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— Estoy cargando nafta. Dejaste el tanque casi sin reserva —María Clara me hizo saber que estaba en camino —. Espero que la ruta esté despejada, odio a los domingueros en plena semana —sonrió y pensar en Mar del Plata como un destino para una nueva oportunidad con ella, me alegró lo que quedaba del día.
Tranquilo tras su llamado, me dispuse a planear la noche: comida en la habitación, un rico champagne, alguna vela y flores.
Debía portarme bien, aunque de seguro, ella sospecharía de mi conducta a lo cual respondería con un "te merecés que cambie".
Y era cierto: ella no merecía que la engañe ni que estuviera pensando en otra mujer. Aunque me costara olvidar a Magali, aunque verla diariamente sería una tortura, era cuestión de reencontrarme con mi esposa y ser una pareja sin mentiras ni reproches de por medio.
Ordenando mi valija y la documentación entregada por Acosta, recordé que necesitaba de unos archivos importantes que había prometido leer y editar, para enviarle el contrato a este nuevo cliente.
Rasqué mi cabeza pensando en cómo hacerme de esa información...hasta que se me ocurrió una idea válida, pero que distaba de ser la mejor.
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Yendo al centro marplatense en coche, le compré una caja de conitos de dulce de leche, sus preferidos, ya que supuse que a Magali no le haría ninguna gracia darle un obsequio a mi esposa.
Envolviéndolo con más pompa de lo habitual, la chica del negocio fue recompensada con una propina extra por semejante moño dorado y bolsa tan bella.
Clara estaría feliz y eso, me reconfortaba.
Ansioso más de la cuenta, caminé por el parque trasero del hotel viendo a numerosas familias meterse en la piscina olímpica, algunos en el sauna y otros, reservando turnos para darse masajes relajantes.
Yo necesitaría de uno, sin dudas.
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