Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

21.

Capítulo con contenido no apto para menores de 18 años. Por favor, leer con responsabilidad.

***

―Hola, Gaby ―me saluda Cristian, abrazándome con efusividad―. Pensé que te había pasado algo, te estaba escribiendo desde ayer.

―Mi celular murió y tuve que cargarlo en el taxi ―digo y lo saco de mi bolsillo para encenderlo.

― ¿No estabas en casa? ―pregunta, frunciendo el ceño.

―No, me quedé en casa de una amiga ―miento.

Montse se sienta frente a nosotros, como siempre. No se ve tan alegre como esta mañana, me pregunto por qué.

―Mon, ¿estás bien? ―pregunta Cris.

― ¡No! Me molesta que Mauricio pague sus frustraciones conmigo ―dice, cruzándose de brazos―. Anda de un humor de perros que provoca cachetearlo.

―Me ofrezco como voluntaria ―me burlo―. ¿Sabes por qué anda molesto? ―tanteo.

―No tengo ni la más mínima idea, tal vez sea por mi papá. No lo sé ―dice, encogiéndose de hombros. Parece que recuerda algo porque su semblante cambia totalmente―. Van a inaugurar otro restaurante y están invitados. Les doy las invitaciones al salir, pero me recuerdan ¿eh?

―Está bien, gracias ―responde Cris, sonriéndole y ella se sonroja.

―No te prometo nada ―murmuro y el chef Guzmán se abre paso en la cocina, interrumpiendo a Montse―. Gracias a Dios.

Mi celular no para de vibrar en mi bolsillo, recibiendo todas las notificaciones de ayer y hoy. Tengo que aguantarme las ganas de revisarlo y concentrarme en las clases. Solo que hay algo más rodando en mi mente.

―Hoy... ―habla el chef Guzmán, sacándome de mis pensamientos. Pego un brinquito por la brusca vuelta a la realidad, ganándome una mirada confusa de mis amigos―... prepararemos Conchiglie rigate en crema de champiñones con pollo, porcini y topping de maíz dulce.

El solo nombre de la comida me hace sonar las tripas, recordando que no he probado bocado desde esta mañana. Anoche Mauricio pidió servicio a la habitación y cenamos raviolis rellenos de carne antes de dormir. Juntos. Abrazados. En cucharita.

―Maldita sea ―mascullo, negando con la cabeza.

― ¿Todo en orden? ―pregunta Cris, bajito para no llamar la atención.

―Sí, todo bien. Solo que no he comido nada y me estoy muriendo de hambre ―murmuro sin mirarle―. Ya comeré algo al salir de aquí.

―Yo invito ―me dice y alzo el rostro para ver como me guiña el ojo.

―No es necesario, Cris ―musito, apenada.

Cuando la clase termina, me voy al baño para cambiarme de ropa. La persona que se encargó de elegir las prendas tiene buen gusto: camisa negra cuadrada en los hombros, jeans altos, botines negros y hasta correa. El suéter es largo y se ve bastante acogedor, sencillo y de color negro. La ropa interior es negra y de encaje.

―Maldito, ¿quería verme con esto puesto? ―gruño, molesta.

Me visto de nuevo, esta vez con la ropa interior que me pidió él. Ato mi cabello en una cola alta y salgo del baño, frenándome a tiempo al ver a Mauricio en la entrada de la escuela. Me escondo de nuevo en el compartimento y respiro hondo, tratando de calmar mis nervios.

Marco el número de Cristian, quien seguro me espera a fuera y contesta al primer tono.

―No digas que soy yo ―lo interrumpo―. ¿Puedes avisarme cuando el señor Díaz se vaya?

― ¿Por qué? ―pregunta.

―Por favor, no hagas preguntas y hazme caso. ¡Te lo suplico! ―chillo, nerviosa.

― ¿Te hizo algo acaso?

Sí. Muchas cosas en realidad, pienso con ironía.

―No, no. Solo que...

―Gaby, ¿qué hiciste? ―me interrumpe y yo golpeo mi frente.

―No hice nada y ¡te dije que no dijeras mi nombre, Cris! ―mascullo, irritada.

―Está bien ―dice y suspira―. Te aviso.

―Gracias ―respondo―. Eh, una cosa más... ¿Crees que puedas dar una vuelta? Así cree que me fui y no me espera.

