16.
Maldita sea, ¡soy una estúpida!
Me siento acalorada al recordar ese increíble beso. Sé que ya no puedo negar que hay una tensión demasiado intensa entre nosotros, pero es que ¡no puedo permitir que esto avance más!
Él es el dueño de Fraga, yo soy una simple estudiante de gastronomía a unos meses de graduarse. Si la gente se entera de esto que ha pasado entre nosotros, ¡las cosas que dirán de mí! y yo, la verdad, tengo el gran defecto de verme afectada por los rumores y por el que dirán.
No puedo permitir que mi carrera se vea manchada por rumores en ningún momento. Le he dedicado tanto tiempo y esfuerzo que no dejaré que una calentura arruine todo lo que he logrado y ello lo demuestra la nota de mi examen.
Llego a la escuela con una sonrisa gigante en la cara. ¡Mi nota fue un perfecto y hermoso 20! Así que nada puede amargarme el día, de verdad. Ni siquiera Mauricio, puede aparecer en cualquier momento y hasta lo abrazaré de lo feliz que estoy.
― ¡Cristian! ―grito, corriendo a abrazarlo―. ¡Saqué 20! ¿Cuál fue tu nota?
― ¡18! ―responde contento―. El chef Guzmán hoy nos enseñará lo que votaron tanto los comensales como Mauricio y él.
―Pues entremos que quiero saberlo ―le digo, tirando de su mano para adentrarnos en el salón.
Montse ya se encuentra en el lugar y nos saluda con efusividad, abrazándome.
― ¿Qué tal te fue? ―pregunto, emocionada.
―Un hermoso 19 ―responde, feliz―. ¿Y tú?
―Veinte ―respondo, sonriendo―. ¡Los tres sacamos buenas notas! Los felicito.
Nos damos un abrazo grupal pequeño y corto, porque el chef Guzmán entra al salón. La gran mayoría tiene rostros felices y Guzmán luce cansado, pero contento.
―Buenos días, clase ―saluda y todos respondemos―. Me complace decirles que estoy muy orgulloso del desempeño de la gran mayoría, no pongo en duda que de aquí saldrán los mejores chefs a donde sea que vayan. Paso a explicarles la puntuación: Los comensales eran puntos extras, así que los que han sacado veinte los tiene asegurados para un próximo examen o simplemente de condecoración. El señor Díaz y yo evaluamos 10 puntos cada uno.
Da los resultados por orden de apellido, así que de mi pequeño grupo de amigos, yo soy la primera en saber los votos.
―Los comensales le dieron cinco estrellas de cinco. Además, yo le di diez puntos a su excelente comida porque no solo tiene un gusto excelente, sino que cambió muchas cosas típicas en los platos que demostraron su poder creativo. Y por supuesto, la decoración estuvo perfecta todo el tiempo. El señor Díaz opinó lo mismo que yo y le cedió diez puntos también y esto le da un total de veinte puntos ―informa y todos aplauden, felicitándome―. Cabe destacar que fue la única que logro obtener la máxima puntuación.
Cristian aprieta mi hombro, sonriendo y Montse se apoya de mi otro hombro, enrollando sus brazos en mi cintura.
Luego viene Montse, quien recibió de los comensales también cinco estrellas de cinco. Su hermano le cedió diez puntos y el chef Guzmán le cedió ocho, recomendándole mejorar la presentación un poco más. Los puntos extras de los comensales le dio para llegar a 19.
Cristian obtuvo cinco de cinco estrellas también, pero Mauricio le dio solo siete puntos de diez. El chef Guzmán le dio los diez y los puntos extras de los comensales lo llevó a los 18 puntos.
No sé por qué, pero creo que Mauricio solo le dio siete puntos por celoso. Y eso me hace sentir tan triunfante como culpable.
Una vez dichas todas las calificaciones, nos cambiamos por el uniforme y entramos de nuevo a la cocina donde veremos la nueva clase.
―Lamento no haberte podido buscar ayer, ¿todo bien? ―pregunta Cristian mientras cocinamos.
―Sí, sí. Fede pasó por mí, no te preocupes ―respondo, sonriéndole―. Además, ¡felicidades por tu nuevo trabajo! Sé cuánto lo necesitas.
―Gracias, Gaby ―dice y besa mi frente―. Deberíamos festejar estas buenas notas en La Clandestina este viernes, ¿no te parece?
―Pero... ¿no trabajas el sábado? ―pregunto.
