Capítulo 27| Asume tu responsabilidad
OMNISCIENTE
Aquella fue una noche catastrófica para Levi y Hange, especialmente para aquel que casi nunca lograba conciliar el sueño.
Se la pasó dando vueltas en la cama. A ratos, se ponía de pie, y luego volvía a acostarse. Caminaba en círculos por toda la habitación, y terminaba mirando hacia un punto fijo en la oscuridad o se frotaba las sienes cuando decidía recargarse en la silla.
El espectro de la luz asomándose por el cristal impregnó de misticismo al ambiente, que encajaba a la perfección con sus ideas desordenadas.
No dejaba de preguntarse en dónde se había metido aquella niña insoportable, y si había desaparecido por decisión propia o la habían coaccionado.
En el tiempo que llevaba de conocerla había logrado distinguir un patrón de comportamiento sistemático, con ligeras variantes propias de su inestabilidad emocional. En definitiva, este hecho se salía de lo común.
Él no le prestaba atención a las corazonadas. Le parecían inútiles, pruebas intangibles de una quimera que no podía palparse de ninguna forma. Pero la que estaba causando estragos dentro de sus pensamientos en aquella madrugada era diferente, como revivir la pesadilla de perder a alguien por quien sentía apego.
Sí, solo apego. No podía permitirse necesitar nada más de ella. Era lo único que le ofrecería a cambio, aunque sus convicciones sufrían de un vicio que les restaba fundamento. Tenía que mantener cierto grado de lealtad con el objetivo, de eso dependía que se ganara su confianza. Y ahora que estaba un paso más adelante, se encontró con aquel obstáculo...
En lo más profundo de su ser escondía un ápice de preocupación genuina, indicador que encendió una alarma en su sexto sentido. «No sé qué diablos sucedió contigo, pero espero que encuentres algo a lo que aferrarte, y que sigas con vida», le dijo en sus adentros.
Esa sensación de vacío tenía nombre, solo que él no podía permitir que floreciera. Tendría que extraerla de raíz antes de que amenazara con tergiversar sus planes. No a cualquiera se le extrañaba como él lo hacía, de forma consistente.
Sacudió la cabeza para despejarse de aquellas cavilaciones intrusivas. Se preguntó si Hange experimentaba el mismo desasosiego que él, hasta que pudo cerrar los ojos.
A la mañana siguiente, se levantaron más temprano que de costumbre. Las ojeras pusieron de manifiesto la falta de sueño a la que se enfrentaron. Ninguno trató de hacer un chiste sobre aquello, estos no tenían en una situación tan crítica.
El pasillo estaba libre. Ni siquiera los fanáticos de la puntualidad merodeaban a esas horas. Levi salió de su habitación y cerró la puerta con sumo cuidado, para evitar que el sonido rebotara en la soledad de las paredes.
—¿Por qué te demoras? —le preguntó Levi a Hange después de tocar y no obtener respuesta.
Lo recibió una persona a la que no esperaba encontrarse.
Levi entró de golpe, sin detenerse a saludarlo. Fue directo a encontrarse con la castaña, quien removía el contenido de su bolsa. Actuaba por inercia, ni siquiera sabía lo que estaba buscando con tanto afán.
—¿No pudiste dejarlo fuera de esto? —Apuntó hacia la entrada. Después, se irguió en una pose ridícula, que le dio un toque de dramatismo a su primera interacción en el día.
Había comenzado a sospechar que esos dos tenían una relación demasiado íntima. Ya no se comportaban como cualquier pareja de amigos que solo se admiraban y sentían un gran respeto el uno por el otro.
Siempre hallaban una manera sutil de apartarse de los demás. Se comunicaban a base cuchicheos en los que comentaban tonterías que solo eran del interés de ambos. Aunado a esto, el hecho de que precisamente él fuera la primera persona a la que Hange acudió por ayuda le dio mucho en qué pensar.
—Buen día para ti también, Levi —dijo el rubio, pasando por alto su desaire.
