OMNISCIENTE
—¿Y por qué no simplemente vas y se lo preguntas a ella? No creo que tenga algún reparo en decírtelo —aconsejó la castaña ante el repentino interés de su amigo por recabar información acerca de Kiomy.
Dentro de la lógica de Hange, carecía de sentido que no hubieran llegado todavía a esa parte de la amistad en la que compartían sus gustos, aunque ni Levi ni Kiomy eran de los que se sentían cómodos hablando sobre temas personales.
Pero eso sí, estaba al tanto de que ellos solían entablar conversaciones bajo circunstancias muy específicas, que ambos esperaban con el mismo anhelo de que llegara la época de lluvia luego de un terrible año de sequía.
Sus dos amigos habían demostrado que la profundidad de un intercambio de opiniones era inversamente proporcional al tiempo que uno pasaba meditando.
La naturalidad con la que se dirigían el uno al otro resultaba impresionante. Cualquiera podía atisbar en el brillo que iluminaba sus rostros cuando esto sucedía y, por lo menos en Kiomy, se notaba con mayor intensidad ya que el suyo era conocido por mantenerse taciturno durante la mayor parte del tiempo.
Hange la había atrapado sonriendo frecuentemente y suspirando en silencio. Siempre optaba por no interrumpirla mientras hacía anotaciones que prolongaban sus periodos de buen humor. Llegó un punto en el que ya no hacía falta poseer una inteligencia descomunal para darse cuenta de que había algo más allí.
Debido a lo anterior, la curiosidad de Levi le parecía sospechosa, y no dudaría en hacérselo saber a Kiomy en cuanto pudiera, mas optó por mantener la boca cerrada hasta no ver indicios claros de sus intenciones.
En aquel instante, tuvo el presentimiento de que la marea estaba cambiando de rumbo, y eso le entusiasmaba de una forma que no se imaginarían ni en un millón de años, en especial porque ella había puesto su granito de arena desde el principio.
—Acudo a ti en mi preocupación de evitar que la mocosa se haga una idea errónea de lo que planeo hacer. ¿Acaso no son mejores amigas desde que se conocieron? —planteó con recelo una vez que se inclinó hacia atrás, cruzando los brazos.
—Tú mismo lo dijiste —afirmó, contenta. Ella nunca prestaba atención al tono empleado por Levi, sino al contenido del mensaje—. Y por eso me veo en la necesidad de averiguar qué pretendes hacer con los datos que estás reuniendo.
—No es de tu incumbencia. —La fulminó con la mirada.
—Bien. Déjame ver si te estoy entendiendo. —Colocó el índice sobre la barbilla y entrecerró los ojos como cuando analizaba una muestra en el laboratorio—. Quieres obtener información sobre de mi amiga a través de la fuente más confiable que existe —presumió—, pero te niegas a decirme qué vas a hacer con ella. ¿Qué tal que la empleas con el fin de causarle daño? —No le dio espacio para rebatir—. Jamás me perdonaría de conspirar en su contra.
—¿Por qué tienes que ser tan extremista? No es para tanto. —Se fijó en el objeto que Hange sostenía entre sus dedos alargados y, al reparar en el título, hizo un mohín de asco. Tomó la portada con rudeza y se aseguró de apartarla de su campo de visión—. Deja de leer esa basura inútil que solo te llena la cabeza de estupideces.
Consideraba que Hange no le estaba dando al asunto la misma importancia que él.
Aquel acto impulsivo bastó para que ella emitiera una carcajada tan estruendosa que se pudo escuchar hasta la cima de la colina más cercana. Terminó azotando el libro unas cuantas veces sobre la superficie de madera en un vano intento por contener la alegría que la embargaba.
Levi la escaneó con desconcierto, pues no le había contado ningún chiste. En realidad, le estaba exigiendo atención.
Ni se inmutaron ante las miradas de reproche que les dirigieron unos cuantos desde las mesas aledañas. Era una de las consecuencias de buscar su compañía, y ya no le molestaba en la misma magnitud que al principio.
