Capitulo 12
Marela
Me siento rara, pero bien. Suena super raro, pero es así. Estoy a punto de entrar a un restaurante-bar que nunca había visto en mi vida. Leo el letrero que ilumina la entrada con la potente luz neón. London. Sí, así se llama este sitio.
Miro mi alrededor con bastante interés. Hay demasiada gente para mi gusto.
Me abrazo a mis misma e intento tomar respiraciones profundas para relajarme.
—¿Qué mesa les apetece más? —pregunta Diana a mi lado—. ¿Las altas o las bajitas?
—Yo, las bajitas —le contesto.
Diego y Yarai hacen una pequeña mueca, pero se encogen de hombros.
—Ay, cierto que andamos con dos gigantes de patas largas.
Una sonrisa aparece en mis labios y miro a los chicos. Son demasiado altos para ser normal.
—¿Cuánto miden? —le pregunto a Diana discretamente.
—Pues... Diego dos metros exactos y Yarai un metro noventa —dice mirándome en todo momento.
Me quedo quieta y con la boca abierta por unos segundos antes de reaccionar.
—Ok, sí son unos gigantes —digo y a Diana se le escapa una risa.
—¿De qué se ríen? —escucho decir a Diego.
—De nada, entrometido, vamos a sentarnos que tengo hambre.
Con una sonrisa en la cara caminamos hasta la mesa. Diego se sienta al lado de su hermana y Yarai a mi derecha. Suelto un suspiro y me paso una mano por la cara.
—¿Estás bien? —me pregunta mirándome con la cabeza ladeada.
Me le quedo mirando unos segundos a los ojos antes de asentir.
—Sí, es solo que hace tiempo no salgo y eso, se siente raro —digo mientas froto mis manos por mis brazos.
—Muy buenas noches, mi nombre es Anaís y seré su mesera el día de hoy, ¿ya están listo para ordenar? —dice una chica que aparece de la nada.
—Yo sí, dame primero esta combinación mexicana, por favor —dice Diana señalando algo en la carta del menú.
—¿Con todo?
Y de ahí en adelante dejé de escuchar lo que estaban diciendo y me puse a mirar yo el menú. Cuando acabé el ultimo plato me inundó un sentimiento de decepción enorme... no podía comer nada de lo que había en la carta.
Todo eran cortes de carnes rojas y las carnes blancas estaban bañadas en salsas con ingredientes altos en sodio, platos de alitas picantes, bebidas con exceso de azúcar y alcohol. Las únicas que habían sin alcohol eran Coca-Cola y agua... y la Coca-Cola tiene mucho azúcar... acabo de recordar por qué no me gustaba salir con mis amigos por ahí. Sé que me parezco a las chicas que miden sus calorías al comer, pero por lo menos ellas sí pueden comer lo que sea... yo no.
Nunca puedo comer nada. A veces pido ensaladas, pero es que... no hay, ¿Cómo puede ser que este restaurante no tenga ensalada? Es una estupidez.
Vuelvo a leer todo con la esperanza de encontrar algo comestible para mí, pero nada. En realidad puedo comer lo que sea, hace dos años lo hacía y no cuidaba nada mi dieta, obviamente después llegaron las consecuencias y no quiero volver a pasar por eso.
Mi única opción es pedir un vaso de agua y esperar a llegar casa. Allí me esperara mi ensalada de frutas.
—Y eso es todo por mí... Marela, ¿vas a pedir algo? —pregunta Yarai sacándome de mis pensamientos.
—Eh... creo que —digo mirando a la mesera y volviendo a mirar la carta. Paseo mis ojos por ella una última vez y siento como un peso se levanta de mis hombros. Hay pan con ajo—, creo que unos panes con poco ajo y un vaso de agua estaría perfecto para mí.
Dejo la carta sobre la mesa.
—Perfecto, como en unos veinte minutos estará lista su comida —dice y se va.
—¿Por qué solo pediste eso, Marela? —me pregunta Yarai en voz baja.
Vuelvo mi vista a él y mis ojos caen en los suyos. Abro la boca para hablar, pero me cuenta hacer que las palabras salgan.
Desvío la mirada hacia Diego y Diana quienes están en su mundo hablando juntos. Miro de nuevo a Yarai y suelto un suspiro, tomo de nuevo la carta y se la enseño.
—No puedo comer nada de lo que hay aquí. Todo son carnes rojas y las blancas tienen salsas con condimentos. Las alitas son picantes, ni siquiera tienen ensaladas, que es lo que suelo pedir cuando voy a restaurantes así. Las bebidas ni hablar, todas están inundadas en azúcar o alcohol. El pan y el ajo es lo único que puedo comer de aquí. Y... ¿estoy hablando mucho?
Yarai esboza una sonrisa y niega con la cabeza.
—Solo te estas desahogando y sí, London no se caracteriza por tener la comida más sana. Se esmeran más en dar sabor y eso. No sé cómo lo hagan, ahora que lo recuerdo unas cuantas veces he salido con malestar de aquí
Me quedo con las palabras en la boca. Ahora no sé si hice bien en pedir esos panes. ¿Tendrán algo más que ajo? Mierda.
—Para la próxima recordaré ir a un lugar donde puedas comerte todo el menú... y yo pagó —dice quitándome la carta de las manos y dejándola en el lado de su mesa.
Siento como mi corazón da un brinco ante sus palabras, pero no le hago caso.
Pasan alrededor de quince minutos en los que nos dedicamos a hablar entre todos. Me cuentan cosas sobre ellos. Desde cuándo se conocen, en dónde estudiaron, eso ya lo sabía, pero igual me lo dijeron.
También me contaron una que otra experiencia con clientes problemáticos en Perfect. De verdad que la gente no tiene modales ni principios en pleno siglo veintiuno.
La comida llega y todos empiezan a comer. Yo me quedo mirando mi pequeño plato. Son cinco pedazos medianos de pan bañados en ajo. Se ven deliciosos y hace tiempo que no como de estos... espero que solo tengan ajo.
—¿Es cierto que el ajo es bueno para el corazón? —me pregunta Diego mientras pica un pedazo de carne.
Asiento llevándome un pan a la boca. El sabor fuerte del ajo hace que haga una mueca, pero luego me relamo los labios... están muy buenos.
—A mí el ajo como que no, no... —dice Diana masticando un pedazo muy grande de carne. Ahora que me fijo, su plato fácilmente puede alimentar una familia pequeña. Tiene demasiadas cosas y es enorme.
—Sé lo que estás pensando —me dice Yarai al oído haciendo que sienta un escalofrío recorrerme el cuerpo.
—¿Qué estoy pensando?
—Qué como demonios una persona tan pequeña puede comer un plato tan grande, ¿o me equivoco?
Las comisuras de mis labios se alzan en una sonrisa y asiento.
—Sí, en eso...
—¿Marela? ¡Marela! ¡Ay, hola! ¿Cuánto tiempo? —la voz de una chica me interrumpe y cuando me giro en dirección al sonido... mis ojos casi se me salen.
Es Nadia... mi ex.
Está completamente igual a como la recordaba. Pelo castaño largo, ojos marrón claro, tez morena y bastante alta. Fuimos pareja en los años que estuve en la universidad. Salimos por casi un año entero, pero por cosas del destino la cosa no funcionó muy bien. Y sí, soy bisexual.
Nadia lleva puesto un pantalón holgado color dorado, una camisa, muy formal de hecho, color blanca y unos tacones que de solo mirarlos ya siento que se me parte el pie. Se ve muy bonita.
—Hola —le digo tímidamente y ella se me echa encima dándome un corto abrazo.
—Hace ya dos años que no te veía. ¿Cómo vas? —me pregunta rompiendo el abrazo y yo me pongo de pie.
—Pues, entre todo eso... pues bien. Nada nuevo. ¿Terminaste la uni? —le pregunto.
—Casi, me falta un año más. Eso de las leyes es un desastre.
Se me escapa una pequeña risa. Muchos recuerdos bonitos están empezando a llenar a mi mente. Y unos no tan lindos.
Nadia estudia derecho, su sueño siempre fue ser la mejor abogada del mundo... y va muy bien encaminada si me dejo llevar por las noticias. Ni siquiera se ha graduado y ya ha hecho miles de cosas que marcaron si vida.
Yo tuve que dejar la uni a mitad porque el cáncer decidió aumentar su fuerza y yo ni siquiera podía mantenerme en pie menos de diez minutos.
Ella es un año mayor que yo y nos conocimos por Xio. Ellas eran amigas, más que amigas conocidas, eso suena mejor.
Un día cruzamos las tres y la química surgió entre Nadia y yo. Ella aún no había salido del closet para ese tiempo. Ella es lesbiana. Y ahora que lo pienso, yo nunca tuve que salir del closet, mis amigos y familia fueron los que entraron y se dieron cuenta.
Recuerdo la vez que nos besamos en la uni y un paparazzi nos tomó una foto. Ella se volvió loca cuando salió el artículo. Sus padres se enteraron y la echaron de casa por unos meses. Fue muy duro para ella todo ese tiempo. Se quedaba en mi casa o la casa de su tía. Pero luego sus padres le pidieron perdón, ella tardó en perdonarlos, pero ahora ya están bien.
—Y cuéntame, ¿Quiénes son ellos? —pregunta mirando detrás de mí.
—Bueno... ellos son Yarai, Diego y Diana, dueños de Perfect no sé si sabes cual es la tienda...
—¿La de tatuajes? ¡Claro que sé cuál es! Si mi hermana está loca por ir.
A todos se nos escapa una pequeña risa por el tono que usó al hablar. Eso es otra cosa que la caracteriza, es muy explosiva.
—Ay Marela, fue un placer verte de nuevo, pero vine con unos compañeros y no puedo dejarlos más tiempo. Nos vemos otro día —se despide y me da un beso en la mejilla antes de irse por un pasillo.
Me vuelvo a sentar soltando un suspiro. Los panes ya están fríos y no se ven apetecibles, mejor me los llevo y como en casa.
—¿Quién era ella? —pregunta Diego con la mirada aun fija por donde Nadia se fue.
—Mi ex —lo suelto así sin más haciendo que tres pares de ojos caigan en mí.
—¿Tu ex? —pregunta Yarai.
Asiento.
—Soy bisexual y ella fue mi pareja por casi un año antes de que dejara la uni, pero no funcionó la cosa. Yo estaba muy mal para esas fechas y... todo se me vino encima —digo mientras le escribo un mensaje a Xio para que me busque y le envío mi ubicación—. Bueno chicos, fue un placer venir aquí con ustedes a comer, pero ya me tengo que ir, ya me estoy empezando a sentir algo cansada y eso. Les dejo esto para que paguen lo que pedí y...
—Guárdalo, yo lo pago —comenta Yarai.
—No, está bien... les voy a...
—No, llévatelos, yo pago, Marela —dice y toma el dinero que deje en la mesa y lo guarda en mi bolso.
—Pero...
—Sin peros... nosotros te invitamos —dice Diana. De solo verla me causa gracia, está recostada en el espaldar de la silla con una mano en la barriga como si estuviera embarazada.
—¿Te llenaste? —le pregunto.
Ella alza y baja las cejas varias veces.
Una risa se me escapa y ahí justo siento el teléfono vibrar. Xio ya llegó, pero que rápido, eso tuvo que ser que estaba por el área.
—Bueno, fue un gusto venir. Que tengan linda noche —les digo tomando mi bolso.
—Adiós, Marelita —dice Diego.
—Nos vemos.
Yarai es el único que no habla. Pongo mis ojos en él y, como siempre, chocan con los suyos. Le dedico una pequeña sonrisa y él asiente con la cabeza.
Tomo por ultimo los panecillos y salgo del restaurante.
—¿Cómo fue? —pregunta Xio cuando entro en el auto.
—Muy bien... muy bien.
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