—No necesitamos un guardaespaldas. —Se dirigió a Hange, ofendido porque no se le había avisado.
—Pero sí toda la ayuda que sea posible. Justo ahora no puedo darme el lujo de confiar en cualquiera.
—¿Alguien más lo sabe?
No era momento de entrar en una discusión que quizá terminaría perdiendo.
—Solo nosotros tres, si es lo que te preocupa —replicó Hange.
No pensaba emitir un comunicado a la institución hasta que tuviera pruebas que descartaran una posible aventura o un simple descuido. Hange se inclinaba por esta última opción, mas no podían asumir nada.
—¿Algún problema, Levi? —intervino Erwin, como para que recordaran su presencia—. No olvides que también es mi amiga.
—Tch, como sea.
Unos minutos después de la hora de ingreso, Hange reconoció a Colt, y los tres bajaron del auto.
Tanto él como Levi fingieron no reconocerse apenas cruzaron miradas. Los recuerdos de su último encontronazo seguían a flor de piel. Estaba de más decir que acabaron en malos términos, y todavía no arreglaban sus diferencias. Seguro pensaron que jamás volverían a verse, ambos se equivocaron.
A veces la ayuda podía llegar de donde menos se esperase, ¿por qué rechazarla? Ya no era cuestión de orgullo, sino que implicaba supervivencia.
—Colt —agitó la mano para llamar su atención—, necesitamos tu ayuda —anunció Hange.
—Hange, qué sorpresa verte por aquí —comentó con extrañeza. Miró por encima de su hombro hasta encontrarse con la presencia de un sujeto aún más alto que él.
«Pobre de aquel que se atreva a meterse con ella», pensó. Si uno era letal, entre los dos podrían enviarlo directo a la tumba.
—Kiomy... —Vaciló por un momento. Le costaba pronunciarlo, pero sabía que era su deber—. Ella no regresó a dormir anoche, ¿habrá una posibilidad de que se quedara contigo?
Levi chasqueó la lengua por acto reflejo, o eso fue lo que se dijo a sí mismo para apaciguar la incómoda sensación que experimentó. Hange no era de las que se andaba con rodeos, lo cual podía ser una ventaja o una desventaja, dependiendo del contexto.
—¿Cómo que no regresó? —Ya no le importaba si ella creía que estuvieron juntos del modo que creía, sino la gravedad de aquella declaración—. No me dijo nada respecto a ir a otro sitio después de que me dejó en mi casa.
Se sintió culpable por no haberle escrito para verificar si había llegado a la residencia.
—De modo que tú fuiste la última persona que la vio y no sabes en dónde está. Qué conveniente, ¿no te parece? —insinuó Levi con un tono agresivo, uno que ya no tenía ningún efecto sobre él, pues lo tenía bien grabado en su memoria.
—Levi, tranquilízate —le advirtió Erwin.
Así fue como Levi cayó en cuenta de que Hange había pedido la colaboración de su amigo para ayudarle a controlarlo, mientras ella se quedaba con el crédito de la investigación.
Reconocía que estaba siendo impertinente, mas no creyó que fuera para tanto. La castaña ya había aprendido a lidiar con él. Sea cual fuese el motivo, la presencia de ambos era abrumadora. Se complementaban de una forma que lo hacía renegar con todas sus fuerzas, y lo peor era que no tenía modo de librarse.
—¿No recuerdas nada fuera de lo común? —continuó Hange— Cualquier indicio que nos ayude a dar con su paradero sería de utilidad. Le... he llamado hasta el cansancio, pero su teléfono siempre me manda a buzón. Dios... Parezco detective... Lo lamento, no es mi intención.
Hange hablaba con soltura, como de costumbre. Sin embargo, era fácil reconocer la preocupación que se escondía detrás de su semblante.
—Pues... Solo hablamos de nuestra época en la preparatoria, ya sabes. —Se llevó la mano a la nuca, esperando recordar un dato valioso—. Los maestros, nuestros compañeros, y de... —Fue interrumpido por una llamada telefónica—. Ya vuelvo.