—¿Qué no es para tanto? —Alzó una ceja una vez que recobró la compostura y se acomodó las mangas de la camisa—. En ese caso, dime, Levi, ¿por qué te de pronto te interesa saber qué cosas le gustan? ¿Planeas regalarle lo opuesto para molestarla, como el día de la carrera fallida?
Se inclinó hacia él hasta quedar a una distancia considerable, ya que no podía permitirse invadir su espacio personal. Eran barreras indestructibles.
—¿Te contó? —Pareció avergonzarse cuando Hange se lo hizo saber.
—Por supuesto que lo hizo. Y me da la impresión de que no aprendiste nada.
—Te equivocas, cuatro ojos. Me di cuenta de lo complicado que es lidiar con ella en ocasiones; nunca sé cómo va a reaccionar —confesó con cierto pesar.
—A diferencia de ti, yo no me siento complacida de jugar con su estabilidad emocional. —El pelinegro emitió un gruñido para expresar su desagrado al reparar en aquella observación que, de hecho, fue acertada, pero ella continuó—: Y no me importa que me lances esa mirada asesina, enano, tienes que reconocerlo. Aún me siento contrariada por la rapidez con la que te perdonó luego de hacerte el gracioso. Me pregunto de qué privilegios gozas.
—Tch.
El chasquido de lengua no anunciaba nada por sí mismo. Era complicado discernir si estaba de acuerdo con ella, o todo lo contrario.
—¿Es todo lo que tienes qué decir al respecto? —inquirió con el fin de ayudarle a replantear su respuesta. Sin embargo, al ver que su expresión se mantenía lúgubre, decidió que no iba a facilitarle llegar a su objetivo—. Te deseo suerte encontrando a alguien que te ayude con eso. Y si no es mucha molestia, me gustaría recuperar mi «basura inútil».
Hange le arrebató el libro con rudeza, aunque en menor instancia de la que él había mostrado anteriormente. Lo guardó en su mochila mientras se ponía de pie, dispuesta a dejarlo enfrentar el suplicio.
Levi se adelantó hasta que alcanzó a sostenerla del brazo con el fin de evitar que se alejara. Ella frunció el ceño al darse cuenta de lo feliz que la hizo haber sido interrumpida.
—Cuatro ojos, aguarda. Está bien —suspiró con desgano, rodando los ojos—. Voy a decirte la verdad, por la única razón de que necesito tu ayuda. Debes prometerme que ella no va a enterarse. Y ni te acostumbres a que te pida consejos de aquí en adelante, así que quita la cara de perrito regañado, te ves ridícula —increpó.
—Si pretendes mantenerlo en secreto, no puede tratarse de algo bueno —aseguró al acomodarse los anteojos—. Mira, enano, me agradas y todo eso, pero no pienso formar parte de alguna especie de broma que...
—No es nada malo, en serio —la interrumpió—. Solo prométemelo.
—De acuerdo, de cuerdo. Lo prometo —declaró en señal de rendición. Con la mirada le indicó que volvieran al asiento—. Nada de trucos, ¿entiendes?
—Te juro que no es lo que estás pensando. La verdad es que... Yo estaba... —Sintió que una vena cercana a las sienes se le estaba inflamando. Por instinto, se llevó una mano para tantear el intensidad, apretando los dientes—. Deja de mirarme con esa estúpida expresión o te la borraré de un golpe.
Y ahí estaba el eternamente malhumorado Levi Ackerman, inmerso en una lucha entre la maraña de pensamientos y una lengua perezosa que se negaba a poner de su parte. ¡Con lo que le había costado reunir el valor para venir a buscar a Hange! Ahora parecía que todo su esfuerzo se estaba yendo por el desagüe, sin embargo, no daría marcha atrás hasta lograr su cometido.
—De todo lo que consideraba imposible en esta vida, verte sonrojado encabezaba la lista. Creo que tendré que buscar algo más impresionante para llenar ese hueco —comentó Hange al reparar en los inconvenientes que él estaba enfrentando al sincerarse—. ¡De seguro va a llover en estos días!
—¡Cierra la boca de una maldita vez! Eso es porque me irrita que no me escuches —la regañó de inmediato, como si de este modo pudiera esconder la veracidad de sus sentimientos.
—Como tú digas... Cielos, ¡qué agresivo!
—Últimamente he estado pensando cómo invitarla a... eso que vamos a hacer para el festival, de una manera más...
Las palabras se habían quedado atascadas en su garganta. Sabía qué era lo que quería comunicar pero, por alguna razón, no fue capaz de hacerlo.
—Una manera más... —intervino ella en afán de brindarle una alternativa a su problema de vocabulario.
—Formal.
Sí. Era justo lo que había querido decir. Aunque la sensación de liberarse de aquellas cadenas le infundía coraje, el nerviosismo no había desaparecido por completo.
—Ya te habías tardado —señaló la castaña, ocasionando otro leve sonrojo al pelinegro, quien solo giró el cuello y se cubrió la nariz y la boca con la palma de su mano.
El hecho de que no protestara hizo que Hange le dirigiera una sonrisa pícara, reforzando así la idea de que lo había acorralado. Levi la ignoró, como de costumbre, solo para no dar cabida a que lo siguiera atosigando.
Las emociones que se habían acumulado en el pecho de Hange se volvieron como las aguas contenidas en una represa que no tardaría en romperse.
—¿Qué te dije de la mirada? —le recordó.
Ella seguía riendo con soltura.
—Lo lamento, es que no puedo evitarlo. Parece que después de todo, sí hay unos cuantos sentimientos dentro de ese pequeño y maligno ser. —Estiró el brazo para asestarle un golpecito en el hombro, el cual recibió sin protestar.
—Tch, qué molesta eres. En fin. No pretendo hacer nada fuera de lo común. Me quedé pensando en lo que me dijo el día en que la elegí sin consultarla antes, y no lo sé... —Colocó los puños sobre la mesa y empezó a juguetear con sus dedos—. Siento que es lo menos que puedo hacer para resarcir el mal rato por el que la hice pasar.
Hange se frotó los ojos y sacudió la cabeza para descartar la posibilidad de haber malinterpretado lo que el pelinegro le dijo.
—¿Puedo preguntar a qué se debe el cambio de actitud? —inquirió con mesura, dejándole entrever que podía confiar en ella sin reservas.
—Se ha comportado de manera muy... —se aclaró la garganta—, agradable. Es de las pocas, junto contigo, que no se la pasan mirándome como si quisieran... No sé cómo decirlo.
—¿Desvestirte con la mirada, o algo así? —completó la frase que Levi dejó inconclusa.
—Puede ser.
Hasta entonces, comprendió el motivo de que Levi quisiera mantener aquello en secreto: estaba agradecido con Kiomy, al grado de estimar conveniente demostrárselo valiéndose de un recurso que colisionara su espíritu.
Su personalidad cautelosa le impedía expresarse con facilidad, pero confiaba a en que las acciones tenían un impacto más profundo.
—Te ves tierno cuando te expresas así. Aunque dudo mucho que sea una sensación agradable, y la verdad es no tengo experiencia en el tema.
—Ni lo menciones.
Levi era un experto en el arte de ser esquivo, lo cual se evidenciaba tanto en sus expresiones como en su lenguaje. Se removió en el asiento, con lo que Hange percibió que ya había llegado al límite de su dosis diaria de sinceridad.
—Entiendo, Levi. No pretendía incomodarte. Si de algo sirve, creo que eres una gran... —Trató de controlar una risita burlona, fallando en el intento—. Una excelente persona, aunque no lo parezcas. Y es un privilegio que nos hayas permitido acercarnos a ti. Hablo por ambas porque sé que es justo lo que ella piensa, aunque no puedas esperar que te lo diga de frente.