―En la tarde ―dice―. Cambié de turno, la mañana rinde más para muchas cosas. Vivo solo y debo limpiar, cocinar, etcétera.
―Tienes razón. Pues si no es ningún inconveniente, yo digo que sí ―respondo, sonriendo. Miro a Montse, que está al frente y le siseo para que me mire―. Reina, ¿Clandestina este fin? Merecemos una celebración.
―Lo siento, pero no. Ya hemos celebrado demasiado durante dos fines de semana seguido ―responde, mirándonos con un poco de agresividad a ambos.
―Montse... ―habla Cristian, pero ella le corta.
―No quiero, lo siento ―dice, desviando la mirada a los vegetales que está cortando―. Vayan ustedes dos, solitos.
Alzo una ceja mirando a Cristian, pero él sola la mira a ella y suspira. «¿Acaso me estoy perdiendo algo?» pienso y la curiosidad pica en mi cerebro.
A mí es que me gana un buen chisme, ya lo he dicho antes.
***
―Hola, Maite ―saludo cuando llego al café―. ¿Cómo está todo?
―Oye, el jefe quiso darte un detalle por tu buena puntuación en el examen ―dice y saca de un cajón bajo la caja registradora una cajita negra con dorado―. Lo siento, hola. Es que si no lo decía de una vez, se me olvidaba.
―Qué lindo gesto, dile que muchas gracias ―digo y me adentro en el baño para vestirme con el uniforme.
Abro la caja con cuidado de no dañarla y sonrío al ver que son unos bombones. De verdad le gustó mi comida, al parecer. Tiene una nota escrita a mano con una caligrafía elegante y la acerco más a mí para leerla.
"Tengo mucha fe en que ganará la pasantía y por eso me da una profunda tristeza el saber que no podría contratarla para que deleite a mis clientes con su sazón. Sin embargo, estoy seguro de que Fraga Restaurant está a su medida y allí es donde pertenece. Felicidades, señorita Gabriela Arellano".
Una indirecta oportunidad de trabajo, sin haberme graduado aún. ¡Increíble!
Me como un bombón y guardo la caja en mi cartera. La dejo en mi casillero y lo cierro con mi llave antes de salir a trabajar.
― ¿Y? ¿Qué te regaló? ―pregunta Maite.
―Bombones ―respondo, sonriendo.
―Acostúmbrate. Nuestro jefe es muy atento ―confiesa.
―Si no logro verlo, dale las gracias de mi parte ¿sí? ―le pido, tomando su mano entre la mía―. Te daré unos bombones cuando salgamos.
―No es necesario, Gaby ―dice, avergonzada.
Sin embargo, igual se los daré.
El día continúa con normalidad, ya estoy bastante adaptada a la rutina. En mi hora libre me como unos cuantos bombones y les tiendo algunos a mis compañeras más cercanas. Un ramo pequeño de tulipanes coloridos llega a la recepción y mis ojos se iluminan porque son mis flores favoritas.
Ojalá fuesen para mí...
― ¡Gaby! ―me llama Maite, haciéndome señas para que me acerque―. Llegó este ramo para ti, tiene una tarjeta pero no quise leerla.
―Firme aquí, señorita, por favor ―pide el encargado de la entrega y obedezco―. Muchas gracias, feliz tarde.
― ¡Igual! ―respondo―. ¿Quién habrá sido y cómo sabe que son mis flores favoritas?
―Pues lee la tarjeta, ¿no? ―insiste.
"Me sentí un poco celoso al enterarme que Aarón te dio un detalle y yo no. Felicidades por tu nota, sé que no es el primer veinte que obtienes; pero es el primero que tengo el honor de ver como logras.
Por favor, dime que estás pensando en mi propuesta. Vámonos al rancho o a mi departamento, a donde tú quieras. Solos tú y yo, señorita Arellano.
Atentamente,
Mauricio Díaz."
No puedo evitar sonreír al terminar de leer la nota.
― ¿Puedes decirme quién es? ―pregunta Maite.
―Mi tío desde Venezuela. Se enteró de mis notas y me envío el detalle ―miento, guardando la tarjeta en mi bolsillo―. ¿Puedes colocarlas en agua? Ya estoy por entrar de nuevo.
―Claro, claro ―dice.
Inhalo el aroma de las flores antes de entregárselas, sintiéndome feliz por tan lindo detalle. Esta vez supo dar en el clavo, lo bueno es que yo también tengo algunas buenas jugadas.
Marco el número de Mauricio y contesta al segundo tono.
―Señorita Arellano, supongo que recibió mi pequeño detalle ―dice y puedo sentir la sonrisa socarrona en su voz.
―Así es, señor Díaz. Muchas gracias ―murmuro, alejándome un poco de mis compañeros―. ¿Cómo supiste que eran mis favoritas?
―Revisé tus redes sociales. No fue tan difícil ―admite―. ¿Solo llama para darme las gracias?
―No, señor Díaz ―respondo, mordiéndome el labio inferior―. No pretendo irme sola con usted, al menos no ahora.
―Pues me place mucho escuchar que lo está considerando a futuro ―murmura con voz seductora.
―Así es, mientras tanto... podría invitarme una copa ―tanteo, un poco nerviosa―. Solo usted y yo, si quiere, por supuesto.
―No me trates de usted, señorita Arellano. Por favor.
―Puedes llamarme Gabriela ―le concedo―. ¿Entonces?
―Me parece perfecto. Esta misma noche me encantaría ―ofrece y yo me tenso en mi lugar.
¡Vaya! ¿Tan rápido?
―Perfecto ―accedo―. ¿Alguna recomendación de cómo debo vestir?
―Formal ―responde.
―Está bien, Mauricio. Nos vemos en la noche ―digo y cuelgo. Respiro hondo y suspiro al exhalar―. Bien, a jugar con fuego.
El trabajo continúa y al terminar me cambio de ropa. Me como otros bombones, porque para golosa yo, y salgo del baño chupándome el pulgar embarrado de chocolate. Me freno al ver a Mauricio y saco con lentitud el dedo de mi boca, sin pasar desapercibido que vigila cada movimiento.
―Señor Díaz, ¿qué hace usted aquí? ―pregunto, mirando a mí alrededor en busca de mis compañeras.
―Pues noté que no tiene quien la lleve a su casa y me estoy ofreciendo a llevarla ―dice, acercándose con cautela a mí―. ¿Le parece bien?
―Sí, claro. Pero Fede venía por mí ―le comento, alzando mi rostro para poder verle mejor.
―Ya me encargué de ella, no se preocupe ―dice, sonriendo.
―Entonces... uh, vamos ―digo, señalándole el camino tras su espalda.
Él asiente y hace un ademán para que pase yo primero. Me despido de Maite con timidez, ya que me observa con intriga al ver que me voy con el señor Díaz. Ella me entrega el ramo de tulipanes y lo acepto con una sonrisa.
―Mis compañeras pueden malinterpretar tanto esto. Saben que estoy estudiando gastronomía ―le digo mientras abre la puerta para que me suba a su carro. Él se sienta de piloto con una sonrisa divertida―. ¿A dónde vamos?
―Al mejor restaurante de la ciudad ―dice con sorna y yo ruedo los ojos.
― ¿Ah, sí? ¿Cuál es? ―pregunto en broma, olisqueando el aroma de las flores.
―Me ofende su pregunta, señorita Arellano ―dice y me mira con la ceja alzada―. Perdón, Gabriela.
Me lleva primero a mi casa y lo invito a pasar con tremenda vergüenza. Gracias a Dios mis tíos están dormidos y no veo señales de Federica.
―Espera aquí, ya vuelvo ―le indico y él toma asiento en el sofá individual―. Disculpa, ¿quieres agua?
―No, estoy bien. Gracias.
Me meto en mi habitación y me doy una ducha rápida. Arreglo mi cabello en ondas lo mejor que puedo y me maquillo con rapidez, mi típico maquillaje sencillo pero agregando color a mis labios. Como ya sé que lo vuelve loco...
Una electricidad me recorre las piernas al recordar el beso en su oficina. De repente siento que la temperatura aumenta en la habitación y eso es solo pensando en él, en sus pectorales y el excelente lavadero que tiene como abdomen, en su boca...
Me coloco un vestido blanco que me compré antes de venir a México. Me llega un poco más arriba de las rodillas, es de tirantes y un escote en "V" realza mis pechos. Tiene en esa forma una fina tira de encaje que le da el toque decorativo, además, se me adapta muy bien a mis curvas y con los tacones que me pongo se me alza el culo divino.
Me aplico perfume y recuerdo las flores, colocándolas en un florero que lleno de agua en el baño y las dejo en mi habitación. Respiro hondo antes de salir de allí y Mauricio se levanta al escuchar el repiqueteo de mis tacones.
