you know how much it hurts
Cuando amo algo o alguien tanto, lo conservo para siempre.
Soy una mujer de rituales. Y cada vez que pierdo (porque pierdo condenadamente mucho, solo parece que va a peor) esos rituales, hábitos, palabras, etiquetas, canciones, todo eso se convierte en mi única manera de estar con lo que perdí.
Es como si guardara luto a mis pérdidas a través de las cosas que hacía con ellas. Y nunca dejó de hacerlo, porque me da mucho miedo olvidar que alguna vez fui tan feliz, mi mente no funciona como aquellos que lo hacen parecer tan sencillo, y no lo hace porque no me deja, no me permite reducir la velocidad; casi hasta parece una tortura.
Y es por eso que a veces voy al sushi del centro de la ciudad sola, y no llevo a nadie conmigo; solo miro a los comensales reír y pasarla bien, y yo me quedo allí comiendo, mirando a la silla frente a mi (siempre acostumbro a sentarme en una mesa de dos plazas) y con ese gran e inútil cerebro imagino.
Es por eso que voy a la cafetería estrambótica de mi barrio religiosamente, subo a la segunda planta me siento en el mismo lugar y me pido la misma tisana mientras leo un libro de poesía.
Es por eso que si como en la fonda detrás de mi escuela, no lo hago con nadie más. Evito mirar al pequeño árbol de mandarinas en el pasto detrás de las gradas, porque tengo miedo de quedarme viéndolo demasiado tiempo, pero igualmente lo hago porque espero encontrarla allí.
Escucho algunas canciones con total devoción porque recuerdo el momento y las palabras exactas de las personas que me las mostraron y sinceramente, no las comparto, solo las escucho cuando necesito fuerzas, porque la mayor parte del tiempo ya no me queda ninguna.
Y a veces salgo al parque cerca de casa, y me siento en la misma banca mirando a los perros jugar con sus dueños y con mi gran y tonto cerebro imagino. Así como lo he hecho algunas veces en el parque España, y luego me siento dentro de aquella cafetería y con una sonrisa pido el mismo estúpido café que es una combinación entre lo frío y lo caliente, e imagino de nuevo.
Y por eso guardo el dibujo de aquella flor que me hizo en un pedazo de papel en la clase de Homeopatia, guardo la carta que me escribió apresuradamente en su palma mientras me iba por tres días lejos, la encuesta tonta que hicimos en un kiosco un día de verano, la pulsera, incluso el borrador azul con el ancla y la pluma que solo uso para cosas especiales.
Por eso a veces camino la misma ruta por la tarde hacia la misma parada de autobús frente al campus de zacatenco y aunque no tomo ninguno de los buses, solo miro a la gente irse y llegar y a mi lado solo imagino.
Por eso ya no le digo a nadie que es mi persona, o que es mi sol.
Porque mi estúpido cerebro no me permite olvidar pero al mismo tiempo tiene miedo de hacerlo. Y entonces aquí están todos esos malditos recuerdos con todas estas personas.
Y yo solo quiero apagar mi cerebro, porque la gente apenas y entiende la tortura mental qué paso día a día.
Estoy harta... dolida y agotada. Muy agotada.
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