—¿Ves cómo no me equivoqué en eso de que tú eras la indicada para ayudarme? Pareciera que puedes leerle la mente —concluyó. Su semblante pareció reanimarse ante la confesión de Hange respecto a Kiomy.
No estaba seguro de haber deseado oír aquello, mas lo reconfortaba.
—Admiro tu perseverancia, y descuida. Tu secreto está a salvo conmigo. —Le guiñó el ojo—. Voy a ayudarte. Sé que aceptará encantada lo que sea que provenga de ti.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —Ladeó la cabeza.
—¿Será porque la conozco mejor que tú?
Por primera vez un largo tiempo, se sintió orgullosa de reservarse sus comentarios.
KIOMY
Me daba gusto saber que Levi se llevaba cada vez mejor con Hange. Luego de haber colocado sus cartas sobre la mesa y de llegar al acuerdo de soportarse en la medida de lo posible, nos habíamos convertido en un trío formado por un miembro impulsivo, uno con tendencia a la reflexión y la agresividad, y un solecito que mantenía el equilibrio entre los dos primeros. La estima y el cariño que experimentaba por ambos se volvió incalculable.
Hasta ahora, no me había detenido a meditar en lo fácil que resultaba localizarlo, porque según rumores que circulaban en los pasillos, si no estaba conmigo, se le encontraría junto a ella. Por lo mismo, no me costó ubicarlos entre las mesas cercanas a la cafetería, sobre el área verde.
—¿Qué hay? ¿De qué tanto hablaban? —saludé a ambos, dirigiéndome primero a Hange. Me posicioné junto a ella sin esperar que me lo pidiese.
Ella se removió en el asiento con ostensible incomodidad, y me di cuenta de que Levi había fijado la vista en el suelo. No pretendía interrogarlos, tan solo deseaba unirme a su plática, la cual parecía muy entretenida.
—El enano me estaba hablando del vestuario que van a llevar en la presentación, ¿no es así? —respondió ella con un ápice de nerviosismo que me resultó imposible ignorar.
¿Qué estaba sucediendo aquí? ¿Algún tema demasiado privado y del que yo no podía enterarme?
—Sí, así es —agregó Levi de forma apresurada, como instando a Hange a que ahondara en el tema.
—Bien, ¿y ya pensaste donde lo vas a comprar? ¿O se lo pedirás prestado a tu padre? —pregunté, fingiendo que no había reparado en la complicidad de las miradas que se dirigieron fugazmente.
Que me tomaran por tonta, al grado de que creyesen que no me daba cuenta de lo que estaban haciendo, me causó relativa molestia.
Tuve que reemplazar el sentimiento negativo por el interés en que él consiguiera el atuendo con prontitud. Y es que yo era el tipo de persona que, apenas conocía la fecha límite, se dedicaba a contrastar entre la amplia gama de opciones hasta encontrar la que fuera más amigable con mi bolsillo. En este caso, con el de ambos. Era mi compañero, naturalmente quería involucrarme en su búsqueda.
—No puedo hacer eso porque no lo conozco —declaró Levi en un tono neutral, encogiendo los hombros.
—Oh... Yo... No tenía ni idea, Levi. No quise decir que... —tartamudeé en repetidas ocasiones.
Nunca antes había deseado con todas mis fuerzas ser tragada por la tierra.
Estaba segura de que no logró entender ni una de mis palabras. La mirada reprobatoria de Hange no contribuyó en lo absoluto a disimular la vergüenza que se instaló en mis mejillas.
Sentí que me temblaban las manos y, de la nada, ya las estaba sacudiendo a modo de abanico para lanzarme aire. Responsabilizar a los cambios bruscos de temperatura que abundaban en esta época del año fue lo que me ayudó a tranquilizar mi abatida consciencia.
—¿Qué hay de ti? ¿Ya sabes en dónde conseguir el vestido? —dijo él para cambiar de tema.