Se apartó para contestar.
—A lo mejor necesita que le refresquen la memoria —comentó Levi, con la intención de ofrecerse como candidato.
—Ni siquiera lo pienses. —Hange le dedicó una mirada de reproche e impidió que fuera detrás de él colocándole una mano sobre el pecho.
Colt observó la pantalla de su celular con extrañeza. No tenía registrado el número, pero, por alguna razón que escapaba de su entendimiento, se sintió impulsado a responder.
—¿Quién habla?
—Hola insecto, ¿cómo te va?
Era una voz cínica que él conocía a la perfección. Le dieron escalofríos al acordarse del dueño, pues creyó que ya habían perdido todo contacto.
—¿Quién te dio mi número? —se apresuró a responder—. ¿Qué quieres? Estoy a la mitad de algo importante.
—Deberías cuidar el tono con el que te diriges a la persona que puede acabar con su vida de inmediato —sugirió a modo de burla.
—¿Su... vida? —Su aliento fue arrebatado, el corazón comenzó a latirle con insistencia.
—Verás... Nuestros clientes son muy estrictos con las cantidades. Si piden cien dosis, les enviamos cien dosis. Si desean quinientas, nos aseguramos de que reciban las quinientas. Y si quieren tres, no les mandamos solo un par, ¿entiendes?
Las risas habían cesado, cediéndole el paso a una seriedad inquietante.
—Ve al grano. —Carecía de los ánimos para seguir escuchando otra de sus historias.
—Uno de esos clientes, un niño arrogante que gana más dinero del que verás en toda tu miserable vida, se quejó con nosotros porque le hizo falta un frasco. Quizá te preguntes «¿Qué más da? Solo se trata de uno, no es la gran cosa», pero debes saber que tu error nos hizo perder dinero... Y mucho.
Hizo una pausa que a su interlocutor le pareció eterna. Tras meditar un par se segundos, dedujo lo que iba a decirle a continuación. Pero estaba preparado para asumirlo.
—¿Cuánto vale la vida de tu novia?—añadió la voz detrás del teléfono.
—Si le pusiste una mano encima, te juro que... —contestó con indignación al imaginarse la escena.
Su voz sonaba firme, consecuencia del valor que le infundía la distancia entre ambos, aunque por dentro ocultaba una gran inseguridad que no le permitiría usar en su contra.
—Ey, ey. Tranquilo. No estás en posición de amenazarme.
—¡Maldita sea! —gritó mientras se inclinaba para apoyarse sobre sus rodillas—. ¿Qué quieres a cambio? ¡Habla ya!
—A cómo yo lo veo, solo tienes dos opciones: devuélveme la mercancía que me robaste o su equivalente en dinero, y ella estará a salvo.
Experimentó ciertas dificultades para confiar en la veracidad de sus palabras.
—Yo no te robé nada. Sabes que cumplí con todos mis encargos al pie de la letra.
—No tengo forma de saberlo.
—¿De cuánto estamos hablando?
—Por tratarse de ti, unos siete millones serán suficientes.
—¿¡Millones!? —Alzó la voz nuevamente. Que hubiera empleado el adjetivo «suficiente» no era alentador en lo absoluto—. Güey, no tengo tanto dinero. Es una broma, ¿verdad?
Aún mantenía la febril esperanza de que lanzaría una risotada que lo haría sentir como un tonto.
Él era un hombre difícil de tratar, que gustaba de meter en apuros a sus subordinados porque encontraba divertida la cara de miedo que ponían ante sus acusaciones. Era complicado discernir la verdad que se ocultaba detrás de su tono sarcástico.
—¿Quieres decírselo a ella? Dudo mucho que esté de acuerdo contigo.
—Eres un hijo de... —Para este punto, estaba completamente bajo los efectos de la irritación y la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Esperaba que Kiomy estuviera a salvo, por no decir en condiciones favorables.
