ojos recorren su figura, dándome cuenta de que ese uniforme le queda muy corto y los tacones solo realzan su trasero.

Pues qué ganas tengo de arrancarle ese uniforme...

― ¿No crees que los uniformes de las meseras sean muy cortos? ―le pregunto a Aarón, encarándolo.

―Atrae clientes y propinas para ellas ―responde, restándole importancia.

Miro nuestro alrededor y maldigo en mi interior. Todos los hombres allí presentes miran a las meseras, ya sea con disimulo o sin pudor.

Muchos miran a mí Gabriela.

―Tengo hambre, ¿almorzamos juntos? ―pregunto luego de carraspear.

―Claro. ¡Gaby! ―la llama, alzando la mano. Ella se acerca, evitando mirarme y le sonríe a su jefe―. Corazón, vamos a almorzar hoy aquí. ¿Puedes traernos una pizza mediana cuatro estaciones con extra de queso azul? ¡Ah! Y de entrada una ensalada césar.

Ella afirma luego de anotar su pedido y vuelve a trabajar, mirándome de reojo.

―Discúlpame un momento, Mau ―dice Aarón, palmeando mi hombro antes de levantarse e ir a la caja registradora.

Yo aprovecho de seguir con la mirada a la señorita Arellano, quien parece nerviosa de súbito. Puedo notar el esfuerzo que está haciendo para no verme ni por el rabillo del ojo.

Aarón se tarda un poco hablando con la recepcionista, quien le sonríe con timidez. Cuando Gabriela se acerca a traer la ensalada, se paraliza al verme solo. La veo respirar hondo y caminar con paso seguro hasta mí, dejando la ensalada en la mesa.

―Aquí tiene, señor Díaz ―murmura sin mirarme.

―Gracias ―respondo, pero yo no le quito el ojo de encima.

―Gabriela, una pregunta ―aparece Aarón, sentándose frente a mí―. ¿Va a ir a la inauguración del segundo restaurante de mi amigo aquí presente?

―Tengo invitación, pero no iré ―responde, jugando con sus dedos por los nervios.

Siento cierto alivio al escucharla. Capaz ya rechazó a mi padre, aunque igual me encantaría que ella estuviese en un momento tan importante para mí.

―Lástima ―responde él―. Había invitado a Maite, pero su mamá está enferma, así que quería saber si podía ir conmigo.

Bueno, ¿pero es que ahora todo el mundo quiere invitarla a la maldita inauguración? ¡De ninguna manera!

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