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Capítulo 47| Lo que nos mantiene unidos

En sus ojos impasibles y los constantes movimientos de rodilla que comenzaban a sacarme de quicio por el repiqueteo contra el suelo de madera encontré el mayor de mis temores. Lo incongruente era que no me asustaba, al contrario. Parecía la respuesta lógica a aquellas dudas existenciales que me habían carcomido las entrañas desde hace varios meses.

Alzó ambas cejas, como si estuviese invitándome a hablar. Su silencio me indicó que debía cobrar ánimo y tomar las riendas de la situación en la que yo lo había sumergido hasta el cuello. Estábamos juntos en esto, sin lugar a dudas.

—Nunca escuché ninguna queja de tu parte, parece que ya te salió lo aguerrido. —Me levanté para apoyarme sobre los codos y mirarlo de frente. Esperé que se alegrara con mi intento de broma, mas no dio resultado. Suspiré antes de continuar—: Tú te lo ganaste a pulso, en cambio él no ha hecho méritos. Es un tipo desagradable, de mente cerrada, hosco, difícil de entender, gruñón, malhumorado, desquiciante, y cualquier adjetivo que se le asemeje. Podría decir que ustedes son opuestos, pero tampoco es el caso establecer comparaciones.

«Entre más te niegas, más lo deseas», de nuevo esa vocecita aparecía para fastidiarme.

¿A qué le tenía tanto miedo? En realidad, sería maravilloso que precisamente él pudiese conectar así conmigo por decisión propia y sin que tuviera que interferir en lo absoluto. Era lo que siempre había deseado... ¿Sería tan terrible aprovechar las oportunidades sin vacilar ni por un segundo?

Quisiera mantener ese tipo de interrogantes en cautiverio.

Un vacío sobrecogedor hizo que se me congelara la sangre, sin embargo, la apatía era mi mejor forma de ocultar un anhelo no correspondido, y por ende me ahorraba una infinidad de decepciones.

Pude deslindarme al ocultar una sonrisa, solo que su forma de analizar mis intenciones indicó que no se tragaba el cuento.

—Kimy, no estaba hablando de quien mencionaste. —Hizo que me cohibiera ante el listado de defectos que acababa de mencionar, pensando en un par de orbes azulados con los que aún no hacía las paces, por millonésima vez—. Tu respuesta evasiva recién ha confirmado mis sospechas.

Por supuesto que no pretendió referirse a Levi de manera explícita por la estúpida rivalidad jurada que habían iniciado, aunque no hacía falta una inteligencia superior para inferirlo. Se había dado cuenta de un detalle que yo pasé por alto, y aunque no lo disfrutaba en lo absoluto, vio la necesidad de informármelo.

—¿Así que intercambiamos los papeles? —Me divertía aquel hecho—. Bien jugado. No cabe duda que las malas mañas se pegan.

Obtuve una risita como contestación.

No eran ni remotamente parecidos, aunque sí compartían una actitud que desarrollaron hacia mí sin que algún factor interno o externo se interpusiera. La libertad de elección nos había colocado en el mismo camino, ahora nos tocaba decidir si íbamos a cruzarlo, o si avanzaríamos rumbo al horizonte desde este lado.

—Mis sentimientos por ambos son diametralmente opuestos. O, llegados a este punto, complementarios. No puedes comparar el cariño desarrollé por ti con... Ni siquiera sé cómo llamar a eso que siento por él.

—Bueno, ya que el ambiente se presta para echarnos en cara nuestras verdades —me dirigió una mirada sarcástica—, debo confesar que desde la primera vez que me hablaste de ese sujeto, noté algo extraño en ti. —La confidencialidad que desbordaba me pareció un tanto perniciosa—. Era una mezcla de entusiasmo desmedido con... realmente no lo sé. Ni siquiera con Ryan te viste así, y vaya que eras feliz con él.

—Íbamos de maravilla hasta antes de que mencionaras sucesos infames —me quejé.

