Capítulo 8| Cómplices
Aquellas voces pertenecían a Mike Zacharius y Nile Dawk, los mejores amigos de Erwin. Probablemente creyeron que se estaba demorando y habían venido para llevárselo de vuelta.
No tenía nada en contra de ellos, hasta podría decir que era agradables si se les trataba por separado (porque juntos eran tan molestos como un enjambre de mosquitos). Debido a lo anterior, no estaba dispuesta a permitir que nos encontraran a Hange y a mí en medio del baño de los hombres, podrían quedarse con la primera impresión de por vida, lo que resultaría en un inconveniente malentendido.
Mi corazón se encogió al percatarme de la rapidez de sus pasos. De acuerdo con mis cálculos, venían justo por el pasillo de la entrada, no tardarían en arribar al cuarto interior.
Hange fue invadida por la ansiedad, al igual que yo. Coincidimos, sin decir nada, en que era fundamental escondernos, solo que no sabíamos qué hacer. Fue entonces que Erwin nos detuvo con un ademán en el que abrió las palmas, señalando hacia el suelo en miras de tranquilizarnos. Con la vista me indicó que me resguardara en su casillero.
Sin pensármelo dos veces, me apresuré para adentrarme en el estrecho espacio de metal, lo cual no implicó un desafío debido a mi tamaño: parecía hecho a propósito para que yo cupiera.
Me acomodé con las rodillas pegadas al pecho. Erwin azotó la puerta una vez que se aseguró de que no me causaría magulladuras.
No podía ver nada, la rejilla que permitía el paso de la luz se encontraba fuera de mi alcance. Me preguntaba en dónde habría escondido a Hange.
Estaba al tanto de que Erwin era un hombre ocupado, no obstante, debería destinar un espacio en su apretada agenda para dedicarse a limpiar a este polvoriento casillero. La humedad que se desprendía del vapor de las regaderas no contribuía en lo absoluto a que el olor fuera agradable, ya que a pesar de que no se veía ninguna grieta en la superficie, el óxido se estaba abriendo paso a un ritmo exacerbante.
De cualquier forma, no permanecería ahí por mucho rato, o eso esperaba. Tenía plena confianza en que Erwin manejaría a sus amigos de manera oportuna.
Traté de controlar mi respiración, que se había agitado, y me obligué a mantenerme en relativo silencio. Lo último que escuché fueron indicaciones de Erwin, pisadas suaves y varios intentos por recuperar el aliento.
—Erwin, hasta que te encontramos —habló Nile, respirando con dificultad—. Te hemos estado buscando por todo el campus. El entrenador quiere que vuelvas.
—Oye, Levi, ¿qué te sucedió? ¿Estás herido? —añadió Mike al notar que su amigo no se encontraba solo.
—Así parece —dijo Levi, molesto debido a la obviedad de la pregunta.
—Espero que te recuperes pronto. Erwin es un experto en esas cosas, quizá te dé uno de sus famosos masajes reparadores.
Tuve la impresión de que Nile le propinó una palmadita en la espalda a Levi. La imagen casi me condujo a emitir una carcajada, que contuve al colocar las manos sobre mi boca.
—Es gracioso que lo menciones, porque hay un par de inconvenientes que me lo están impidiendo. —Su voz firme dejó entrever la incomodidad de sentirse vigilado.
Percibí que, aunque diluido, aquel comentario había tenido una doble función que nos incluía a Hange y a mí.
—No te enojes con nosotros, hicimos lo que nos pidieron. Podemos decirle que no te encontramos, si así lo prefieres —ofreció Mike, en un intento de apaciguar los ánimos que comenzaban a tensarse.
—No es necesario, hablaré con él.
—Ya que estamos aquí, podríamos ayudar —dijo Nile.
Al portarse así de acomedidos me llevaron a pensar en que ni siquiera lo estaban buscando, que habían montado esa excusa para saltarse el entrenamiento. Me habían dado una buena idea para desaparecer sin culpa cuando no estuviese de humor.
