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37

Rasgando con mis uñas el cuero del respaldo, enredando mis cabellos sobre mi cara y las almohadas, me mostraba dócil, receptiva a sus embates. Ya nada era como la primera vez; él ahora contaba con la ventaja de conocer mis puntos débiles y de eso, se aprovechaba impunemente.

Astor me penetraba duro, seco. A cada embate le proseguía una leve exhalación de su parte y un jadeo de la mía.

Mis senos subían y bajaban aun estando cubiertos por el corpiño que había desabrochado pero jamás quitado por completo, siendo acaso lo único que me vestía.

Furioso, voraz, su accionar era puro frenesí e inconsciencia.

Apretando mis labios con la mano, formando un corazón con ellos, devoró mi boca e inició el camino hacia la cima.

Sonrojándose por la actividad física sin descanso, sus ojos eran plena pasión y su cuerpo, pura explosión.

— Acabá...conmigo — ordenó y atenta a su pedido, como buena empleada que era, obedecí.

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En lados opuestos de la cama, espalda con espalda, amanecimos. La campanilla del teléfono sonó muchas veces hasta que fue capaz de atender.

— ¿Sí? ... ¡mierda! Gracias — y colgó. Tres palabras lo pusieron en tono: teníamos que bajar ya mismo para ir a desayunar con Peters y Arismendi. Un taxi nos esperaría en planta baja, en menos de diez minutos.

Instantáneamente me puse de pie y recogí mi ropa mientras quitaba una lagaña de mis ojos. En silencio, como dos criminales, no nos dijimos nada hasta que un segundo antes de irme a mi habitación, Astor finalmente habló.

— No sé bien cómo explicar esto — batió su melena rubia y desordenada. El pendejo era hermoso aún recién levantado, con apenas sus lentes y un pantalón negro sin gracia alguna.

— No hace falta. Sigamos adelante y ya — levanté los hombros, abrí la puerta y corroboré que nadie estuviera paseando por los pasillos del hotel.

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Tratando de lucir profesional, me aseguré de que lo sucedido por la noche no afectara mi desempeño. Estaba dispuesta a no ser avasallada por los conocimientos de mi jefe y demostrar que mi experiencia en esta clase de auditorías, era mucha.

Hablando más que el día anterior, sonriendo amenamente, me puse a los dos socios del International Bank of Ireland, en el bolsillo. Podía olerlo.

Astor lucía impresionado, a menudo curvaba la boca de lado y levantaba sus cejas en señal de aprobación.

La reunión era un éxito y así lo haría saber Peters cuando nos felicitó y concertamos la firma del contrato de trabajo para el día siguiente, antes de nuestra partida, en el hotel donde nos hospedábamos.

— Me dejaste con la boca abierta. Sos excelente — dijo Astor antes de subir al ascensor que nos conducía a las habitaciones. Ambos necesitábamos descansar un poco para afrontar la cena con un potencial cliente de la localidad de Olavarría, con quien ya había comenzado tratativas mi jefe.

— Gracias. Podrías aumentarme el sueldo si soy tan brillante — bromeé, con cierta confianza.

Astor sonrió de buena gana y de un segundo para el otro me arrinconó contra una de las esquinas de la cabina.

— ¿Tenés algo que hacer hasta la noche?

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