—Cierto, olvidemos eso. —Sacudió la mano en el aire, como si de esta forma pudiese alejar lo dicho—. El término adecuado que describe tu situación está en la punta de mi lengua, pero no pienso decirlo porque me produce la misma repulsión que le tienes a las heridas. —Fingió tener arcadas y yo lo miré con desatino—. ¿Qué?

Me vi tentada a reprocharle su declaración de hace un momento por pura diversión, pero me contuve.

—Dramático.

—Lo aprendí de la experta. —Me mostró la lengua, y con ello, nos echamos a reír—. Kimy, no le restes importancia a lo que hemos hablado. Piensa que no es tan difícil admitirlo, y se siente genial deshacerse de ello.

­—Sí, papá. —Rodé los ojos. Me sobresalté cuando se quedó observándome mientras daba unos cuantos pasos hacia atrás, con precaución—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué te alejas?

—Tus venas están... raras. —Apuntó hacia mi rostro­, frunciendo el ceño.

—¿Ah, sí? Pero me siento de maravilla.

Un vago recuerdo del día de la carrera inundó mi mente cual agua que brota de un manantial.

Inspeccioné el sitio tras acercarme al espejo. Tal como aquella vez, las ramificaciones se notaban por encima del párpado, y también a sus alrededores. Algunas eran verdosas y otras manifestaban una tonalidad azul que, en vez de asustarme, me dejó fascinada.

—¿S-segura?

—Tú tranquilo —le resté importancia—, ya me había pasado antes. Ni siquiera me duele.

Palpitaciones arrítmicas me llevaron a creer que mi ojo se podría salir de su cuenca. Reí en mis adentros al hacerme una imagen del movimiento oscilatorio en picada, y quizá mi repentino cambio de ánimo sirvió para que la inflamación disminuyera gradualmente.

Él me observó como si me hubiera escapado de un manicomio.

—Sea lo que sea que te estás metiendo, no sirve —dijo—. Te veo igual de gruñona que de costumbre, y encima de todo, ojerosa.

—Vaya, habló el experto. A las mujeres nos encanta que nos digan ojerosas, te agradezco por el cumplido —respondí con sarcasmo.

Por esos comentarios desatinados es que no tenía novia, mucho menos se esforzaba por buscarse una.

Alcé las comisuras de los labios y él desvió la mirada. Comenzó a silbar una melodía como distracción, con lo que di por terminado aquel interrogatorio que ya no debía prolongarse, por el bien de ambos.

—Kimy, un último favor. ¿Podrías... podrías olvidar que te dije que me gustas por segunda vez y que volviste a rechazarme? Es... muy vergonzoso. —Retrajo el cuello y sus mejillas se tornaron rosadas mientras formaba círculos con ambos índices.

Sería catalogada como la peor persona en el vasto universo si me negase a concederle una única petición luego de todo el daño que había sufrido por culpa mía.

Era lo mínimo que podía hacer por él, además, no había manera de que eso alterara mi futuro. Se trataba de un fragmento insignificante que pertenecía a la memoria a corto plazo.

—¿Y por qué no también la anterior a esa? ¿Y qué me dices del casi beso? —pregunté con suspicacia.

—Puedo vivir con eso último —rio y yo solo negué.

Me halagaba pensar en que quisiera mantener vivo aquel desbarajuste para sí, aunque no se lo comenté en voz alta.

Tomé asiento y comencé a relatar lo sucedido con lujo de detalle. Como sentía su respiración en la nuca, le pedí que me diera espacio y, a regañadientes, logré convencerlo de que se fuera al otro extremo de la habitación. Se mantuvo ahí en silencio hasta que terminé.

Al cabo de unos minutos, levanté la hoja a la que noté le habían sobrado unas cuantas líneas. La escaneé para asegurarme de que los errores fueran mínimos, antes de pedirle que la leyera en voz alta. Hasta entonces, manifesté el deseo de aislar el acontecimiento, con todo lo que implicaba: eventos, hechos e información.

Finalmente, cerré los ojos cuando musitó: «Necesito que lo hagas». Pero al volver a la realidad, supe que no había funcionado como todas las veces anteriores.