—Siete millones y medio. Ya sabes, por los intereses y la molestia que me tomé de avisarte —concretó.
La disyuntiva de Colt respecto a acatar sus órdenes lo impulsó a aumentar el precio de la demanda. Podría servirle de escarmiento, así la próxima vez se lo pensaría dos veces antes de atreverse a hablarle como si fueran de la misma categoría.
—¿Tanto por un solo frasco? —Imploraba clemencia.
No contaba con aquella cantidad, tampoco sabía cómo obtenerla. Incluso así, asumió su responsabilidad, y se mentalizó para soportar lo que se le venía encima.
—Tienes setenta y dos horas. Más vale que te des prisa, de otro modo, ella sufrirá las consecuencias. Y cuidado con llamar a la policía. Tal vez tus tres amigos podrían ayudarte.
Finalizó la llamada, sin darle la ocasión de emitir una última protesta.
Miró a sus alrededores en cuanto se sintió observado. No encontró a nadie sospechoso, ellos eran más precavidos de lo que decían ser. El panorama no parecía favorable, y su desconcierto se hizo latente.
Los tres ya se habían acercado a una distancia que les permitió escuchar el grito. Su rostro indicaba que había recibido pésimas noticias, lo cual contribuyó a mortificar más a Hange, quien de por sí no lograba mantener una actitud serena.
—Colt, ¿qué sucede? Parece que acabas de hablar con un muerto —cuestionó ella, tratando de ser amable y de infundirle un poco de la paz que escaseaba. Cuando lo sujetó por el hombro para instarlo a que dejase de temblar, agregó—: ¿Sabes algo sobre ella?
Abarcó al pequeño grupo con la vista antes de responder. No tenía escapatoria: era menester que les contara la verdad, aunque ni siquiera él mismo terminó de digerirla.
—La... La tienen secuestrada... —confesó con voz trémula luego de pasar varios segundos aclarándose la garganta.
—¡Seguramente todo esto tu culpa! Ya decía yo que detrás de esa cara de esa cara de inocente ocultabas algo grave —lo acusó este último.
Acto seguido, se abalanzó sobre él. No contaba con que iba a reaccionar justo a tiempo para impedir el puñetazo que se dirigía a su mandíbula.
En términos de experimentar angustia, ninguno quedó libre. Todos tenían una forma bastante peculiar de poner aquella sensación en evidencia: sufrir una especie de desconexión mental, abrir los ojos con escepticismo para ocultar la tristeza, analizar la situación con la cabeza fría, dejarse llevar por la rabia. Esta última era la más peligrosa, por obvias razones.
—¡Yo no quería que esto sucediera! —replicó. Pensó en propinarle un buen empujón, mas se contuvo.
No era la primera vez que lo enfrentaba, reconocía que tampoco era necesario. Se requerían dos para iniciar una pelea, y esta vez no le daría el gusto.
—Levi, si no te calmas de una vez por todas haré que Erwin te encierre en uno de los apestosos casilleros de los hombres. Apuesto a que estarás muy cómodo ahí dentro con toda la suciedad y la mugre. ¿Está claro? —lo amenazó Hange al sujetarlo por la camisa. Alcanzó a levantarlo unos centímetros por encima del nivel del suelo.
El aludido gruñó y, rendido, dio unos cuantos pasos hacia atrás para alisarse las arrugas propinadas por el agarre de las sudorosas manos de Hange. Puede que diera la apariencia de ser una chica amigable, pero podía llegar a ser intimidante cuando se molestaba. Ahora estaba seguro de eso.
—¿Qué te pidieron a cambio? —añadió Hange.
—Reponer la mercancía o pagar su equivalente —dijo entre dientes.
—¿Y a cuánto asciende el monto?
Si había contemplado poder colaborar con ellos, tenía que ganarse su confianza siendo honesto.
—Siete millones y medio.
—¡Por Dios! —Hange se frotó las sienes, tratando de procesar la información obtenida. Soltó un bufido prolongado antes de continuar—: ¿Qué es lo que les debes?
—Un frasco... Un estúpido y pequeño frasco —mencionó aquello como si fuera solo para Levi, pues le clavó una mirada indiferente que confundió a Hange, aunque no le tomó importancia.
—Vaya... Supongo que su contenido debe ser realmente valioso, pero ese no es el punto.
—Espera, hay algo más —agregó en tono confidencial—. Me dieron un plazo de tres días. Y por si acaso, les recomiendo no ir a sus casas.
—Nos están vigilando, ¿es lo que quieres decir? —preguntó Erwin en voz baja.
El aludido asintió de forma casi imperceptible.
—De acuerdo. —Hange se acomodó las gafas y apoyó el mentón sobre sus dedos—. Te ayudaremos a conseguir el dinero. No tengo idea de cómo lo haremos, pero así será. Quiero a mi amiga de vuelta. Llámame en cuanto se comuniquen de nuevo contigo y, si puedes, pídeles una prueba de que está bien.
—Solo te voy a decir una cosa: si llegan a lastimarla por tu culpa, te las verás conmigo —dijo el pelinegro.
«Y esta vez, no me andaré con contemplaciones». Levi aún no disminuía su agresividad, pero al menos se mantuvo a una distancia considerable. Poner a prueba la paciencia de Hange no era su objetivo principal del día.
—No sería la primera vez que escucho eso.
9:32 a.m.
Decidieron dividirse. Hange se dirigió al banco, mientras que Erwin y Levi regresaron a sus habitaciones. Ella convino que se afanaría por conseguir un préstamo, por lo que aguardaba que no hubiera tanta gente en la fila de espera.
Los dos amigos tenían la costumbre de guardar cierta cantidad de dinero en el sitio menos indicado, lo cual resultó ser una ventaja ahora que necesitaban efectivo.
9:50 a.m.
Para su mala fortuna, Erwin y Levi llegaron a la hora del descanso entre una hora y la siguiente, así que se toparon con varios compañeros que los fueron saludando sin bajar el ritmo de su caminata.
Algunos fueron más allá al preguntarles si todo andaba bien, pues no los habían visto durante las primeras clases. Erwin habló por ambos; se limitó a decir que tenían un pequeño inconveniente y que no se preocuparan.
Tenían derecho a cierto número de ausencias, las estaban empleando con buen juicio. Sin embargo, no contaba con que había alguien en particular que no estaría conforme con aquella respuesta ambigua.
La chica de ojos color ámbar venía siguiéndolos desde que distinguió la cabellera negra que se sorteaba en medio de la multitud, pero estaban tan enfrascados en llegar a un sitio que ignoraron lo que acontecía a sus alrededores.
—Levi, hasta que por fin te veo. —Se plantó frente a ellos, impidiéndoles el paso. Había cumplido con su palabra de no acercarse a él, de mala gana, hasta ahora—. ¿Podemos hablar?
El pelinegro se retrajo en sí mismo. Por primera vez, ella no se acercaba con la intención de coquetearle, mucho menos de establecer contacto físico no deseado.
Petra no lucía radiante. El brillo en su mirada fue opacado por una densa nube de tristeza y preocupación. Levi miró de reojo a su amigo, como si le implorase que interviniera, puesto que a él se le daba mejor inventar excusas. No se le ocurrió ninguna.
—Por favor, es importante —insistió al no obtener respuesta inmediata.
No dejaba de acariciarse el brazo, llegó a un punto en el que parecía que quería arrancarse un trozo de piel debido a la fuerza que aplicaba sobre este.
—Ya sabes en donde voy a estar —le indicó Erwin cuando se dio cuenta de que Levi había caído en las garras de ese par de ojos que lo miraban suplicante.
10:00 a.m.
Se habían retirado hacia las escaleras abandonadas, por petición de ella. Él se recargó en la pared y se cruzó de brazos, demostrando que no estaba ahí por obra de su buena voluntad, que debía darse prisa.
—Habla —ordenó Levi.
—¿Podrías decirme qué significa esto? —Del interior de su saco extrajo una hoja doblada en tres partes y se la entregó.
Por un momento, Levi pensó que era una carta de su amiga perdida, pues ella tenía la costumbre de remarcar los dobleces con la misma precisión, así que se la arrebató y comenzó a leerla, superficialmente.
La decepción se apoderó de sus pensamientos cuando se percató de que no tenía nada qué ver con Kiomy. Frunció el ceño y apretó los ojos con hastío.
—¿Acaso no sabes leer? —la reprendió con severidad por su falta de comprensión lectora—. Ahí especifica que te rescindieron el contrato por faltas de carácter administrativo.
—Creo que no comprendes el sentido de mi pregunta. —Le decepcionaba su falta de interés—. ¿Tú me acusaste? —Deseaba confirmar que estaba en lo correcto.
—¿Acusarte? Ni que fuéramos un par de mocosos como para ir a llorar con nuestras madres. —Enderezó la postura y le clavó la mirada antes de continuar—: Fuiste demasiado lejos el día del festival. Te lo advertí.
—¿Es todo? Me alejé de ella porque tú me lo pediste, ¿y así es como me pagas, haciendo que me echen? ¿Qué sucede contigo? —chilló en desesperación. Su cuerpo estaba ahí, no podía decir lo mismo de su mente.
—No entiendo por qué el alboroto. —La miró con displicencia—. Es lo mínimo que mereces luego de comprometer mi investigación de forma tan irresponsable, y todo por una tontería. Me equivoqué al pensar que ya habías madurado.
Y ahí estaba de nuevo. La persona a la que más admiraba, decepcionándose de ella.
—¿Desde cuándo te volviste tan precavido, Levi? No logro entenderlo, ¿a qué le tienes tanto miedo? —Mantuvo la expresión neutra y los labios sellados. Era la mejor manera de responder ante aquella provocación—. No importa. Hablando de Kiomy, ¿en dónde se metió? No la he visto desde la primera clase.
—Tch, como si te importara. —Puso los ojos en blanco. Alcanzó a percibir que ella se comportaría intransigente su no saciaba su curiosidad, así que hurgó entre sus recuerdos—. Tiene una fuerte infección en el estómago por comer tanta porquería. No quiere que la molesten.
Su última advertencia no debía tomarse a la ligera. Petra lo supo cuando Levi se dio la media vuelta y desapareció por el mismo corredor por el que lo había conducido a empujones. No le preocupaba si ella pretendía llegar tarde a la siguiente clase, él ya se había resuelto a no entrar.
11:36 a.m.
—Por favor dime que no tuviste nada qué ver. —Erwin rompió el silencio intermitente que se había instalado en la habitación.
Seguía revolviendo los cajones, a la expectativa de que algún billete suelto estuviera escondido entre sus camisetas dobladas con pericia, en tanto que Levi parecía haberse rendido.
—¿Qué insinúas?
—Sabes de qué hablo.
—¿Cómo se te ocurre sugerir que yo planeé su secuestro? —No estaba bromeando en lo absoluto—. Tienes unas ideas que sobrepasan los límites de la cordura. Hay que estar verdaderamente desquiciado para hacer algo así... —El rubio lo observó como si lo estuviera condenando por responder de manera errónea, pero Levi ya había identificado el doble sentido de la pregunta, así que no le extrañaba—. ¿Qué tanto me miras?
—En ningún momento dije que tú fueras el autor intelectual, pero ¿qué me dices del frasco? —El pelinegro desvío la mirada—. Me di cuenta de cómo te miró su amigo cuando hizo énfasis en esa palabra.
—¿Siempre tienes que prestar más atención de la debida? Deberías enfocarte en Hange, ¿por qué no me dices de una vez que se traen entre manos? —replicó.
—No trates de cambiar de tema, conozco ese truco —protestó con seriedad—. ¿Tú lo tienes? ¿Acaso se lo robaste? ¿Con qué propósito?