Como que los tres nos estábamos volviendo expertos en buscar rutas alternas que nos eximieran de enfrentar lo innegable. A pesar de mi enojo, agradecía el arrebato característico de Levi.
Me parecía curioso que aún no hubiese comprendido que, mientras más me negara el acceso a su información, más ganas me daban de conocerla. Recordé que, hasta ahora, no había salido a la luz ese tema entre ambos. Pero siempre había una primera vez para todo.
—Estaba pensando en ir a casa durante el fin de semana para buscar entre la ropa de mamá. No creo que sea necesario gastar en un vestido nuevo a estas alturas. —Me crucé de brazos. Los dos mostraron concordar con mi última frase mediante apretar los labios.
No me hacía falta dinero, mas estaba consciente de que tampoco podía darme el lujo de malgastarlo.
—¿Y tú sí piensas pedírselo prestado? —me preguntó Levi usando un tono de queja, que identifiqué como la maniobra defensiva ante mi comentario fuera de lugar.
Qué vengativo me parecía. Probablemente estimó que lo había dicho con mala intención.
—Ah, no. Se podría decir que en realidad me pertenecen. No creo que los muertos tengan algún problema con que le des uso a las cosas que dejaron atrás —bromeé y en seguida bebí un sorbo de la botella de agua que cargaba conmigo.
Hange se perturbó mientras que Levi frunció el ceño. No entendí por qué se sorprendían. Era la verdad, yo ya la había asumido hace bastante tiempo.
—Kim...
—¿Qué? No pasa nada, Hange —me defendí.
—Ya veo —intervino él.
—Vaya. Parece que aún tienen mucho de qué hablar.
Aborrecía con toda mi esencia que me siguieran observando con lástima a raíz de aquella situación desagradable. Este hecho, sumado con la creencia de que me estaban dejando de lado, me hacía sulfurar bastante, pero reconocí que Hange no era culpable de nada en lo absoluto. No tuve el corazón para censurar su comportamiento.
—¿Por qué lo dices? —replicamos Levi y yo al unísono.
Nos miramos de soslayo, como diciendo «¿No pudiste formular una respuesta diferente a la mía?». Y me contesté a mí misma que no.
—No lo sé... Intuición tal vez.
—No hace falta, Hange —refunfuñé—. Hay cosas que es mejor dejar atrás.
—Concuerdo absolutamente, cuatro ojos.
¿Realmente acababa de brindarle soporte mi respuesta?
Desearía parecerme a Levi en ese aspecto. La ausencia de culpa le había permitido seguir adelante, ahorrándose incontables lágrimas de sufrimiento.
—¿Qué te parece si los dos te acompañamos a casa este fin de semana? Después podríamos ir a dar una vuelta por ahí —sugirió Hange de improviso.
Ella debería tener reservado su lugar en el Cielo debido a la osadía de decir todo lo que yo no conseguía. Por supuesto, faltaba el veredicto de Levi, pero en mi imaginación el resultado de aquella experiencia ya se había tornado gratificante.
—Ey, gran idea. Ya ha pasado un buen rato desde que no vas conmigo. Ummm... No tienes que ir si no quieres —manifesté dirigiéndome a él, anticipando que rechazaría la invitación—. Nos la pasamos haciendo cosas de niñas, como pintarnos las uñas, ponernos mascarillas y ver películas de comedia romántica. Nada que puedas encontrar interesante.
Me sentía menos decepcionada cuando trataba de imaginar las posibles objeciones de mi interlocutor. Tratándose de él, era equiparable a lanzar una moneda al aire.
—Iré —anunció de pronto con una seguridad intimidante, que nos dejó boquiabiertas a ambas.
Creí que con aquello lo persuadiría de quedarse. No era que no quisiera contar con su presencia, sino que jamás creí que fuese tan sencillo convencerlo.