2 AÑOS ATRÁS...

No nos tomábamos de las manos para invocar a un ser divino mediante recitar oraciones previamente ensayadas ni cantos semejantes a los que se extraerían del interior de una bóveda. No nos sentábamos en medio de una figura dibujada con polvo de gis en el suelo, acompañados de la lugubridad alimentada por un montón de velas cuya flama se apagaría a la menor provocación. Tampoco sacrificábamos una porción de nuestra esencia de vida, colocándola sobre un altar improvisado y dedicando las llamas a un Dios Desconocido. Nunca establecimos un procedimiento complicado de seguir o que atentara contra nuestra integridad, pero me aseguré de efectuarlo en ausencia de compañía extra a la suya.

Solo requería un ambiente silencioso para lograr el punto de inflexión en el que me concentraba hasta terminar la encomienda, olvidándome de mis alrededores. Me temía que, de ser interrumpida, terminase divagando. Ese fue el inconveniente que me llevó a tomar decisiones un tanto radicales.

Era de lo más simple: buscábamos que las ideas fluyeran para así plasmar una imagen, ya fuera gráfica o descrita con palabras. El intercambio se efectuaba cuando leíamos y cuando observábamos el producto.

La dificultad aumentó durante el tiempo en que nuestros horarios no coincidieron y Ryan me tenía asediada al punto de que no permitía que me acercase a Colt bajo ningún motivo. Se había dejado dominar por el efecto más ruin de los celos, ignorando que yo iba a encontrar el modo de estar con aquel que de verdad me brindaba quietud. Él nunca hubiera comprendido las implicaciones de lo que hacíamos, hasta se hubiera escandalizado al digerir que no era mi «persona especial», como siempre se vio inclinado a creer.

Dentro de sus ideales de grandeza se encontraba un proyecto de ayuda (reformación) para todo aquel que presentara signos de fragilidad mental. Su sueño húmedo era curar la depresión y otros trastornos que frenaban el desarrollo psicosocial de cualquier individuo. Solía decir que el humano trascendería cuando por fin lograse comprender sus emociones con el fin de canalizarlas, de dirigirlas en pro del beneficio propio y el de los demás.

Él creía que el estudio de la mente humana tendría un auge en los siguientes años, y quería formar parte del adelantamiento, siempre tuvo la vista fija en ese objetivo. Resultaba irónico que, de entre todos los posibles pacientes, él encabezara la lista. Nunca dejé de pensar que se le podía catalogar como uno de esos seres, incluso más débil que el promedio, y que trataba de ocultarlo mediante un ejercicio de repetición que yo perfeccioné luego de imitarlo.

Mi don se convirtió en mi maldición al mismo tiempo. Ambos se manifestaron en un día normal, pero de desasosiego, en el que falté a una clase con plena consciencia de las implicaciones. Pretendía descansar de la asfixia provocada por Ryan, quien en ese punto desconfiaba incluso de su sombra y se mantenía en una angustia interminable por ver quimeras en donde no las había.

Me encontraba afinando los detalles de un dibujo extraño que había emergido de la profundidades de mi mente, la representación de uno de esos contados sueños vívidos que jamás conseguí olvidar y que se repetía como una proyección interminable en las paredes de mis pensamientos.

Colt me interceptó en el borde de las escaleras y, para mi desgracia, iba acompañado de Arthur, quien insistió en arrebatarme el trozo de papel. Yo no quería mostrárselo por temor de que me ridiculizara. Él era la clase de persona cuyo reducido tamaño de cerebro le impedía darle a un asunto la seriedad que requiere.

En alguna ocasión se burló de mí frente a todos nuestros compañeros debido a un poema que había escrito para la clase de arte, y luego tuvo el descaro de decir que se había acordado de un chiste, ¡tan oportuno!

Si me lo preguntaran, seguía siendo un completo imbécil. Aún carecía del intelecto para disfrutar y comprender el arte. No tenía forma de saber cómo reaccionaría, pero sí tenía en cuenta lo que yo no lo iba a soportar bajo ninguna circunstancia.

Mi amigo le pidió que me dejara tranquila y se fueran a jugar a la cancha, justo como habían acordado, solo que aquel insistió. Entre broma y broma, comenzamos a forcejear, hasta que terminó rompiéndolo porque me negué reiteradamente a soltarlo. En vez de disculparse, se excusó al decir que ese papel era muy frágil.

Mentiría al decir que no me enfadé ni me dieron ganas de llorar tras ver que el esfuerzo había sido en vano, porque si no capturaba los detalles a la brevedad, después se me escapaban los más significativos. Colt terminó ahuyentándolo con sutileza, y después trató de recuperar mi dibujo rasgado. Sin embargo, cuando levantó ambos trozos y pretendió unirlos en el aire, quedó perplejo.

Los alejó con vehemencia, lanzándolos en un movimiento ágil. Se posicionó detrás de mí como si yo fuera un escudo. En un comienzo, pensé que exageraba o que estaba jugándome una ridícula broma para arrancarme una sonrisa, pues tenía la costumbre de portarse como tonto de vez en cuando.

Sin ánimos de prolongar una discusión por su comportamiento, me acerqué al sitio donde habían aterrizado y los sostuve de la misma forma despreocupada. Fue entonces que comprendí la seriedad del asunto.

Mi visión se empañó de repente. Frente a mí cobraron vida un par de recuerdos en los que se mezclaron conversaciones e imágenes fieles a la realidad, al punto de volverse abrumadoras. Me di cuenta de que estaba contemplando una las primeras pláticas sensatas que mantuvimos poco antes de que me dijera que yo le gustaba.

Alcancé a percibir las cinco dimensiones de tajo. Escuché su voz nerviosa y las risas en el fondo del barullo general, vi su rostro, percibí el aroma de su perfume, del marcador de aceite que habían utilizado para escribir en la pizarra, de los emparedados de jamón y mayonesa que se comían las chicas que se sentaban a mi alrededor, y lo amargo de la saliva que tragaba sin cesar. Incluso reviví el erizamiento en la piel cuando su libro cayó del pupitre y rozamos los dedos al tratar de levantarlo simultáneamente.

De reojo, noté que se acercó a mí a paso veloz. Me sujetó por los hombros para sacudirme. Abría la boca, tratando de hacerme espabilar, solo que yo no escuché ningún sonido, al menos al comienzo.

—¡Oye, oye! —gritó por última vez, logrando sacarme del trance. Sacudí la cabeza, esmerándome por procesar el cúmulo de información que había recibido de golpe.

—¿Q-qué diablos? —Me llevé la mano a la frente, a la vez que me recargaba en la pared detrás de nosotros. Lo miré con asombro, él hizo lo mismo.

Nunca tuve problemas con la dicción de los vocablos, pero en esa ocasión me puse en los zapatos de la gente con dificultades de lenguaje que vienen de nacimiento.

Luego de la conmoción inicial, hablamos con calma acerca de lo que habíamos visto.

Descartamos el soñar despiertos, al igual que las alucinaciones. También nos percatamos de que el tiempo transcurría diferente cuando nos sumergíamos en ese estado. A pesar de que solo nos manteníamos quietos durante unos segundos, se sentía como si hubiese pasado una eternidad. Un nacimiento, el curso de una vida promedio y la muerte que llegaba para terminar con todo.

Una de sus primeras hipótesis fue que me había interesado en las artes místicas y que, de alguna manera, me las había ingeniado para dotar al papel de dibujo con ciertos poderes sobrenaturales. Recuerdo haberme reído en su cara por la suposición que rayaba en lo absurdo, aunque para él tenía cierta lógica.

Tras un lapso breve en el que nos mantuvimos distantes por necesidad y que utilicé para resolver el enigma por mis propios medios, ya había formulado una teoría. A fin de poner a prueba su veracidad, le pedí que me mostrara un dibujo suyo.

No ocurrió nada cuando lo sostuve. Entonces, le sugerí que realizara uno nuevo. Váyase a saber por qué, pero decidió tomar mi rostro como inspiración. Cuando me lo entregó, volvió a suceder. Solo que esta vez pude contemplarlo mientras lo realizaba.