―Vale... Iré a comprarte algo de comer ―dice.

―Perfecto, gracias ―digo y cuelgo.

Reviso mi celular, ignorando las notificaciones que no me interesan, y me tenso al ver el nombre de Mauricio en mi celular.

Tengo como cinco llamadas perdidas en lo que va de la mañana y algunos mensajes de su parte.

¿Dónde estás?

No puedo creer que te fuiste corriendo. ¿En serio crees que puedes huir de mí? ¡Tenemos que hablar?

― ¿De qué coño quiere hablar? Fue algo de una noche ―pienso en voz alta.

Mi celular empieza a vibrar y casi lo lanzo al suelo cuando veo su nombre en la pantalla.

― ¡Déjame en paz! ―le grito al celular, viendo como se pierde la pantalla.

Contesta, maldita sea. No voy a dejarte en paz hasta que hablemos, ¿me entiendes? ¿Por qué huiste? ¡A veces no te entiendo para nada!

― ¿Perdón? ―me ofendo al leer el mensaje―. Yo no te entiendo a ti, imbécil.

Cristian: Se fue. Ya llegué con la comida.

Suspiro de alivio y salgo, igual viendo para todos lados, a encontrarme con mi amigo. Me trepo en la moto con un poco de dificultad al sentir dolor en mis muslos y él acelera a Café Toscano.

Me despido de él y entro al café, corriendo al baño para cambiarme con rapidez. Veo que me restan cinco minutos para entrar y saco el sándwich que me compró Cristian, comiéndomelo en tres bocados.

Le envío un mensaje agradeciéndole por el gesto y salgo, tomando mi charola. La hora de trabajar empieza y a cada tanto miro por el ventanal, esperando que ni se lo ocurra aparecerse por aquí.

Los nervios me atacan durante todo el día y los recuerdos me obligan a apretar mis piernas de vez en cuando. Debo olvidarme de él, de su cuerpo y del mío juntos.

No puedo permitir que vuelva a ocurrir.

Me la paso distraída todo el día, confundiendo hasta los platos. Maite me regañó, pero le mentí diciéndole que las clases me tenían un poco tonta y se relajó.

La hora de mi descanso llega y me dirijo al baño para revisar mi celular, sentada sobre el muro del lavamanos. No hay más mensajes de Mauricio y doy un largo suspiro.

Me incorporo con un poco de dificultad, dándole la cara al espejo y así apreciar mi aspecto mejor. A veces siento que tengo tatuado en la frente que he follado con, nada más y nada menos que, el dueño de Fraga Restaurant.

Lamentablemente, tengo que recoger los trocitos de dignidad que me quedan y juntarlos de nuevo. No puedo verlo, porque si lo tengo frente a frente siento que mi cuerpo va a colapsar.

Nada más recordar la forma en la que ambos peleábamos por tener el control en la cama, sus besos húmedos, sus caricias tortuosas y sus embestidas fuertes me estremecen, llevándome lejos de este mundo.

Nada más recordar nuestra noche hace que se me encharquen los ojos. ¡No puedo creer que caí en su palabrería barata! Probablemente esta noche vaya a un club y se tire a la primera tipa buena que vea, olvidándose de mí mientras yo estoy rememorando una y otra vez la noche anterior.

Me niego a pensar que perdí el juego, esto era solo una pelea, una batalla; no el final de la partida.

Me bajo del muro y me lavo la cara con agua fría, tomo una servilleta y limpio mi rostro con cuidado de no dañar tanto mi maquillaje. Me acerco al pomo de la puerta y respiro hondo, soltando un largo suspiro al exhalar.

Mi frente se recarga de la madera y aprieto mis párpados, sintiéndome derrotada. Busco en mi cuerpo un indicio de arrepentimiento, pero en el fondo sé que si la situación se repitiera, haría lo mismo. No me retractaría.

Me entregaría.

― ¡Maldita sea! ―gruño, alejándome de la puerta.

Miro la hora en mi teléfono, apenas han pasado 10 minutos. Tal vez vuelva al trabajo antes de la hora para mantener mi mente ocupada y no pensar en él. O al menos, intentarlo.

"Y dime, Gabriela... ¿cómo haré ahora para sacarte de mi cabeza?"

―Para ti va a ser tan fácil... ¿pero para mí? ―pregunto a la nada, acariciando mi frente con los dedos―. Para mí sí va a ser imposible.