La luz me permite apreciar mejor su ropa: traje azul marino y camisa de botones del mismo color con algunos estampados florales negros.
―Lista, disculpa la demora ―murmuro, deteniéndome frente a él. El olor de su colonia invade mi nariz y aspiro con disimulo, deleitándome.
―Ha valido totalmente la espera ―dice, extendiendo su brazo en mi dirección y yo lo acepto.
Me abre la puerta tanto de la casa como del carro y me trepo en este. Cuando se sienta a mi lado, su mano viaja la palanca, rozando mis muslos descubiertos y tengo que tragar saliva con un poco de dificultad.
―Me causa curiosidad saber por qué ha aceptado a salir conmigo ―dice, saliendo del lugar y manejando en dirección a Fraga.
―Pues porque al fin fue amable conmigo y, honestamente, amo los tulipanes. Nunca nadie me había regalado unos, en mi país no se consiguen en todas partes ―admito, mirando por la ventana―. Merece una oportunidad, supongo.
―Yo que pensaba que era porque besaba bien ―se burla.
―Oh no, por eso es que usted me está invitando a mí. Porque yo beso muy bien ―juego, mirándolo. Estaciona el carro frente al restaurante y la tensión aumenta en el reducido espacio.
―Pues no recuerdo muy bien en estos momentos. Tal vez debas refrescarme la memoria, Gabriela ―dice, acercándose a mí.
Nuestras narices se rozan y nuestras miradas conectan. Siento su mano rozar de nuevo mi muslo y la otra se acerca a mi mejilla, algunos de sus dedos rozan mi cuello y respiro por la boca, dejándola entreabierta.
― ¿Te pusiste ese color en la boca porque sabes que me vuelve loco? ―murmura, tan cerca que siento su aliento caliente acariciar mis labios.
―No puedo negar eso, señor Díaz ―respondo en un murmuro sensual.
Puedo notar como sus ojos se oscurecen ante mi respuesta. La mano en su mejilla se mueve hasta mi cuello y lo acaricia, ejerciendo una ligera presión que me enciende más de lo que estoy. Puedo sentir las oleadas de calor inundar mi cuerpo y esas ganas de más que él siempre me provoca. Sin embargo, no le permito besarme.
― ¿Qué crees que haces? ―pregunto, alejándome―. ¿No creerá que volveremos a besarnos? Dos veces me agarró con la guardia baja. No va a volver a pasar.
―Gabriela, volveremos a besarnos ―asegura, alejando sus manos de mi cuerpo pero su rostro sigue cerca.
― ¿Por qué tan seguro? ―pregunto, alzando una ceja.
―Porque te estás muriendo por besarme ―dice y yo suelto una carcajada.
―Habla por ti mismo ―me burlo, enderezándome mejor en mi puesto―. Vamos, tengo hambre ―digo, haciéndolo reír un poco.
―Yo también, Gabriela. Yo también... ―dice y sé que no está hablando de comida.
Se baja del carro y me abre la puerta, tendiéndome su mano para ayudarme a salir. Es entonces cuando los nervios me atacan porque recuerdo que Fraga es un restaurante dentro de un bendito hotel.
Él toma mi mano, entrelazando nuestros dedos y me lleva hasta el centro del lugar. Mi boca se abre de la impresión al ver la decoración del lugar: solo hay una mesa individual en el centro con dos sillas una junto a otra, con la misma decoración que le hacen a todas cuando está abierto al público. Las luces están por todas partes y algunos bombillos están más abajo que otros, dándole un toque romántico al lugar. Huele como a fresas y hay algunas velas por el lugar.
― ¿Quién diría que el señor Díaz es todo un detallista? ―pregunto, encarándolo.
―Puedo ser romántico cuando me lo propongo, señorita Arellano ―dice, sacando la silla para que tome asiento―. ¿Le gusta el sushi?
― ¿Qué? ¡Claro, me encanta! ―digo y sé que se me iluminan los ojos―. Solo que no sé cómo usar, eh, los palillos.
―No importa. Yo mismo puedo darle la comida en la boca ―dice, sentándose muy cerca de mí―. ¿No le parece?
―S-sí ―balbuceo la respuesta.
Estamos hablando de sushi de todas formas...¿cierto?
N/A: Gaby a veces es tan inocente, ¿cierto? jiji
Mis amores, por favor, ayúdenme a difundir la historia recomendándola, reseñándola, etc. No se olviden de votar y comentar, las quiero *-*
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