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Reto#2: Inspiración con "Lágrimas desordenadas"

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     Título: Corazón de calavera
           Autora: Celine_ChR
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¿Quién dijo que los hombres no lloraban? En aquel momento, solo tenía ganas de parármele enfrente para decirle: tengo sentimientos. Y porque fueron heridos por quien más amaba, me dolía.

Me di cuenta de que nada en la vida es tan duradero. Así como las personas mueren, el amor se apaga y los sentimientos se desgastan... Así que me confiné por semanas en mi sofá. A base de puras chatarras. Fue entonces que mi abuela, espantada con el desastre en que se había convertido mi apartamento, me expulsó en medio de la noche para darle una "limpieza nocturna". Lo primero que pensé fue que había perdido el juicio. ¿Expulsarme de mi propio lugar a esas horas? Sin embargo, no le di más cuerda. Después de tantos días, por fin salía. Aunque fuera parado al otro lado de la puerta.

Hacía frío, la abuela no me había dejado ni coger la chaqueta. Mucho menos traía las llaves. Sabía perfectamente que esa señora no iba a dejarme volver en un buen rato. Era más testaruda que yo.

Mis opciones no eran muchas: quedarme a esperar que terminara; rogarle que abriera; o... salir a alguna parte, lejos del edificio. A pesar de que contemplé con cierto apruebo la primera opción, mi pequeña fuerza de voluntad interior, me empujó hasta abajo.

Alfredo me saludó algo sorprendido, no lo culpo, hace tiempo que no me veía salir por esas puertas que custodia. El aire fresco, mezclado con todos esos humos de ciudad, llenó mis pulmones. Así como también me congeló hasta las pelotas. Antes de que el frío también me afectara las neuronas, pensé objetivamente. Medié que, tal vez, estaba cometiendo un error. Y estuve a punto de regresarme cuando recordé: "El pozo del olvido".

En un tiempo en donde un perfume de vainilla impregnaba mis sábanas y un labial rojo manchaba mi mejilla, lo habría considerado ridículo. ¿Quién le pone ese nombre a un bar? Pero en ese momento me daba cuenta. Me daba cuenta de muchas cosas.

Con las manos en los bolsillos, a paso ágil, avancé hasta llegar a mi nuevo destino. Miles de recuerdos golpearon secamente mi cabeza. Ya no caminaba con nadie sujetándose a mi brazo, quejándose de mi altura o mi peinado.

A través del vidrio de la puerta, pude observar que no habían muchas personas. Y todas tenían una caras... bueno, no mejores que la mía. Empujé para entrar como indicaba un cartel y una pequeña campanilla me anunció. El resto de los clientes ni se inmutaron al sonido, otros levantaron apenas la cabeza. El calor del lugar solo provenía de la calefacción.

Mi mirada cayó sobre el barman, un señor sobre los cincuenta, y la suya se apartó de los vasos que limpiaba para seguirme hasta que tomé asiento.

—Buenas noches —habló por fin—, ¿qué puedo ofrecerle?

Me resultó gracioso en el momento. ¿Ofrecerme? Qué tal... ¿mi antigua vida? O mejor, un pasaje, para perderme en lo más recóndito del mundo. ¿Podría darme a mi media naranja? Aunque a esas alturas ya debió transformarse en un medio limón.

Por solo pedir algo, ¿que podría pedirle que pudiera ofrecerme?

—Un whiskey. Sin hielo.

Y sin pronunciar más palabras, el señor Ramírez, según la etiqueta en su chaleco, buscó la botella para servirme.

No solía beber porque Annie decía que mi tolerancia al alcohol era nula. Que siempre terminaba haciendo el ridículo.

Contemplé el vaso por largos instantes. Ese líquido ocre que a mi padre tanto le gustaba y que a mí nunca me había llamado la atención.

—¿Vas a tomártelo? —inquirió un hombre que se encontraba sentado no tan lejos mío.

¿Dónde estaba Annie ahora? Si la verdadera razón por la que demoraba en tomar era ella, pues se jodió.

—¡Con calma, compañero! —Escuché a ese mismo hombre carcajearse luego de verme tomar todo de un trago y hacer mil muecas—. No aguantarás mucho a ese paso.

—No quiero hacerlo —respondí, sin levantar mi vista del vaso—. He pasado mucho tiempo velando minuciosamente mis pasos. Complaciéndolos a todos. ¿Y qué he logrado manteniendo mi fantasía de la vida perfecta? Tengo un trabajo que ni siquiera me gusta y mi mujer me ha dejado por un viejo millonario.

No sabía porqué había dicho todo aquello. En ese lugar. A ese desconocido. Simplemente había salido. Pero no me sorprendía. Nada salía como tenía previsto desde hace un tiempo.

—Ponle dos más. —La voz del señor, dirigiéndose al barman, me sorprendió—. Yo pago.

***

Me recordaba a mi padre. Tenía el mismo bigote. Y ese aire empático, que te proporciona confianza. Después de... (quién sabe cuántos) tragos, me ayudó a llegar a casa.  En el momento, no sabía el porqué de su amabilidad. Pero me lo imaginaba. No sé si habría entendido mi enredado "gracias", pero me sonrió ligeramente antes de irse.

