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Capítulo 8


Marela

Xiomara no se calla.

Se mira cada tres segundos el tatuaje y hace pequeños grititos de emoción.

Habla con mamá enseñándoselo y hace lo mismo con Alex que se ríe solo de verla.

Me ha sacado una que otra sonrisa a lo largo del día, pero ya... se me está empezando a acabar el buen humor.

—¿Te dolió? —le pregunta mamá mirando el tatuaje con detalle.

—Pues un poco, en un momento sí que me llego a doler bastante, pero nada que no fuera soportable.

Mamá asiente.

—Siempre he querido hacerme uno, tal vez vaya pronto —dice mamá entrando en la cocina.

—¡Ay sí! ¡Seria super cool! Podría acompañarte igualmente —dice Xio con emoción.

—Claro, mi amor —dice mamá volviendo a la mesa con dos platos en las manos.

Uno me lo da a mí y el otro a Xio.

No paran de hablar y hablar. Siento que mi cabeza va a estallar, mis dientes los siento apretados por el dolor. Es una de las peores sensaciones que siento casi a diario.

—¡Ay sí! ...

No aguanto más.

—¡¡¡DEJA DE GRITAR!!! —digo con fuerza llevando mis manos a mis sienes. Sostengo mi cabeza por unos segundos antes de levantarme de la silla e ir escaleras arriba.

Ya no hay voces, todo es silencio.

Abro la puerta de mi habitación y entro en ella. Me tumbo en la cama y me quedo mirando el techo unos segundos antes de cerrar los ojos.

Siento como unas lágrimas traicioneras se escapan de ellos. Respiro profundamente unas cuantas veces.

La puerta se abre.

—Déjenme sola, seas quien seas, no quiero a nadie aquí, por favor. Necesito silencio —digo, pero aun capto la claridad que se refleja en mis parpados.

—Mare...

Es Xio.

—Por favor, después podemos hablar, pero en estos momentos quiero y necesito estar sola.

—Lo sien...

—No tienes por qué disculparte —digo interrumpiéndola y sintiendo como más lágrimas sale de mis ojos cerrados.

Me paso la mano por la nariz.

—Soy yo la que debería hacerlo, así que lo siento por gritarte, pero por favor déjame sola.

Por unos segundos no la escucho hablar, pero sé que está ahí.

—Está bien, si necesitas algo no dudes en llamarme, ¿sí?

Yo asiento y me acomodo para estar sobre mi costado.

La claridad se va y escucho como la puerta se cierra.

Me permito llorar. Las lágrimas salen y salen de mis ojos. Siento la nariz tapada y el dolor de cabeza solo aumenta. Siento como si alguien estuviera apretando mis sienes con fuerza.

Es horrible, mis lágrimas mojan la manta que cubre mi cama. Abro los ojos un segundo y observo el techo... las estrellas aún están ahí.

—Una... dos... tres... cuatro...

Las voy contando hasta que me quedo dormida.

Son las siete de la mañana cuando me despierto. Bajo las escaleras con lentitud. Voy descalza y el suelo se siente frio por el aire acondicionado que siempre está encendido.

Escucho el sonido de papeles y bolígrafos por el comedor. Cuando me asomo, veo a mamá escribiendo algo en un papel. Tiene toda la mesa llena de carpetas, cartas y papeles.

Me acerco con cuidado y ella me ve. Una sonrisa aparece en sus labios.

—Mi amor, buenos días —dice con energía en la voz.

Yo esbozo una sonrisa rápida y me siento en la silla que queda delante de ella.

—¿Qué haces? —pregunto observando todo lo que hay sobre la mesa.

—Rellenando algunos papeles de la academia, necesitamos algunas cosas, pero tengo que pedir unos permisos primero.

Janette Alfaro, mi madre, es la fundadora de LAAC o mejor conocida como La Academia de Artes y Cultura. Es una de las academias más famosas a nivel mundial. Mamá a logrado muchas cosas en pocos años con esta academia.

Tiene alrededor de veinte sucursales regadas por el mundo.

Y al igual que mamá, papá fundo su propia constructora. Construcciones Alfaro o CA. Él se especializa en la construcción de hoteles, apartamentos, casas o edificios empresariales. Es una de las constructoras con más demanda de la cuidad.

Vivimos muy bien en realidad, el dinero nunca a sido un problema para nosotros, pero siempre hemos sido muy humildes y aunque nademos en dinero, preferimos vivir con lo básico. Si que nos damos uno que otro lujo, pero nada fuera de la común.

—¿Tienes hambre? —me pregunta mamá.

Yo asiento.

—Te hago algo ahora —dice poniéndose de pie, pero la freno.

—Mamá, tengo casi veinte años, puedo cocinarme algo yo —digo empujando la silla hacia atrás.

—Lo sé, pero a veces quiero complacer a mi niña, quédate aquí, no tardo —dice y desaparece en la cocina.

Suelto un suspiro.

Amo demasiado a mi familia, no sé qué haría sin ellos la verdad.

—¿Me acompañas un momento a la academia? —me pregunta desde donde está.

Me lo pienso unos segundos antes de contestar,

—S... sí, está bien.

—Ok, pues sube y vístete que nos vamos. 

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