Yarai
Odio madrugar.
Muevo mi mano por la mesita de noche tratando de encontrar mi celular. La alarma no para de sonar y me están dando unas ganas de lanzar el teléfono contra el suelo para que se calle, pero no tengo el suficiente dinero como para comprarme uno nuevo por lo que retracto mi idea.
Me levanto y tomo el estúpido teléfono y apago la alarma. Suelto un suspiro de alivio y me tallo los ojos. Son las seis de la mañana, el sol apenas está saliendo y duras penas me pongo de pie y voy hasta el baño para darme una ducha. El agua fría me termina de despertar.
Salgo de la ducha con una toalla envuelta en mi cintura y voy hasta mi armario. Agarro una camisa y un pantalón cómodo y que no de tanta calor. El calor ya es insoportable afuera. Dejo mi cabello castaño algo despeinado y me pongo mi gorro de lana favorito.
Bajo las escaleras y entro en la cocina. Vivo solo en un pequeño departamento o, mejor dicho; loft de dos pisos. El sonido de los autos en la calle ya es audible. La cuidad está despertando.
Me preparo el desayuno y me lo como en un dos por tres. Tengo que salir ya si no quiero llegar tarde al trabajo. Agarro mi billetera y las llaves que están en la encimera y salgo de mi pequeño hogar.
Apenas y son las siete y media de la mañana y ya hay miles de personas en las calles. No les presto atención y me acerco a la orilla de la cera para hacer que el taxi se detenga. No tardo tanto en abrir la puerta de uno.
—¿A dónde lo llevo? —me pregunta.
—A Perfect por favor —digo el nombre de la tienda donde trabajo.
—Enseguida.
El coche arranca y me fijo en la cuidad que pasa delante de mis ojos. He vivido aquí durante los últimos seis años de mi vida. Cuando terminé el instituto me inscribí en la universidad de esta ciudad, pero me di cuenta de que no era feliz. Por eso deje de ir a la universidad y dedicarme a lo que realmente me llenaba... dibujar.
Específicamente la piel de las personas. Llevo siendo tatuador desde hace tres años. Tome muchos cursos para mejorar mis técnicas y hasta ahora soy uno de los tatuadores más reconocidos de la ciudad con apenas veintidós años.
Muchas personas me han dicho que soy muy joven para tener tanta experiencia y reconocimiento; otras me han dicho directamente que estoy dañando mi vida, pero esas palabras siempre me las paso por donde no me da el sol.
Si yo soy feliz con lo que hago... ¿Qué importa lo que diga la gente?
—Llegamos —dice el taxista sacándome de mis pensamientos.
—Gracias —digo dándole el dinero y saliendo del coche.
Perfect aparece delante de mí. Una sonrisa se dibuja en mi rostro al ver lo que considero mi segundo hogar.
No espero y me adentro en la tienda. Mis compañeros me saludan. Ya hay varios clientes llegando y siendo atendidos, pero no me fijo mucho en eso. Solo camino hasta llegar a mi puesto, pero como no... tengo que pasar por delante de mi jefe.
—Yarai Vega —me llama.
Yo suelto un suspiro.
—¿Si jefe?
Él me mira con superioridad antes de echarse a reír.
—Me encanta comportarme como un jefe real contigo —dice acercándose a mí y chocando mi mano con la suya.
—Pero no te sale —digo con una sonrisa en la cara.
—Aja, como digas.
Diego Monserrat, mi mejor amigo desde hace unos cuatro años. Nos conocimos en uno de los cursos que tome. Al principio me cayó mal porque se creía el mejor, pero después de hablarle porque el instructor nos obligó a trabajar juntos nos volvimos inseparables. Él es un chico que atrae miradas sin hacer nada, con su pelo rubio platino llama la atención en cualquier sitio. Sus ojos son entre marrones y verdes y es casi de mi estatura... y yo mido 1.90.
—Ay, pero si ya los novios están juntos —comenta una voz a mis espaldas. Me giro y me encuentro a Diana... la melliza de Diego. Es exactamente igual solo que en versión femenina. El cabello lo lleva corto hasta lo hombros, tiene varios piercings: uno en la ceja, otro en la nariz y el ultimo en el labio. Diana es muy bajita al lado de nosotros. Puede que mida 1.59... sí muy bajita.
—Pues claro... mañana nos vamos a casar —dice Diego siguiéndole el juego a su hermana—. Iremos a la iglesia de blanco y tú serás la niña de las flores.
No puedo evitar estallar en una carcajada al ver la cara de espanto de Diana. Ella detesta las bodas.
—Mejor me quedo de lejitos... pero les deseo lo mejor en su matrimonio.
—Gracias, Diana —le digo.
Ella me guiña un ojo y se gira.
—Me voy que tengo personas que perforar... en zonas interesantes —dice alzando y bajando las cejas de manera rápida.
La veo irse y vuelvo mi mirada a Diego. Él se pasa una mano por la frente.
—Dios, pero que calor... y eso que el aire esta encendido —dice tomando en mando del aire acondicionado y le baja la temperatura.
—Ya mismo te veo quejándote de que hace frio —digo entrando en mi puesto.
—Por ahora tengo calor y quiero que esa cosa enfrié... por algo lo compre —dice señalando la consola en la pared.
—Ok.
Me siento en mi escritorio y tomo mi agenda. Pasos las páginas hasta a la fecha de hoy. Tengo tres citas: una a las diez de la mañana, otra a las dos de la tarde y la última a las seis. Suelto un suspiro de alivio al recordar que la cita de las seis me la cancelaron. Podre salir temprano hoy.
Amo mi trabajo, pero a veces cansa. Me levanto dejando la agenda sobre mi escritorio y voy a la cafetera. Me sirvo un poco de café en una taza y me lo tomo con cuidado de no quemarme.
Observo a los primeros clientes entrar y ser atendidos por los demás trabajadores. Me bebo lo que queda en la taza y la dejo con las demás que están sucias.
Camino hasta el lugar de Diego y me recargo en el marco de la puerta.
—Pues —me mira y vuelve a ver a su cliente—, ¿Qué vas a hacerte?
—Pues la verdad... quiero algo sencillo. Siempre he querido tatuarme una alas porque tienen un gran significado para mí. No las quiero muy grandes ni tampoco tan pequeñas.
Le comenta la chica que se encuentra sentada en la camilla.
—Ok... ¿Qué tipo de alas?
—Con plumas...
Y desde ahí dejo de escuchar. Me alejo de allí y voy hasta mi lugar. Mi cliente no llega hasta las diez y apenas son las ocho.
Agarro mi celular y entro en mis redes. Tengo muchas notificaciones nuevas, pero no les hago caso... solo a una.
Es ridículo lo que este tipo hace. No le veo sentido, pierde el tiempo.
Suelto un suspiro y borro el comentario. Nunca voy a entender porque la gente deja este tipo de comentarios a otras personas.
—Yarai... ¿Me ayudas con un cliente?
Alzo la vista encontrándome con Diana y asiento.
—Claro... a tus ordenes
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro