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32

— Si, nos fue muy bien. Mañana nos invitaron al Club de Golf. Es muy exclusivo y cuenta con una arquitectura exquisita — presionando el puente de mi nariz, hablaba con María Clara, quien no conforme con haberle dicho temprano que yo la llamaría, me había ganado de mano.

— ¿Y vas con ella? —su tono fue desdeñoso.

— Por supuesto. Es la que sabe, te lo dije.

— Quiero que me traigas conitos con dulce de leche, son mi debilidad —puchereó del otro lado.

— Sabés que odio los centros de las grandes urbes. Hay millones de Havannas en Capital.

— Y vos sabés también que yo no voy a Capital.

— Pero sí vas a shoppings que los venden...

— Uf, hoy querés ganar todas, ¿eh? —un poco molesta, largó y tras un chau con poca gana le colgué, al menos hasta antes de irme a dormir, cuando nuevamente, hablaríamos.

Más relajado por haber pasado la primera prueba, abrí el frigobar y bebí cerveza directamente de la lata. Fría, las burbujas recorrieron mi garganta, refrescando algo más que mi boca: durante el almuerzo, había podido experimentar ciertos celos de parte de Magali.

No era novedad que María Clara era hermosa y que podría tener al candidato que quisiera; no obstante, con el convencimiento de saberse amado incondicionalmente, yo nunca la había celado.

Pero ahora, la situación era distinta: Magali ni me amaba, ni me elegía nuevamente. Y sentir que no podría poseerla otra vez, era un pensamiento perturbador que me calaba los huesos.

Firmando imaginariamente un pacto, pretendíamos hacer borrón y cuenta nueva.

Mirando de lado uno de los gruesos biblioratos, su escasa intervención me dejó ciertas dudas que debían subsanarse antes de nuestro próximo encuentro con los gerentes del IBOI y eso, suponía vernos y estudiar mis inquietudes antes de las 7:30 a.m. del día de mañana.

Maldije por habernos tomado la tarde libre para descansar.

Rascando mi cabeza, vestido de jogging y remera deportiva, busqué mil excusas para no citarla a Magali en mi cuarto...y mil y una, me decían que no sea rebuscado y piense tanto las cosas.

Levantando el tubo del teléfono marqué su número de habitación.

Su voz pastosa era, quizás, señal de que estaba descansando.

— No, estaba preparándome para ir a la cama— respiré internamente ante su negativa.

Persuadiéndola para que desestime la locura de juntarnos a las 6 de la mañana, aceptó que lo mejor, aunque no más inteligente, era venir hasta aquí y a estas horas, a convencerme, no conscientemente, de que no le intente arrebatar un beso.

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