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— Gracias. Me pegaron fuerte está vez. Quizás no los necesitaba tanto— bebí mucha agua de golpe. Parpadeé recuperando la conciencia.
— ¿Qué mierda tomás? — Magali giró el frasco leyendo la droga de la etiqueta.
— Son miorrelajantes. Me ayudan a descansar. Valium —resoplé. Era la primera vez que tomaba un poquito más de lo indicado por Ballestra.
— ¿Con un té de tilo no te basta? — algo acongojada, preguntó. Su labio inferior temblaba. Lo quise morder —. ¡Me asusté! Pensé que te había pasado algo...— sollozó al borde del colchón.
Lejos de reírme o mofarme de su preocupación, me aproximé a su posición y en cuclillas, acuné su rostro entristecido entre mis manos.
— Gracias. Hace mucho que no se preocupan así por mí —le corrí un mechón de cabello de la cara para colocárselo detrás de la oreja.
— Creí que te habías pasado de rosca y....
— Cuando duermo soy un tronco. Deberías saberlo — elevé una ceja haciendo alusión a las noches que habíamos pasado juntos y a mis probables ronquidos.
Clara siempre mencionaba que debía comprarme esas banditas para pegarme en la nariz.
Por un instante, deseé tirar todo por la borda y jugármela por ella, por un sueño. Por un potencial bienestar...
Ella era sensible, divertida, profesional, atractiva...
Sin embargo, una voz interior me dijo que no era el momento adecuado; yo había apostado a estar con otra mujer.
— ¿Pido el sushi? —Magali me sonrió devolviéndome un trocito de alegría.
— Dale — besé su frente y me puse de pie, en dirección al teléfono.
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