—Tengo unas cuantas vendas en mi casillero, iré por ellas —anunció Mike.
—Mike, puedes tomar unas del botiquín, no hace falta que gastes las tuyas —increpó Erwin. Inferí cierto nerviosismo en la forma atropellada en que se dirigió a su amigo.
¿Acaso había enviado a Hange en esa dirección y la estaba protegiendo?
—Oye, simplemente compraré más y...
—Mike, utiliza las del botiquín —interrumpió bruscamente su línea de razonamiento. Esta vez me sobresaltó el tono de voz autoritario que había empleado.
—Erwin, relájate, no es para tanto —intervino Nile—. Parece que estuvieras tratando de ocultarnos algo.
Si existía una cualidad que le admiraba a Nile, era la perspicacia, la cual le otorgaba el coraje suficiente como para atreverse a cuestionar a su amigo, cosa que Mike prefería evitar a toda costa. Este último encontraba en Erwin una figura de autoridad a la que respetaba por encima de todo.
No podría decir lo mismo de Nile; siempre buscaba una manera de contradecirlo, aunque la mayoría de las veces no estaba en lo correcto. Tal vez de así era como reafirmaba su sentido de pertenencia al equipo.
Aquella suposición se adentraba en un camino pedregoso, repleto de posibilidades en la que cada una era peor que la que le antecedía. Erwin tenía que elaborar una respuesta rápida que no nos pusiera en evidencia a ninguno de los cuatro.
—Nile, no digas tonterías. ¿Qué podía haber estado haciendo?
—Por favor, no me mal entienda ninguno de los dos, pero el hecho de que estén aquí solos da en qué pensar.
—¿Insinúas que nos estábamos besando o algo por el estilo? —respondió un amenazante Levi ante el razonamiento equivocado de Nile.
Me habría gustado ver la cara que puso al enfrentarse a la mirada asesina del enano gruñón.
—Levi, tranquilízate —le ordenó Erwin.
—¿Ahora también te obedece? Creo que entiendes perfectamente a qué me refiero —continuó Nile en tono burlón. A mí no me pareció que le hubiera hecho gracia a ninguno.
—Eres la segunda persona en el día que me sale con eso. No voy a quitarte a Erwin, si es lo que te preocupa. A lo mejor tu amigo y tú son los que andaban buscando privacidad, y eso de que los mandaron por él fue una simple excusa —Levi se defendió. Me sentí orgullosa de su comentario.
La suela de un par de zapatos rechinó en el piso. Seguro Nile pretendió abalanzarse sobre él, mas no contaba con que Erwin iba a intervenir para evitarlo.
Puede que Levi supiera oponer resistencia, pero se olvidaba de que, a pesar de tal fortaleza, su condición humana lo volvía susceptible de terminar herido. Y también le otorgaba una ventaja considerable al oponente.
Moría de ganas por echar un vistazo, solo que me resultaba imposible moverme con libertad en aquel reducido espacio. Además, si intentaba levantarme, el ruido me delataría.
¿Cómo podría justificar el hecho de estar encerrada en el casillero de Erwin? Probablemente con una reverenda estupidez, empero, no se me ocurría nada en lo absoluto. Esta vez no contaba con la astucia de Hange, así que era menester quedarme callada.
—Cálmense los dos. Este no es un sitio para comenzar una pelea, lo sabes, Nile —los reprendió a ambos, aunque me pareció que se ensañaba con este último—. ¿O quieres que te recuerde tu incidente con Flagon, que casi les termina costando la expulsión definitiva del equipo?
—Cielos, Erwin. No tienes que ponerte en ese plan, ¿de acuerdo? —musitó como un vago intento de disculpa—. Levi, estaba bromeando, no te lo tomes personal.
—Tch, cuando quiera que bromees conmigo te lo haré saber.
—Díganle al entrenador que en seguida vuelvo, llevaré a Levi a la enfermería —concluyó Erwin, una vez que se dio cuenta de que el peligro estaba a punto de terminar con el interrogatorio.
Los escuché alejándose. Sus pasos eran cada vez más distantes, hasta que desaparecieron por completo. De haber estado en su lugar, también habría emprendido la huida de inmediato.
—No necesito que me lleves a la enfermería, ya tuve suficiente con ese menjurje que me untaste —argumentó Levi, contrariado ante la propuesta de su amigo.
—Levi, no está a discusión. Es lo que debimos hacer desde un comienzo —sentenció con la voz más autoritaria que había escuchado hasta ahora, que escondía una gran preocupación por él.
Noté movimiento en la puerta del casillero, y luego se abrió de golpe. Erwin me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
Comenzó a guardar las vendas que Mike le había proporcionado. Ni siquiera pensaba utilizarlas; aquello no había sido sino una distracción que funcionó tal y como lo había anticipado.
Consideré que ocurrió justo a tiempo, ya que mis piernas se estaban entumiendo debido a la posición en que me recargué. Comencé a sacudirme el polvo de la sudadera, ignorando que Levi seguía ahí.
Hange se nos unió. Sus mejillas estaban coloradas y reía entre dientes. También había escuchado toda la conversación de aquellos cuatro.
—¿Qué demonios te causa tanta gracia, cuatro ojos? —exigió saber Levi.
—No puedo creer que también ellos hayan creído que ustedes dos estaban haciendo cosas sucias —bromeó.
Aún me avergonzaba de haber llegado a la misma conclusión, pero me reconfortó saber que no habíamos sido las únicas.
—Erwin, gracias por habernos escondido, te debemos una. —Me dirigí hacia él, y asintió levemente con la cabeza.
Terminé fijando la vista en Hange como para ejercer presión y convencerla de que debíamos irnos.
—Gracias Erwin, si hay algo que pudiéramos hacer para... —Se detuvo en medio de la frase, pues había elaborado la respuesta por su cuenta, sin darle a él la oportunidad de emitir la suya—. Ey, nosotras podemos llevar a Levi a la enfermería.
Tanto Levi como yo la miramos confundidos. Él porque de seguro iba a negarse rotundamente, y yo debido a las implicaciones de su propuesta. Si el sentido de la intuición de Hange no le ayudase a notar que manifiesto cierto nivel de interés en Levi, no habría abierto la boca. Algo estaba tramando.
Erwin le prestó atención, considerando su ofrecimiento con detalle. A juzgar por el hecho de que sus amigos vinieron a buscarlo, debía sopesar el impacto del regaño debido a su tardanza. Tal vez ya era hora de delegar responsabilidades. Nunca lo demostraría, pero yo estuve de acuerdo desde el inicio.
—Supongo que puedo confiar en ti, Hange.
Los ojos de mi amiga brillaban de alegría. Lo cierto era que iba a confiar en ambas, error de omisión que pasaría por alto debido a lo feliz que la hizo.
—¿Ah? —gruñó Levi, alzando una ceja.
—Levi, ve con ellas —le indicó Erwin mientras recogía su sudadera, que estaba tirada en el suelo—. Iré a verte más tarde. Hange, Kiomy, les encargo a mi amigo, traten de no ser muy rudas con él.
El alto chico rubio salió disparado por la entrada. Levi no dejaba de observarnos con desconfianza, como si fuera un ratoncito acorralado por un par de gatos salvajes que planeaban qué hacer con él mientras lo contemplan con malicia.
—Levi, no vamos a hacerte daño. Por favor coopera, nos facilitará el trabajo a los tres —le pedí amablemente, a la vez que me sentaba a su lado para pasar uno de sus brazos por encima de mi hombro.
Suspiró con desgano. No pretendía poner objeciones porque reconocía que necesitaba ayuda. Aunado a esto, Erwin nos había encomendado la tarea de cuidarlo.
Hange me echó una mano con el otro brazo. Flexionamos las rodillas y nos pusimos de pie, procurando que su pie no se estampara contra ninguna superficie.
Levi se esforzó por mantener la compostura. El teatro se le caía cuando mostraba los dientes.
Avanzamos despacio por el camino que conducía a la enfermería. Durante breves instantes se apoyaba sobre el tobillo lastimado, buscando aparentar que podía llegar por sus propios medios, pero Hange le recordaba que eso empeoraría su condición y casi le ordenaba que dejase de ser tan obstinado.
No sabía qué decir para aliviar la tensión. Prefería demostrar con hechos cuánto me preocupaba por el bienestar de aquella persona. Tampoco me interesaba que Levi me agradeciera, era lo mínimo que podía hacer luego de haber espiado su conversación y ocasionar que se derramara el té encima de su bonita ropa. Y por supuesto, de coincidir de nuevo en circunstancias poco favorables.
El cubículo de la enfermera se encontraba abierto, sin embargo, no había señales de ella. Tomando en cuenta la hora, quizá se había retirado para cenar sin ser interrumpida. Menos mal Levi no estaba al borde de la muerte, de otro modo pensaría que era una irresponsable por abandonar así el lugar de trabajo.
—¿Y ahora qué hacemos, Hange? Quién sabe en dónde se encuentra la enfermera a estas horas, me extraña que haya dejado abierto si pensaba tardar demasiado.
Me afligía su ausencia por lo que representaba para Levi. Sentía pena por él, su precioso rostro se teñía de pesadumbre con cada segundo que pasaba. Ansiaba ser capaz de aminorar su sufrimiento, mas no contaba con ningún remedio que pudiera aliviar su dolor.
—Iré a buscarla, creo saber en dónde está —dijo Hange. Con la mirada, le indicó a Levi que se recargara en la pared un momento. Se zafó de su agarre, dejándome como el único soporte—. Kim, acomódalo en una camilla, por favor. No tardaré.
—Pero Hange... —protesté y le dediqué un mohín de inconformidad combinada con alegría. La complicidad se notaba a leguas—. No, nada. Aquí estaremos. —Simulé resignación.
—¿A dónde más podrían ir? —canturreó.
Estaba en lo correcto. Levi no podía darse el lujo de escapar de mi custodia, y por alguna razón que no alcanzaba a comprender, quería dar lo mejor de mí en el encargo que nos hizo Erwin.
Una vez que atravesamos el umbral de la puerta, Levi se soltó de mi agarre y avanzó arrastrando el pie, hasta que logró acomodarse en el borde de la camilla. Se impulsó con ambos brazos hacia atrás y entrelazó sus dedos.
En cuanto a mí, tomé una silla y la acomodé de manera que quedamos frente a frente. Que imitara su postura pareció molestarle, aunque no intentó cambiarla. Ya no tenía intenciones de seguir moviéndose.
—Levi, ¿qué fue lo que te sucedió realmente? —me atreví a preguntarle.
La curiosidad era una de mis virtudes o defectos, dependiendo del ángulo con que se mirase. Tuve el presentimiento de que Levi no estaba de acuerdo con mi sinuoso interés.
—¿También te hacen falta un par de lentes nuevos? —respondió con ironía.
—No es eso, solo me intriga saber cómo fue que te caíste. De todas formas tendrás que decírselo a la enfermera, ¿qué más da si ensayas la respuesta conmigo? —argumenté en medio de un esfuerzo por mantener la calma. Lo que menos necesitaba era entrar en la zona de guerra.
Me observó durante varios segundos, sin decir nada. Pensé que estaba ignorando mi cuestionamiento para engañarse a sí mismo con la idea de que no le afectaba. Empero, me percaté de que estaba ordenando sus ideas.
—Ocurrió durante mi prueba inicial —admitió al cruzar los brazos y recargarse en la pared, erguido—. No podía soportar que un enclenque como ese me dejara en ridículo el primer día, así que aceleré el paso y supongo que la orden de dar el siguiente llegó a mi cerebro con unos segundos de retardo. —Se pasó la mano por la frente con pesadez, recordando el incidente—. Ni siquiera es divertido, he arriesgado mi vida en diversas ocasiones y una simple carrera para niñitos me ha dejado fuera de combate.
Noté que sacudió la pierna con violencia. El dolor no tardó en invadirlo.
Lo que a mí me dejó fuera de combate fue la sinceridad de sus palabras. No esperaba que se abriera conmigo con tanta sencillez, y me extrañó que me contara cómo se sentía al respecto. Muy en el fondo, me agradaba que hubiese confiado en mí en esta ocasión, y comencé a albergar la esperanza de que no fuera la única.
Tal y como lo sospechaba, se veía a sí mismo como un inútil, sentimiento habitual en algunas personas que sufrían un accidente. Se culpaban a sí mismas por haber tomado una decisión que les acarreó consecuencias desastrosas, y la pena crecía si se consideraban activas e imparables.
—Levi, no hagas eso de nuevo, por favor —supliqué—. Supongo que sé cómo te sientes... Me pasó exactamente lo mismo hace más o menos un año. Créeme cuando te digo que te darán de alta pronto, y podrás reincorporarte a tus actividades en el equipo, pero todo depende de qué tan en serio te tomes tu recuperación. No es el fin del mundo.
—Espero que no, ese era el único equipo al que tenía intenciones de unirme.
—¿No quisiste decir que era el único que se adaptaba a tus circunstancias?
—¿A qué te refieres? ¿Vas a hacer un chiste horrible sobre mi estatura al igual que la loca de tu amiga?
—Digamos que es precisamente nuestra altura —enfaticé para que notara que me incluía en ese grupo y que no pretendía burlarme de él— y complexión física lo que nos hace ideales para esta disciplina, no siendo el caso con el resto. No me lo tomes a mal, no te imagino en el campo de fútbol rodeado de esos mastodontes que se la pasan peleando por un balón en forma de huevo.
—¿Dices que no tengo madera de jugador de fútbol americano? —Comprendió el significado de mis palabras.
—Lo que yo piense no importa, Levi. —Le resté importancia a mi comentario—. Solo digo que unirte al equipo de atletismo fue una magnífica idea. Algo me dice que tu desempeño en el equipo será excelente.
—¿En qué te basas?
—En realidad es... un extraño presentimiento. ¿Puedo ser franca contigo? —Asintió—. Pareces un rival digno de mí. —Me observó con detenimiento, perturbando mi estabilidad que se vio amenazada ante sus bellos ojos. Sin embargo, me forcé a mantener el tono conversacional—. ¿Sabías que me consideran una de las más veloces en el equipo femenino? Apenas te cures me gustaría que lleváramos a cabo una competencia amistosa, solos tú y yo, en la cancha de la escuela. Me intriga saber qué tan rápido eres en condiciones normales, sin ofender.
—Tch, ni siquiera me verías el polvo —aceptó. Un atisbo de alegría se proyectó en su rostro.
—No deberías hablar con seguridad de sobra ante un hecho que no ha sido comprobado todavía —le recordé. Yo misma estaba al tanto de lo peligroso que era subestimar a alguien—. ¿Eso fue un sí?
—Lo es. Voy a ganarte, mocosa engreída —declaró con firmeza.
—Eso ya lo veremos, Levi. Ya lo veremos.
Me di cuenta de que su rodilla sangraba levemente, pero él ni se inmutaba. Los constantes movimientos bruscos le habían abierto las heridas, y ya que me habían encargado cuidarlo, supe lo que tenía qué hacer. Agradecí mentalmente a Erwin por convencer a Mike de entregarle las vendas y limitarse a observar.
Puesto que los suministros de curación abundaban, comencé a revolver las repisas del anaquel. Necesitaba un antiséptico, algodones y un vendaje adhesivo.
