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Fresco como lechuga.
Radiante, Astor se unía a la mesa en la que yo ya estaba desayunando.
— Buen día — sin beso sino tan solo un saludo de palabra, tomó asiento frente a mí.
— Buenos días. ¿Cómo descansaste?
— Muy bien. Soñé con los angelitos y todo — fue gracioso. Su rostro no estaba ojeroso ni lucía tan pálido como siempre.
— Me alegro. ¿Querés café, medialunas...? — para cuando quise ponerme de pie, me detuvo.
— ¿Qué hacés?
— Te iba a alcanzar algo para comer...
— De ningún modo. Tengo pies y manos. Viví muchos años solo así que aprendí a valerme por mí mismo — guiñando su ojo se retiró hacia la extensa mesa del desayuno y yo, me deleité con su andar tan particular. Distaba de ser un modelo de pasarela convencional, de esos que caminaban como estacas y con rostro contrariado, pero de todos modos estaba como para comérselo entre dos pancitos.
El chico bien podía ser el hermano perdido de Ken, el novio muñeco de Barbie y aunque yo siempre había estado lejos de los "carilindos" de rasgos armoniosos, éste era la excepción a la regla.
Apoyando mi quijada sobre la mano suspiré con la ilusión de mordisquearle sus nalgas una vez más ...quizás, en alguna otra vida.
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Arturo Becky se jactaba de tener mucha experiencia en la empresa de Peters y Arismendi.
Verborrágico, hasta soberbio por momentos en sus comentarios, no dejaba de hablar de él mismo y de los posibles desvíos de activos de la empresa de la que formaba parte.
Sin embargo, Astor lo interrumpía a menudo. Su vicio de abogado lo hacía caer en la repregunta una y otra vez, generando un clima picante y atractivo.
Sin embargo, el viejo bigotón no era un pelele. Su discurso era muy firme y no vacilaba en ningún momento.
Alejándome de las palabras y acercándome a los números, cerramos, más rápido de lo previsto, la primera etapa de la auditoría.
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