💎El Hombre que viste de Blanco💎
Con los días todos parecíamos más preocupados, Carlos evitaba estar solo, siempre buscaba la compañía de alguien más, ni siquiera para bañarse iba solo, alguien debía acompañarlo.
Todos estábamos bastante preocupados por él, mi abuelo aseguraba que eso era a causa de su ambición, yo al enterarme que la luz significaba un entierro y al escuchar la historia de mi abuelo, inmediatamente me negué, asegurando de que no quería ese entierro, pero su ambición y su actitud infantil a la ligera lo llevó a hablar, asegurando que ansiaba aquello y que por eso, ahora el hombre lo perseguía, yo sentía que lo acosaba de todas las maneras posibles, tenía miedo constante, no volvió a salir de casa solo, incluso cuando dormía se despertaba gritando que habia visto a aquel hombre en sueños, o que mientras intentaba dormir, lo sentía caminar por detrás de la casa, lo sentía llegar caminando hasta la casa y según él, estaba bastante enojado porque mi primo se había echado atrás y se negaba a sacar el dinero. Que según él ya sabía dónde estaba. Aquel día había llegado mi tía, la madre de Carlos.
-Vamos a buscar piña a casa del tío Alberto- dije, pero mis primos no tenían ánimos de salir, todos estaban an la espera de la Mazamorra que mi abuela hacia.
-Quiero que se vayan a jugar- dijo mi abuela- me van a cortar lo que estoy haciendo, luego por culpa de ustedes no me cuaja- entonces aceptaron mi propuesta de ir por piña. Menos Carlos, él se quedo en la casa.
Me encantaba la casa del tío Alberto. Él era el menor de los hermanos de mi abuelo, su casa siempre parecía estar en silencio y tranquila. Con un corte de piñas jugosas frente a la casa. Lo que mas me encantaba era el columpio que estaba al costado de la casa, así que al comprobar que el tío no estaba decidimos cortar y comernos un par de jugosas piñas, estaban dulces y muy amarillas; deliciosas.
-Es mi turno de subirme- dije y Joselyn se colocó detrás de mi para enojarme y ayudarme a balancear, todos esperábamos el turno. Ella me empujó con fuerza, y yo reía contenta disfrutando. Una figura blanca a lo lejos me hizo detener de reír- Ya, ya, no empujones más- dije asustada y mi hermana dejó de hacerlo, mientras el columpio ese iba deteniendo yo centré la mirada en el hombre, mi corazón acelerado, estaba aterrada. Era un hombre alto, parecía muy limpio y elegante, su traje era muy antiguo, sus elegantes zapatos blancos parecían brillar al sol, tenía liqui liqui blanco, aquel era un traje tradicional en la gente del campo, pero solo uno con muchísimo dinero podría tener uno tan hermoso, traía un sombrero blanco que sólo acentuaba su elegancia, y un bastón dorado sobre el cual se recargaba.
Miedo.
El más profundo de los miedos.
No existía otra palabra que escribiera los que estaba sintiendo, comencé a sudar pero frío, y un escalofrío recorrió mi espalda, sentí como las gotas de sudor se deslizaban. Ese hombre sólo nos miraba en silencio, pero parecía tener los ojos fijos en mi.
-¿Quien es ese señor, Clara?- me preguntó mi hermana. Llena de miedo salté del columpio y la tomé com fuerza de la mano.
-¿Cuál señor?- preguntó Sinais confundida.
-Allí no hay ningún señor - dijo Gregorio viendo el lugar y luego a nosotros, pero yo no decía una sola palabra, ese hombre me miraba, su piel pálida y esa mirada en sus ojos me aterraba.
-Están locas-dijo Dario.
En ese momento el hombre elevó su mano y tocó el ala de su sombrero, lo entendí como un mudo saludo.
-¡NO QUIERO SU DINERO!-grité temblando de miedo- ¡NO ME INTERESA LO QUE TENGA PARA DARME, NO LO QUIERO, NO LO QUIERO!- sostuvo con mas fuerza la pequeña mano de mi hermana- ¡CORRAN!- grité emprendiendo la carrera, mientras arrastraba a mi hermana junto a mi, intentándo que me siguiera el paso.
Nunca giré a ver si mis primos me seguían, no me detuve en ningún momento, solo corrí y corrí con mi hermana hasta llegar a casa y fue cuando comprobé que mis primos me seguían.
-Dejen las carreras, dejen las carreras, no querrán caerse, estamos muy, muy lejos del hospital.
-Ese hombre nos asustó- dije sin aliento.
-¿Lo vieron? - Carlos me miro con ojos cargados de terror.
-Si- dije respirando entrecortado- y ya le dije que no quiero su dinero, a nosotros que nos deje en paz.
Aquel día comenzaba a caer la tarde, ya pronto oscureceria, cuando veo que mi tía, la madre de Carlosy viene por el camino, con pasos firme. Mi tía es una mujer valiente, se iba y venía oscuro, no le importaba que no hubiese luz, soportaba el dolor físico en silencio, así como lo hacía mi abuelita.
-Tan oscuro por allí, Bautista- dijo mi madre.
-Bendición, Juana.
-Dios te bendiga y te proteja- respondió mi abuela con una dulce sonrisa.
-Amén- se sentó a descansar- ¿Y desde cuándo vive ese hombre por aquí? No sabía que había nueva gente.
-¿Cuál hombre? No hay nadie nuevo- dijo mi abuela- quizás sea algún vecino o amigo de Vicente.
-Yo que sé- respondió mi tía- allá en el zanjón hay un pendejo sentado. Yo le di las buenas tardes y seguí. ¡Quien viera! Sentado en piso vestido de blanco.
-¿De blanco?- Carlos y yo nos vimos con miedo.
-Si, y un sombrero más feo parece de los años de María Castaño- haciendo referencia con ello de que era muy antiguo.
-El hombre que viste de blanco-dije asustada.
-Es el Espíritu que cuida el entierro- dijo Carlos lloroso.
-Yo no le he pedido nada- dijo mi tía- así que vaya a joder a su madre- añadió tranquilamente- alguien que me de agua, que vengo cansada.
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