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『 26 』





Sentía tanto dolor recorriendo mi cuerpo y me daba tanto miedo abrir los ojos y descubrir que seguía en aquel cuarto con Nott a un lado.

Quería olvidarlo todo, sin embargo, me obligué a abrir los ojos y enfrentar la realidad. Sea cual sea en ese momento. Tuve que parpadear varias veces hasta acostumbrarme a la luz, había luz, luz del sol.

Sonreí al mismo tiempo que unas lágrimas caían por las comisuras de mis ojos ante la emoción de saber que no estaba en ese horrible cuarto.

Sentí una conocida calidez en mi mano y pronto me di cuenta que George la tomaba con ligera fuerza mientras su cabeza descansaba sobre la cama.

Me moví un poco y acaricié con suavidad su cabello, de inmediato él se levantó muy alarmado. Sonreí un poco cuando lo miré a los ojos y las lágrimas cayeron con mayor intensidad.

Los ojos de George también se llenaron de lágrimas y me abrazó con cuidado. Me permití llorar con libertad, me había contenido tanto que ahora necesitaba liberarme.

Mi pelirrojo no me soltó en ningún momento y me dejó llorar durante un largo rato mientras yo me aferraba a él como si mi vida dependiera de ello.

Cuando me sentí mejor, nos separamos y volví a mirarlo a los ojos. Había logrado sentarme, pero realmente me dolía todo el cuerpo. Principalmente la cara.

Me tomó de las mejillas con gran suavidad, sus ojos estaban rojos y lentamente se llenaron de lágrimas que se deslizaron en silencio.

—Perdóname, Ivette —fue lo primero que dijo y rápidamente negué— no debí dejarte sola, debí quedarme contigo y nada de esto hubiera pasado. Creí... lo peor. Si no me hubiera ido... todo esto es mi culpa.

Dejó salir un sollozo y sentí que el corazón se me estrujaba dentro del pecho. Lo tomé de las mejillas y le dediqué una corta sonrisa.

—Nada de esto fue tu culpa, George. Ni tuya ni mia.

Besé sus labios con necesidad, lo había extrañado tanto.

—Te amo, Ivette —susurró.

—Y yo a ti, George.

Nos quedamos un momento en silencio con nuestras frentes unidas y los ojos cerrados.

—Le diré a mamá que despertaste.

—Espera —me miró— ¿qué fue lo que pasó?

Se notaba preocupado, supongo que no quería que llegara esa pregunta tan pronto. Suspiró y lo pensó por un momento. Se alejó un poco mientras pasaba sus manos por su cabello.

—Fue papá quien te encontró desmayada afuera de la casa, era arriesgado que te llevaran a San Mungo ya que... bueno... no asististe al colegio y tus padres no tienen ni idea de dónde estás, te buscan aunque ya que eres una Goyle no están tan preocupados por ti. Ahora mismo buscan a los nacidos de muggles y mestizos —se quedó en silencio un momento y su mirada se quedó perdida en algún punto— cuando regresé luego de todo el lío en la boda... no te encontraba por ningún lado y comencé a entrar en desesperación. Te busqué en todos los lugares que se me ocurrieron, incluso fui a tu casa, pero nada. La desesperación me consumía y cuando pasaron dos semanas... sentí que perdía la cabeza —tomó con fuerza mis manos— papá logró quitarte el anillo, tenía algunos maleficios, pero le fue bastante sencillo.

Miré mis manos, era cierto que ya no estaba aquel anillo.

—George —susurré.

—Mamá curó tus heridas, estuviste dormida toda una semana aunque a veces despertabas en las noches y gritabas. Cuando papá llamó diciendo que... que estabas aquí, me sentí aliviado pero en cuanto te vi... llena de sangre y con golpes...—

Puse una mano en su mejilla, todos sus músculos se habían tensado.

—Kingsley encontró a Nott en su casa. Parece que siempre estuviste allí, en un cuarto secreto. Lo encontró agonizando en el suelo, lleno de sangre. Kigsley lo tiene bajo custodia ya que... bueno... los mortífagos controlan el ministerio y el padre de Nott es uno, lo llevaron a la MACUSA para que no causara más problemas.