—¿Es en serio? —Requería una confirmación absoluta. Podía darse el caso de que nunca hubiera salido de la cama y esto no fuera más que otro sueño. Pero no. Estaba despierta y en mis cinco sentidos.
—¿Por qué no? No nos encargaron mucha tarea para este fin de semana y hace rato que no salimos.
Los tres asentimos con la cabeza. Hange nos miraba de reojo con malicia, mientras que Levi y yo decidimos ignorarnos mutuamente. De seguro ella se estaba imaginando que aquella reunión resultaría excepcional.
En cuanto a mí, me dejó perpleja que hubiese accedido al instante. Se me entumieron las piernas una vez que logré asimilar que le permitiría a mi amor imposible entrar en mis aposentos. Rebosé de felicidad, por lo que me esforcé por mantener la compostura.
—Genial, será divertido. —Les sonreí a ambos, pero Hange se llevó la más sincera.
OMNISCENTE
Levi decidió que tenía que prevenirse con el obsequio, así podría brindar su agradecimiento en un entorno privado, lejos de las estorbosas miradas de la gente de la escuela.
Hange le había dado varias sugerencias que ayudaron a aminorar la carga que sentía sobre sus hombros. Esta se desvaneció al saber que ella era una amante de las cosas sencillas, aunque irónicamente, no le resultó fácil encontrarlas.
Aquella fue una de las semanas más ajetreadas que había tenido desde el primer periodo de exámenes, pero le reconfortaba saber que valdría la pena.
Sus dulces favoritos, unos coloridos y perfumados en forma de corazón, eran desconocidos en cada uno de los almacenes en los que consideró que podía encontrarlos. Cuando ya estaba a punto de darse por vencido, encontró un puesto en el borde de la calle en el que vio un montón de cestas de mimbre apiladas, y por casualidad reparó en el producto mientras lo vaciaban hacia otro recipiente. No dudó en comprar dos tantos.
El segundo presente consistía en una caja repleta de rosas azules, que habían sido alteradas con un invento cuya propiedad intelectual recaía en manos de quien menos hubiera deseado. Dicha sustancia formaba parte de una serie de experimentos que Hange estaba desarrollando por su cuenta, y que todavía no llegaban a la fase de las pruebas experimentales.
Logró disipar sus dudas en cuanto a utilizarla tras recordarle que nadie sabría del origen de las flores, a excepción de ellos dos, y que era muy probable que Kiomy las dejara en casa. Además, para tecnicismos propios de la química, solo había una experta; aun si les preguntaran a ellos, serían incapaces de brindar una contestación satisfactoria.
Hange se burlaba al revivir la ocasión en la que Levi le había ordenado no acostumbrarse a que le pidiera ayuda. «Cómo cambian las cosas de un día para otro, ¿no lo crees, enano?», solía comentar en un tono juguetón. Él no caía en sus provocaciones, solo le pedía que se callara y que continuara con lo suyo.
Le restaba elaborar una especie de nota o carta, como sea que ella prefiriera llamarla, daba lo mismo. Se dedicaría a redactarla la noche anterior al viaje, tal vez así encontraría la inspiración forzada por la premura del tiempo.
No obstante, no podía dejar de preocuparse acerca de lo que ella pudiera pensar respecto al contenido. «No te estoy pidiendo que salgamos, solo que me acompañes en el evento», era su mejor respuesta a la interrogante que no tardaría en formularse en cuanto la leyera, aunque no le parecía suficiente como para calmar su sed de curiosidad.
La última parada de su recorrido de aquel día fue en el supermercado, pues necesitaba conseguir provisiones. Había acordado con Kiomy que, cada que fueran a surtirse, le llevarían al otro una cantidad razonable de las barras que se habían posicionado como las favoritas de ambos. De este modo, sus reservas nunca se agotarían. Era la única ventaja que había encontrado tras haberle contagiado aquel gusto que se le convirtió en una adicción.