Sin querer, se vio saturado de interrogantes incómodas, de las que no tendría escapatoria. Mejor eso a que le cuestionara respecto a lo que Petra quería.
Las personas como él y su amiga desaparecida compartían un rasgo que los volvía desquiciantes, al grado de que no estaban conformes hasta obtener la información que necesitaban. La persistencia era un arma poderosa, que lo colocaba en medio de un dilema.
—En realidad, fue un intercambio —confesó—. Pero él no se dio cuenta de que me lo llevé.
—¿Qué podrías querer intercambiar con un amigo suyo? —Le incomodaba haber establecido una relación entre el actuar de Levi y lo que le había sucedido a Kiomy.
La premisa de que hubiera enfrentado a Colt anteriormente le parecía contradictoria. Un abanico de opciones se abrió en sus pensamientos, todas apuntando al mismo rumbo. De algún modo, él también había llegado a formar parte de su investigación. Compartían antecedentes, y era una de las pocas personas que tenía acceso a ciertos datos.
Hasta entonces, comprendió por qué querían asesinarse con la mirada, era más enredado de lo que se imaginó. O tal vez se debía a que se negaba a reconocer sus sentimientos, lo cual disminuía sus oportunidades ahora que alguien más ya había dado prueba fehaciente de la veracidad de los suyos.
—No te interesa —refunfuñó.
—Levi, ¿te das cuenta de lo que hiciste? —Empezaba con la línea de razonamiento, una maniobra típica de él.
Aunque Levi se hubiese anticipado, no lograría disuadirlo de mantener sus opiniones para sí mismo.
—Yo no hice nada. —Trató de defenderse, aunque en el fondo sabía que era inútil.
—Ambos la expusieron a esto, y tú participaste de manera indirecta —continuó.
Lo cierto es que pretendía regañarlos a ambos, pero para su desdicha solo contaba con la presencia de uno.
—¡Cierra la boca! —exclamó. El ruido interno ya era lo bastante devastador como para enfrentarse a otra reprimenda por parte de su amigo.
—¡No lo haré! Es la verdad, y entre más rápido la aceptes, será mejor para todos.
—No pensé que llegaría a tanto. ¿Cómo podría haber adivinado que ese idiota era una especie de traficante? —se lamentó.
Agachó la cabeza y la sostuvo entre sus manos. Estaba al borde de la desesperación, no había forma de ayudarle a recobrar el juicio.
Por lo menos reconocía su culpabilidad, aunque lo abrumaba no haber notado ese detalle cuando se conocieron. Ahora sabía cómo fue que logró conseguirse celular de alta gama y por qué se había comportado renuente de entregarle la mercancía.
Erwin caminaba de un lado a otro en la habitación, hasta que decidió recargarse en la pared.
—Cuando tu compañera pasó por algo similar, ni siquiera te inmutaste —habló con franqueza.
El paralelo entre ambas situaciones era aterrador. La diferencia radicaba en la forma de reaccionar de su amigo.
—Ella está entrenada para salir de ese tipo de situaciones. No tenía que preocuparme por alguien que es completamente capaz de idear un escape y ejecutarlo con un mínimo margen de error —respondió con premura.
—¿Eso significa que te preocupas por Kiomy?
Levi le dedicó una mirada suspicaz, no hizo ningún esfuerzo por responder. «El que calla, otorga. Eres libre de interpretarlo como quieras», pensó. Se le estaba haciendo costumbre evadir las preguntas realizadas con doble intención.
—¿Qué es lo que contiene ese frasco que vale millones? —persistió Erwin ante la negativa de su amigo.
Hubo otro silencio, no tan prolongado.
—Tú sabes qué contiene. No me digas que ya lo olvidaste.
—Pero ¿cómo? —Frunció el ceño—. ¿No se supone que lo mantienen bajo estricta vigilancia?
Dedicado a Alisuzumaki. Gracias por el apoyo <3
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