—No te atrevas a tocarme con tus manos inmundas, podrías ensuciarme. —me regañó luego de mirarme con enfado. A mí me pareció adorable la desconfianza que mostró.
—Levi, ¿cómo se te ocurre pensar que pretendo curarte sin estar esterilizada? —musité con ironía.
Me restregué cualquier rastro de suciedad que pudiera haber tanto en el dorso como en las palmas. Después me unté solución de alcohol en gel y llamé su atención para que lo percibiera.
Vertí unas gotas del antiséptico en una bolita de algodón y froté varias veces desde el centro hasta los bordes. No me detuve hasta que me convencí de que el área estaba desinfectada.
Levi no emitió sonido alguno de queja, pensé que el dolor del tobillo le hacía olvidarse de esta nimiedad.
Sequé la herida con una toallita y abrí la envoltura de la tira desplegable. Con sumo cuidado, la coloqué encima de su piel y ejercí una presión leve para mantenerla en su sitio.
En medio de la faena me sentí como una madre que estaba aliviando a su hijo, y aunque ni por equívoco pensaba darle un beso, el nivel de ternura que me invadió me estaba sacando de balance.
Mientras efectuaba la curación, no pude evitar sentir su mirada clavándose a través de mi piel, profunda y tentadora a la vez.
Hasta entonces, reparé en que poseían un poder abismal de atracción. Eran como un par de imanes que me instaban a abandonar mi cordura y perderme en ellos. No obstante, no podía permitir que el color subiera a mis mejillas. Él me hacía brillar, pero tenía que esmerarme por ocultarlo.
Había perdido la noción del tiempo para cuando me di cuenta de que ya estaba oscuro.
Justo aquí, las circunstancias crearon el escenario ideal para un segundo acercamiento, uno que no habría logrado sin el descuido de mi amiga. Sin querer, aquello había funcionado como punto de partida, y si todo resultaba bien a la larga, le pagaría a Hange con intereses.
Levi era todo un hombre, de eso no me cabía la menor duda. Pero al verlo ahí acurrucado con el semblante decaído solo pude pensar en su vulnerabilidad y lo lindo que se veía haciendo berrinche.
Mi único deseo se vertió en rodearlo entre mis brazos y quedarme ahí por un buen rato, tal vez acurrucarme en su pecho y acariciarle la mejilla. Estaba consciente de que no iba a permitírmelo. Era la primera vez en que sentía el impulso de protegerlo, y no había manera de saber lo que opinaba. No iba a preguntárselo. Los pensamientos en su cabeza resultaban un enigma para mí.
La puerta se abrió de golpe, sacándome abruptamente de mis cavilaciones y dando paso la enfermera, quien venía con una cara de susto formidable. Detrás de ella, Hange la seguía con una bolsa de papel en las manos.
Hange y yo lo esperamos en la entrada para no invadir su espacio personal. Mientras tanto, me entregó el sándwich que habíamos ordenado hace siglos. Ya no estaba caliente, mas el rugido de mis tripas me indicó que no importaba en lo absoluto la temperatura de la comida, siempre y cuando sirviera para llenar el vacío.
Nos sentamos en el suelo con las piernas cruzadas. No emitimos ni un vocablo hasta que no quedó ni una migaja de nuestra cena. El trabajo de irrumpir en sitios prohibidos había resultado agotador en demasía.
La enfermera le entregó a Levi un papelito con las indicaciones y cuidados que debía tomar en cuenta durante el periodo de recuperación. Vi que guardó una copia en su expediente, un fólder de color beige que colocó en un cajón que cerró bajo llave.
Le servimos de apoyo para regresar al edificio de residencias. En esta ocasión no nos costó demasiado, pues ahora contábamos con la energía necesaria gracias a que pudimos ingerir nuestros alimentos.
Su habitación se ubicaba en el lado opuesto de la nuestra, lo cual explicaba por qué lo había encontrado merodeando en el pasillo durante la noche anterior.
