『 21 』
Habían pasado algunas semanas, tal vez uno o dos meses. Mi relación con George era de lo mejor, teníamos nuestras altas y bajas pero tratábamos de siempre resolver nuestras peleas. Había algunas cosas en las que no estábamos de acuerdo y aunque yo no era tan terca como él, no siempre estaba dispuesta a darle la razón. Sin embargo, al final del día arreglábamos todo.
Y fue poco a poco que me uní a más personas además de George. La mayoría amigos y familia de él, ya que por mi parte no tenía a nadie. Fred era uno de ellos, Harry, Ron y Hermione también. Me sorprendí cuando fuimos a una reunión en la casa Weasley y me encontré con el profesor Remus Lupin, quien al parecer estaba casado con una chica llamada Nymphadora. También apareció el profesor Moody y muchas más personas que en realidad no conocía de antes.
Y todos eran miembros de la Orden del Fénix. Organización a la que no dude en unirme, aunque a regañadientes de George. Quería ser parte importante de algo y está precia ser mi oportunidad perfecta. No quería ser la misma de antes.
Quería tomar un camino diferente al que me mostraron toda la vida.
Fue así que todos nos reunimos un día en la Madriguera. Me habían explicado más o menos el plan para rescatar a Potter y aunque me ofrecí como voluntaria para ir, George se opuso de inmediato y casi me rogó por que me quedara en casa con su madre y su hermana.
No quise llevarle la contra, pues sabía que era una misión en extremo peligrosa y aunque ya había cumplido los diecisiete, no era muy buena para pelear, era mejor no causarles molestias con mi torpeza pues sólo sería peso muerto.
Caminaba de un lado a otro por toda la sala mientras mordía nerviosamente la uña de mi dedo pulgar.
No quería pensar nada malo, pero en estas situaciones a mi cerebro le gusta jugar conmigo.
—Tranquila, ellos estarán bien —me había dicho Ginny Weasley con cierta gentileza.
Intenté sonreír y asentí.
—George es lo único que tengo —le dije con un hilo de voz— si le pasa algo... si él, si le pasa algo, yo no podré seguir sola.
—Ven, mis hermanos dicen que preparas unos pancakes deliciosos. Podemos hacer algunos mientras vuelven.
Asentí velozmente y caminé junto a ella hasta la cocina, donde Molly también estaba y miraba fijamente por la ventana.
Todas estábamos más que nerviosas pero debíamos relajarnos. Todo estaría bien. Debía creerlo para mantenernos cuerdas.
Casi había olvidado la situación pues Ginny y yo reíamos como si fuéramos las mejores amigas de hace años, incluso la señora Weasley sonreía mientras nos miraba.
Pero el pánico regresó a nosotras cuando escuchamos algo afuera. Las tres salimos a mirar y vimos a Harry y Hagrid.
Abracé mis brazos preocupada, se supone que debían haber llegado hace tiempo.
—¡Ayuda! —escuché de pronto la voz del profesor Lupin.
Me llevé las manos a la boca al ver a George casi inconsciente, sostenido gracias al profesor.
Corrí a ambos hombres y tomé el otro brazo de George para llevarlo adentro. No logré escuchar nada más.
Lo dejamos caer en el sillón, la señora Weasley estaba preocupada y rápidamente fue en busca de su botiquín.
—George —mi voz salió en un sollozo— cariño, no te quedes dormido.
Lo tomé de las mejillas con suavidad y dejé un beso en sus labios. Molly se acercó rápidamente para curarlo y me alejé un poco pero sentí la mano de mi novio tomar la mía con fuerza para que no me alejara.
Molly me sonrió un poco.
—Él estará bien —dijo sin dejar de curar a su hijo. Podía notar las lágrimas acumuladas en sus ojos.
Limpié mis lágrimas con mi mano libre y luego con ambas manos tomé la de George y le di un suave beso.
La pelirroja mayor se levantó y yo me acerqué más a él, comencé a acariciar con suavidad su cabello sin dejar de tomar su mano.
Pronto llegaron Arthur y Fred. Los miré y me hice a un lado cuando Fred se colocó junto a mi para ver a su gemelo. Estaba verdaderamente aterrado pero se relajó al darse cuenta de que su gemelo aún estaba vivo.
—¿Cómo te sientes, Georgie? —habló Fred con suavidad.
—Como queso— murmuró. No pude evitar sonreír.
—¿Cómo?— volvió a preguntar Fred, esta vez con el ceño fruncido.
—Queso, como queso— balbuceó— tengo agujeros, Fred— señaló su oreja con una sonrisa— ¿entiendes?
—Hay un mundo de humor en orejas y tenías que decir "como queso"—se burló Fred— das vergüenza.
—Sigo siendo más guapo que tu, ¿no es cierto, Ivy?
Sonreí mientras un par de lágrimas bajaban por mis mejillas.
—Siempre serás el más guapo— logré decir sin que mi voz se quebrara.
Me concentré únicamente en George e ignoré la conversación que llevaban los demás.
Cuando la mayoría se marcharon y quedamos sólo nosotros en la sala, George seguía tomando mi mano con fuerza, como si temiera que me marchara. Aunque no lo haría de ninguna forma.
—Me alegro que estés bien —susurré mientras acariciaba su cabeza.
—Perdí una oreja —lo dijo como si de alguna manera eso hiciera que lo dejara de querer o algo por estilo.
—Creo que te hace lucir más sexy eso.
Él dejó salir una risa, aunque se quejó por el dolor. Yo lo mire preocupada pues no quería que se hiciera más daño. Ahora mismo debía descansar.
—Sé que soy sexy, pero me gusta que tu me lo digas.
Le sonreí pero mi vista estaba borrosa a causa de las lágrimas. No me gustaba verlo de esa manera.
—Debo limpiarte la sangre seca, iré por algunas cosas.
Me puse de pie pero no logré avanzar, George me tomó con mayor fuerza.
—No quiero que te vayas —sentí su mano temblar y el corazón se me encogió en el pecho.
Lo miré un momento y le dirigí una sonrisa.
—No tardaré, lo prometo —no me soltó— te traeré pancakes. No me alejaré más de tres metros.
Lo pensó por un momento y finalmente soltó mi mano pero me siguió mirando con ojos de cachorro abandonado.
Rápidamente fui en busca de lo necesario, un bowl con agua, una esponja, algunas vendas y los pancakes.
Miré algunas plantas que estaban en la cocina.
—Señora Weasley, ¿le molesta si tomo un par de estas hojas? —pregunté a la mujer que estaba en la mesa— son curativas y le servirán a George.
La mujer me sonrió con ternura.
—Claro, cariño, toma las que quieras. Muchas gracias.
Rápidamente regresé junto a George.
—Tardaste mucho —se quejó.
—Lo siento —le sonreí— ¿primero quieres comer o que te limpie la cabeza?
—¿Los dos a la vez?
—Te dejaré comer si prometes no moverte mientras limpio.
—Prometo intentarlo.
Mientras él comía, yo limpiaba su herida. Tenía cuidado de no lastimarlo, pero de vez en cuando soltaba algunos quejidos. Tardé bastante, pero al final logré hacerle un vendado decente.
—Listo, pronto estarás como nuevo.
—Gracias, Ivy.
Sus ojos se comenzaban a cerrar y yo comencé a acariciar su cabello y mejilla para que se relajara.
—Está bien, George. Descansa.
En unos minutos, dejó de tomar mi mano con fuerza y sus respiraciones comenzaron a ser más suaves.
Yo permanecí allí, sentada en el suelo y recargada en el borde del sofá sin dejar de acariciar su cabello y tomar su mano.
En algún momento, el sueño se apoderó también de mi.
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