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— Cariño... cariño por favor...

— Aún está tibio...

— Señor, tiene que dejarnos llevarnos el cuerpo...

— ¡No es un cuerpo, es mi Brian! —interrumpió con los ojos llenos de lágrimas mirando con rabia al paramédico, quien solo dio un suspiro.

— Tenemos que llevarlo a la morgue. El cuerpo no puede...

— ¡Ya deje de llamarlo de esa forma! —seguía sollozando Roger. Freddie, quien estaba a su lado, suspiró.

— Dele unos minutos... entienda que es una pérdida bastante fuerte...

— No podemos dejarlo aquí mucho tiempo... señor... tiene que limpiarse... está lleno de sangre...

— No me importa... quiero estar con él... déjenme estar con él... —pidió Roger llorando.

— Ya se fue, cariño... —le dijo Freddie en voz dulce—. Ahora está en otro lugar.

— ¡P-Pero prometimos...! ¡Prometimos estar por siempre juntos! —sollozó sin soltarse de su amor, que seguía muerto en el suelo. No le importaba tener su pijama con su sangre, al igual que algunas partes de su cuerpo. Quería estar con él. Freddie solo lo miró con pena.

— Señor, encontramos esto entre las cosas de la víctima —dijo un detective sacando una caja pequeña de terciopelo. Se lo pasaron a Roger, quien lloraba aún más y al abrirla soltó un sollozo.

— ¿Roggie? ¿Qué es? —preguntó Freddie. Roger seguía mirando la caja sin dejar de sollozar.

— Es un anillo de compromiso —dijo intentando calmarse—. Iba... iba a proponerme matrimonio.

(...)

Lentos pasaban los amargos días ante los ojos color mar del joven rubio, quien pasaba el resto de su verano encerrado en su habitación, sin salir, sin comer. Su madre pasaba a verlo seguido, sabía lo difícil que de seguro era para su hijo. Tenerlo todo y perderlo en un solo instante.

Sin embargo, parecía que nada ayudaba a Roger. Sus sollozos se oían a todas horas en aquel departamento pequeño que tenía, y pasaba su día viendo sus fotos con su difunto enamorado, a quien añoraba con cada fibra de su ser.

— ¿Por qué la vida tuvo que jugarnos de esa manera tan cruel, amor mío? —murmuró viendo su última foto con Brian, el mismo día en el que este había muerto, pero horas antes, en la fogata, compartiendo un dulce beso.

Se castigaba mentalmente diciéndose que si no hubiese dicho que había alguien, Brian seguiría con vida, que si hubiera detenido a Archie al momento de que este golpeó al feroz animal, este quizás hubiese escapado, que debió pensar en ahuyentarlo con fuego antes de que Brian estuviese siendo atacado.

Cada vez que cerraba los ojos veía esa imagen. Los gritos que pegaba su pareja mientras aquel animal lo asesinaba de forma brutal, como intentó golpearlo con una rama cuántas veces pudo, pero que había sido tarde, puesto que el oso se había ensañado con su novio.

Luego, cuando lograron ahuyentarlo con fuego, y se dio cuenta que Brian ya no seguía con vida. Su pecho no se movía indicando aquella respiración calmada que le gustaba sentir estando abrazándolo, sus ojos seguían abiertos y mirando un punto ciego, y no gritaba. Brian había muerto mientras aquel oso lo despedazaba, y con él, también se había ido la parte jovial de Roger, la que siempre lo había caracterizado.

La madre de Brian lo había encarado en el funeral, le había dicho que todo había sido su culpa, que su hijo odiaba los campamentos y que solo había ido por él, que el oso debió haberlo atacado a él y no a su hijo. Roger solo sentía que tenía razón mientras lloraba sin consuelo, y fue la hermana de este, junto con el padre de Brian, quienes intervinieron en aquella remienda innecesaria y fuera de lugar.

— ¡Mi hijo solo tenía veinticinco años! ¡Solo tenía veinticinco años! —exclamó la mujer llorando, mientras apuntaba al rubio con el dedo—. ¡Y por tu culpa se ha ido!

— Ruth, deja de hacer escándalo, por favor... Brian no hubiese querido eso —la reprochó el padre del joven fallecido.

— ¡Solo estoy diciendo la verdad! ¡Sí alguien tiene la culpa de la muerte de mi único hijo, es ese chico! —exclamó. Roger casi no podía respirar por sus sollozos y por su congestión nasal provocada por esta, y Beth lo abrazó, mirando mal a la mujer que lo culpaba de forma injusta.