"Lo bueno de tocar fondo, muchacho, es que solo puedes seguir subiendo. La elección es enteramente tuya". Sus palabras se quedaron grabadas de alguna manera en mi embriagada mente.

La abuela me había dejado las llaves con Alfredo y él me las había entregado apenas me vió pasar. Luego de una pequeña lucha por abrir (veía más cerraduras que puerta), logré entrar en mi apartamento. Doña Olga se había lucido. Todo estaba decente por primera vez en mucho tiempo.

Cerré y tiré las llaves sobre la mesa. Entonces, noté allí una caja que había olvidado debajo de la cama. Ella ha de haberla sacado en su labor. Inseguro, me le acerqué. Dos lágrimas cayeron sobre el montón de fotos dentro. ¿Alguien podría culparme por aún conservar esos sentimientos en mi interior?

Las rupturas duelen. Arden. Molestan. Decepcionan... pero sobre todo, requieren tiempo para ser superadas.
Y aunque no sabía cuánto me tomaría. Estaba dispuesto a afrontarla con la mayor dignidad posible.

Así que jugué un poco con mis fotos y cerillas. Y puede que haya activado la alarma antiincendios. Y despertado a todos en medio de la noche. Y alertado a los bomberos... Pero dije con dignidad. No madurez.


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         Título: He soñado
         Autora: asturialba
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He soñado que dormía entre tus piernas...

Llevo varios días soñándolo. Desde aquella conversación que mantuvimos entre bromas.

Creo que no todo eran bromas, no por mi parte al menos. Y no dejo de pensarlo. En todo lo que tenía que haberte dicho y no te dije. Además, ahora veo insinuaciones por todas partes, todo me parecen dobles sentidos, pero no sé si son imaginaciones mías o certezas que hasta un ciego vería.

Todo me recuerda a tí y me siento sin fuerzas para continuar.

Necesito decirte que eres mi medio limón, quién apaga mis miedos, quién enciende mis pasiones.

De noche, en los delirios de alcohol lo veo claro y en la serenidad de la mañana me miento. Cuando el dolor de cabeza me abruma abro otro botellín, y me paso la resaca con cerveza. Eras tú quien ponías en llamas mi cama.

Noches de tequila y mañanas de cerveza, en un ciclo que no tiene fin. Que sólo se empaña cuando mis lágrimas, punzantes y avergonzantes, me surcan las mejillas. Los hombres no lloran, dicen.

Claro que lloran; claro que lloramos, pero no siempre las lágrimas nacen en los ojos ni son saladas. A veces son amargas como la hiel que te atenaza el estómago y te desordena el alma.

A veces son recuerdos que no quieres tener, pero que salen a flote en tu memoria como si fueran aceite en un vaso de agua.

Y todo lo manchan. Aunque no quieras.
Porque al fin he comprendido que eran tus palabras las que me alzaban y ahora son tus silencios los que no me dejan avanzar.

Porqué soñé que dormía entre tus piernas y dejé el sueño con las patas torcidas, temblorosas de placer, desmadejadas sobre mi colchón triste y solo.

Porque siempre fui un preso perfecto de tus caderas, de tus andares, de tu forma de mirarme. Esclavo de tu piel, de tu aroma.

Aunque me vendiera por horas en cualquier esquina, siempre era en horario de oficina. A las cinco en casa, esperando tu regreso.

Y ni te dabas cuenta de que quemabas mi piel y mi corazón a cada paso, que yo seguía tu rastro como un ratón al queso, y caía atrapado en la trampa de tu embrujo.

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Mix
  Título: Delirios del alcohol
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¿Quién dijo que los hombres no lloraban? Claro que lloramos, pero no siempre las lágrimas nacen en los ojos ni son saladas. A veces son amargas como la hiel que te atenaza el estómago y te desordena el alma.

A veces son recuerdos que no quieres tener, pero que salen a flote en tu memoria como si fueran aceite en un vaso de agua.

Y todo lo manchan. Aunque no quieras...

Todo me recuerda a tí y me siento sin fuerzas para continuar. Me confiné por semanas en mi sofá. A base de puras chatarras. Fue entonces que mi abuela, espantada con el desastre en que se había convertido mi apartamento, me expulsó en medio de la noche para darle una "limpieza nocturna". Lo primero que pensé fue que había perdido el juicio. ¿Expulsarme de mi propio lugar a esas horas? Sin embargo, no le di más cuerda. Después de tantos días, por fin salía. Aunque fuera parado al otro lado de la puerta.

Hacía frío, la abuela no me había dejado ni coger la chaqueta. Mucho menos traía las llaves. Sabía perfectamente que esa señora no iba a dejarme volver en un buen rato. 

Mis opciones no eran muchas: quedarme a esperar que terminara; rogarle que abriera; o... salir a alguna parte, lejos del edificio. A pesar de que contemplé con cierto apruebo la primera opción, mi pequeña fuerza de voluntad interior, me empujó hasta abajo.

Alfredo me saludó algo sorprendido, no lo culpo, hace tiempo que no me veía salir por esas puertas que custodia. El aire fresco, mezclado con todos esos humos de ciudad, llenó mis pulmones. Así como también me congeló hasta las pelotas. Antes de que el frío también me afectara las neuronas, pensé objetivamente. Medié que, tal vez, estaba cometiendo un error. Y estuve a punto de regresarme cuando recordé: "El pozo del olvido".

En un tiempo en donde un perfume de vainilla impregnaba mis sábanas y un labial rojo manchaba mi mejilla, lo habría considerado ridículo. ¿Quién le pone ese nombre a un bar? Pero en ese momento me daba cuenta. Me daba cuenta de muchas cosas...

«Al fin he comprendido que eran tus palabras las que me alzaban y ahora son tus silencios los que no me dejan avanzar.»

Con las manos en los bolsillos, a paso ágil, avancé hasta llegar a mi nuevo destino. Miles de recuerdos golpearon secamente mi cabeza. Ya no caminaba con nadie sujetándose a mi brazo, quejándose de mi altura o mi peinado.

A través del vidrio de la puerta, pude observar que no habían muchas personas. Y todas tenían una caras... bueno, no mejores que la mía. Empujé para entrar como indicaba un cartel y una pequeña campanilla me anunció. El resto de los clientes ni se inmutaron al sonido, otros levantaron apenas la cabeza. El calor del lugar solo provenía de la calefacción.

Mi mirada cayó sobre el barman, un señor sobre los cincuenta, y la suya se apartó de los vasos que limpiaba para seguirme hasta que tomé asiento.

—Buenas noches —habló por fin—, ¿qué puedo ofrecerle?

Me resultó gracioso. ¿Ofrecerme? Qué tal... ¿mi antigua vida? Llevo varios días soñándolo. O mejor, un pasaje, para perderme en lo más recóndito del mundo.

Por solo pedir algo, ¿que podría pedirle que pudiera ofrecerme?

—Un whiskey. Sin hielo.

Y sin pronunciar más palabras, el señor Ramírez, según la etiqueta en su chaleco, buscó la botella para servirme.

No solía beber porque Annie decía que mi tolerancia al alcohol era nula. Que siempre terminaba haciendo el ridículo.

«¿Dónde estaba Annie ahora? De noche, en los delirios de alcohol lo veo claro y en la serenidad de la mañana me miento. Cuando el dolor de cabeza me abruma abro otro botellín, y me paso la resaca con cerveza.»

Contemplé el vaso por largos instantes. Ese líquido ocre que a mi padre tanto le gustaba y que a mí nunca me había llamado la atención.

—¿Vas a tomártelo? —inquirió un hombre que se encontraba sentado no tan lejos mío.

Si la verdadera razón por la que demoraba en tomar era ella, pues se jodió.

—¡Con calma, compañero! —Escuché a ese mismo hombre carcajearse luego de verme tomar todo de un trago y hacer mil muecas—. No aguantarás mucho a ese paso.

—No quiero hacerlo —respondí, sin levantar mi vista del vaso—. He pasado mucho tiempo velando minuciosamente mis pasos. Complaciéndolos a todos. ¿Y qué he logrado manteniendo mi fantasía de la vida perfecta? Tengo un trabajo que ni siquiera me gusta y mi mujer me ha dejado por un viejo millonario.

No sabía porqué había dicho todo aquello. En ese lugar. A ese desconocido. Simplemente había salido. Pero no me sorprendía. Nada salía como tenía previsto desde hace un tiempo.

—Ponle dos más. —La voz del señor, dirigiéndose al barman, me sorprendió—. Yo pago.

***

La abuela me había dejado las llaves con Alfredo y él me las había entregado apenas me vio pasar. Luego de una pequeña lucha por abrir (veía más cerraduras que puerta), logré entrar en mi apartamento.

Noches de tequila y mañanas de cerveza, en un ciclo que sin fin. Que sólo se empaña cuando mis lágrimas, punzantes y avergonzantes, me surcan las mejillas.

«He soñado que dormía entre tus piernas...» Y dejé el sueño con las patas torcidas, temblorosas de placer, desmadejadas sobre mi colchón triste y solo.

Porque siempre fui un preso perfecto de tus caderas, de tus andares, de tu forma de mirarme. Esclavo de tu piel, de tu aroma.

Aunque me vendiera por horas en cualquier esquina, siempre era en horario de oficina. A las cinco en casa, esperando tu regreso.

Y ni te dabas cuenta de que quemabas mi piel y mi corazón a cada paso, que yo seguía tu rastro como un ratón al queso, y caía atrapado en la trampa de tu embrujo.

Las rupturas duelen. Arden. Molestan. Decepcionan... pero sobre todo, requieren tiempo para ser superadas. «¿Alguien podría culparme por aún conservar esos sentimientos en mi interior?»

Doña Olga se había lucido. Todo estaba decente por primera vez en mucho tiempo.

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