69
Con las estrellas centelleantes sobre nuestras cabezas, comenzamos a caminar por la playa. Algunas parejas ya comenzaban con el ritual de guardar sus cosas en tanto que otros, aún juntaban caracoles aprovechando la poca luz que quedaba.
A la par uno del otro, respirábamos el aroma a verano; sujetando mis sandalias con la mano, con la pollera acampanada de flores imitando la curvatura del viento, avanzaba a su lado. En silencio.
Astor se había arremangado sus jeans y como yo, caminaba descalzo.
La arena tibia era agradable. Por momentos, la espuma del agua abrazaba nuestros pies y nos alentaba a continuar con rumbo desconocido.
— ¿A veces no tenés ganas de ser otra persona? ¿De jugar a que tenés otro nombre y te dedicás a otra profesión?
— Lo pensaba antes, cuando no tenía un hijo que dependiera de mí y al que le tengo que demostrar compostura — sonreí a desgano; muchas veces había soñado con volar lejos de mi vida normal para ser otra.
— Cumplir con mandatos es pesado.
— No todos se animan a romper reglas.
Astor se señaló graciosamente
— Heme aquí, cuarta generación de abogados carroñeros. Tercera generación con postgrados en EEUU — gritó hacia la costa, donde su voz se perdió en esa línea dorada y el mar bravo—. ¿Y todo esto para qué me sirvió? ¡Para crecer en una cuna de oro que no me preparo para el mundo real!
Regresando a mi lado, pude ver su consternación.
— En esos casos supongo que lo mejor es aprovechar las oportunidades.
— Y créeme que lo hice. Pero nada de eso me hizo feliz. O al menos, no lo soy ahora.
— ¿Y qué cosa te haría feliz en este momento? — me detuve a preguntar, luchando con mis pelos alborotados
Astor avanzó sobre mí y soltando su calzado sobre la arena, me propinó un beso de película. Con la respiración agitada, sus manos arrastraron mi falda, levantándola en torno a mi culo.
— Astor ...hay gente...—a media lengua, encendida, liberé junto a un jadeo.
— No hay nadie — señaló, con desafiante razón.
Correteando por la playa, nos escondimos detrás de una alta formación rocosa cerca de un muelle.
Recorriendo mi cuello con su lengua y mis confines femeninos con los dedos de su mano, me fue imposible no retorcerme de placer. Ahogando mis gritos en su hombro, clavando mis dientes sobre él, unas lágrimas emocionales cayeron imprevistamente desde mis ojos.
¿Lágrimas de dicha? ¿De remordimiento? ¿De arrepentimiento? Lágrimas de todo y de nada de eso.
De a poco, una oleada caliente y no de mar, atravesó mi cuerpo de punta a punta. La estrepitosa sensación del orgasmo era satisfactoria, voraz...y denigrante.
A cada convulsión interna le seguía un reproche mental; no correspondía continuar con esta aventura con gusto a poco, ya no éramos unos torpes adolescentes sino dos personas adultas capaces de lastimar a muchas otras.
Tragando el último gemido, explotando internamente de un agridulce placer, aparté su cuerpo del mío con algo de brusquedad y como pude, subí mi ropa interior.
Astor lucía desencajado. Duro, podía notar su abultada entrepierna.
— No más, Astor. No más...— y a trompicones comencé a caminar por la playa, sin dejar de llorar.
Como buena contadora, sabía que tenía más saldo perdedor que ganador.
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