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3. MISTERIO / LENCERÍA / JUEGO

El dichoso Tom no dejaba de sorprender a Isabel. Llegados a ese punto, ella ya estaba metida hasta las trancas en aquel juego libidinoso y lo de cubrirse los ojos era una minucia, así que, por qué no: «seguiría jugando».

Obedeció. Se anudó el terciopelo en la nuca y, antes de que pudiera pensar dos veces dónde se había metido, golpearon a la puerta: un toque, dos, tres y el cuarto se hizo un poco de rogar, pero llegó.

Era él. Su objeto de deseo estaba al fin allí.

Isabel tomó aire, se levantó, abrió a tientas y su presencia la arrolló como un mar bravo contra un acantilado. El corazón le bombeaba salvaje en el pecho. Escuchó cómo la puerta se cerraba tras él. Ya estaba dentro.

—Hola —dijo ella, en tono tímido, y se colocó un mechón de pelo furtivo que se le escapaba hacia la cara por detrás de la oreja.

—Hola, Meg —saludó él, y a ella le encantó su timbre de voz grave—. Estás espectacular.

—No es justo, yo no te veo—. A través de la tela solo intuía una silueta, pero pudo captar su perfume. Era un aroma muy masculino con un particular toque dulce, como de hierbas silvestres y caramelo tostado.

—Pero sí que puedes tocarme —respondió él, sonando sugerente en extremo, mientras acortaba la distancia hasta ella con un paso—. ¿A que nunca has conocido a nadie primero por el tacto?

—Claro que no... —rio ella—. No es muy normal, a no ser que seas ciega...

—¿Y desde cuándo lo nuestro es normal?

—Ahí tienes razón.

—¿«Seguimos jugando»?

Las palabras clave.

—Sí, seguimos jugando —aceptó ella sin dudarlo.

Iniciando el contacto lentamente, la guio con delicadeza por la cintura hasta lo que supuso era el borde de la cama. Ella se sentó y pudo oír el suave sonido del roce de su ropa cuando él se arrodilló, para quedar cara a cara. Era en realidad un tipo bastante alto.

Le cogió las manos y ella las sintió grandes, tibias y firmes. La tomó suavemente por los dedos y le apoyó las palmas sobre sus anchos hombros como si fueran a comenzar a bailar. A Isabel la hechizaron sus movimientos decididos, aunque sin prisas, la envergadura de su espalda y el tacto familiar del jersey que cobraba otra dimensión al cubrir su cuerpo. Para asegurarse, deslizó las yemas hacia el cuello para comprobar que en efecto era el que ella había escogido, y tenía toda la pinta de sentarle mejor de lo que ya lo hacía en sus sueños.

Se moría por verle la cara, pero lo más parecido que a ciegas podía conseguir era palpar sus rasgos. Comenzó a trazar su boceto mental por la nuca y él se dejó hacer. La descripción que le había hecho Rosa de momento era acertada: era un tipo grande y tenía el pelo corto, aquello de rubio y guapo eran dos detalles supuestos que ella decidió aceptar como actos de fe.

Siguió paseando por las orejas y se desplazó hacia las patillas que se mostraban ásperas al tacto en contraste con la piel afeitada de la parte superior de sus mejillas, llevaba algo de barba. De momento todo en él le parecía sexi y viril. Prosiguió absorbiendo cada detalle. Notó unas cejas pobladas, los ojos cerrados, una nariz afilada, y se atrevió a rozarle la boca donde encontró unos labios sorprendentemente carnosos que en ese instante sonreían para ella. Él era pura armonía.

—¿Te gusta lo que estás encontrando? —habló con los índices de ella todavía sobre sus labios.

—Parece que no estás mal —valoró ella, sonriendo también, y suspirando de alivio por dentro. Sí, Tom estaba resultando ser todavía mejor de lo que había imaginado.

—¿Me dejas que te toque yo ahora? —pronunció él, en un susurro, con aquella voz segura y con un matiz atrevido—. ¿«Seguimos jugando»?

—Seguimos jugando —afirmó una vez más.

Tom le colocó su enorme palma de la mano sobre la mejilla y le acarició la cara. Deslizó el dorso de sus dedos por la mandíbula y viajó hasta la barbilla, entreabriéndole la boca con un descarado pulgar apoyado en el centro de su labio inferior. A ella ese simple acto con tintes de posesión, envuelto en aquella atmósfera de puro erotismo, la dejó desarmada y exhaló todo el aire de sus pulmones en un suspiro.

Notó la respiración de él, cada vez más próxima y acelerada, hasta que pudo sentir el calor de su aliento. Su perfume, de cerca se combinaba con el de ropa limpia, la lana del jersey nuevo y un ligero aroma mentolado. Tener los ojos vendados conseguía potenciar el resto de sus sentidos, como si todo se mostrara en alta definición.

—¿Puedo besarte, Isabel?

Era la primera vez que pronunciaba su nombre real y había tenido el acierto de hacerlo a dos milímetros de su boca.

—Inténtalo, si no tienes miedo a que te muerda... —Ella misma se sorprendió con su atrevimiento.

—No te prives de nada —pidió rozando ya sus labios con los de ella.

Sus bocas se unieron en un beso profundo y hambriento. Los dos traían experiencia a sus espaldas, sabían lo que querían, lo que esperaban de su encuentro y, además, estaban amparados por un pacto que les dejaba la suficiente holgura como para dar rienda suelta a sus fantasías de forma segura. Cada uno era el objeto de deseo del otro y aquello era excitante por sí mismo. No se preguntaban qué tipo de relación tenían, ni si el otro se podría ofender por tal o cual tontería. No importaba qué harían después ni tenían que perder el tiempo en una conversación tensa que daría lugar a unos previsibles preliminares. Solo primaba el aquí y el ahora. La finalidad de su juego no era otra que el placer en sí mismo.