Se intercalaron imágenes de él sentado en su habitación, y a ratos, en el aula, cuando su mente se desconectaba de los alrededores y fingía prestar atención a la clase, siendo que lo colocaba en medio de un libro.

No fue la nítida imagen sino la dedicación que puso al realizarla lo que me convenció de que no estaba sumergida en un estado de demencia senil. Yo pude sentir lo mismo que él cuando lo estaba plasmando, porque lo contemplé en vivo y en directo. Era como si estuviésemos conectados a la misma red, como si nuestras mentes funcionaran al unísono y pudiéramos comprendernos a cabalidad sin expresarnos mediante el habla.

Al principio, manifestó un sinfín de dudas válidas. Llegó a decirme que había perdido el juicio, que necesitaba relajarme e ir a terapia para resolver mis "conflictos existenciales". Sin embargo, logré convencerlo de realizar la prueba unas cuantas veces más con mis propios bocetos, y después de mucha renuencia de su parte, llegamos a la misma conclusión.

Todo mejoró cuando decidí valerme de otro recurso que yo utilizaba para transmitir mis ideas. Me di cuenta de la efectividad de las palabras, que con estas también se podían abarcar varios aspectos y ahondar en descripciones. Eran un estimulante poderoso para la imaginación, uno muy efectivo, según pude confirmar.

Cuando quería comentarle algún tema delicado, tendía a escribir una carta, con la consigna de que dialogáramos el contenido una vez que la leyera. Siempre respetó mi espacio, no me presionaba para hablar de lo que no me sentía preparada. Fue por ello que le otorgué el entero de mi confianza, y él nunca trató de sobrepasar el límite.

Para el momento en el que Ryan sacó a relucir su verdadera personalidad, opté por ocultarle algunos sucesos a Colt, con el fin de no preocuparlo. Elegía abierta y concretamente la información que pasaría a ser del dominio de los dos, así que tuve que ser cuidadosa.

Nunca se enteró de que casi nos expulsaron por un incidente en el que Ryan mostró gran cobardía para defenderme. Tampoco le conté que nos lastimábamos de forma literal y premeditada, pues iniciamos un riguroso sistema de castigos ante las ofensas del otro. Las heridas que atentaban a mi alma pasaron a ser cortes, rasguños y mordidas que se ubicaban en sitios imperceptibles a simple vista.

Cuando descubrió una de estas a lo largo de mi brazo, se enojó como nunca. Citó a Ryan a la salida para "discutir algunos asuntos". Ninguno de los dos me dijo lo que habían obtenido de la conversación, pero bastó para apaciguar la marea, durante algún tiempo.

Tras la muerte de Ryan, me encerré en mi habitación y me dediqué a escribir durante días y días. Estaba molesta por haber resultado herida, ya que ese tiempo representó un atraso considerable al intentar enfocarme en el análisis. Debido a que pasaron cerca de setenta y dos horas, nunca pude atar todos los cabos. Sé que hay algunos que permanecen flotando en el aire, y no sé si alguna vez los recuperaré.

Exprimí mi cerebro hasta el cansancio en búsqueda de respuestas, de un indicio que me ayudara a calmar esa inquietante sensación de vacío que me acongojaba. Tuve que aprovechar el único momento de lucidez, que surgió de la nada, para dejar un registro. Fue cuando comprendí que mi habilidad de relacionarme con el entorno presentaba serias inconsistencias, no podía fiarme al 100% de ella.

—Aguarda, ¿dónde piensas hacerla? —Había un ápice de temor en su pregunta, y no lo culpaba por ello.

—No lo sé, lo más cerca del corazón que sea posible. Ay, qué cursi me escuché, ¿no? —Era una pregunta retórica. De igual modo, él no trató de responderla—. Mientras no te quites la camisa en público, no habrá mayor inconveniente. —Había dicho aquello con el fin de reducir la tensión. Sin embargo, el tiempo apremiaba, así que no podía andarme con contemplaciones—. ¿Estás... listo?

Él no se veía del todo convencido, lo noté cuando sus ojos huyeron de los míos y sus manos comenzaron a temblar involuntariamente. Yo me encontraba en una situación parecida aunque, consciente de que al menos uno de los dos tenía que mantener la compostura, decidí anteponer mi escasa valentía a mis cuantiosos temores.

—¿P-puedes voltearte? —me pidió con timidez.

—Qué penoso eres —espeté—. Solo... solo desabrocha un par.

No es como que me muriese de ganas por ver lo que ocultaba ahí, ni mucho menos.

Ni siquiera pensaba despojarlo de su prenda de vestir exterior, con que se bajara la manga a la altura del hombro era suficiente.

Iba a considerar aquel acto como la intrusión de la que requieren las enfermeras para aplicar inyecciones. ¿Qué sería de ellas si permitieran que el pudor les ganara? Y a pesar de que yo estaba lejos de cultivar esa faceta, podía intentarlo por unos minutos. Además, no quería ser la primera en retractarse, siendo que fui quien orquestó la idea en primer lugar.

El suyo no habría sido el primer torso desnudo que contemplaba. Para mi suerte o exceso de vergüenza, no creí que hubiera mayor problema.

Cuando me aferré a su hombro en búsqueda de firmeza para el agarre, él se estremeció, aunque no dijo nada. Su respiración se volvió lenta y pausada, al igual que la mía, y el ambiente se anegó de un silencio inaudito.

La concentración era imperante, mi único sostén previo a desembocar en la tragedia.

Colocó sus manos detrás de la espalda y apretó los labios, como si se estuviera mentalizado. Se le escapó un grito ahogado al sentir la primer hendidura de la hoja afilada en la piel que recubría uno de sus pectorales. Supuse que la vergüenza fue lo que lo impulsó a contenerse.

Su corazón latía cada vez más rápido. Me preocupé al ver el hilo de sangre brotar, por más que lo había prevenido.

Estábamos tan cerca el uno del otro que sus exhalaciones se mezclaban con las mías, pero no era el momento de darle rienda suelta al modo romántico. Yo jamás lo había considerado de esa forma y él respetaba mi posición, conferida por mis propios ideales y su aversión implícita.

El segundo corte fue más rápido y preciso. Me sentí complacida al ver que ambas líneas resultaron similares, aunque no tan rectas como me habría gustado.

Al final, ambos teníamos una equis mediana y genérica marcando el sitio que guardaba nuestro secreto, uno que moriría con nosotros y que nunca pasaría a ser del dominio de nadie, además de nosotros.

—¿Y si por azares del destino alguien llegase a cuestionarme al respecto? ¿Qué debería decir?

Su determinación me hizo cobrar valentía, porque a pesar de las futuras complicaciones no se negó rotundamente a apoyar mis planes. Más bien, estaba buscando una garantía en la cual ampararse.

—Buena pregunta, creo que no lo había considerado. —Apoyé la barbilla sobre uno de mis dedos—. No te preocupes. Llegado el momento, sé que se te ocurrirá algo brillante. Confío en ti.

—De acuerdo.

—Una última cosa. No volveremos a hablar de esto nunca. No sucedió, de acuerdo? —Lo señalé con firmeza, y él se limitó a asentir—. Imagina... imagina lo que sucedería si me olvido de lo que ha ocurrido.

—Yo creo que nunca podrás hacerlo en su totalidad, esta es la prueba. —Se apuntó a sí mismo.

—Si alguna vez tú dices: «Necesito que lo hagas», el recuerdo que precise se activará, no es solo la llave de este. Sé que suena ridículo, pero te concedo el "honor" de ser la única persona que puede ayudarme a lidiar con los sentimientos de culpa. Será nuestro secreto. Hoy, mañana y siempre.

—Desde que nos conocimos creí que estabas mal de la cabeza, pero no que llegarías a este extremo. —Mal intento de broma, y peor aún el instante en el que la había formulado.

—Gracias, es un halago para mí.

Este se lo dedico a Apiedrasanta17 porque me ha dado mucho ánimo de una u otra forma. Gracias por ser una de las personas que me impulsan a continuar con este proyecto <3.

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