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III: No toques la pantalla

Antes de darse cuenta cayó contra el suelo.

Las arenas azul rey había comenzado a comerse su cuerpo y a tragarse la televisión de forma que Auron se aferró con todas sus fuerzas a esta caja gritando su nombre una y otra vez hasta que todo se volvió negro y sólo pudo saborear lo salado de esta.

Casi se ahoga.

Al menos ahora está el sol sobre su cabeza.

Fuertes rayos le impiden seguir "durmiendo" sobre lo que reconoce como césped. Se escuchan pollos cerca de él, y el recuerdo del sitio aún es muy borroso como para reconocer la estructura de la aldea cercana.

No tiene ni puta idea de dónde está.

— Estoy demasiado viejo y cachondo como para estar así sobre el suelo.

Al menos su humor estaba intacto. ¿Dónde habrá dejado la televisión vieja? Es importante, ahora que está lejos de las arenas del tiempo y no está perdido por ahí recuerda lo que le dijo la madre tiempo atrás cuando llegó.

"No toques las pantallas. No. ¡Tampoco toques mi carruaje!"

— Vieja chota, nada se puede tocar ahora.

Sacude la tierra y la hierba de su ropa lamentando que su querida sudadera esté sucia, con lo que cuesta sacar las manchas del blanco de la tela. Al menos tiene más de estas en casa.

¿Casa?

— ¿Auron?

La voz la reconoce en el mismo segundo en que se voltea en su dirección: cabello rubio, casi blanco con raíces castañas, una sudadera blanca y desaliñada, además de una caja entre sus manos que claramente no podía ser algo legal.

¿Por qué sabe esto?

— Rubius, ¿Qué llevas ahí? —Es lo primero que pregunta, antes de siquiera decir buenos días o tardes.

La verdad es que no tiene ni idea de qué hora es.

— Nada. — Claramente hay un punto final en esa respuesta, uno que no desea continuar con el tema.

Rubius trata de darse media vuelta pero a lo lejos puede reconocer a Alexby en dirección a casa de Luzu, y eso es peor. Si le ve Luzu definitivamente se meterá en problemas y se va a enterar Vegetta.

— Huele a que alguien te va a regañar cuando lo sepa —la sonrisa de medio lado cuando dice aquello y el pánico en el rostro de Rubius cuando vuelve a mirarlo a los ojos le divierte.

— ¡Come pito Auron!

— ¡Si tiene que ser el tuyo me muero de hambre!

Rubius esconde la caja en su inventario y saca la espada para reclamarle como corresponde, y callar así la risa demasiado alta de Auron.

— ¡Eh, espera, calvo!

— Ven aquí Auron, ¡Qué no está tu novio para salvarte!

"¿Ha dicho novio?" Piensa Auron en un segundo pero debe primero esquivar el espadazo que se viene hacia él.

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