Un último suspiro escapa de mi boca antes de girar el pomo de la puerta y salir, quedándome petrificada en mi puesto, con los nervios carcomiendo cada parte de mí.

―Gabriela ―habla y se nota que está conteniéndose, se ve furioso―. ¿Podemos hablar, por favor?

―Lo-lo siento, señor Díaz. Debo volver al trabajo ―digo, esquivándolo y sin siquiera mirarle.

Los nervios me tienen con el corazón acelerado y no dudo que mis mejillas estén rojas de la vergüenza. Me altero aún más cuando él me toma del brazo con un poco de rudeza, sin permitirme avanzar.

―Ahora soy señor Díaz ―masculla, tan cerca de mí que puedo ver sus ojos mieles más oscuros de lo normal y siento como su nariz roza con la mía―. No entras a trabajar hasta las cuatro.

―Pues voy a entrar antes porque no tengo nada que hacer ―digo, tratando de sacudirme de su agarre―. No hagas una escena en mi trabajo, Mauricio.

Tira de mi brazo, metiéndonos en el almacén. Sí, el mismo lugar donde lo vi sin camisa la primera vez. Los nervios se me vuelven a disparar cuando pasa el seguro y me permito verle mejor: no está formal, por el contrario, viste una camisa blanca holgada, pero que se adhiere a sus musculosos brazos, unos pantalones negros y unos zapatos deportivos. Además un sombrero marrón decora su cabeza, ocultando un poco sus rizos.

¿Por qué tiene que verse tan lindo, coño?

―Mauricio, tengo que trabajar...

― ¿Intentas escapar de mí? ¿Acaso eres estúpida? ―masculla, tensando sus hombros. Mi boca se abre de la impresión por su insulto y estoy a punto de cantarle las cuarenta cuando vuelve a hablar―. No puedes huir de mí. Sé que vas a la escuela, de ahí vienes para acá a trabajar y de aquí vas a tu casa. Y créeme, si tenía que ir a tu casa lo hacía sin problemas.

―A mí no me estés insultando, imbécil ―le digo, furiosa―. No estaba intentando escapar de ti, solo estaba evitándote porque no quería verte.

― ¡¿Por qué?! ―grita, acercándose a mí, y yo cierro los ojos. Él suspira y maldice cuando vuelvo a verlo―. Anoche estábamos a gusto, ¿por qué huiste?

― ¿Para qué querías que me quedara? Estaba apurada, tenía que ir a clases ―me excuso, cruzándome de brazos.

―Te fuiste muy temprano. Ni siquiera desayunaste ―exclama.

—Mauricio, cometimos un error. El solo hecho de pensar en que alguien se entere... ¡En que tu hermana se entere! —exclamo y él niega con la cabeza.

—Ese no es el punto en estos momentos. Ya acordamos que nadie se va a enterar de nuestras bocas —me recuerda y luce dolido cuando vuelve a hablar—. ¿Por qué me esquivas?

― ¡Porque tengo miedo! ―estallo, cubriendo mi rostro y niego con la cabeza antes de verle―. No quería sentirme humillada por ti, ver tu jodida sonrisita triunfante porque lograste lo que querías: llevarme a la cama, acostarte conmigo. ¿No entiendes cómo me siento?

Él endurece la mandíbula y lo veo apretar sus puños, marcando las venas de sus brazos.

―Siento que perdí la dignidad acostándome con la persona que detesto ―digo y él desvía la mirada―. No sé en qué coño estaba pensando cuando dejé que esto llegara tan lejos, vi una jodida grieta de humanidad en ti y caí como una imbécil. No podía quedarme, sentí que tenía que recoger lo que me quedaba de decoro e irme.

―Entonces te arrepientes ―murmura y suena bastante seguro de su afirmación.

―Eso es lo peor de todo ―susurro, sintiendo las lágrimas recorrer mis mejillas―. No lo hago, no me arrepiento.

―No sé de dónde chingados sacas que iba a humillarte ―habla, conteniéndose―. Sí, es cierto. Desde un tiempo para acá he querido estar contigo, tenerte para mí y hacerte todas las cosas que hicimos anoche, pero jamás pensé en humillarte. Nunca.

