Capitulo 1
Marela
—¡MARELAAA!
Me cubro la cara con la sabana intentando ignorar a mi mejor amiga.
—Marela sé que estas despierta, siempre estas despierta a esta hora —dice golpeando la puerta—. ¡Ábreme, Marela!
—Mhmmm... déjame dormir, Xiomara —le contesto.
—Abremeeeee —dice—, que te tengo una propuesta... muy buena.
Suelto un gruñido de resignación y me levanto con los mejores ánimos de mi bella cama, nótese el sarcasmo. Camino hasta la puerta y le quito el pestillo. Al segundo Xiomara entra con una sonrisa en la cara y al momento de verme se le borra.
—Pero que ánimos, chica —dice caminando hasta mi cama y dejando su bolso en ella. La sigo con los ojos y camino de nuevo hasta mi cama. Me tumbo en ella y me cubro con las sábanas.
—Marela...
—Xio... tengo sueño, ayer no dormí nada por estar vomitando, el insomnio no ayuda y tampoco los dolores de cabeza —le digo y veo como la emoción en sus ojos va desapareciendo—, sé que intentas subirme los ánimos, pero de verdad que lo único que quiero en este momento es dormir y que se me quite el dolor.
Ella suelta un suspiro y se pasa las manos por su cabello castaño.
—Lo siento... no sabía que hoy era uno de tus días malos —dice metiéndose debajo de las sábanas conmigo.
Yo suelto una larga respiración y cierro los ojos.
—No te sientas culpable... no te avise. —Abro los ojos y los suyos me reciben—, ¿Puedes?
Una sonrisa crece en su rostro.
—Claro —dice y se sienta, recarga su espalda del cabezal de la cama y palpa su regazo para que ponga mi cabeza en él.
—Ven. —La obedezco y coloco mi cabeza en sus muslos. Al instante siento como sus manos van masajeando mi cabeza desnuda.
Hace mucho tiempo que perdí mi cabello, creo que hace casi cinco años atrás; cuando tuve mi primera quimioterapia. No espere a que se me cayera solo, yo misma tome una rasuradora y me rapé. Aún recuerdo la cara de mi madre cuando entro en el baño y vio todo mi cabello dorado esparcido por el suelo. Yo era un mar de lágrimas en ese momento.
Su reacción fue abrazarme fuertemente y llorar conmigo. Luego de unos meses el cabello nunca me volvió a crecer. Y un día que, digamos no era de los buenos, mi madre, mi padre y mi hermano aparecieron rapados en mi habitación. Ese día llore como nunca.
Las manos de Xiomara hacen círculos por mi frente y cuello. Pasan por donde antes había una larga melena rubia. Esas caricias hacen que me relaje y el dolor de cabeza disminuya un poco, pero no lo suficiente.
Quiero que todo esto acabe.
Ya no quiero sentir dolor.
Quiero mi cabello de vuelta.
Quiero mi vida de vuelta.
Y el más importante... quiero mi color de vuelta.
—Gracias —le digo a mi madre que me tiende un cuenco con comida. Lo tomo y lo coloco encima de la mesa del comedor.
—No hay de que mi niña —dice dándome un beso en la cabeza. Le dedico una pequeña sonrisa que, en realidad, parece una mueca.
Mi madre siempre ha sido una mujer simple y sencilla. Es muy amorosa y amable con la gente, un amor de persona. Desde que me diagnosticaron cáncer de mama ha estado a mi lado apoyándome y subiéndome los ánimos.
Lleva el cabello rubio por los hombros, sus ojos azules, casi grises, están siempre llenos de amor. Muchas veces me han dicho que soy la réplica de mi madre. Lleva una camisa de manguillos y un pantalón corto. Hace días que empezó el verano y el calor es insoportable. Gracias a Dios que tenemos aire acondicionado.
Me fijo en mi plato y veo en él lo que siempre he comido en los últimos cuatro años. Frutas, verduras y... mis medicinas. A los minutos mi madre vuelve a aparecer con un vaso de agua en la mano.
—Aquí está —dice dejándolo al lado del plato.
Yo hago un pequeño asentimiento.
La veo irse a la cocina y es justo cuando escucho como la puerta principal de la casa es abierta para luego apreciar las voces de mi padre y hermano.
—Llegamos —dice mi padre dejando su abrigo en el perchero.
—Marelita —dice mi hermano caminando hacia mí como si yo fuera un bebé.
Volteo los ojos cuando me alcanza y me toma las mejillas plantándome un sonoro beso en la frente.
—Ewww... quita tus babas de mi frente, Alex —me quejo limpiándome la frente.
—Ay ya, no esas amargada —dice sentándose en la silla que tengo al lado—. ¿Qué comes?
Lo miro.
—Lo mismo de siempre —digo y me llevo un pedazo de manzana a la boca.
—Oh, ya veo —dice y estira sus brazos—. Estoy muy cansado, la universidad me tiene hasta el límite.
—Me lo imagino —comenta mi padre llegando hasta mí y haciendo el mismo gesto que hizo Alex al llegar—. Mi amor... ¿Dónde estás? —dice llamando a mi madre.
—Ya voy, estoy sirviendo la comida. —Se escucha desde la cocina.
Mi padre procede a sentarse en otra silla y sacarse el teléfono del bolsillo y dejándolo encima de la mesa. Yo sigo comiendo lo que hay en mi plato tranquilamente, le doy un sorbo al vaso de agua y me fijo en mi madre que aparece con dos platos más en las manos.
—Gracias amor. —Le da un corto beso en los labios.
—Gracias ma —le sigue Alex.
—No hay de que mis amores.
No pasan ni diez segundos cuando ella va y busca su plato, se sienta en única silla que queda libre y empiezan a comer. Ya yo terminé por lo que me pongo de pie y voy a la cocina. Dejo el plato en el lavabo y abro uno de los amacenes en busca de mis vitaminas. Me tomo las correspondientes y vuelvo al comedor. Pero por el camino choco con mi hermano.
Me tambaleo y ya me puedo ver en el suelo, pero antes de que eso pase escucho como un plato se rompe y siento unos brazos rodearme la cintura. Suelto la respiración que estaba conteniendo y me aferro a mi hermano quien me pega a su cuerpo soltando un suspiro.
—¡¿Qué paso?! —grita mi madre apareciendo a nuestro lado.
—¿Chicos? —pregunta papá detrás de ella.
—Estamos bien —les contesta Alex porque yo no encuentro las palabras. Tengo el corazón a mil.
Todos en esta casa saben que puede pasarme si tengo una caída y nadie quiere eso. Yo menos, lo último que me gustaría tener en este momento es una herida que no parara de sangrar por culpa de los anticoagulantes.
—¿Estas bien? —me pregunta Alex.
Yo solo asiento.
—¿Quieres ir a tu habitación?
—Sí —susurro.
Me suelta y ambos empezamos a caminar escaleras arriba. Cruzo la puerta de mi habitación y me dejo caer en mi cama.
—¿Segura que estas bien? —pregunta mi hermano.
—Sí...
—Estabas pálida.
—Solo fue el susto.
Escucho sus pasos acercarse.
—¿Todavía te duele la cabeza? —pregunta y siento como su mano se posa encima de está.
—Sí... un poco. —Suelto un suspiro.
Escucho como él hace lo mismo.
—¿Te vas a dar una ducha?
Levanto la cabeza para verlo y asentir, pero me lo pienso mejor y termino negando con la cabeza.
—Cochina —dice en tono gracioso haciendo que una sonrisa aparezca en mi rostro
—Solo quiero dormir —digo volviendo a poner mi cabeza en la cama.
—Bueno... que tengas dulces sueños y que duermas mucho esta noche —dice mientras deja suaves caricias en mi cabeza desnuda—, duerme, Marela.
—Gracias —digo cerrando los ojos.
La luz se apaga y yo suelto una larga respiración. Me volteo quedando bocarriba y fijo mis ojos en el techo de mi habitación. Las estrellas que pegamos mis padres y yo hace dos años siguen ahí. Siempre me han gustados las estrellas y contarlas me relaja.
—Una... dos... tres... cuatro...
Las cuento y siento como las lágrimas se van escapando de mis ojos. No lo aguanto más y lo suelto todo. Sollozos salen de mis labios y las lágrimas empapan mis mejillas. Empiezo a sentir la nariz tapada, pero no me importa.
La puerta se abre, pero no le doy importancia.
—Mare... ¿Marela? —Es mi madre.
Yo solo puedo llorar.
—Marela, mi amor... ¿Qué pasa? —dice con una profunda preocupación en la voz que me hace llorar con más fuerza. Sus brazos me envuelven y mis lágrimas mojan su hombro.
—¿Marela que pasa? ¿Te duele algo? —pregunta. Puedo ver movimiento por el rabillo del ojo, pero tampoco le doy importancia.
—Estoy cansada... ya no quiero —digo entre sollozos.
Mi madre me aprieta contra su pecho.
—Ya no quiero... no quiero. —No paro de llorar.
—Ya mi amor... ya... calma —susurra en mi oído.
Tristeza... desanimo.... depresión ¿Cuántas sentimientos malos voy a sentir en mi vida?
Ya no quiero... ya no puedo.
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