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9

Por interminables cuatro semanas había pensado en aquel chico rubio del bar.

Siendo la más afortunada de las tres esa madrugada de sábado, no había logrado sacarme de la cabeza a ese muchacho.

Sin dar demasiado detalle, mis amigas sabían que la cosa había pasado a mayores y que era probable que mis lamentaciones se extendieran mucho más de lo previsto; yo no me acostaba con cualquiera.

¿O sí?

Sintiendo malestar por su situación sentimental, por haber tenido sexo con un flaco comprometido, no me daba la oportunidad de ver que simplemente había sido un tipo del montón y que debía ser el primero de una larga lista de candidatos para sacar de mis sábanas al atolondrado de mi ex.

— Dale, boluda, fue una noche nomás. ¿Tanto te partió la cabeza? — Érika desestimaba mi desconcierto no resuelto.

— No sé. Vas más allá de haber pasado una noche de sexo. Conectamos...distinto — soné como colegiala.

— Tenés 35 años, ¿todavía creés en el príncipe azul? — mi amiga nuevamente me dio una buena cachetada de realidad.

— No, y menos cuando ese príncipe ya tiene princesa — aclaré — ...pero bueh, ya se me va a pasar. Pero me siento extraña...— fruncí la cara para cuando el bullicio en el comedor de empleados se silenció de golpe.

— Parece que va a entrar un pibe nuevo a la comisión evaluadora —susurró Nené, la secretaria de Graff, quien tomó asiento frente a nosotras dos, comentando en tono de infidencia.

Pestañeé preocupada, ya que que yo era una de los cuatro contadores que solía realizar auditorías y no había sido informada de un cambio de personal.

Una gota de sudor helado recorrió mi espalda. Ni el aire acondicionado puesto a 18 grados allí dentro era capaz de calmar mi nerviosismo.

— ¿Comisión evaluadora? —desencajado, Carlos "Chichilo" Maturdei, se acercó a nuestra mesa apenas escuchó el chisme fresco —. Pero si en la comisión estamos Martina, Patricio, Magali — me señaló — y yo. ¿O eso significa que...? — cundió en pánico.

Inmediatamente, todos nos miramos pensando en quién sería el próximo en irse.

Mi corazón latió con fiereza. Todos teníamos como mínimo diez años de experiencia dentro del equipo y pensar en un posible desmembramiento, nos sacudió de golpe.

Ninguno tenía la certeza de nada.

— Pará...quizás viene a sumar, no a restar — expresó Martina Herrero detrás de sus gafas gruesas y su cabello lacio y canoso. Su aspecto hippie mucho distaba de su seriedad y comportamiento estricto al momento de trabajar.

— Estos pendejos nuevitos se creen que se llevan el mundo por delante. Yo los conozco bien — con desdén, Carlos continuaba avivando el fuego —. Este pibito debe ser un acomodado y el pelotudo de Graff se dejó enroscar por el piripi pi de estos novatos —hizo alusión a nuestro jefe y su debilidad por los posgrados en Europa y maestrías en EEUU.

Yo inspiré y exhalé profundo, frotando mis manos.

Lo cierto es que todo era pura conjetura; como así también que yo, con 35 años, era la más joven del departamento y la que menos disponibilidad tenía para viajar al interior del país si una auditoría así lo requería, y no solo eso: yo había entrado aquí gracias a que mi hermana Mercedes, era amiga de una de las sobrinas de Graff, dueño de la compañía.

— Hay que esperar un poco más — suspiré nerviosa y expectante, pensando en el próximo mes del año ya era diciembre y me encontraba con muchas cuentas por pagar y regalos que comprar.

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