Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

19.

―Mira, cabrón, lárgate ―le responde el tipo, distrayéndose por completo.

Le meto un rodillazo en la ingle que lo descoloca. Su cuerpo se inclina hacia delante, facilitándome el poder golpear su estómago y tirarlo al suelo.

― ¡No sabes con quién te metiste, pendejo! ―le grito, alejándome.

― ¿Qué haces? ¡Métete ya al carro, Gabriela! ―me ordena Mauricio.

Corro hacia sus brazos y me abre la puerta trasera. El tipo se levanta y se acerca a nosotros, pero Mauricio acelera incluso con su puerta abierta.

― ¿Estás loco? ―grito, aterrada.

Él cierra la puerta de un portazo y puedo ver por el retrovisor sus ojos oscuros por la rabia.

― ¿Qué coño hacías hablando por teléfono, sola y de noche? ¿Perdiste la cabeza? ―me regaña.

―A mí no me hablas así, imbécil. Mira que no soy Montse ―le digo, cruzándome de brazos―. ¿Qué hacías tú por aquí?

―Tenía pendiente un café con Aarón, pero voy a tener que cancelarle ―responde.

―No, ¿por qué? Déjame en mi casa y ya ―le digo.

Nuestras miradas se encuentran y no puedo creer lo que estoy por pensar, pero me encanta cómo se ve furioso. El desvía la mirada y nos quedamos en silencio por unos instantes. Tal vez sea la calma antes de la tormenta.

―No puedo creer que provocaras al ladrón de quinta ese. ¿Por qué no le diste el celular? ―pregunta.

―Pues porque no me dejé robar en Venezuela, menos aquí ―le respondo, rodando los ojos.

― ¡Eres tan terca, por Dios!

―Dime algo nuevo ―me burlo y eso parece ponerle aún más furioso―. No me gusta estar acá atrás, sola.

Me trepo hacia adelante, sorprendiéndolo. Él suspira irritado y me acomodo en el asiento de copiloto. Honestamente, quería tenerlo cerca.

―Lo tenía todo controlado, pero gracias ―musito, mirándolo de reojo.

― ¡Bravo! Lo golpeaste y tiraste al suelo, ¿luego qué? ―pregunta, irónico.

― ¡Correr! ¿Qué más? Le dolían las bolas, no era como que me iba a alcanzar ―respondo.

― ¿Y si hubiese estado acompañado? ―pregunta.

― ¡Mira, ya! ―lo corto, cansada de todo esto―. Puedo defenderme sola, vi clases de defensa personal.

―Ya veo, ahí es donde sacaste la certificación de terquedad.

Wow, wow... ―hablo, enderezándome en mi lugar al darme cuenta de algo―. Esta no es mi casa, ¿dónde estamos?

― ¿No reconoces el estacionamiento? ―pregunta, deteniendo el carro.

― ¿Qué hago yo aquí? ¡Tengo que ir a mi casa! Federica puede estar preocupada por mí ―le digo, pero él me ignora y sale del carro―. ¡Mauricio! ―gruño, molesta.

Salgo del carro, cerrando de un portazo. Tiro de su saco y él me acorrala contra la puerta, mirándome furioso.

―No estoy de humor. Estuviste en peligro y estás como si nada, solo porque te gusta pelear conmigo ―masculla, rozando nuestras narices―. No me da la gana de ir a tu casa, estoy cansado. Escríbele a Fede e invéntate algo.

― ¿Qué coño te picó? ―gruño, empujándolo―. Me iré en autobús o taxi entonces.

― ¡Son las once de la noche! No vas a ir a ningún lado sola ―su voz suena dura y molesta. ―. Vamos.

― ¡Que a mí tú no me mandas, pendejo! ―le grito, volviendo a empujarlo.

Él rueda los ojos y en un segundo me alza como un saco de papas. Yo hago mis berrinches y golpeo su espalda con fuerza, sintiendo como la sangre se me sube a la cabeza. Cuando entramos al ascensor y marca el piso de su suite, me baja y yo me alejo de inmediato.

― ¡Eres un grandísimo cabrón! ¿Cómo se te ocurre alzarme así? ―gruño, tambaleándome―. Puta madre ―digo, tomándome la cabeza entre las manos al sentirla adolorida y que me da un poco de vueltas.

Él suspira y la puerta se abre. Su brazo se enrolla en mi cintura y me saca del ascensor, sentándome sobre la cama. Se acerca al mini bar y me tiende una botella de agua. Yo lo miro enviándole todas las malas vibras que puedo y él insiste, así que tomo la jodida botella.

―No entiendo por qué me trajiste para acá si podías dejarme en mi casa ―digo antes de beber un sorbo.

―Gabriela, cuando Fede o el amiguito tuyo no te busquen al salir del trabajo, por favor, llámame. No quiero que te pase algo como hoy o peor ―desvía el tema, tomando mi rostro entre sus manos.

― ¿En qué momento empezaste a preocuparte por mí? ―pregunto, mirándole directo a los ojos.

―Gabriela, por favor, di que me llamarás ―insiste.