Por su expresión, deduje que iba a echarnos en cuanto pusiéramos un pie dentro, sin embargo, muy a su pesar reconocía que aún necesitaba nuestra ayuda, y ambas estábamos dispuestas a brindársela sin pedir nada a cambio. Como dijo Hange, él me agradaba, aunque no de la forma en la que hizo referencia.
Una vez más, me encontré a mí misma impactada ante lo que veían mis ojos. Me quedaba claro que todas las habitaciones compartían la misma estructura, pero la de Levi tenía impregnado su toque personal en cada rincón, lo que la hacía destacar por encima de las demás.
Siempre consideré que los chicos enfrentaban serios problemas cuando se trataba de mantener el orden y limpiar sus aposentos. El casillero polvoriento de Erwin era quizá la prueba irrefutable. Incluso nosotras habíamos encarado esa situación, pues hubo una época en la que nos negamos a doblar la ropa que aún podía reutilizarse, así que la dejábamos botada en donde cayera: encima del escritorio, en el suelo o sobre las sillas.
La fina capa de polvo que cubría las superficies no solía molestarme; lo que es más, la sacudía hasta que se juntaba una buena cantidad, que no retiraba con frecuencia. A veces terminábamos tan cansadas luego de un agotador día de clases que la limpieza se volvía la última de nuestras preocupaciones. Era la única actividad en la que no tenía reparos en dejar para después.
Por eso al entrar a la habitación de Levi me encontré con mundo completamente distinto. Desde que percibí el olor a pino fresco que comenzó en la entrada entendí a lo que me enfrentaría. Aquella insistencia para que me lavara las manos no fue obra de la casualidad, era una tendencia arraigada en el fondo de su ser.
A simple vista, el hecho de que Levi se hubiera desarrollado junto con la obsesión que disminuye tras suplir la necesidad de mantener el orden carecía de sentido. No me parecía el tipo de persona que se inquietaba por menudencias.
No me consideraba experta en trastornos de la personalidad, aunque hubo una época en la que me interesé particularmente por el obsesivo-compulsivo, debido a que creía con firmeza que yo padecía una de sus variantes, relacionada con el afán de contar los objetos análogos que encontraba a mi alrededor. Nunca lo confirmé con un especialista, pero ¿quién no tiene alguna manía en la actualidad?
Quienes tendíamos a ser perfeccionistas a menudo nos decepcionábamos al no ver la proyección nuestras expectativas en los demás y, por lo tanto, preferíamos encargarnos de nuestras actividades sin pedir ayuda. No todos estábamos a la altura de lo que los demás esperan de nosotros.
—No sabía que tenías un cubículo de atención médica en tu habitación, Levi. Creí que la enfermería estaba en el primer piso —señaló Hange al observar la pulcritud en todas las superficies.
—¿Acaso se puede ser más idiota de lo que tú eres? —respondió con desgano.
—Creo que lo que haces con tu habitación es simplemente genial —añadí—. Ni en mis mejores sueños podría dejar la mía así de reluciente.
Me tomé la libertad de dar un recorrido por su cuarto, sin pedirle permiso, pero evitando entrometerme en sus asuntos.
Hange comenzó a hurgar en las alacenas. Nosotras ya estábamos satisfechas, aunque a él no le vendría mal un último favor.
Decidí prepararle una taza de té sin azúcar. Hange le acercó un plato con ensalada de frutas y granola, bañada con yogur natural. Esperamos hasta que terminó de comer y nos aseguramos de dejar limpia el área de trabajo, pues aunque no nos lo pidió de forma tajante, se notaba que no iba a permitir que nos fuéramos hasta que dejáramos todo tal y como estaba.
Hange analizó la receta con las indicaciones, y en cuanto leyó la frase «sumergir el tobillo lastimado en agua tibia con sal», me mandó a buscar un tazón lo suficientemente grande para permitir que su pie quedara sumergido sin ningún problema.
—Oigan, aguarden —dijo en voz alta mientras yo llenaba el recipiente—. Primero necesito tomar un baño.
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