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Una blusa holgada, ojotas y un jean. Rápido y efectivo, mi vestuario me alejaba de la imagen del baño.
Anteojos a cuestas, repasamos los lineamientos fundamentales a definir al día siguiente.
Astor era bastante conciso; le gustaba tener el control del discurso, saber hasta la última cifra de memoria y los pormenores de toda la negociación, desde sus inicios hasta su firma.
Rayando lo obsesivo, se preocupaba y ocupaba de la empresa.
Agradecí que Graff tuviera un buen sucesor.
— ¿Querés un café? — teléfono de su cuarto en mano, preguntó.
— Si, doble por favor. Necesitamos cafeína para seguir — mis ojos pesaban demasiado.
— Bueno, tomémonos un respiro. Está casi todo listo — crujió sus dedos y se puso de pie, buscando dinero de su billetera. Presumiblemente, pensé, para darle propina al pobre recepcionista que a las 2 de la madrugada nos prepararía el café.
Por mi parte roté el cuello. Molesta, la tensión de las horas de viaje, la confesión en el ascensor, el trabajo acumulado y pensar en que este chico me causaba sensaciones encontradas, atentaban en mi contra.
A los 5 minutos del llamado tuvimos una amistosa bandeja con dos tazas de porcelana blanca, un plato con cookies de vainilla y manteca y una jarra de café bien caliente.
Tal como sospeché, él le dio dinero al muchacho tan atento.
— ¿No te importa si me saco el calzado?— fui atrevida.
— En absoluto— avanzando en mi dirección, súbitamente se puso de rodillas frente a mí —. ¿Puedo hacerlo yo? — sus ojos color noche fueron chispeantes.
— ¿Sacarme las ojotas? No soy Cenicienta— me reí, contagiándolo.
— En todo caso a ella le ponían el zapatito, no le quitaban la havaiana — afirmó para cuando un cosquilleo inevitablemente me hizo curvar la espalda e inclinar mi escote hacia su rostro.
Tragué deshaciéndome en balbuceos que pretendieron ser disculpas; fue entonces cuando él puso sus manos bajo mis pechos y los acunó. Sus labios, su barba apenas crecida y su lengua filosa recorrieron mi piel descubierta.
— No puedo evitarlo — susurró con el extremo de su nariz subiendo por la vena hirviendo de mi cuello.
Todo se estaba convirtiendo en un gran error.
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