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Reto#4 De humor y otros alimentos

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     Título: Facrasada y ¿aplastada?
           Autora: Celine_ChR
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ADVERTENCIA: Alto cringe a partir de aquí.

—¿Qué? ¿Quién fue? ¡¿Quién se atrevió?!

La vida es difícil. O al menos eso dicen muchos. Cada uno se busca la forma de sobrevivir en "la vida". Unos trabajan, otros se enganchan a esos unos, a algunos nos roban la primera línea de la historia y luego está Gema (no, no es joya. Hablamos de la adolescente frustrada que está... ¿y por qué hablamos entre paréntesis?). Bueno, está Gema que llora porque no tiene el cuerpo de Barbie —no sé quién será pero seguro es su archienemiga— y porque su crush se ha conseguido una "novirra" (término que ella misma le designó a las chicas que se le acercan). Pero en el fondo sé que está conmovida por mi físico.

—Admira cuanto quieras.

Como si quisiera poner los ojos del tamaño de mi trasero, Gema me mira y luego me suelta. Caigo de capa en la mesa.

—Di quiedes me devantas —digo mientras intento usar mi lengua para darme la vuelta. Sorprendentemente tengo una.

—¡¡E-Eres u-una-a cebo-olla pa-parlante!!

Los humanos pueden ser menos creativos que los platos al hablar. ¡Y yo sé que esa porcelana me oye!

—¡Pádame, niña!

Aún con esa cara de asombro absoluto, Gema acata. Al menos sé que hablamos la misma lengua. Aunque su lengua es roja y la mía es blanca.

—Así está mejor. —Me remuevo aliviada, pero su mirada fija me perturba.

Qué humana tan intensa.

—¿Estoy soñando?

¿Podría ser más original? (léase con sacarmo y voz de comerciante).

—Esto es más real que tu obsesión con One Direction.

—¿Qué? ¿Pero...? —balbucea; ya parece costumbre que se quede sin palabras—. ¿Y cómo una cebolla puede saber eso?

—Créeme, tu mamá habla bastante.

—Genial. Ahora no solo soy una fracasada, sino que soy una fracasada que habla con una cebolla.

Gema se pasa las manos por el cabello tan fuerte que creo que en realidad intenta remoldearse la cabeza.

—No eres una facrasada.

—Fracasada.

—¡No eres una facrasada dije!

—¡Arg! —Gema gruñe—. ¡Se dice "fra-ca-sa-da"! ¡¿No aprendiste a hablar en la escuela?!

Esa sí es más original.

Aunque no sé qué es una facrasada. ¡Pero ella es humana! Las facrasadas deben ser asadas. Como mi amigo el pollo Luis... qué doradito era.

—Cierto. Olvidé que las cebollas no van a la escuela.

—Estoy segura de que en la cocina se aprende más que en esa escuela tuya en donde hay "crush" y "novirras" y "pedas".

—¿Cómo una cebolla sabe eso siquiera?

¿Por qué habla de mí como si hubiera otra cosa a la que referirse? ¿Estará hablando con un plato?

—Ya sé porqué Adren no me quiere...

—¿Adren mi primo?

—¿Eh?

Gema pone la misma cara de su madre cuando prueba un limón.

—El cebollino.

—¡Claro que no!

—Ah, entonces, no sé.

—Tú no tienes porqué saber de nada de esto en primer lugar.

—Perdona si no puedo arreglar tu vida, pero no creo que llorando en la cocina vayas a resolver algo.

—Listo, hasta aquí llegaste.

Gema alza su mano gigante y toma... Oh, oh... El enorme, el imponente, el terror de los alimentos, algo que los humanos llaman: "el cuchillo".

—Niña, ¿qué haces con eso? Te puedes cortar —bromeo, disimulando que se me aflojaron un par de capas cuando tuve el filo sobre mí.

—¡Lo único que voy a cortar es tu trasero cebolludo!

Con una fuerza y rapidez sobrenatural, baja la mano y... ¡uff! Me roza. Giré a tiempo.

—Tendrás que ser más rápida, primor.

—¡Ya lo veremos!