»Yo solo quería que disfrutaras, como estoy seguro de que hiciste. Esperaba que al día siguiente desayunáramos juntos, escucharte recriminarme por comprarte la ropa, llevarte a la escuela. Sé que te sentiste muy bien entre mis brazos, Gabriela, así como yo me sentí bien teniéndote entre ellos. ¿Acaso no escuchaste cuando te dije que sería imposible para mí sacarte de la cabeza?

― ¡Oh, claro que escuché tu palabrería barata! ―ironizo.

―No era ninguna palabrería barata, era en serio. Créeme que lo que menos he podido hacer es sacarte de mi mente en todo el jodido día ―masculla, acercándose a mí. Yo retrocedo unos pasos al sentirme abrumada por tenerlo a mi alrededor y siento el filo de una mesa en mi espalda―. ¿Crees que he podido olvidar como gemías en mi oído? ¿Cómo se siente tu piel, tan caliente, contra mis manos? ¿Cómo pedías más? ¿Cómo te movías sobre mí? ¿Crees que he podido olvidarlo de un día para otro?

La barbilla me tiembla y siento que el aire se vuelve denso a nuestro alrededor. El simple roce de nuestras narices me genera combustión en el cuerpo y que me acorrale solo me vuelve una gelatina.

― ¿Crees que no tengo ganas de montarte ahora mismo contra esa mesa y follarte? A pesar de que estoy furioso, quiero más de ti. Mucho más ―habla con voz ronca y yo me estremezco, cerrando los ojos―. No sé por quién me tomas, pero creo que había quedado claro que no soy ningún hijo de puta. No soy un hombre que anda de cama en cama. No me conoces bien y ni siquiera intentas hacerlo.

―Mauricio...

―Siempre pensaste que el malo era yo, pero mírate. Lo único que haces es juzgarme, intentar jugar conmigo, volverme loco. ¡Y lo peor es que lo estás logrando! ―dice, recostándose aún más de mí―. ¿Me detestas? Pues yo también te detesto en estos momentos.

―Es lo mejor para ambos, que nos detestemos ―murmuro, mirándole. Él respira hondo y aprieta los parpados, seguramente aún más molesto―. Solo terminarás haciéndome daño.

― ¿Cómo lo sabes? ―pregunta, herido―. Dime, ¿fuiste en una máquina del tiempo al futuro y lo visualizaste? Porque de resto, dudo que lo sepas a ciencia cierta.

―Míranos. Somos testarudos, orgullosos y no hacemos más que pelear, estoy muy segura de lo tóxicos que seremos juntos ―digo.

―No. Eres testaruda porque te niegas a aceptar lo que quieres, eres orgullosa porque te niegas a aceptar lo que sientes. No paras de darme batalla porque te gusta provocarme, porque sabes que cada vez que me alzas la voz solo quiero callarte a besos. ¡Por eso lo haces!

― ¿De dónde sacas eso? ―pregunto en un hilo de voz.

―De tus acciones, Gabriela ―responde―, pero está bien. ¿No quieres volver a verme? ¡Bien! Será de casualidad cuando Montse te arrastre a sus locuras. ¿No quieres hablarme? Perfecto. Yo no voy a insistir ―dice, alejándose de mí―. Lo peor de todo es que ni siquiera pudimos tener una charla sobre lo que pasó, ¿sabes?

― ¿Y de qué querías hablar? ―pregunto, molesta.

―No sé, aclarar las cosas entre nosotros. Porque yo quería más de ti, y estaba casi seguro de que tú también, así que podíamos llegar a algún acuerdo; pero queda descartado. No quiero tener nada que ver contigo.

Se da la media vuelta y me deja sola en el almacén. Yo suspiro, limpiando mis mejillas y jurándome a mí misma que no volveré a derramar una lágrima por él, mucho menos en su cara.

Respiro hondo antes de salir y seguir trabajando, con sus duras palabras acribillándome aún más el cerebro.

A Mauricio Díaz tengo que sacármelo de la cabeza, de mi piel. Tengo que olvidarlo.

N/A: Después de esa conversación en el almacen, está como difícil sacarse a Mauricio Díaz de la cabeza jiji ¿Les está gustando la historia? No hubo muchos comentarios en el capítulo anterior y creo que era el más esperado por todas.

¿Acaso no les gustó? Pregunto porque quiero saber, así que comenten porfis.

¡Felices fiestas! Las quiero.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro