💎Vacaciones💎
Emoción, no hay otra palabra que describiera mis sentimientos y los de mis primos. Siempre que llegaban las vacaciones estábamos emocionados, para cualquiera chico de ciudad ir a pasar vacaciones al campo debía ser de lo más aburrido, para nosotros era un trozo de alegría, ansibamos esos días en los que podíamos internarnos en esas montañas, correr libre, comer la fruta que quisiéramos, dormir temprano y levantarnos con los primeros rayos del sol y dedicarnos a jugar mientras hacíamos las labores propias del campo.
Vacaciones felices para nosotros.
Después de dos horas de camino llegamos a tierras guariqueñas, la casa de mis abuelos quedaba en la montaña adentro, no había energía eléctrica así que nos alumbrabamos con velas, linternas, y lámparas caseras hechas por mis abuelitos.
-¡Llegamos!- gritamos todos a coro mientras bajabamos del taxi.
-Iremos pasando de manera ordenada- dijo mi tía Margarita.
-Y sin peleas- advirtió mi madre. Bien, supongo que no era nada fácil, eramos ocho niños a cargo de dos adultos.
-Mira quienes llegaron, viejo- dijo mi Abuelita al ver como llegábamos uno tras otro.
-Aja, me llegó refuerzos para ir al cafetal- dijo mi abuelo.
-Nada de eso, están cansados del viaje, ya mañana podrán ayudarte con lo que quieras.
-Bueno, vieja- aceptó mi abuelo.
Aquel día fue increible, corrimos al pozo y nos bañamos con agua fresca, que se filtraba directamente desde la montaña, era fría y deliciosa aún hoy día, hablo de ella y si cierro los ojos recuerdo lo fría que estaba, y cada detalle de aquel lugar que se llevó muchos días de mi infancia.
Luego del baño fuimos al zanjón, eran tantos los mangos y de distintas especies que no sabíamos cuál comer. Carlos prefería siempre mango piña, ese injerto con sabor dulzón y delicioso. Joselyn y Sinais corrían directos a las frondosas matas de mangas,José casi siempre prefería mango manzano, Francis, Darío y Gregorio comían desesperados mango hilacha hembra, y yo disfrutaba del hilacha mango. Siempre me sorprendía la variedad que podías disfrutar de una sola fruta.
Al volver a la casa, llevábamos tobos llenos de mangos para que mi abuelita nos hiciera jalea, que delicioso manjar aquel, así como las tortas de pan del año, los majaretes de maíz, el jugo de caña dulce, el espeso jugo de guanabana, o el café recién molido de mi abuelo.
Delicias.
Delicias.
Eso era lo que encontrábamos en la montaña y por el atardecer, una arepa con ensalada de aguacate, que delicioso, se me hace agua la boca.
Los días fueron pasando y no nos preocupamos del trabajo que solía ser mucho. Recoger los granos de café, ir al pozo por agua, ya que el agua no llegaba a la casa, recoger la leña para cocinar, ponerle comida a los cerdos, alimentar a las gallinas con sus pollitos, alimentar a los gallos finos, limpiar sus jaulas. Hacer la comida de los perros, recoger frutas, limpiar a machete cerca de la casa. Todo era agotador y gratificante, mi Abi siempre nos recompensada del día de trabajo con alguna de sus delicias. Lo mejor era cuando hacia Mazamorra de maíz, con queso y mantequilla.
Delicia.
Con el pasar de los días habia algo que me tenía nerviosa no paraba de ver una brillante luz a unos treinta o cuarenta metros de la casa, en ocasiones parecía ser amarilla y otros días se veía muy blanca. Al principio pensé que podría ser alguien que venía por el camino hasta la casa y se alumbraba con alguna linterna, pero la luz permanecía siempre en el mismo lugar.
-Abuelo- le dije una noche. Ya todo estaba oscuro y permaneciendo alumbrado por las linternas mientras cenabamos. La casa tenía largos pasillos y no habían puertas, las puertas eran solo para las tres habitaciones. Mi abuelo solía decir que eran innecesaria, estábamos en plena montaña, los escasos vecinos nos conocíamos, y según él que la casa no tuviese puerta, dejaban libre camino a " los espíritus" aquello me causaba escalofríos.
-Dime, Clara.
-¿Por qué siempre hay una luz allá?- mi abuelo me miró fijamente.
-¿Tu también la ves?- dijo Carlos- es raro, no. Siempre está en el mismo lugar- mi corazón se aceleró, no era la única que la veía.
-¿Y dónde esta la luz?- preguntó mi abuelo mientras todos mis primos y mis hermanos nos miraban a Carlos y a mi.
-¡En el zanjón!- dijimos al mismo tiempo, como si fuese algo de lo mas obvio.
-Dejen de ver tonterías- dijo mi tía Margarita.
-Yo no veo nada- dijo mi madre.
-Cuentos de muchacho- aseguró mi abuela, mirando fijamente a mi abuelo. Pero él miraba al zanjón y luego a nosotros.
-¿De que color es la luz?- preguntó mi abuelo.
-Amarilla- dije yo viéndola.
-Blanca- respondió Carlos, bastante seguro.
-Yo no veo nada- dijo Francis en todo malcriado y es que siempre fue la consentida de todos.
-Bueno, hoy es amarilla- dije firme- pero hay días en que es blanca, o ambas, se ve amarilla, titila y luego es blanca y luego amarilla.
-Oro y plata- dijo en un susurro- yo antes también la veía, pero me lo negó hace mucho.
-Déjalo, viejo.
-¿Qué es?- preguntó José.
-¿Quién te lo negó?- pregunté con ojos enormes.
-¿Qué fue lo que te negaron abuelito?- preguntó Joselyn frunciendo el ceño, mirando al zanjón y luego a nuestro abuelo.
-Me negó El entierro, allí hay reales, mucho, mucho dinero. En oro y plata. Morocotas.
★★★★★★★★★★★
PRIMER CAPÍTULO, DEJEN SABER SUS OPINIONES AMORES.
HISTORIA BASADA EN HECHOS REALES.
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