Al adentrarse en el pasillo, se le vino a la mente un recuerdo desagradable, que hizo que sintiera amargura en el paladar. Se encontró con una cabellera rubia, a la que observó con una displicencia aún más ostensible que la que le dirigía al resto de las personas.
Le fastidiaba en sobremanera tener que encontrárselo. Antes de que este lo notara, él ya se había alejado por completo. Fue entonces que tuvo una idea que podría compensar la falta de información a largo plazo a la que se estaba enfrentando.
Unos minutos más tarde, Levi divisó a su objetivo detrás del edificio, cerca de la puerta de acceso para empleados de la tienda. Reparó en que una de sus manos hurgaba en la mochila, donde supuso guardaba sus escasas pertenencias.
La frecuencia con la que alzaba la vista, como si se estuviera cuidando de que nadie lo vigilara desde las sombras, le pareció motivo de conjeturas. Pensó que era bastante ingenuo, ya que él estaba ahí desde hacía rato y ni siquiera se había inmutado.
El espectro de la lámpara amarillenta apenas si le permitía distinguirlo, lo cual resultaría ventajoso para acortar la distancia sin causar algarabía. No iba darle la oportunidad de huir, así que se fue acercando gradualmente.
Él era tan silencioso que incluso se podía escuchar un alfiler cayendo a medida que daba un paso.
—Debes cargar contigo algún objeto muy valioso como para cuidarlo de esa manera —comentó con firmeza, buscando iniciar la conversación.
El chico palideció en el acto. Dejó lo que estaba haciendo y apuntó hacia el sitio en el que había escuchado aquella voz impostada. Ya se imaginaba el motivo de su visita.
—Ah, eres tú. ¿Qué quieres? —preguntó con desinterés, aunque por dentro estaba muerto del miedo. Su corazón latía a una velocidad impresionante.
—Pasaba por aquí y pensé en hacerte unas cuantas preguntas.
Así de directo se le consideraba. Para algunos podía resultar tosco, pero a él ya le daba lo mismo.
—¿Qué? ¿Eres detective o algo así? —El pelinegro no respondió, su expresión se mantuvo impasible—. Eso pensé. Yo no tengo nada qué hablar contigo. No debo intervenir a menos que su vida peligre. Es nuestro acuerdo.
Al oír el posesivo «nuestro», apretó los dientes. Se retrajo de decir lo primero que pensó. Un rechinido dental lo devolvió a sus cabales.
—¿Qué te hace creer que estoy aquí por ella? —Su tono de voz evidenció la curiosidad que lo embargaba.
—¿Y por qué otra razón sería?
Quizá no creyó que llegaría tan lejos, o lo había tomado desprevenido ya que no supo cómo responder a aquella peculiar interrogante.
—Yo... Solo quería saber desde cuándo son amigos.
—¿Y eso como para qué?
—No te incumbe.
Recordó que había empleado la misma amenaza con Hange y, que al tratarse de dos personas diferentes, el resultado podría variar.
—Lo siento, tuve un día duro y no me encuentro de humor para soportar que un desconocido me venga a dar órdenes. Busca alguien más con quien desquitar tu coraje por no ser correspondido. —Extendió las manos en un ademán indicativo—. Bienvenido a mi mundo.
—Que conste que te lo pedí de buena manera.
Ante su falta de cooperación, Levi se apresuró a tomarlo de la camisa para empujarlo contra la pared. Colt quedó aturdido por un instante, en el que trató de nivelar el aire que entraba a sus pulmones.
—No cabe duda que Kiomy va de mal en peor —tosió—, primero ese imbécil y ahora tú. Me pregunto qué les encuentra de bueno.
Aquella declaración funcionó como la respuesta de un detector de metales. Se sintió afortunado por la imprudencia de Colt, quien le había dado la clave que tanta falta le hacía.
—¿A qué imbécil te refieres? —Reafirmó el agarre.
—Un pedazo de mierda que le jodió la vida durante toda la preparatoria. No vale la pena hablar de él.
