El pequeño sonido de la bandeja de texto de su celular, le despertó, se levantó nuevamente y leyó el mensaje. Nada importante, solo una promoción de su compañía celular. Miró la hora, cuatro de la mañana, se recostó nuevamente y cerró sus ojos, sin embargo el sonido de la puerta de su habitación le evitó caer dormida. Entre abrió los ojos y pudo ver la figura de una mujer y al sentir su olor la reconoció Amelia, su madre, no realizó ningún movimiento y se hizo pasar por dormida.

Sintió como la mujer le abrigo un poco más, el cómo acarició sus cabellos y le miró de manera dulce.
El pecho de Lapis se apretó un poco cuando sintió los labios de la mujer sobre su frente.

Y un pequeño nudo en su garganta se formó cuando escuchó el

“Te amo Lapis”.

Saliendo de la boca de esa mujer.
Cuando finalmente la mujer abandonó su habitación, Lapis cubrió sus ojos que amenazaban con soltar aquellas lágrimas.

Y Lapis recordó a esa niña de cinco años, viendo la espalda de su madre sabiendo que le estaba abandonado.

Y en ese momento Lapis sintió por primera vez, el calor de una madre.

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Durante la tarde, Lapis no pudo quitar ese momento de su memoria, cada vez que recordaba la voz de Amelia, esa punzada en su pecho crecía con intensidad.

La pequeña mesa posada en la playa, se había vuelto su segundo hogar durante las vacaciones. Ese día, había olvidado su guitarra, su consuelo se adherida a él oleaje del océano. Respiraba de manera calmada.

-Se supone que iría al correo.

Cuando Lapis escuchó aquella voz, cerró sus ojos y sonrió de manera agradable.

-Y supongo que pasar por la playa es el mejor camino para llegar al correo.

Lapis abrió sus ojos y contempló el cielo azul.

-No en realidad, pero estaba cerca y vi su cabellera azul ondear con el viento.

-¿Te acercas a las personas solo por su color de cabello?.

-Bueno, estoy segura de que usted Johansson, es la única persona con el cabello tintado de azul en este pequeño pueblo.

Lapis volvió a sonreír y esta vez giró su vista y encontrándose con los ojos verdes de Leone sentada delante suyo, volvió a hablar.

-Leone, ¿Cuál es el origen de tan extraño apellido?. Lapis posó sus brazos en la mesa y sostuvo su barbilla.

-Sólo llevó en apellido de mi madre. Tomó una pausa y rascó su mejilla. - Mi abuelo, su padre, era italiano, de ahí, mi madre heredó el gran apellido Leone. Miro las delicadas manos de la peli azul y se animó a preguntar. - ¿De donde proviene el suyo Johansson?.

Al escuchar la pregunta, Lapis jugó un mechón de su cabello y puso un extraño gesto.

-Ni idea, solo sé que mi papá era canadiense. Se levantó, dio un largo tirón y volvió su mirada a Leone.

Sonrió de manera traviesa y se acercó a la pecosa.

-Tengo una idea.

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-En conclusión, saturno es mi planeta favorito.

Lapis miraba de manera atenta a la pecosa, habían pasado dos horas desde que entraron al planetario y durante más de hora y media, Leone le explicaba el por que saturno era su planeta preferido.

Y durante todo ese tiempo, Lapis jamás se aburrió.

Cuando Leone hablaba de algo que le apasionaba, un hermoso brillo se presentaba en su mirada, incluso aunque la pecosa no se diera cuenta, una enorme sonrisa abarcaba en ese rostro pecoso con tan encantadora gracia.

Cuando Leone paro, un silencio profundo se presentó.

Los segundos se volvieron minutos.

Y no fue una palabra la que rompió el armonioso silencio, fue una acción, una lenta y dulce caricia en la mejilla de Lapis.

Un acto tan maravilloso y cálido que le obligó a mirar los ojos verdes de Leone.

Cuando los dedos de Leone dieron el último roce a su mejilla y la pecosa le regaló una preciosa sonrisa.

Aún sin que la peli azul, lo supiera en ese momento.

Lapis se había enamorado.