Isabel irguió su espalda, sin deshacerse del jugoso beso, y separó las piernas para permitirle entrar en su espacio. Él respondió abrazándose a ella y presionándola con su amplio tórax hasta dejarla tumbada sobre la cama. Sus lenguas se afanaron en saborear lóbulos, cuellos, clavícula... y, cuando la ropa comenzó a estorbar, Tom preguntó:

—¿Me dejas contemplar mi regalo? —Y lo formuló sin dejar de lamerle la piel de encima del esternón en una peligrosa trayectoria descendente.

—Solo si yo también puedo ver el mío.

—Chist... —Tom la invitó a que callara poniéndole el índice sobre sus labios incandescentes y le pidió—: Confía en mí. Todo a su tiempo.

Ella iba a protestar, pero le fue imposible pues su indiscreta mano ya estaba deslizándose por debajo de la falda y había localizado el borde del encaje. Dos hábiles dedos se introdujeron más allá de la costura y se aplicaron en acariciarle el monte de venus en dirección al centro de su anatomía. La dimensión del tiempo perdió toda relevancia en pos de aquel delirio. Cuando ella más entregada estaba, él detuvo su avance y se aplicó en desabotonarle por completo el vestido que enseguida cayó rendido sobre la cama, dejándola expuesta ante su mirada, ataviada con aquella lencería de mujer empoderada. Isabel se sentía bella, deseada, excitada y pensó que aquel estado podría llegar a convertirse en una droga muy dura para su cerebro.

Tom aprovechó aquella pausa para quedarse solo vestido con la segunda parte de su regalo y volvió a colocarse encima de ella. Comenzó a recorrerle el cuerpo entero con sus fuertes manos, no sin antes colocar las de ella sobre la ajustada tela del bóxer. No dejaron ni un milímetro de encaje ni de lycra por dibujar con sus yemas, mientras sus bocas retomaban el beso con una urgencia cada vez mayor.

—Eres perfecta, Isabel. Te deseo tanto...

Le deslizó el tirante del body hombro abajo y extrajo uno de sus pechos de dentro de la tela de plumeti transparente para poder lamerlo y acariciarlo a voluntad. Ella se estremeció curvando la espalda sobre el colchón. Después le siguió el otro y, cuando la prenda pedía a gritos bajar de la zona del ombligo, se aseguró de nuevo sin abandonar nunca su tono templado y grave:

—¿«Seguimos jugando»?

—No pares, por favor. No me vuelvas a preguntar nada —suplicó ella con la respiración agitada—. Si no quiero algo, yo te lo haré saber. Ahora sigue.

—Como desees.

Los dos se despojaron de las pocas ropas que les quedaban puestas y sus cuerpos se fundieron en uno como si estuvieran diseñados para hacerlo. Sus formas y sus ritmos empastaban en perfecta sintonía. A un leve gesto del otro sabían cómo actuar, como si llevaran amándose toda una vida, pero con la excitación de ser la primera vez.

Isabel nunca había experimentado un acto tan pleno. Hubiera jurado que podía ser consciente de cada una de sus terminaciones nerviosas. Había momentos en los que se hubiera arrancado aquella venda de los ojos, pero en su fuero interno sabía que gran parte de la magia la obraba ese pequeño detalle. ¿Qué tipo de fetichismo tan delicioso era aquel? Lo único cierto era que no quería que ese encuentro acabara nunca, y a la vez cabalgaba veloz en busca del clímax final.

Al cabo de un tiempo relativo e idóneo, ambos alcanzaron el placer más absoluto y ya reposaban exhaustos, tumbados sobre la cama con las sábanas revueltas. La frecuencia de sus latidos iba en descenso, sus respiraciones recuperaban la serenidad, aunque el sudor todavía bañaba sus pieles desnudas.

Entonces Tom se incorporó sobre un brazo y con el otro buscó el borde de la cinta de terciopelo para liberarla. Había llegado el momento de verse cara a cara.

—Detente, por favor —exigió ella, parándole la mano con la suya, justo cuando estaba tocando el nudo—. Si lo haces, esta magia se desvanecerá para siempre y jamás podremos recuperarla.

—Pero yo creía que...

—Chist... —Ahora era Isabel la que le pedía que callara con el índice sobre sus labios. Notó su barba, su dulce boca y recordó las íntimas caricias que le había regalado con ella, y lo tuvo todavía más claro—. Confía en mí. Todo a su tiempo. —dijo, replicando su petición de hacía solo un rato.

—¿Cómo? —Tom estaba desconcertado. Aquello sí que no se lo esperaba para nada.

—Ahora te vas a vestir, vas a recoger tus cosas y te vas a ir.

—Ya te entiendo... —susurró él. Le deslizó un dedo desde el cuello, pasando el húmedo sendero entre sus pechos, el ombligo y, justo antes de llegar a su clítoris, lo retiró para decirle—: Quieres que repitamos esto otro día.

—Lo has pillado. —Isabel se sentía como una reina dominando la situación—. ¿«Seguimos jugando», Tom?

—Seguimos jugando.



*FIN*


Y hasta aquí el primero de los relatos... Espero que os haya gustado 🤭 ¿Quién decía que Isabel era una mojigata?

Ya me decís qué os ha parecido, porque os confieso que Laurita se siente siempre un tanto desnudita cuando escribe erótica...

Os dejo un beso grande por acompañarme en cada aventura, por chalada que esta sea 😊❤️

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