Sentí que volvía a respirar.

—Me alegra estar de vuelta contigo —hablé en voz baja— fue horrible... George, tenía tanto miedo.

Me arrojé a sus brazos y él me aceptó con gusto. No quería separarme de él nunca más.

Más tarde, llegaron los padres de George a quienes no paraba de agradecerles por haberme ayudado y horas después llegó Fred, quien había estado atendiendo la tienda.

Ambos hermanos estuvieron intentando hacerme reír el resto del día, pero yo no iba a poder descansar si no les contaba lo que había pasado.

Ambos me escucharon con atención, pero podía ver el enojo en los ojos de George, enojo hacia él mismo.

Al menos, Molly dejó a George dormir en la misma cama que yo y sólo así pude volver a descansar.

Abrazada a mi pelirrojo, segura y tranquila.

▪︎▪︎▪︎

Permanecí sólo un par de días más en la Madriguera y luego regresé a la tienda junto a George.

Todo volvía a ser relativamente normal, habían marcas que jamás se borrarían pero que poco a poco lograría superar.

Eran finales de enero cuando estábamos los tres cenando en la Madriguera, había decidido no volver al colegio, al menos no ese año y esconderme.

Aunque no podrían hacerme mucho, ya que sólo le estaban dando caza a los mestizos y a los hijos de muggles.

Estábamos en la sala tomando el té cuando George se puso de pie.

—¿Puedes venir conmigo un momento?— me preguntó— hay algo que te quiero decir.

Lo miré con el ceño fruncido, ligeramente preocupada pero aún así asentí y me puse de pie mientras lo tomaba de la mano.

Caminamos hasta afuera, era de noche y el cielo estaba lleno de estrellas, la mitad de la luna resplandecía sobre nosotros. Hacía algo de frío ya que se había anunciado una nevada para dentro de dos días.

George me tomó de las manos y me miró con seriedad, lo cual, no era para nada común en él.

—¿Está todo bien, George?

Él me miraba fijamente sin cambiar de expresión y tomando mis manos aún con fuerza.

—Ivette... yo sé que soy sólo un pobre chico que conociste por accidente. Pero el hecho de que te cruzaras en mi camino fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

Dejé salir un poco de aire. El viento golpeaba mi rostro, pero no sentía ni un poco de frío en ese momento.

—George...—

—Te amo, Ivy —me interrumpió— más de lo que te puedes imaginar. Tal vez nunca podré darte un collar de diamantes o un anillo de piedras preciosas pero sí te puedo dar todo mi amor incondicional, sin importar nada —sonrió un poco— Aún recuerdo la primera vez que te vi en la carroza, tan tímida y asustada... repetiría una y mil veces el primer día que te vi, porque fue el mejor de mi vida.

La emoción llegó a mi y una gran electricidad me recorrió de pies a cabeza.

Se arrodilló frente a mi y soltó una de mis manos. Sacó un anillo del interior de su saco y me sonrió.

—¿Te casarías conmigo, Ivette?

Me arrojé contra él y los dos caímos al pasto, tomé sus mejillas entre mis manos. Tuve que ahogar un grito de emoción.

—Por supuesto que si —sin pensarlo más, lo besé.

Cuando nos separamos permanecí sentada sobre su regazo, él tomó mi mano con suavidad y deslizó el anillo por mi dedo anular.

Por primera vez no deseaba arrancarme el anillo del dedo.

Besó mi mano y me miró con una sonrisa. Sus ojos brillaban cual estrellas y era más que hermoso.

—Te amo, George.

No esperé a que dijera nada cuando volví a besarlo como si mi vida dependiera de ello. Estaba junto al amor de mi vida y nada me lo quitaría. Absolutamente nada.

Tal vez aún era bastante joven y tonta, pero no dudaba en que quería pasar el resto de mi vida junto a este hombre. Después de todo lo que viví, sólo deseo ser feliz.






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