Y entonces, comienza una emocionante carrera por la supervivencia. Literalmente ruedo por casi toda la meseta. ¡Por esa chica se está arruinando mi capa externa! Conste que es importante. Da la primera impresión.

—¡¡Alto!! ¡¡Para!!

Gema se detiene. Respira agitada y me mira con más odio que mi prima Llolla cuando le gané en "Nuestra Belleza Huertal".

—¿Por qué debería? Eres una cebolla. Se supone que debes cocerte en mi sopa.

—¿Llamas sopa al agua con palos que está en la olla?

Otra vez esa mirada. Y va acompañada de un amenazador levantón de cuchillo.

—Solo digo que si me vas a poner en una sopa... debería ser grandiosa. Para hacerme justicia... d-digo, para hacerle justicia a tu apetito.

—Bueno... —suelta con cara pensativa.

Gema voltea. ¡He ganado tiempo! Yo sabía que...

—¡Anjá!

El...el c-cuchillo... Yo-yo me des-desvanezco... La-la luz...

Un segundo transcurre lenta y efímeramente. Recuerdo mi vida desde que surgí. Respiro y estoy lista para dar mi último aliento... pero el segundo acaba. Esa luz es el bombillo.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué hiciste?!

—¿Te corté por la mitad?

Giro en mi centro y lo veo ahí tendido...  inmóvil.

—¡Trasero mío! ¡¿Qué te han hecho?!

—Pero qué tragedia...

Me volteo de nuevo hacia Gema y con la misma fuerza que usó el brusco del campesino para arrancarme, salto. Me restriego contra sus ojos.

—¡¡¡Ah!!! ¡¡No!! ¡¡Quítate!!

Sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas al mismo tiempo en el que me lanza lejos.

—¡¡Ah, arde!!

¡Já! ¡La venganza por mi trasero! Aunque... ¿Dónde estoy? Está oscuro aquí.

—Maldita cosa loca —puedo oírla maldecir, pero no la veo.

Decido moverme. Uno, dos, uno, dos. Cara, espalda, cara espalda. Hasta que por fin salgo.

—¡Sí! Lo hice.

Y una cosa grande pegada a Gema se acerca hacia mí. Es enorme. Es descomunal. ¡Es...!

—¡Rayos! ¿Qué fue lo que pisé?

«¡Corten! Hemos finalizado las transmisiones. Prometemos que ninguna cebolla salió herida durante el rodaje...»

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     Título: Made in China

      Autora: asturialba
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Había una vez, en una cocina cualquiera de una casa cualquiera, en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, un frutero muy hermo... un momento, ¿hay fruteros hermosos? Vale, un frutero corriente y moliente, horroroso, hortera, más viejo que la tos... Ya os hacéis una idea, ¿verdad? Bien, pues eso, un espantajo lleno de fruta.

¿Que por qué os cuento eso? Porque yo soy una de las frutas que vive en ese frutero. Soy Mora y siempre quise ser escritora, por eso he sido la elegida entre todas mis hermanas, (sí, sí  son todas unas hijas de fruta) para contaros esta historia.

¿Que qué historia? Sois un poco impacientes, ¿eh? Pues la nuestra, ¿cuál va a ser, sino? ¿La del frutero del ático? Esas son unas pijas... ¿La del primero? ¡Por favor! Son todas unas cotillas...

Bueno, a lo que iba... pues resulta que hace unos días nuestra dueña, que es la típica que siempre presume de que se cuida mucho y que sólo come healthy y todas esas patrañas, trajo una bolsa (Sisi de papel reciclado y reciclable) de una tienda muy top que han abierto en la esquina. De comercio kilómetro cero, granjeros de proximidad, consumo responsable y bla, bla... ¿Os suena, no? Si es que cada día hay más. Proliferan como champiñones. Hablando de champiñones, nuestros primos fúngicos... Tenemos en la nevera un puñado que sueñan con ser campeones; y a este paso lo van a lograr. Llevan ahí tres meses... Nadie los ha tocado ni una sola vez.