Colt intentó retirarse la mano de Levi mediante un apretón en la muñeca. Sin embargo, no lo logró, y se sorprendió de la fuerza que irradiaba el pelinegro. Se preguntó de dónde la había sacado, tomando en cuenta que era mucho más bajo que él y que su complexión no era tan intimidante como su mirada.
—¿Por qué lo dices? —insistió Levi.
—¿No me escuchaste? Fue todo un dolor de cabeza para ella.
—¿Qué sabes acerca de él?
Cruzaron miradas de advertencia en el vacío, hasta que por fin se dignó a soltarlo.
—Nada que deba discutir contigo. Aguarda un segundo... ¿Pretendes analizar a la competencia? —ironizó—. Pierdes tu tiempo.
Se le formó un mohín de burla con el que logró mitigar sus preocupaciones bien infundadas.
—No es eso. —«O tal vez sí», pensó. Jamás lo declararía—. Como sea, tu posición puede ser de ayuda.
—¿Y por qué piensas que voy a ayudarte?
—No lo hagas por mí, sino por ella. —Aunque se había puesto a la defensiva, logró captar el entero de su atención antes de añadir—: Eres su amigo, ¿no? Infiero que la conoces mejor que yo.
—Me gustaría pensar que eso es cierto. Pero hay cosas que jamás le cuenta a nadie. No me extrañaría que... —Clavó la mirada en el suelo por unos segundos y sacudió la cabeza en señal de negación—. Olvídalo. Si no te importa, quisiera llegar a casa con algo de luz de día.
—Escucha, escoria —continuó hablando con hostilidad—. No vine aquí para perder el tiempo, así que por tu bien, espero que respondas con la verdad. No me andaré con contemplaciones la próxima vez.
Colt no cedió ante su intento de hacerlo enfadar. A modo de respuesta, desvió la mirada hacia un punto indefinido delante de él.
—No sabes cuántas veces he escuchado esa frase por estos rumbos. Conozco a los de tu tipo. Son como perros que ladran, pero hasta ahora no he sufrido la mordida. Ojalá que Kiomy nunca se fije en ti, no la mereces —señaló con desprecio.
Se subió a la bicicleta y emprendió la huida. Creyó que podría abandonar la escena sin problemas, pero cometió un error al calcular la cercanía con el inconveniente, quien era más rápido de lo que se imaginó. Para cuando tomó consciencia de ello, Levi ya había interceptado el manubrio y, sacudiéndolo con fuerza, consiguió que perdiera el equilibrio.
La mochila terminó en el suelo, y el contenido, desperdigado. No era nada importante, a simple vista. El uniforme característico, un celular de alta gama —inusual para alguien que trabajaba como dependiente de una tienda de ese tipo— pegado a unos auriculares modernos, una botella de agua vacía y restos de papeles y aluminio arrugados en forma de pelota.
Un poco más lejos, una pequeña caja metálica captó su interés debido al reflejo que emitió bajo el último rayo de luminosidad.
Cuando se agachó para recogerla, alcanzó a leer un mensaje familiar en la tapa, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Abrió los ojos con extrañeza y lo repasó unas cuantas veces para asegurarse de que estaba leyendo correctamente.
La posibilidad era remota, mas no imposible. No entendía cómo habían llegado a sus manos ni lo que pretendía hacer con ellos, pero en el interior encontró varios frascos de la misma sustancia que él obtenía como contribución a su valioso trabajo.
Le hice infinidad de cambios a este capítulo hasta que se deformó. El l título original ya no me pareció el correcto, pero como suele suceder a veces, encontré inspiración en un fragmento de la historia, y no podría estar más conforme con el resultado🤭.
También comprobé el motivo por el que decidí no utilizar la narrativa en tercera persona. En esta ocasión lo estimé necesario, hay cosas de las que la protagonista no se da cuenta y son esenciales para el desarrollo.
Ya casi termina la primera parte, y en serio estoy muy feliz de que hayan llegado hasta aquí💙.
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