―Lo haré ―cedo, suspirando―. Ahora responde tú.

―No lo sé, siendo honesto ―dice―, pero lo hago. Me preocupo por ti.

Su mirada baja a mis labios y me sorprendo cuando yo misma soy quien roza nuestras narices. Alzamos la mirada al mismo tiempo, conectando nuestros ojos cafés. Aunque tengo que confesar que los suyos son más bonitos.

Cuando estamos a punto de besarnos, mi celular resuena en toda la habitación. Nos alejamos con brusquedad y saco mi teléfono de mi bolsillo trasero.

―Es... Es Fede ―le digo, nerviosa.

―Contéstale ―ordena, restándole importancia.

― ¿Dónde coño estás? ―pregunta ella apenas atiendo.

―Lo siento, lo siento. Es que a una amiga estuvieron a punto de, eh, robarla y me pidió que la acompañara ―miento, levantándome de la cama―. Estoy en su casa. Acabo de llegar.

―Pero ¿tú estás bien? ―pregunta.

Yo miro a Mauricio, quien se está sirviendo un trago de whisky, y sonrío.

―Sí, lo estoy ―digo, desviando la mirada―. Ella corrió hasta el café y bueno, tuve que tranquilizarla antes de volver a salir.

―Bien, entonces nos vemos mañana. Prometo no olvidarme de ti, lo siento ―dice y se le nota lo culpable.

―Tranquila, siento no avisar y preocuparlos. Un beso, te quiero.

―Yo igual ―responde y cuelga.

Me volteo para ver a Mauricio, encontrándomelo con la vista perdida en la calle. Se recarga de la baranda del palco y le da un buen sorbo a su trago, dejándole solo el hielo.

Me acerco a él, colocándome a su lado. Lo miro y sus ojos me dicen lo estresado que está y todo lo que no quiere seguir peleando conmigo.

―Siento ser una malagradecida y haberte hecho pasar un mal momento ―musito, acercando mi meñique al suyo. Él baja la vista a la baranda, pero no sonríe. Nada―. Gracias por ayudarme a salvarme el trasero.

Él rueda los ojos, pero no se aleja. Recargo mi cabeza de su hombro y lo noto tensarse. Parece que ha tenido un día terrible.

― ¿Qué hizo de tu día una mierda? ―susurro, mirando las luces amarillas del resto de los balcones.

―Mi padre ―contesta―. Cosas que ver con Fraga y con las otras sucursales que esperamos abrir.

― ¿Tiene algo que ver con Sebastián o Montse? ―pregunto, alzando un poco mi rostro para verlo.

Tiene la mandíbula tensa y suspira, bajando su cara para verme.

―No quiere que Sebas trabaje en ninguna de las sucursales. Yo veía esto como una oportunidad de integrarlo ―admite. Sus labios fríos se posan sobre mi frente por unos segundos antes de seguir hablando y suspira, cabizbajo―. No quiero que me odie.

—No entiendo cómo funciona ese negocio si tú eres el dueño —musito, recargando mi cabeza de su hombro.

—Leonardo me cedió parte de las acciones de la compañía y me puso a mí a cargo para ser la imagen de la empresa. Ya sabes, soy más joven que él, tengo madera de líder y... pues, soy muy bueno para convencer a la gente —me explica—. Sin embargo, él es el dueño mayoritario y si no me da sus acciones, o al menos me deja tener más que las que él tiene, no puedo hacer nada. Estoy... atado de manos.

»Yo acepté porque fui un jodido iluso, pensé que podría permitirle a Sebastián trabajar en el negocio familiar, también que Montse tuviera su marca de vinos. Pero... no soy más que un jodido títere de Leonardo Díaz.

—El día que nos tropezamos, ya sabes, cuando nos conocimos... —musito, alzando la mirada y él me observa con atención—. Has dicho varias veces que ese día no estabas de humor, ¿habías peleado con él?

—No, con Sebastián. Un poco antes de que tú siquiera llegaras a México, tuve que decirle que no iba a trabajar en el negocio y que le conseguí empleo en Dulce Tentación, donde conoció a tu prima —responde y yo afirmo para que continúe—. Su reacción fue la peor y nuestra relación ha empeorado luego de ello. El restaurante es demasiado importante para los tres.

—Es su legado —comprendo y él afirma.

―Fraga cayó en malas manos luego de que me bisabuelo muriera ―dice, frustrado. Respira hondo y junta su frente con la mía, acelerando mi corazón―. Desde ese entonces mi abuelo se encargó de destruir el significado del restaurante, el por qué se irguió y abrió sus puertas.

―Transformó el amor en ambición, en poder ―comprendo en voz alta―. Pues en tus manos está transformarlo de nuevo, Mauricio.

― ¿Cómo lo transformo en algo que nunca he tenido? ―pregunta, mirándome.

― ¿De qué hablas? ―pregunto, frunciendo el ceño.

―No sé lo que es el amor, es decir, amo a mis hermanos y mi trabajo, puedo decir que me amo a mí mismo aunque no sea del todo cierto; pero no he amado a nadie de la forma en la que mis tatarabuelos se amaron ―dice, alejándose de mí y dándome la espalda.