— Escuche, señora May, si alguien está tan mal como puede estarlo usted por la muerte de Brian, es Roger —le dijo la chica—. Así que le sugiero que deje de hacer lo que sea que está haciendo, porque va fuera de lugar.

Brian era aún demasiado joven. No debía morir. No se suponía que lo haría, pero así había sido. Así, de forma tan repentina, había sido truncada su mágica historia de amor, que planeaban continuar hasta su lejana vejez.

Por suerte, el padre le había dejado conservar el anillo de compromiso jamás entregado, y lo usaba en cada momento. No se lo quitaba nunca, como un recordatorio de su amor con Brian.

— Prometo esperar hasta mi muerte para volver a encontrarnos —dijo en voz baja, como siempre, hablando a cualquier punto fijo e imaginándose que Brian estaba allí—. No tendré a nadie más, porque nadie podría reemplazarte, mi amor.

Aunque por el camino que llevaba, sin comer y sin beber nada, quizás el rubio se estaba conduciendo de forma rápida a su encuentro con Brian.

(...)

— Vine a ver a mi rubio favorito.

— Hola, Archie... —saludó algo deprimido, como siempre estaba, y acostado en el sillón con una manta en las piernas.

— Te traje helado, chocolates y unas flores —le dio el ramo. El rubio lo recibió, realizando una mueca que intentó ser sonrisa.

— Son hermosas, gracias.

— Es lo mínimo por mi amigo —respondió y se sentó a su lado—. ¿Cómo te has sentido?

— Ya no siento nada, Archie —respondió mirando a un punto ciego—. Mi corazón se marchitó cuando Brian murió.

Ver el estado de cómo se encontraba Roger le causaba un enorme sentimiento de culpa, sumado a la muerte de Brian. Archie creía que de no ser por su acción desmedida, quizás todos estarían vivos y bien. De todas formas tenía que cuidar de Roger, como quería hacerlo desde que era un niño. Siempre había sentido el deseo de protegerlo.

— Pronto vas a poder curar tu corazón —lo consoló y acarició su brazo, para luego dejar un beso suave en la frente del rubio, quien solo se dejaba hacer ante cualquier mínima muestra de afecto de alguno de sus seres queridos. Roger era en ese momento como un cachorro desamparado, que acababa de perder su única protección.

— Sí, en octubre veintiséis —respondió.

— ¿Hm? ¿Qué pasa en octubre veintiséis? —preguntó Archie.

Roger se mordió el labio. Se le había salido. No podía simplemente decir lo que tenía planeado para aquella fecha. Tenía que pasar desapercibido.

— Nada. Brian y yo cumpliríamos cinco años. Es todo —respondió mirando hacia abajo—. Ese día nos volveremos a ver —añadió en voz baja, queriendo ocultar su intención.

— No me digas que quieres suicidarte ese día, Roger... dime por favor que no... —dijo Archie comprendiendo. No era tonto, y sabía lo que el espíritu apasionado de Roger lo haría a hacer cualquier cosa por amor.

— No sé —se justificó—. Quizás Dios o... o el universo o... quien me escuche me lleve ese día. Para poder verlo de nuevo y continuar nuestra historia de amor en el más allá.

— Roger... Roger, por favor... sé realista... no puedes morir por esto. ¿Crees que esto es lo que le gustaría a Brian? ¿Crees que él querría verte sufrir así?

— No, pero yo tampoco quise verlo sufrir a él. Yo tampoco quería que él sufriera y ese maldito oso lo hizo sufrir —repuso.

— Quizás no sufrió tanto... —quiso consolarlo.

— Gritó tanto... dudo que no haya sufrido —repuso nuevamente con ganas de llorar.

Archie se maldijo internamente por empeorar la situación y no arreglarla.

— Mira, Rog... creo que puedo ayudarte a superar esto. Lo haremos los dos. Yo también me siento pésimo por la muerte de Brian —le dijo y le acarició la espalda para calmarlo—. Hay que unirnos como amigos, y no solo conmigo, también con Freddie, con John, con Beth. Tenemos que ser fuertes, Rog.

— Él era mi fortaleza —musitó el rubio con un hilo de voz. El castaño suspiró y lo envolvió en un abrazo para brindarle un conforte que él tampoco poseía.

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