Perdón, perdón, ya me he vuelto a desviar del tema. ¿Dónde estábamos? ¡Ah sí! Que nuestra dueña trajo una bolsa llena de fruta nueva. Nuestro pequeño hábitat se vio de golpe rebosante de vida fresca. Pero no os creáis que vino con fruta normal, no. Nada de peras o manzanas, ni siquiera naranjas o algún coco, que trae de vez en cuando, no. Ni siquiera una de esas que siempre termina en su cama, una banana...

Eran todo hermanas rarísimas... Con nombres todavía más raros... Trajo una especie de cerezas pálidas y con la peor piel que he visto nunca, rugosa y dura, llamadas Lichis... ¿Quién, en su sano juicio, le pone ese nombre a una fruta? Pero si suena a chichi! Bueno, será porque cómo son de China y parecen bolas de esas...

Luego trajo una pitaya. Sí, sí PI-TA-YA. No lo habíais oído nunca, ¿verdad? Yo tampoco. Además suena a yaya.. Y aquí todas somos muy jóvenes...

En esa bolsa «de las maravillas», véase el sarcasmo empleado en esta descripción, también había mangostinos. Antes de que me llaméis inculta y me digáis que se dicen langostinos, os diré que no, no me he equivocado. Hay una fruta llamada mangostin... Que parece... No sé qué parece... un kaki que ha tomado mucho el sol, con la piel oscura... y por dentro hace una flor blanca como si fuera la flor del algodón, pero con gajos... Vamos, un engendro en toda regla y va y a la pobre desgraciada, le ponen el nombre de un crustáceo y lo disimulan cambiándole una letra... ¡Qué originales! ¿No había otros nombres? Puestos a cambiar una letra, ¿por qué no Ñaranja, Romelo o Gandarina... ?

En fin, tenéis un gusto discutible en eso de nombrar frutas tropicales... Pero no entraremos en este terreno farragoso.

Os contaré lo último que venía en la dichosa bolsita, que ya me estaba recordando al bolsillo mágico de Doraemon, porque parecía no tener fin.

Para los más viejunos, ya que este símil os parecerá un modernez a pesar de que tiene más de veinte años, diré que esa bolsa se podría comparar al bolso de la Mary Poppins, sí, ese que no tenía fondo...

Bien, pues lo último que sacó nuestra dueña, fue lo más espeluznante que he visto en mi vida. Una ristra de bolas anaranjadas, rojizas, peludas. Peludas!!
Sí, sí. Con pelo. Y no hablo de una cosa normalita como la del Kiwi o una pelusita suave como la de mi amiga Melocotón, no. Ni siquiera de esa barbita que tiene el señor Coco, no.

¿Que no me creéis? ¿Que es imposible que una fruta tenga pelo? ¿Que como soy Mora la escritora soy una fantasiosa? Pues buscad en en ese amigo vuestro, sí el que todo lo sabe, el señor de las respuestas... ¿Que no se me entiende? Hablo de Google, majos, que se os ha hecho el cerebro puré de frutas con tanta novedad...

Buscad en Google: Rambután y veréis que sucede.

Efectivamente, acabáis de encontrar la inspiración para el próximo monstruo de vuestras pesadillas...

Ahora a ver quién es la guapa que duerme al lado de semejantes especímenes... y lo que es peor, en los próximos días tendré que ver a mi dueña comiéndoselos...

Sí, sé lo qué estáis pensando: Tranquila, que igual te come a ti antes. Porque ya llevo más tiempo en el frutero... Es evidente, porque sé todo lo que ocurre en el edificio y en el barrio, pero sucede que yo no estoy nunca en el menú, porque yo soy una mora de adorno, hecha de plástico. 100% made in China.

¿Estáis pensando que eso es una incongruencia? Pues la misma que es que mi dueña traiga frutas de la otra punta del planeta sacadas de un tienda que presume se ser de comercio de proximidad y kilometro cero.

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Mix
Título: Hell's kitchen
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Había una vez, en una cocina cualquiera de una casa cualquiera, en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera, un frutero muy hermo... un momento, ¿hay fruteros hermosos? Vale, un frutero corriente y moliente, horroroso, hortera, más viejo que la tos... Ya os hacéis una idea, ¿verdad? Bien, pues eso, un espantajo lleno de fruta.

¿Que por qué os cuento eso? Porque yo soy una de las frutas que vive en ese frutero. Soy Mora y siempre quise ser escritora, por eso he sido la elegida entre todas mis hermanas, (sí, sí  son todas unas hijas de fruta) para contaros esta historia.

¿Que qué historia? Sois un poco impacientes, ¿eh? Pues la nuestra, ¿cuál va a ser, sino? ¿La del frutero del ático? Esas son unas pijas... ¿La del primero? ¡Por favor! Son todas unas cotillas...

Bueno, a lo que iba... pues resulta que hace unos días nuestra dueña, que es la típica que siempre presume de que se cuida mucho y que sólo come healthy y todas esas patrañas, trajo una bolsa (Sí, sí de papel reciclado y reciclable) de una tienda muy top que han abierto en la esquina.

Nuestro pequeño hábitat se vio de golpe rebosante de vida fresca. Pero no os creáis que vino con fruta normal, no. Nada de peras o manzanas, ni siquiera naranjas o algún coco, que trae de vez en cuando, no. Ni siquiera una de esas que siempre termina en su cama, una banana...

Eran todo hermanas rarísimas... Con nombres todavía más raros... Trajo una especie de cerezas pálidas y con la peor piel que he visto nunca, rugosa y dura, llamadas Lichis... ¿Quién, en su sano juicio, le pone ese nombre a una fruta? Pero si suena a chichi! Bueno, será porque cómo son de China y parecen bolas de esas...

Luego trajo una pitaya. Sí, sí PI-TA-YA. No lo habíais oído nunca, ¿verdad? Yo tampoco. Además suena a yaya.. Y aquí todas somos muy jóvenes...

En esa bolsa «de las maravillas», véase el sarcasmo empleado en esta descripción, también había mangostinos. Antes de que me llaméis inculta y me digáis que se dicen langostinos, os diré que no, no me he equivocado. Hay una fruta llamada mangostin... Que es un engendro en toda regla y va y a la pobre desgraciada, le ponen el nombre de un crustáceo y lo disimulan cambiándole una letra... ¡Qué originales! ¿No había otros nombres? Puestos a cambiar una letra, ¿por qué no Ñaranja, Romelo o Gandarina... ?

Os contaré lo último que venía en la dichosa bolsita, que ya me estaba recordando al bolsillo mágico de Doraemon, porque parecía no tener fin.

Bien, pues lo último que sacó nuestra dueña...

—¿Qué? ¿Quién fue? ¡¿Quién se atrevió?!

¡Bueno, ya salió la Cebolla! Voy a dejar que os hable ella porque la pobre tiene complejo de perejil... sí, ya sabéis, que quiere estar en todas las salsas...

—Gracias Mora, bobita... digo bonita, que se me ha trabado la lengua... ya sigo yo el relato.

La vida es difícil. O al menos eso dicen muchos. Cada uno se busca la forma de sobrevivir en "la vida". Unos trabajan, otros se enganchan a esos unos, a algunos nos roban la primera línea de la historia y luego está Gema (no, no es una  joya. Hablamos de la hija de nuestra dueña, una adolescente frustrada que está... ¿y por qué hablamos entre paréntesis?). Bueno, lo que os decía, está Gema que llora porque no tiene el cuerpo de Barbie —no sé quién será esa pero seguro es su archienemiga— y porque su crush se ha conseguido una "novirra" (término que ella misma le designó a las chicas que se le acercan). Pero en el fondo sé que llora está conmovida por mi físico...

—Admira cuanto quieras —le digo.

Como si quisiera poner los ojos del tamaño de mi trasero, Gema me mira y luego me suelta. Caigo de capa en la mesa.

—Di quiedes me devantas —digo mientras intento usar mi lengua para darme la vuelta. Sorprendentemente tengo una.

—¡¡E-Eres u-una-a cebo-olla pa-parlante!!

Los humanos pueden ser menos creativos que los platos al hablar. ¡Y yo sé que esa porcelana me oye!

—¡Pádame, niña!

Aún con esa cara de asombro absoluto, Gema acata. Al menos sé que hablamos la misma lengua. Aunque su lengua es roja y la mía es blanca.

—Así está mejor. —Me remuevo aliviada, pero su mirada fija me perturba.

Qué humana tan intensa.

—¿Estoy soñando? —Dice.

¿Podría ser más original? (léase con sacarmo y voz de comerciante).

—Esto es más real que tu obsesión con One Direction.

—¿Qué? ¿Pero...? —balbucea; ya parece costumbre que se quede sin palabras—. ¿Y cómo una cebolla puede saber eso?

—Créeme, tu mamá habla bastante.

—Genial. Ahora no solo soy una fracasada, sino que soy una fracasada que habla con una cebolla.

Gema se pasa las manos por el cabello tan fuerte que creo que en realidad intenta remoldearse la cabeza.

—No eres una facrasada.

—Fracasada.

—¡Facrasada dije!

—¡Arg! —Gema gruñe—. ¡Se dice "fra-ca-sa-da"! ¡¿No aprendiste a hablar en la escuela?!

Esa sí es más original.

Aunque no sé qué es una facrasada. ¡Pero ella es humana! Las facrasadas deben ser asadas. Como mi amigo el pollo Luis... qué doradito era.

—Cierto. Olvidé que las cebollas no van a la escuela.

—Estoy segura de que en la cocina se aprende más que en esa escuela tuya en donde hay "crush" y "novirras" y "pedas".

—¿Cómo una cebolla sabe eso siquiera?

¿Por qué habla de mí como si hubiera otra cosa a la que referirse? ¿Estará hablando con un plato? ¿Con esas petardas del frutero?

—Ya sé porqué Adren no me quiere...

—¿Adren mi primo?

—¿Eh?

Gema pone la misma cara de su madre cuando prueba un limón.

—Mi primo, el cebollino —le digo como si fuera lo más lógico del universo.

—¡Claro que no!

—Ah, entonces, no sé.

—Tú no tienes porqué saber de nada de esto en primer lugar.

—Perdona si no puedo arreglar tu vida, pero no creo que llorando en la cocina vayas a resolver algo.

—Listo, hasta aquí llegaste.

Gema alza su mano gigante y toma... Oh, oh...

—Niña, ¿qué haces con eso? Te puedes cortar...

—¡Lo único que voy a cortar es tu trasero cebolludo!

Con una fuerza y rapidez sobrenatural, baja la mano y... ¡uff! Me roza. Giro a tiempo.

—Tendrás que ser más rápida, primor.

—¡Ya lo veremos!

Y entonces, comienza una emocionante carrera por la supervivencia. Literalmente ruedo por casi toda la meseta. ¡Por esa chica se está arruinando mi capa externa! Conste que es importante. Da la primera impresión.

—¡¡Alto!! ¡¡Para!!

Gema se detiene. Respira agitada y me mira con más odio que mi prima Llolla cuando le gané en "Nuestra Belleza Huertal".

—¿Por qué debería? Eres una cebolla. Se supone que debes cocerte en mi sopa.

—¿Llamas sopa al agua con palos que está en la olla?

Otra vez esa mirada. Y va acompañada de un amenazador levantón de cuchillo.

—¡Anjá!

El...el c-cuchillo... Yo-yo me des-desvanezco... La-la luz...

Un segundo transcurre lenta y efímeramente. Recuerdo mi vida desde que surgí. Respiro y estoy lista para dar mi último aliento... pero el segundo acaba. Esa luz es el bombillo.

—¡¿Qué hiciste?! —Todavía tengo boca.

—¿Te corté por la mitad? —qué bien usa el sarcasmo, la puñetera.

Giro en mi centro y lo veo ahí tendido...  inmóvil.

—¡Trasero mío! ¡¿Qué te han hecho?!

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«¡Corten! Hemos finalizado las transmisiones. Prometemos que ninguna cebolla, ni ninguna mora salió herida durante el rodaje...»

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