―Pues ya se cruzará alguien en tu camino, ¿no crees?

Él alza el rostro y voltea a verme. Hay algo en su expresión que no logro descifrar y niega con la cabeza, acercándose a mí.

—No me desvíes el tema, por favor. Sigo molesto contigo —vuelve a traer el bendito suceso a colación, alejándose de mí—. Tu terquedad casi hace que te lastimen, peor, ¡te pudieron haber metido una navaja en el estómago o qué sé yo!

—No exageres, ya te dije que me sé cuidar —le resto importancia, rodando los ojos. Tomo su rostro entre mis manos y me acerco un poco, necesito sentirlo más cerca—. Dejemos eso atrás, ¿sí? Mira donde estoy, contigo. Sana y salva, señor Díaz.

―Eres una ter...

Lo callo, uniendo nuestros labios en un beso. Él se tensa, pero no se aleja; por el contrario, me devuelve el beso. Me empuja con suavidad hacia atrás, recargándome del marco de la puerta mientras su boca se adueña de la mía, imponente, demandante... salvaje.

Su lengua se abre paso en mi cavidad y yo jadeo al sentir lo fría que está por el trago. Caminamos hacia atrás mientras le quito el saco y sus manos viajan a mi espalda, recorriéndola entera. Puedo escuchar como el vaso de vidrio cae sobre la alfombra, a salvo de romperse.

Sus labios bajan a mi cuello y yo cierro los ojos, jadeando ante su tacto. Las señales de alerta en mi cabeza me gritan que me aleje, que esto está mal, pero...

No puedo, joder. No puedo alejarme de Mauricio Díaz y no sé por qué, no sé en qué momento sucedió.

—Espera, Gaby —habla, su mano está en mi nuca y se aleja, respirando un poco agitado.

—Lo siento, yo... Solo no quería seguir discutiendo —musito, un poco avergonzada.

—Esto es peligroso... —responde y yo trago saliva con dificultad, observando sus ojos ambarinos dilatados—. No puedo controlarme cerca de ti y no quiero que hagas algo de lo que después te arrepientas. Vas a quedarte aquí y ya es... demasiada tentación.

Su dedo pulgar roza mis labios y yo siento que me estremezco ante su mirada. Puedo verlo batallando en su interior porque yo estoy haciendo lo mismo.

—Lo que sucede, Mauricio Díaz, es que yo... tampoco puedo controlar lo que me sucede cuando estás a mí alrededor. No puedo luchar contra esta sensación tan... desesperante —confieso en un murmuro y él cierra los ojos, respirando hondo porque tal vez está recurriendo al último ápice de autocontrol que tiene ante mi confesión—. Tienes razón, Mauricio. Esto es... demasiado peligroso. Si lo que ha sucedido entre nosotros se llega a divulgar...

—No tendría por qué divulgarse, al menos que uno de los dos abra la boca, ¿no crees? —me interrumpe y yo no sé qué responder, entiendo muy bien lo que insinúa. Se aleja de mi toque y de inmediato lo anhelo, pero me lo guardo. Él acaricia su sien y respira hondo, acomodándose la erección en su pantalón—. Arreglaré el sofá, tú duermes en la cama.

—No, Mauricio, qué pena... —empiezo a negar, pero él me mira.

—No tengo problema con ello, tranquila —insiste—. ¿Necesitas ropa para dormir, cierto? No creo que mis pantalones de pijama te queden, pero te puedo dar una franela y un bóxer.

—Sí, gracias. Así está perfecto —respondo.

Él toma una cobija y una almohada, pero cuando está por lanzarlas en el sofá me atrevo a detenerlo. Nos miramos por unos instantes en los que sopeso sus palabras anteriores: si ninguno de los dos dice nada, nadie debería saberlo.

—No duermas en el sofá, por favor. Me avergüenza demasiado —le pido y me sonrojo ante lo que estoy por proponerle—. No tengo problemas en compartir la cama.

Él deja caer la cobija y la almohada de nuevo sobre su cama y se acerca a mí a paso lento, sopesando mis palabras.

—Entonces... tampoco necesitarás ropa para dormir, Gabriela Arellano —asegura y yo trago saliva con dificultad—. Soy un ser humano y mi autocontrol se está agotando.

—A la mierda, Mauricio —mascullo y me abalanzo sobre él para unir nuestros labios, él me ataja sin problemas y rodeo su cintura con mis piernas.

N/A: SE PRENDIÓ ESTA MIERDA, SEÑORITASSSS. ¿Llegó el momento que tanto ansiaban? Quiero que me llenen este capítulo de comentarios y votos, tal vez así me anime a subir el siguiente. ¿Quién sabe? muajaja

No se olviden de seguirme en redes, ahora me uní a Patreon donde subiré contenido inédito y extra exclusivo de mis historias y pronto trabajaré en algún extra de esta historia. Me encuentran como D. E. LIENDO. ¿Las espero por allá?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro